domingo, 29 de mayo de 2011

Lo menos malo

Escribo esto por sugerencia de una persona muy querida para mí. Gracias por la idea.

Dos amigos míos, matrimonio, son ahora presidentes de su comunidad de vecinos. El edificio tiene un lugar común que quieren dividir para hacer trasteros individuales. Algunos vecinos apoyan la idea (parejas jóvenes con hijos que tienen que dejar el carrito en el coche, por ejemplo), mientras que otros se oponen (pensionistas que no están interesados en pagar esa especie de lujo). Parece que la idea se está llevando finalmente adelante, si bien está la discusión sobre cómo va a pagarse. No todo el mundo quiere trastero, por lo que no todos están dispuestos a subir su cuota a la comunidad. Mis amigos han ofrecido hacer trasteros solo a los que lo que lo pidan, pero los vecinos que no quieren pagar no están de acuerdo tampoco con eso. Se escudan en su escasa pensión: «Que lo paguen los jóvenes, que tenéis trabajo. Yo solo cobro 60.000 pesetas.», dicen.

¿Qué hacemos? ¿Hay que pagar la obra a partes iguales? ¿Deberían aportar más aquellos que más dinero ganan? ¿Por qué un vecino tiene que pagar algo que no quiere y no va a usar? ¿O hay que contribuir a la comunidad en todo momento, aun cuando no dispongamos del usufructo de lo construido?

Otra pareja, amiga mía también, tiene otro problema en su comunidad. Ocurre que en su edificio hay más casas que plazas de garaje, por lo que hay habitantes del portal que deben aparcar en la calle (el edificio está situado en el centro de Madrid, lo que convierte ese hecho en una pesadilla consistente en dar vueltas a la manzana y rozar parachoques). Los propietarios se reunieron para discutir si debían sortearse las plazas. Los que tienen plaza no quieren renunciar a ella, como era de esperar, así que estarían en contra del sorteo. Los que no tienen plaza tienen en dicho sorteo su oportunidad de rebajar su nivel de estrés diario. Tras una larga reunión, no se tomó ninguna decisión (un clásico).

¿Qué hacemos en este otro caso? ¿Deberían turnarse las plazas de garaje? ¿Cada cuánto tiempo? ¿Qué pasa con aquellos que tienen más de un vehículo? ¿Y con aquellos que solo tienen uno, pero no lo usan nunca? (Al parecer hay coches que llevan años estacionados) ¿Tiene todo el mundo la misma necesidad de una plaza? (Pensemos en familias numerosas con niños pequeños frente a solteros con una moto).

¿Cómo nos ponemos de acuerdo? Una solución que he visto en las reuniones de mi propia comunidad de vecinos es la de votar. Lo que diga la mayoría. Democracia y eso. Y si alguien no ha asistido a la reunión «por no se qué de la médula de su hijo», que se la pique un pollo.

¿Votamos entonces? ¿Mayoría simple, absoluta o cualificada? Si es cualificada ¿dónde ponemos el límite? ¿Dos tercios? ¿Tres cuartos? ¿Cómo elegimos ese límite? ¿Votando?

Tampoco es que votar sea la panacea. Enseguida podemos ver los problemas que conlleva «la dictadura de la mayoría». En el caso de las plazas de garaje, como ya he dicho, los que ya pueden aparcar cómodamente votarían en contra del sorteo. Dado que 23 de 27 portales tienen dicho lujo, el sorteo no saldría adelante. La mayoría va entonces contra los intereses de la minoría. Tal como se pregunta Adela Cortina:
«¿Es más justa la opinión de la mayoría que la de la minoría, de manera que la superioridad cuantitativa se traduce en mayor proximidad a la justicia?»
Quizá podríamos otorgar vetos, pero creo que eso solo funcionaría si fuera posible llegar a un consenso. Cualquiera que haya tratado con humanos más de un minuto sabrá que eso es muy difícil. Entre vecinos es imposible.

Ahora aumentemos la escala. En lugar de treinta, sesenta o cien personas, consideremos los casi cuarenta y cinco millones de habitantes que hay en España. ¿Cómo se puede gestionar eso, si no hay forma de llegar a acuerdos con gente cercana?
Es muy fácil criticar al gobierno socialista por sus errores, pero es pasarse de listo. No pretendo defender aquí a Zapatero; lo que quiero decir es que no podemos juzgar alegremente, como la señora que insultó a mi amiga por votar al PSOE en las elecciones del pasado domingo. Para esa señora el PSOE es malo por la crisis que hay, mientras que el Partido Popular es bueno. Tan bueno que obligó a su hijo a votar por ellos, al parecer.

