lunes, 12 de junio de 2017

La carta a Andrés

Mariano José de Larra es uno de esos autores que se empieza a leer por obligación en el instituto (normalmente recurriendo a Castellano viejo como puerta de entrada) y se acaba leyendo por placer. Este escritor español se preguntaba en su Carta a Andrés: «¿no se lee en este país porque no se escribe, o no se escribe porque no se lee?». Su respuesta fue la propia pregunta: «en este país no se lee porque no se escribe, y no se escribe porque no se lee».

Con ese estilo irónico tan suyo, Larra tacha de inservibles los libros y la cultura en general:

¡Maldito Gutenberg! ¿Qué genio maléfico te inspiró tu diabólica invención? ¿Pues imprimieron los egipcios y los asirios, ni los griegos ni los romanos? ¿Y no vivieron, y no dominaron?
¿Que eran más ignorantes, dices? ¿Cuántos murieron de esa enfermedad? ¿Qué remordimientos atormentaron la conciencia del Omar, que destruyó la biblioteca de Alejandría? ¿Que eran más bárbaros, añades? Si crímenes, si crueldades padecían, crímenes y crueldades tienen diariamente lugar entre nosotros. Los hombres que no supieron, y los hombres que saben, todos son hombres, y lo que peor es, todos son hombres malos. Todos mienten, roban, falsean, perjuran, usurpan, matan y asesinan. Convencidos sin duda de esta importante verdad, puesto que los mismos hemos de ser, ni nos cansamos en leer, ni nos molestamos en escribir en este buen país en que vivimos.
¡Oh felicidad la de haber penetrado la inutilidad del aprender y del saber!
Foto de liz west
Tras examinar el estado de la literatura en la España de la época, el autor transcribe un diálogo que me viene a la mente cada vez que se habla de la escasa cultura de la sociedad, o cada vez que una persona justifica su enteca erudición. Es un poco largo, pero no puedo resistirme a citarlo por completo. Léanlo, y díganme si no han tenido una conversación parecida más de una vez en su vida:

[U]n diálogo quiero referirte que con cuatro batuecos de éstos tuve no ha mucho, en que todos vinieron a contestarme en sustancia una misma cosa, concluyendo cada uno a su tono y como quiera:

-Aprenda usted la lengua del país -les decía-. Coja usted la gramática.
-La
parda es la que yo necesito -me interrumpió el más desembarazado, con aire zumbón y de chulo, fruta del país-: lo mismo es decir las cosas de un modo que de otro.
-Escriba usted la lengua con corrección.
-¡Monadas! ¿Qué más dará escribir vino con b que con v? ¿Si pasará por eso de ser vino?
-Cultive usted el latín.
-Yo no he de ser cura, ni tengo de decir misa.
-El griego.
-¿Para qué, si nadie me lo ha de entender?
-Dése usted a las matemáticas.
-Ya sé sumar y restar, que es todo lo que puedo necesitar para ajustar mis cuentas.
-Aprenda usted Física. Le enseñará a conocer los fenómenos de la Naturaleza.
-¿Quiere usted todavía más fenómenos que los que está uno viendo todos los días?
-Historia natural. La botánica le enseñará el conocimiento de las plantas.
-¿Tengo yo cara de herbolario? Las que son de comer, guisadas me las han de dar.
-La zoología le enseñará a conocer los animales y sus...
-¡Ay! ¡Si viera usted cuántos animales conozco ya!
-La mineralogía le enseñará el conocimiento de los metales, de los...
-Mientras no me enseñe dónde tengo de encontrar una mina, no hacemos nada.
-Estudie usted la geografía.
-Ande usted, que si el día de mañana tengo que hacer un viaje, dinero es lo que necesito, y no geografía; ya sabrá el postillón el camino, que ésa es su obligación, y dónde está el pueblo a donde voy.
-Lenguas.
-No estudio para intérprete: si voy al extranjero, en llevando dinero ya me entenderán, que esa es la lengua universal.
-Humanidades, bellas letras...
-¿Letras?, de cambio: todo lo demás es broma.
-Siquiera un poco de retórica y poesía.
-Sí, sí, véngame usted con coplas; ¡para retórica estoy yo! Y si por las comedias lo dice usted, yo no las tengo de hacer: traduciditas del francés me las han de dar en el teatro.
-La historia.
-Demasiadas historias tengo yo en la cabeza.
-Sabrá usted lo que han hecho los hombres...
-¡Calle usted por Dios! ¿Quién le ha dicho a usted que cuentan las historias una sola palabra de verdad? ¡Es bueno que no sabe uno lo que pasa en casa...!

Y por último concluyeron:

-Mire usted -dijo el uno-, déjeme usted de quebraderos de cabeza; mayorazgo soy, y el saber es para los hombres que no tienen sobre qué caerse muertos.
-Mire usted -dijo otro-, mi tío es general, y ya tengo una charretera a los quince años; otra vendrá con el tiempo, y algo más, sin necesidad de quemarme las cejas; para llevar el chafarote al lado y lucir la casaca no se necesita mucha ciencia.
-Mire usted -dijo el tercero-, en mi familia nadie ha estudiado, porque las gentes de la sangre azul no han de ser médicos ni abogados, ni han de trabajar como la canalla... Si me quiere usted decir que don Fulano se granjeó un gran empleo por su ciencia y su saber, ¡buen provecho! ¿Quién será él cuando ha estudiado? Yo no quiero degradarme.
-Mire usted -concluyó el último-, verdad es que yo no tengo grandes riquezas, pero tengo tal cual letra; ya he logrado meter la cabeza en rentas por empeños de mi madre; un amigo nunca me ha de faltar, ni un empleíllo de mala muerte; y para ser oficinista no es preciso ser ningún catedrático de Alcalá ni de Salamanca.
Esta actitud, concluye Larra, es lo que hace que optemos por no estudiar si podemos evitarlo lo cual nos lleva, inevitablemente, al no saber y, de ahí, a ignorar a la cultura en su conjunto, representada en este caso en forma de libro. Mas al no haberlo conocido, la persona ignorante no echa de menos el saber y no se siente inferior en modo alguno:

[T]e diré que lo que no se conoce no se desea ni echa menos; así suele el que va atrasado creer que va adelantado, que tal es el orgullo de los hombres, que nos pone a todos una venda en los ojos para que no veamos ni sepamos por donde vamos
Y así, a pesar de nuestra ignorancia, en este país «en que tuvimos la dicha de nacer, donde tenemos la gloria de vivir, y en el cual tendremos la paciencia de morir» no nos falta salud ni buen humor.

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