Before a speech, Skinner would put a pigeon in a cage. The cage was rigged so that at regular intervals, without fail, a food pellet would drop down a chute into the cage. Nothing the pigeon did could make the food come slower or faster. It was all based on clockwork. So Skinner would bring the cage into a lecture, then put a cloth over it and put the cage to the side. An hour later, he’d finish his speech and unveil the pigeon. Invariably, the pigeon would be exhibiting some zany behavior. It’d be walking in circles. Or pecking furiously at the floor. Or bobbing its head like a white guy at a jazz club. See, the pigeon had come up with a cockamamie theory that its head bobbing had caused the food to drop. So it continued doing it, fueled by the confirmation fallacy.
Foto de river seal |
Este ejemplo ligeramente truculento es obra de Bertrand Russell, quien se sirvió de él para ilustrar el problema de la inducción. En resumidas cuentas, dicho problema dice que el mero hecho de haber visto salir el sol todos los días de nuestra vida no significa que podamos estar completamente seguros de que también saldrá mañana:
Los animales domésticos esperan su alimento cuando ven a la persona que normalmente los alimenta. Sabemos que todas estas expectativas de uniformidad, más bien burdas, están sujetas a inducirnos al error. El hombre que ha alimentado al pollo cada día de la vida de ese pollo, al final en cambio le tuerce el pescuezo, mostrando que una visión más refinada con respecto a la uniformidad de la naturaleza hubiera sido muy útil al pollo.Siguiendo el método que empleamos en el artículo anterior podemos ampliar este experimento mental para ilustrar otras situaciones de nuestra vida. Nassim Taleb utiliza el ejemplo del pollo para explicar que nuestra ingenua proyección del futuro a partir del presente nos procura una falsa sensación de seguridad y hace que bajemos la guardia. Taleb lleva el agua a su molino para referirse a sus Cisnes Negros:
Pero a pesar de estos errores que se derivan de tales expectativas, éstas no obstante existen. El simple hecho de que algo haya ocurrido un cierto número de veces causa que los animales y los hombres esperen que ese hecho vuelva a suceder. Luego, nuestros instintos nos provocan ciertamente la creencia de que el sol saldrá mañana, pero no tendremos una mejor posición comparada con la del pollo que inesperadamente tiene el pescuezo torcido.
El animal aprendió de la observación, como a todos se nos dice que hagamos (al fin y al cabo, se cree que éste es precisamente el método científico). Su confianza aumentaba a medida que se repetían las acciones alimentarias, y cada vez se sentía más seguro, pese a que el sacrificio era cada vez más inminente. Consideremos que el sentimiento de seguridad alcanzó el punto máximo cuando el riesgo era mayor. Pero el problema es incluso más general que todo esto, sacude la naturaleza del propio conocimiento empírico. Algo ha funcionado en el pasado, hasta que... pues, inesperadamente, deja de funcionar, y lo que hemos aprendido del pasado resulta ser, en el mejor de los casos, irrelevante o falso y, en el peor, brutalmente engañoso.Siempre que todo parece ir como la seda y avanzamos a buen ritmo hacia nuestra meta, cabe preguntarse si tal avance es real, duradero o sostenible. El éxito presente no garantiza que, a la larga, no acabemos descabezados como el pollo. Es posible que, mientras nos felicitamos por nuestro ascenso y la eficacia de nuestro sistema, en la sombra esté gestándose el desastre, algo que los indicadores por los que nos estemos guiando pueden pasan por alto.
Consideremos, verbigracia, el caso de Elisenda. Harta de su sobrepeso, esta chica inició un estricto régimen que apenas cubría el gasto calórico del día a día. Perdió peso rápidamente y aquello le animó, así que redobló sus esfuerzos. Su familia le decía que estaba yendo demasiado lejos, que tenía que comer más o enfermaría. Pero Elisenda veía que la ropa le quedaba holgada y se sentía cada vez más satisfecha con la imagen que le devolvía el espejo. También se notaba con más energía que nunca, quizá por la adrenalina y el cortisol que fluían por su torrente sanguíneo como respuesta de supervivencia. Todos los indicios a los que Elisenda prestaba atención mostraban que su plan de adelgazamiento estaba tiendo éxito. Finalmente, un día se desmayó. Resultó que su nivel de hematocrito estaba peligrosamente bajo y hubo de recibir transfusiones de sangre para recuperarse.
Centrarse en el proceso en lugar de en el producto tiene múltiples ventajas, como ya vimos. Pero desde el momento en el que el sistema elegido no es efectivo al cien por cien (y, por desgracia, casi ninguno lo es) se abren paso las dificultades y las dudas. La dificultad de medir nuestro progreso real y de decidir cuándo cambiar de sistema o de meta. La duda de si lograremos nuestro propósito o de si nos iría mejor con otro sistema. La posibilidad de que haya riesgos ocultos formándose mientras caminamos en pos de nuestro objetivo, riesgos que pueden suponer un serio revés con consecuencias imprevisibles. Etcétera.
Es el hecho que, en la vida, por doquier hay oscuridad y ángulos muertos. Por doquier nos aguardan los cisnes negros y por doquier acecha la incertidumbre. El camino al éxito está envuelto en la niebla y la duda.
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