domingo, 18 de marzo de 2012

Orientación a resultados

Hubo una época en la que en mi casa, por las tardes, solo se podía ver a Dylan McDermott. El señor McDermott interpretaba en la serie El abogado a Bobby Donnell, el jefe de un bufete especializado en aparcar la ética lo más lejos posible para librar a los criminales de la cárcel. Las féminas de mi familia impusieron por aquel entonces la dictadura de la mayoría para garantizarse un chute diario de dopamina con la visión del susodicho.

Recuerdo un capítulo en el que uno de los socios del bufete, Eugene, se enfrenta a un abogado que nunca ha ganado un caso. Cuando el tipo vuelve a perder a pesar de haberlo tenido absolutamente todo a su favor, el pobre se derrumba. Hay un momento en el que gimotea: «soy un buen abogado». Eugene, nada compasivo, le reprende: «no, eres un mal abogado».

¿Contrataría el lector a un abogado que no ha ganado nunca? Probablemente no. ¿Se dejaría operar por un cirujano con un tasa de supervivencia del 1%? Lo dudo mucho. Pagamos, individual y colectivamente, por los éxitos. La orientación a resultados es un requisito habitual en las ofertas de trabajo para vendedores, coordinadores, directores y, en general, quienes trabajan en proyectos de cualquier tipo. Como dice Sandel:
 «pese a todo lo que se diga del esfuerzo, lo que de verdad cree la meritocracia que merece ser retribuido es la contribución o el logro». 
Esforzarse e intentarlo está muy bien, pero no es suficiente. Quien mejor lo expresó fue el actor secundario Bob -el de Los Simpson- cuando se quejaba de estar en la cárcel por intento de asesinato. «¿Qué significa eso de intento? ¿Conceden el premio Nobel por intento de química?», dijo.


Bajo mi punta de vista todos nosotros, en mayor o menor medida, asumimos intuitivamente que los resultados son indicadores fiables de nuestras capacidades. Es fácil pensar que si el abogado perdía siempre es porque era un inútil. En el otro extremo, Bill Gates aseguró que, a la vista de los títulos conquistados por el F. C. Barcelona, Guardiola era un genio.

No obstante, nuestras aptitudes son parte de un conjunto más amplio de elementos que determinan el producto de nuestras acciones. Entre otros factores, la suerte juega un papel importante -especialmente a corto plazo-. Según Mauboussin:
«There are plenty of people who succeed largely by chance. More often than not, they are completely unaware of how they did it. But they almost always get their comeuppance when fortune stops smiling on them. Likewise, skillful people who have suffered a period of poor outcomes are often a good bet, since luck evens out over time.»
El azar influye no solo en cómo se desarrollarán los hechos, sino también en el contexto -tanto presente como futuro- en el que tienen lugar. ¿Podremos usar nuestras habilidades plenamente? ¿Contaremos con un equipo adecuado? ¿Tendremos los recursos necesarios a nuestra disposición? ¿Estará disponible la información necesaria en el momento justo?  Etcétera, etcétera.

Sin embargo, parece que a largo plazo olvidamos el papel de la fortuna en el desenlace de los acontecimientos. En El séquito (S03E02) una cadena de apagones afecta a los cines donde se estrena la nueva película del cliente principal de Ari Gold, representante de actores. Cuando Ari cree que no llegará a la cifra prevista de recaudación pierde los nervios. Su mujer le pide que no se preocupe, que la industria entenderá que no es culpa de la película. Él replica:
«Nena, tampoco fue culpa de los Cabs que ese estúpido fallara el lanzamiento, pero siguen sin tener el anillo de campeones. En esta vida no hay asteriscos, solo resultados».
Que se lo digan a Fernando Torres. O a Raúl González. Como delanteros, su cometido es marcar goles; en cuanto dejan de anotar se pide su cabeza. Muchos opinaban que el hecho de que Raúl -según sus defensores- corriera mucho y trabajara por el equipo no era razón suficiente para mantenerle como titular.

Yo pienso que, en un mundo dominado por las probabilidades, es mejor centrarse en los procesos que en lo obtenido finalmente. Es difícil creer que alguien pueda tener mala suerte siempre, pero un mal rendimiento puede deberse a causas no relacionadas con la valía del individuo. (Por ejemplo, el cirujano puede tener una tasa de supervivencia muy baja porque elige los casos más difíciles). Otras veces ocurre que los frutos crecen donde no estamos mirando. (Raúl dejó de luchar por el trofeo pichichi, pero tal vez fuera porque los goles que él marcaba habían pasado al contador de sus compañeros).

Dado que a menudo hemos de actuar carentes de información y certeza, las acciones correctas pueden dar mal resultado, del mismo modo que las acciones equivocadas pueden dar buen resultado. El problema es que si lo único que cuenta es el logro, entonces alguien puede elegir actuar de forma reprobable con tal de alcanzar el fin buscado. Evaluar el trabajo de una persona únicamente por sus consecuciones es un incentivo peligroso.

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