Al margen de ese comportamiento grosero, arrabalero e incivil, le diría a personas de esa estofa que su comportamiento da a entender una importante falta de lactancia intelectual (y si lo digo con estas palabras, igual yo parezco más listo). Por desgracia, no podemos saber qué hubiera hecho el otro partido durante estos años. Tampoco podemos pedir peras al olmo: un gobierno socialista hace (supuestamente) política social, que cuesta dinero. De algún lado hay que sacar el dinero para ayudar los parados de larga duración (si debe darse ese dinero es otra cuestión). El trabajo es importante, pero también lo es poder casarse (para los homosexuales), o decidir cuándo morir (para los enfermos terminales). ¿La suma de intereses grupales vale menos que la del interés general? En política (en la vida), las razones detrás de una decisión no siempre son obvias, algo de lo que ya hablé.

Alguien me decía, refiriéndose a Aznar: «el bigotes sería lo que fuera, pero en aquel entonces yo tenía trabajo». Es verdad que hubo una cifra de paro muy baja, pero también hubo «medicamentazo», privatizaciones, y corrupción (¿nos libraremos algún día de ella?). Igual que hacemos con las personas, atribuimos los aciertos y los errores de los partidos políticos a su «forma de ser», sin tener en cuenta las circunstancias (debe de ser más fácil gobernar cuando no hay una crisis crediticia mundial). Lamentablemente, no parece haber manera de hacer un experimento controlado para saber quién tiene razón.

A lo largo de la Historia hemos visto dictaduras, oligarquías, aristocracias, monarquías absolutas, repúblicas unipartidistas... y, después de cientos y cientos y cientos de años, parece que lo mejor sigue siendo aquel invento griego del siglo V a. C., aún con todos sus defectos. No hemos sido capaces de dar con nada mejor en todo este tiempo. ¿No nos hace eso un poco inútiles?

domingo, 22 de mayo de 2011

Presentaciones eficaces

«Antes de entrar en materia, permítanme hacer unas consideraciones preliminares. Soy consciente de que tendré grandes dificultades para comunicarles mis pensamientos y considero que algunas de ellas disminuirán si las menciono de antemano. La primera, que casi no necesito citar, es que el inglés no es mi lengua materna. Por esta razón mi expresión a menudo carece de la elegancia y precisión que resultaría deseable en quien diserta sobre un tema difícil. Todo lo que puedo hacer es pedirles que me faciliten la tarea tratando de entender lo que quiero decir, a pesar de las faltas que contra la gramática inglesa voy a cometer continuamente. La segunda dificultad que citaré es que quizá muchos de ustedes se hayan acercado a mi conferencia con falsas expectativas. Para aclararles este punto diré unas pocas palabras acerca de la razón por la cual he elegido el tema. [...] Dado que tenía la oportunidad de dirigirme a ustedes, no iba a desaprovecharla dándoles una conferencia sobre lógica, por ejemplo. Considero que eso sería perder el tiempo, ya que explicarles una materia científica requeriría un curso de conferencias y no una comunicación de una hora. Otra alternativa hubiera sido darles lo que se denomina una conferencia de divulgación científica, esto es, una conferencia que pretendiera hacerles creer que entienden algo que realmente no entienden y satisfacer así lo que considero uno de los más bajos deseos de la gente moderna, es decir, la curiosidad superficial acerca de los últimos descubrimientos de la ciencia. Rechacé estas alternativas y decidí hablarles sobre un tema, en mi opinión, de importancia general, con la esperanza de que ello les ayude a aclarar sus ideas acerca de él (incluso en el caso de que estén en total desacuerdo con lo que voy a decirles).»
Ludwig Wittgenstein, Conferencia sobre ética, trad. de Fina Birulés.

domingo, 15 de mayo de 2011

A por todas

William Louis Wallace es un antiguo luchador de full contact de la década de los 70. Lesionado en su pierna derecha, con la que no podía golpear, se centró en desarrollar su destreza con la pierna izquierda, utilizándola tanto para atacar como para defenderse. Su maestría con dicha extremidad le valió el apdodo de Superfoot, y fue campeón del mundo de la PKA durante quince años.

