lunes, 25 de agosto de 2014

Nacidos para correr

Sospecho que ustedes también tienen al menos un amigo de esos que es un enamorado del deporte, con más energía que una central nuclear y que corre maratones, ultramaratones o triatlones, que juega dos o tres partidos de fútbol en un solo día o que participa simultáneamente en dos ligas de pádel. Personas a las que uno mira con asombro preguntándose de dónde les viene ese ímpetu que les hace levantarse a horas intempestivas para salir a correr o a montar en bicicleta, que nunca parecen cansarse y que dicen cosas como «después de la carrera del otro día estaba tan agotado que al día siguiente no puede correr ni cinco kilómetros» (verídico). Personas como Howard Wasdin, antiguo miembro de los de los Navy SEAL, a quien en los agradecimientos de su libro uno de sus antiguos compañeros describe directamente como «loco»:

Durante el entrenamiento del BUD/S con la clase 143, conocí a Howard Wasdin. Acabábamos de terminar otro día brutal de entrenamiento, y Howard preguntó: «¿Quién quiere venir a correr conmigo a la playa?». Pensé que estaba loco. «¡¿Acaso no hemos tenido suficiente por hoy?!». Aún más locos estaban los tipos que le siguieron.
Mientras a la inmensa mayoría de nosotros nos cuesta dios y ayuda ponermos en marcha cuando se trata de deporte, el problema para estos individuos parece ser justo el contrario, es decir, parar. En este sentido, se parecen a los perros husky:

[E]l problema es parar a los perros, no ponerlos en marcha. Están hechos para correr. Si se les deja sueltos, corren hacia el horizonte y siguen corriendo hasta quedar agotados, por lo que uno no vuelve a verlos nunca más.
Foto de EveryDamnNameIsInUse
Esta y otras razas de perros han sido criados y seleccionados por el hombre para no detenerse. En Alaska tiene lugar todos los años una carrera de trineos de larga distancia llamada Iditarod Trail Sled Dog Race en la que equipos de dieciséis perros comandados por un musher deben recorrer unos mil ochocientos kilómetros a través de la nieve en el menor tiempo posible. La primera edición de esta carrera tuvo lugar en 1973. Desde entonces, mediante el cruce y la reproducción seleccionada de los mejores perros el tiempo empleado en recorrer dicha distancia se ha reducido a la mitad:

The winners of the first two Iditarod races took more than twenty days to finish. Two decades of breeding later, mushers were finishing in half that time. Alaskan huskies morphed into athletes unique on the planet. Even before training, an elite Alaskan husky can move four to five times as much oxygen as a healthy, untrained adult man. With training, top sled dogs reach a VO2max about eight times that of an average man, and more than four times higher than a trained Paula Radcliffe, the women’s marathon world record holder.
El perro idóneo para una carrera de este tipo cuenta, además de con características propiamente atléticas, con una inquebrantable voluntad de seguir adelante. Y ocurre que esa es una característica que se puede mejorar con la crianza, lo que significa que tiene una base genética (ibídem Epstein):

Huson and colleagues discovered genetic traces of twenty-one dog breeds, in addition to the unique Alaskan husky signature. The research team also established that the dogs had widely disparate work ethics (measured via the tension in their tug lines) and that sled dogs with better work ethics had more DNA from Anatolian shepherds—a muscular, often blond breed of dog originally prized as a guardian of sheep because it would eagerly do battle with wolves. That Anatolian shepherd genes uniquely contribute to the work ethic of sled dogs was a new finding, but the best mushers already knew that work ethic is specifically bred into dogs.
“Yeah, thirty-eight years ago in the Iditarod there were dogs that weren’t enthused about doing it, and that were forced to do it,” Mackey says. “I want to be out there and have the privilege of going along for the ride because they want to go, because they love what they do, not because I want to go across the state of Alaska for my satisfaction, but because they love doing it. And that’s what’s happened over forty years of breeding. We’ve made and designed dogs suited for desire.”
El mismo proceso se ha replicado en ratones, con idéntico resultado (ibídem Epstein):

Normal mice run three to four miles each night. [Theodore] Garland took a group of average mice and separated them into two subgroups: those that chose to run less than average each night, and those that chose to run more than average. Garland then bred “high runners” with other high runners, and “low runners” with other low runners. After just one generation of breeding, the progeny of the high runners were, of their own accord, running even farther on average than their parents. By the sixteenth generation of breeding, the high runners were voluntarily cranking out seven miles each night. “The normal mice are out for a leisurely stroll,” Garland says. “They putz around on the wheel, while the high runners are really running.”
Finalmente, también en humanos se ha observado que la herencia genética influye en el nivel de actividad física (ibídem Epstein):

