lunes, 10 de julio de 2017

En (no) pocas palabras

Me ha costado un rato sacar los datos pero pueden verlos a continuación: la longitud, en número de palabras, de cada artículo publicado en este blog hasta el momento.


Para el lector con inclinación estadística, decir que la media ronda las mil sesenta y cinco palabras, la mediana anda muy cerca (mil setenta y dos), el artículo más largo tiene unas dos mil seiscientas cuarenta palabras y el más corto, ninguna. La desviación estándar es de cuatrocientas noventa y cinco palabras.

Como se puede observar gracias a la línea de regresión, con el tiempo los artículos se han ido haciendo cada vez un poco más largos, teniendo la mayoría de los escritos entre seiscientas y mil seiscientas palabras. Todo bloguero que se precie sabe que eso viola una de las normas básicas de las publicaciones en internet, a saber, la brevedad. Según los autores de The Huffington Post Complete Guide to Blogging:

[W]e know from experience that unless the reader can see the end of your post eight hundred words in, a good portion of them will stop scrolling down. Even eight hundred words is an intimidating block of text. Break it up with a picture or pull quote, and definitely with some links. If you find that you can't do justice to your point in eight hundred to a thousand words, consider breaking the thought up into two or more posts.
Hay quien piensa incluso que ese límite es demasiado alto:

In a retrospective of his last ten years of blogging, publisher Om Malik of GigaOM bragged that he’d written over eleven thousand posts and 2 million words in the last decade. Which, while translating into three posts a day, means the average post was just 215 words long. But that’s nothing compared to the ideal Gawker item. Nick Denton told a potential hire in 2008 that it was “one hundred words long. Two hundred, max. Any good idea,” he said, “can be expressed at that length.”
Para que se hagan una idea de la longitud que representan doscientas palabras, de haber respetado el susodicho límite este artículo habría terminado a mitad de la primera cita, concretamente en la frase «Break it up with a picture or pull quote, and definitely».

La forma en la que consumimos contenidos a través de internet parece estar centrada en el flujo de novedades más que en el propio contenido. Puede que pasemos muchas horas conectados a lo largo de un día o de una semana pero dedicamos muy poco tiempo a cada elemento en particular. Creo que gastamos más tiempo haciendo scroll en Twitter, Facebook, Tumblr y los periódicos digitales que leyendo. Los estudios que registran el movimiento de los ojos de los lectores muestran que la mayor parte de las veces nos quedamos solo con el titular. Si abrimos un artículo seguramente acabemos leyéndolo, como suele decirse, en diagonal. Por usar una metáfora televisiva, se podría decir que en internet nos preocupa más hacer zapping que ver los programas.

Así, estamos expuestos a muchas ideas e información, pero siempre se tratan de forma superficial. Cuando la prioridad es recibir novedades no hay lugar para análisis en profundidad o sesudos razonamientos. Como suele ocurrir, esta preocupación por la forma en la que la tecnología afecta a nuestra forma de pensar no es nada nuevo:

The brevity of the telegraph’s messages didn’t sit well with many literary intellectuals either; it may have opened access to more sources of information, but it also made public discourse much shallower. More than a century before similar charges would be filled against Twitter, the cultural elites of Victorian Britain were getting concerned about the trivialization of public discourse under an avalanche of fast news and “snippets.” In 1889, the Spectator, one of the empire’s finest publications, chided the telegraph for causing “a vast diffusion of what is called ‘news,’ the recording of every event, and especially of every crime, everywhere without perceptible interval of time. The constant diffusion of statements in snippets ... must in the end, one would think, deteriorate the intelligence of all to whom the telegraph appeal.”
No obstante, a mi modesto entender, es una preocupación legítima. Consideremos el dato siguiente:

The pressure to keep content visually appealing and ready for impulse readers is a constant suppressant on length, regardless of what is cut to make it happen. In a University of Kentucky study of blogs about cancer, researchers found that a full 80 percent of the blog posts they analyzed contained fewer than five hundred words. The average number of words per post was 335, short enough to make the articles on the Huffington Post seem like lengthy manuscripts.
Al igual que Ryan Holiday (autor del texto anterior), pienso que doscientas, trescientas, quinientas o incluso ochocientas palabras no son suficientes para exponer apropiadamente las complejidades y matices del cáncer y sus tratamientos. O de un ideario político. O de una teoría filosófica. (Y con esto van ya ochocientas palabras).

Tal vez eso no sería un problema si todos fuéramos conscientes de las limitaciones del medio digital. Podríamos pensar que las redes sociales y los blogs son para estar al día y que quien necesite hondas disquisiciones sobre un tema en concreto puede recurrir a los libros. Por desgracia, ya vimos que la lectura está de capa caída. Por otra parte, a diferencia de los libros, la inmensa mayoría del contenido en la red es gratuito, y el acceso a él es mucho más rápido y cómodo. No es de extrañar, por tanto, que quien quiera informarse sobre algo lo primero que haga es buscar en Google y leer por encima un puñado de textos breves de blogs cuya reputación desconoce.

De acuerdo con Jakob Nielsen, un buen editor puede recortar un cuarenta por ciento el número de palabras de un artículo haciendo que el escrito pierda solo un treinta por ciento de su valor. Yo soy el primero en reconocer que los ensayos de este blog podrían resumirse mucho pero no estoy por la labor. Temo que la brevedad propia de la red atrofie capacidades cognitivas como la concentración, la comprensión y la argumentación, facultades ya de por sí poco desarrolladas en el común de la población. En Twitter, verbigracia, la gente no debate: discute. Un tuit o un conjunto de ellos sirve para provocar una respuesta emocional en el lector más que para activar el sistema de pensamiento deliberativo.

Considero la brevedad escrita en internet uno de los males de la sociedad moderna. Desde mi punto de vista es preciso presentar la información y las ideas junto con los hechos y pensamientos que llevaron a ellas. Actuar de otra forma es robar al lector la ocasión de calibrar la solidez de las conclusiones, de ampliar información por su cuenta, de encontrar errores y lagunas en la argumentación o los datos y, en definitiva, de pensar por sí mismo. Las afirmaciones e informaciones desnudas son el equivalente intelectual de una cucharadita de sirope, fácil de tragar pero carente de alimento. Y más importante aún: su aceptación o rechazo es cuestión de dogma, no de raciocinio.

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