sábado, 9 de julio de 2011

Loterías y apuestas del Estado

Esta semana ha llegado a mis oídos, repetido por distintas vías, que ayer se sorteaba el mayor bote acumulado hasta ahora de la lotería Euromillones. No hubo ningún acertante, así que el bote se mantiene:
Foto de Robert S. Donovan 

«En el sorteo de Euromillones de hoy no hubo ningún acertante de Primera categoría, se mantiene el Premio de 185 Millones de euros para el próximo martes 12 de Julio. Los acertantes de segunda categoría han sido premiados con algo más de 4,5 millones de euros»

Tanto dinero para alguien de a pie ¿es un regalo o una maldición? El debate al respecto se está repitiendo en la inefable página forocoches.  Si alguno de mis lectores resulta agraciado quizá debería tener en cuenta el consejo que dio Tim Harford en su columna a un ganador:
«No te preocupes por los amigos. Aunque las cosas no salgan bien, con cien millones de euros en el banco no tendrás problemas para hacer nuevas amistades. Pero haces bien en preocuparte de cómo administrar tus ganancias correctamente.
Si fueras un agente económico racional, instantáneamente optimizarías tus modelos adquisitivos para dar cuenta del enorme aumento de tu límite presupuestario. Evidentemente no lo eres, o ciertamente no habrías gastado dinero en un boleto de lotería, el cual te dio una pequeña oportunidad de ganar un premio que ahora dices que no quieres.
[...] debes adquirir experiencia. Te recomiendo que metas el dinero en un fondo fiduciario con normas vinculantes sobre cuándo puedes retirarlo. El primer año permítete cincuenta y cinco mil euros; con ello solucionarás las preocupaciones monetarias inmediatas y te podrás dar, a ti y a esos queridos amigos tuyos, algún que otro capricho. Después de esta práctica, permítete cien mil euros el segundo año y doscientos mil el tercero. En once años habrás retirado todo el dinero y habrás tenido suficiente tiempo para pensar cómo emplearlo de la mejor manera. Tendrás amigos nuevos y más ricos e incluso puede que hayas conservado alguno de los antiguos»
A veces yo también me pregunto qué haría con tanto dinero. ¿Vivir una vida lujosa?  ¿No parece estar mal quedárselo todo para uno mismo? ¿Entre quién repartir? ¿Dejárselo a tu prole? ¿Repartir solo entre miembros de la familia?  ¿Entre familia y amigos? ¿Hasta qué grado de cosanguinidad o amistad? ¿No habría que donar al menos una parte? ¿A qué? ¿ONG, proyectos de investigación...?

Si bien me imagino cómo lidiar con semejante liquidez, lo cierto es que nunca juego a ningún tipo de lotería. La probabilidad de ganar es demasiado pequeña. Puedo oír, según escribo esto, las vocecillas de mis compañeros cuando les digo que no llevo lotería de Navidad de la empresa. «¿Y si nos toca?» «Pues me alegraré mucho por vosotros», les contesto. Ya nos invitaréis a algo a los pobres (¡ay!, el «y si», que nos come la vida).

Por otro lado, la probabilidad de desarrollar cáncer es de más del 40%, con más de un 20% de posibilidad de morir. Igual sale más a cuenta comprar frutas y verduras en lugar de décimos de lotería.

A veces pienso en las loterías nacionales como en una especie de impuesto sobre la ignorancia matemática. Tengo la impresión de que quien lo más acaba pagando es, precisamente, la gente que más necesita ahorrarse el dinero: gente que trabaja mucho, gana poco, y no tiene suficiente educación. ¿Es lícito que el Estado se aproveche de esos habitantes para recaudar dinero?
«Enganchados como están a ese dinero [de las loterías], los estados no tienen más remedio que seguir bombardeando a sus ciudadanos --sobre todo, a los más vulnerables-- con un mensaje que contradice la ética del trabajo, del sacrificio y de la responsabilidad moral sobre la que se sustenta la vida democrática. Esta corrupción cívica es el daño más grave que producen las loterías. Degradan la esfera pública situando al gobierno en el papel de proveedor de una educación cívica perversa. Para mantener ese flujo de dinero, un buen número de gobiernos estatales de Estados Unidos se ven obligados actualmente a emplear su autoridad en influencia no para cultivar la virtud cívica, sino para vender falsas esperanzas, y deben convencer a sus ciudadanos de que, con un poco de suerte, pueden escapar del mundo de trabajo al que solo el infortunio les ha condenado.»
No obstante, comprar un boleto es también una forma de comprar ilusión. Uno se imagina en la playa, disfrutando de unas largas vacaciones, relajado, con la vida resuelta... Puede que no suponga un problema mientras uno no se gaste en estos juegos más de lo que su economía le permite. Además, el Estado tendría que buscar otra manera de ganar el dinero que saca ahora de los sorteos. En cierto modo, los que no jugamos tenemos carreteras y colegios más baratos gracias a la «financiación» proporcionada por los ilusos.

Viendo las probabilidades, la ganancia esperada en cada sorteo de Euromillones para un apostante es de -2.29 euros aproximadamente. Intuitivamente, esa cantidad semanal no parece precisamente una sangría económica, teniendo en cuenta además lo jugoso del premio. Pensándolo bien, tal vez debería jugar. ¿Y si me toca?