— ¿Que te quieres comprar una qué? — Frasier no salía de su asombro.
— Una moto —dijo Martin, entusiasmado—. Una como la de House. Estoy harto de perder tiempo en los atascos.
— Pero papá, una moto es muy peligrosa. ¿Es que te quieres matar?
— ¡Eso son bobadas! Te puedes morir de cualquier cosa. El día menos pensado te atropella un camión.
— ¿Has probado a mirar antes de cruzar?— apuntilló Niles.
Martin lanzó una mirada asesina a su hijo. Frasier continuó:
— Papá, estás confundiendo posibilidad con probabilidad. El riesgo no se distribuye al azar en la carretera. Ir en moto es una actividad veintidós veces más propensa a ocasionar la muerte que conducir un coche.
— Frasier tiene razón. También podría acabar contigo un meteorito que cayera del cielo, pero si tuvieras que apostar tu dinero ¿apostarías por eso o por un accidente con tu moto?
— No os preocupéis por mí, yo sé lo que me hago. Os prometo que tendré cuidado. Y ahora me voy, que he quedado con Duke para ver modelos.
Martin cogió su abrigo y se marchó.
— ¿Es que se ha vuelto loco? —vociferó Frasier.— Y luego no quiere ir a Boston porque le da miedo el avión.
— Era de esperar —respondió su hermano—. Como psiquiatra, sabes que cuando el riesgo es algo que asumimos voluntariamente, que no se nos ha impuesto, solemos aceptarlo complacientemente.
Niles encaró la puerta.
—En fin, yo también he de irme —dijo—. Tengo que dirigir la terapia de mi grupo de adictos al sexo y no puedo dejarles mucho tiempo solos.
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