Tras lesionarse, Wallace lo tuvo claro: «para qué vas a ser mediocre con dos piernas si puedes ser muy bueno con una», decía. Se centró en su desarrollar aún más su punto fuerte. Él no creía que valiera la pena gastar tiempo y esfuerzo en poner su extremidad derecha a la par.

A Bill le fué bien así, pero es fácil darse cuenta del peligro que tiene poner todos los huevos en la misma cesta. ¿Y si no hubiera podido usar su pierna izquierda en un combate por alguna razón? ¿No habría estado perdido en ese caso?

¿Debemos centrarnos en desarrollar nuestros puntos fuertes o nuestros puntos débiles? Centrarse en los puntos fuertes puede ser menos frustrante, y quizá nos beneficiemos del efecto San Mateo. Sin embargo, es arriesgado invertir todo en un solo activo, como cualquier asesor financiero advertiría.

Consideremos el desarrollo de la personalidad. Yo, por ejemplo, soy muy pesismista. En palabras de A. J. Jacobs:
«I see the glass as half empty and the water as teeming with microbes and the rim as smudged and the liquid as evaporating quickly»
¿Debería tratar de cultivar el optimismo, o aceptar esa parte de mí y centrarme en desarrollar más aún alguna virtud que pueda tener?

Consideremos ahora el desarrollo profesional. Algunos amigos y compañeros míos de trabajo dedican todo su tiempo libre a seguir aprendiendo y practicando cosas relacionadas con su profesión. En lo suyo son de lo mejorcito. Pero ¿y si su trabajo pasa de moda? ¿Y si desaparece? Taleb recomendaba cultivar una disciplina alternativa precisamente por si se eso llegara a ocurrir. Así que ¿muy bueno en tu trabajo, o mediocre pero con una alternativa?

A mi juicio, no hay respuesta para este tipo de decisiones. Me siento paralizado, como aquel drogata de la película Training Day al que uno de los protagonistas amenaza apuntándole a los genitales, situándole ante una disyuntiva imposible:
«Anda, bájate los pantalones. Bájatelos. ¿Qué huevo prefieres? Te voy a dejar uno, ¿cuál quieres? Vamos hombre, decídelo. ¡Toma una decisión!»
Yo creo que elegiría el derecho. Es un poco más grande.

domingo, 1 de mayo de 2011

La cadena del (des)amor



Resulta que Macarena está enamorada de Eustaquio, que se la beneficia con regularidad, pero que de quien está realmente enamorado es de Casandra, la cual se deja querer pero sigue con su novio Godofredo, con el que es muy feliz. Muy posiblemente pulule por ahí un pobre Rodolfo que pretenda sin éxito a Macarena, y mucho me temo también que Godofredo anda sembrando en campos ajenos.

Por otro lado tenemos a Mario y a María, que viven juntos desde hace años. María está en el radar de Blas y Gus, los cuales son convenientemente ignorados por la susodicha, ya que los esfuerzos de ésta se centran en mejorar su relación con Mario, el cual se dedica mayormente a trabajarle la bisectriz a toda aquella con la que se cruza, lo que ha tenido como efecto colateral que Amagoia se quedara prendada del colega, soñando que Mario quería de ella matrimonio y no solo su vagina. Pero ella es más fuerte que la realidad, así que no ceja en su empeño y continúa persiguiéndole.

También está Valentina, que ronda a Demetrio, el cual pasa muy mucho de ella, ya que desde que Ramona le metió el corazón en la picadora el muchacho se dedica a conquistar el mayor número posible de plazas con el mínimo compromiso, que hay mucha hija de puta suelta.

Por su lado, Florentino queda con cantidad de tordas, pero hete aquí que ellas solo quieren que les dé con la de mear, lo cual es un fastidio para él, ya que busca un compromiso serio.

Por último tenemos a Bulma, que lo dejó con su novio de toda la vida y acabó en brazos de Samuel, historia que no cuajó, así que ahora se baja en cada parada para ver si es allí dónde quiere estar (nunca está conforme), mientras sus dos ex-novios dos la persiguen como patitos, enhebrando, eso sí, todo lo que pueden mientra dura la operación de acoso y derribo.

Y mientras tanto, aquellos a los que no quiere nadie rondan las cercanías del espectáculo en espera de la carroña que nunca probarán. Un brindis por ellos. Seguid intentándolo... o no.