lunes, 17 de febrero de 2014

Tú S.L.

El año pasado asistí a una conferencia en la que tuvo una lugar una mesa redonda sobre «Futuro profesional, estudios y carrera en TI-Seguridad». Allí estaba el director de seguridad de riesgos tecnológicos de PricewaterhouseCoopers con su traje, su camisa impecable, sus modales taimados y el discurso al uso, sin olvidar la proverbial escoba de Fuckowski bien introducida por retambufa. Tan estereotipado era que parecía fabricado con una impresora 3D a partir de los planos obtenidos de un libro de tópicos. Su motto en esta ocasión era «tú eres tu propia marca» (minuto 20:45):
«La cuestión es que cada uno se haga mirar interiormente (sic) y diga qué ofrece él al mercado ¿vale? Yo esto a mi gente, cuando me siento con ellos, les digo "tú eres una sociedad limitada, tú eres un freelance, tú eres un autónomo" ¿vale? ¿Por qué tú para mí eres sexy dentro de la empresa? ¿Tú qué me das? Aparte de darme tu tiempo ¿tú qué me das? ¿cómo hago negocio contigo? [...] ¿Cómo yo voy a sacar rendimiento contigo? ¿Tú qué me ofreces?»
Tu propia marca. Esa me la sé. Invierte en ti mismo. Haz márquetin sobre ti. Construye tu red de contactos. Aporta valor añadido. Sé tu propio CEO. Sé productivo.
«Simply put, it's up to you to carve out your place in the work world and know when to change course. And it's up to you to keep yourself engaged and productive during a work life that may span some 50 years.»
–Peter F. Drucker, Managing Oneself
«View yourself as an enterprise and invest accordingly in being economically viable by developing skills that command income in the market. The old paradigm of steady employment in large organizations that so many of our institutions, from health insurance to retirement savings, revolved around was falling apart for a generation before the crisis. Now it’s shattered, and we all have to live in an economy where we justify our economic value day by day in competition with others in a networked economy. Hoping the old world of promised economic security—the world of the New Deal consensus—can be revived will not make it so. Build up your network and constantly be looking for a way to create your next opportunity.»
–Kevin Mellyn, Broken Markets
Foto de justin_levy
Ahí lo tienen, la receta para alcanzar la excelencia profesional (pueden incluso llevarlo un paso más allá y gestionar también su familia como si fuera un negocio). Ya el propio consultor al que me he referido reconocía que esto de la marca era un tema «hipercapitalista», pero en un mundo postcrisis de alto desempleo, bajo crecimiento y salarios estancados o a la baja no parece que haya otra opción que tratar de destacar y no solo ser bueno, sino también parecerlo.

Ahora bien, hay una gran diferencia entre tratar de ser bueno en tu trabajo y considerarse a uno mismo como una marca, como un producto expuesto en las estanterías del mercado laboral a la espera de que el consumidor de turno (en este caso consumidor de fuerza de trabajo) tenga a bien elegirnos. Es tan obvio que no debería hacer falta tener que decirlo: somos personas, no marcas.

Puede parecer una tontería. Podemos pensar que dicha actitud es solo una forma de hablar y que solo se refiere a que nos formemos, aprendamos a vender, a comunicarnos y a hacer buenas entrevistas de trabajo. Pero con el tiempo he aprendido que las metáforas importan. La manera en la que planteamos un problema, así como el lenguaje que empleamos para definirlo activan en nuestro cerebro unos esquemas u otros. «El enmarcado cuenta», nos advierte Lakoff, quien se ha dedicado a estudiar esto, especialmente en relación con el discurso político. «Los marcos, una vez que se atrincheran, es difícil que se desvanezcan». En otra parte del libro asevera:
«El enmarcado tiene que ver con elegir el lenguaje que encaja en tu visión del mundo. Pero no sólo tiene que ver con el lenguaje. Lo primero son las ideas. Y el lenguaje transmite esas ideas, evoca esas ideas.»
Cuando uno se valora a sí mismo como una marca o empresa y se lo toma en serio, la vida cambia. Los fines de una compañía son viabilidad y rentabilidad. La existencia se reduce así a la construcción de un currículum presentable; cualquier actividad que no nos acerque a ese objetivo habría de ser desechada. ¿Ocio? ¿Hijos? ¿Voluntariado? Ni hablar, es perder tiempo y dinero. No es bueno para la marca. Ninguna empresa querría desperdiciar recursos de esa forma.

Las empresas –por mi experiencia– no son proclives a dar formación, más bien esperan que vengas sabiendo de casa. Y no se conforman con que sepas lo básico o los principios generales: buscan que seas experto en sus herramientas y procedimientos concretos para que puedas ser productivo y «aportar desde el primer minuto», tal como me dijo un entrevistador de una gran empresa tecnológica. De manera que, dada la amplitud de conocimiento existente, habría que dedicar cada minuto de vigilia a aprender aquello que nos pueda conseguir un trabajo. Hoy día quienes se dedican a la selección de personal buscan unicornios que lo sepan todo sobre todo (y que tengan décadas de experiencia. Y que sean jóvenes. Y que trabajen gratis muchas horas. Y así siguiendo). Las ofertas de trabajo de mi sector hablan de gurús, ninjas, rock stars, astronautas, caballeros medievales y jedis. Cuando el pobre Timmy (hijo de un bobo falto de compromiso con su propia marca) le pregunte a su madre por qué papi no ha podido ir a verle a su primer partido de béisbol esta tendrá que responderle: «cariño, papá no ha podido venir porque tiene que trabajar. Está tratando de convertirse en un ninja».

Obviamente estoy exagerando (salvo en lo de los ninjas, gurús, etc. que, por desgracia, es totalmente cierto) pero la idea es sencilla: considerarse a uno mismo como una marca, producto o empresa no es la manera apropiada de valorarse. Somos, en palabras de Michael Sandel, «seres merecedores de dignidad y respeto, y no instrumentos de ganancias y objetos de uso» por parte de las corporaciones. Una persona no puede reducirse únicamente a su valor como empleado potencial o actual.

Aceptar el discurso del yo como empresa conlleva indeseables consecuencias en lo atinente al desarrollo personal y como ciudadano. Todo es «yo, yo, yo»: mi tiempo me lo dedico a mí para mejorar yo, para ser sexy de cara a la empresa, para ser –otra de las perlas del cantamañanas de PwC– un profesional completo, un «profesional esférico». Los demás son tratados como medios y se dividen en útiles (aquellos que pueden conseguirme una oportunidad o ayudarme a ser más exitoso) e inútiles (con los que ni siquiera vale la pena relacionarse). Aquello que no tenga un valor de mercado en tu sector profesional deja de cultivarse. Adiós a todo lo que no aporte un beneficio tangible. No más hacer algo por el mero placer de hacerlo. El ocio no está permitido: es haraganeo. Y, por supuesto, si estás en paro la culpa es tuya: eres un mal gestor y te lo mereces.

Personalmente, cada vez que persigo un interés intelectual no relacionado con mi trabajo pienso lo mismo. Podría escribir un blog técnico en lugar de divagar en este. Podría leer libros relacionados con mi trabajo en lugar de los que cito en estas páginas. Podría dedicar mi tiempo libre a programar para adjuntar en mi currículum un lucido repositorio de GitHub. Al final, sin embargo, la cabra tira al monte y yo siempre abro otro libro que no me ayudará en mi próxima entrevista. Antes que empleado prefiero ser una «persona esférica».

No hay comentarios:

Publicar un comentario