lunes, 22 de noviembre de 2010

El martillo del vecino


Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta la duda:
"¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo."
Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir buenos días, nuestro hombre le grita furioso:
"¿Sabe qué le digo? ¡Que se meta el martillo por el culo!"
 Anticipar los pensamientos y movimientos de los demás es una característica de nuestra inteligencia. Sin embargo, no somos conscientes de la cantidad de errores que cometemos en el proceso (el lector quizá piense que eso solo le pasa a los demás, y así es; todos son idiotas menos usted y yo).

Nos olvidamos, por ejemplo, de que los demás no son como nosotros. Hacemos suposiciones basándonos en ese hecho, lo que equivale a usar la mesa para medir la regla. Por otro lado, nadie puede predecir el futuro ni leer la mente. No lo sabemos todo. Y ni siquiera podemos tener toda la información presente a la vez para formar nuestros juicios.

El problema se agrava cuando, después de habernos construído nuestra "película" (errónea), llega la hora del estreno. Cuantas más veces se proyecta esa película en nuestra cabeza más cierta se vuelve para nosotros. Posteriormente, cuando interactuamos en la vida real con uno de los "actores" implicados, éste se queda de piedra con nuestros actos o nuestras palabras, porque le cogemos totalmente fuera de juego.  Es el caso del vecino, que no sabe a santo de qué es insultado. Es el caso de un amigo mío, que no sabe cómo demonios una chica con la que tuvo sexo una vez se pensó que él dejaría a su novia por ella. Es el caso de una amiga, que se encontró con unas disculpas sobre unos hechos que ni siquiera conocía. Es el caso de todos aquellos a los que finalmente alguien le espeta las razones por las que repentinamente dejó de hablarle.
La reacción del afectado suele resumirse en frases como "¿de qué está hablando?", "¿esto a qué viene?" o la más prosaica "¿a éste que coj#@!?% le pasa?".

Todas las películas que se proyectan en el cine de nuestra mente son ciencia ficción. Tengámoslo presente en nuestro trato con los demás.