sábado, 13 de agosto de 2011

Robin Hood



De la historia de Robin Hood solo se me ha quedado que robaba a los ricos para dárselo a los pobres (eso, y que era un as con el arco y las flechas). Ahora que el dinero parece escasear en todo el mundo por culpa de los bancos, el personal parece estar menos dispuesto a dejar que algunos ganen cantidades indecentes de dinero, más aún cuando la actividad que genera esas ganancias son cosas como «especular», «darle patadas a un balón» o «ser hijos de fulano de tal». De esa quemazón han surgido campañas como la del impuesto Robin Hood, a la que pertenece el vídeo que encabeza este artículo.

Aunque partiéramos de una situación de equidad financiera, a lo largo del tiempo, y solo por azar, la distribución de la riqueza acabará siendo irregular. Añádanse las decisiones individuales (hay quien prefiere ahorrar para el futuro y quien prefiere gastar viviendo el presente) y se obtendrá un mundo con pobres y ricos.

Es injusto que haya personas que mueren de hambre mientras otros tienen cuatro o cinco casas solo para sus vacaciones pero, la solución al problema, ¿no debería ser justa también? He aquí el meollo de la cuestión ¿es justo quitarle a los ricos para darle a los pobres?

Quizá sea una pregunta estúpida. «¿Cómo no va a ser justo? El que más tiene, que reparta con el que no tiene». Sin embargo, la redistribución de la renta por medio de impuestos  es más difícil de justificar de lo que parece. Una discusión muy recomendable al respecto es la de Michael Sandel en su libro Justicia:
«Robar al rico para dárselo a los pobres siguen siendo robar, lo haga Robin Hood o el Estado.
Piénsese en esta analogía: que un paciente en diálisis necesite uno de mis riñones más que yo (en el supuesto de que yo tenga dos riñones sanos) no significa que tenga derecho a quedarse con él. Tampoco puede el Estado quitarme uno de mis riñones para ayudar al paciente en diálisis, por urgente y acuciante que sea su necesidad. ¿Por qué no? Porque es mío. Las necesidades no pueden con mi derecho fundamental a hacer lo que quiera con lo mío»
(Puede parecer que no es lo mismo quitarle a alguien un riñón que unos miles de euros -uno no puede ganar riñones-, pero la idea básica es similar: despojarte de algo que actualmente te «sobra» para dárselo a alguien que lo necesita de forma acuciante. )

La última frase del texto citado trae a colación otro asunto que afecta a estas medidas: la propiedad privada. Si alguien gana su dinero legítimamente ¿tiene derecho el Estado a quitarle una parte? ¿Supone el origen del dinero (suerte frente a trabajo) alguna diferencia? ¿Es justo que, dado que los «no ricos» son mayoría, pueda imponerse democráticamente una regla para gravar a la minoría adinerada? ¿No plantea esta «dictadura de la mayoría» sus propios problemas?

Tengo la impresión de que esa cultura de «lo mío» está bastante arraigada en sociedades anglosajonas y europeas desarrolladas. Tenemos ejércitos profesionales porque pensamos que el Estado no puede obligarnos a arriesgar nuestras vidas. Hay mujeres que quieren poder abortar legalmente porque sienten que tienen todo el derecho sobre su cuerpo. En EEUU disparan a quien entre en la casa de uno sin estar invitado. En las discusiones del café se recalca que «uno puede hacer lo que quiera mientras no moleste a los demás». En palabras de Hobbes: «consideramos a los hombres como si hubieran surgido súbitamente de la tierra (como hongos), y se hubieran hecho adultos sin ninguna obligación de unos con otros».

Puede que ese individualismo no esté alejando de la solución correcta al problema de la desigualdad económica: los ricos deberían, porque así lo decidan ellos, ayudar a los pobres. El hecho de que no lo hagan ¿justifica que el Estado les obligue? Quizá haya situaciones en las que debamos aceptar un Estado paternalista. Tal vez el gobierno sí deba obligarnos a compartir nuestros juguetes con los demás niños.