Variations in the brain’s dopamine system make certain individuals more likely to feel reward when using particular drugs, and they are more likely to become addicted. Is it possible that, like sled dogs and lab mice, some people are biologically predisposed to get an outsized sense of reward or pleasure from being constantly in motion? All sixteen human studies conducted as of this writing have found a large contribution of heredity to the amount of voluntary physical activity that people undertake.
Todo esto significa que personas como Dean Karnazes, Pam Reed y Scott Jurek sencillamente nacen, no se hacen (piense también en los tarahumara, por ejemplo). Su cerebro les obliga a moverse; son literalmente yonquis del deporte. Pero ¿y si esa capacidad de esforzarse no se limita al ámbito físico? ¿Y si la fuerza de voluntad en general tiene un punto de partida y un rango de alcance marcados por el ADN?

Durante las últimas semanas hemos estado hablando sobre las diez mil horas de práctica deliberada como forma de suplir, al menos parcialmente, la carencia de talento natural. La idea es que aunque no hayamos salido premiados en la lotería genética, siempre está en nuestra mano practicar concienzudamente para mejorar y llegar lejos. Sin embargo, siempre que yo leía sobre las célebres diez mil horas me preguntaba ¿y si la capacidad o el deseo de esforzarse son también dones naturales? Eso mismo se preguntaba el cirujano Atul Gawande:

En realidad, el talento verdadero quizás sea el que uno tiene para practicar. K. Anders Ericsson, especialista en psicología cognitiva y experto en rendimiento, observó que el mejor modo de que los factores innatos desempeñen un papel importante puede consistir en la disposición para dedicarse a un aprendizaje continuo. Descubrió, por ejemplo, que a las personas con un rendimiento billante tampoco les gusta practicar (éste es el motivo por el cual los atletas y los músicos dejan de practicar cuando se retiran). Pero aún así tienen más voluntad que otros para seguir esforzándose.
Los cirujanos, dice Gawande, no creen en el talento. En lugar de ello «los cirujanos de los hospitales clínicos dicen que lo más importante para ellos es encontrar gente los suficientemente concienzuda, trabajadora y crédula para continuar con la práctica de algo que resulta difícil siempre». Sin embargo «creen que la pericia puede aprenderse, pero no la tenacidad. Es un punto de vista que se sostiene incluso en los mejores departamentos de cirugía». Así pues, uno puede nacer doblemente premiado, con talento y tesón, y ser capaz de los mayores logros (ibídem Epstein):

In her engrossing book Gifted Children: Myths and Realities, psychologist Ellen Winner coined the phrase “rage to master” to describe one of the primary qualities of gifted children. She describes it as intrinsic motivation and “intense and obsessive interest.” In a sentence that seems as if it were made to describe Tiger Woods or Mozart, she writes: “The lucky combination of obsessive interest in a domain along with an ability to learn easily in that domain leads to high achievement.”
O se puede nacer si ninguna de las dos y arrastrarse por la vida abrazado a la mediocridad. Ello me hace pensar que aquellos quienes airean su éxito achacándolo únicamente a lo duro que han trabajado tienen aún más suerte de lo que creen.

Hace poco Eric Barker escribía que el rasgo de personalidad más valioso según la ciencia era la diligencia (conscientiousness), esto es, el ser minucioso, esmerado, eficiente, organizado, ordenado y sistemático. Implica sentir el deseo de hacer bien una tarea y aspirar al logro. Ello requiere autodisciplina y ser capaz de pensar antes de actuar. Pero si nuestra personalidad no viene equipada de serie con estos elementos estaremos atrapados en una situación del tipo «pescadilla que se muerde la cola». Podrías intentar dedicar diez mil horas a cultivar esa parte de tu persona pero ¿cómo vas a hacerlo si de partida no cuentas con la volición necesaria para completar el proceso? En cualquier caso, aunque lo lograras, después quedarían otras diez mil horas (o más) que dedicar a aquello en lo que quieres triunfar.

No trato de insinuar que los genes lo son todo; ninguna persona educada defendería tal cosa. No se trata, pues, de holgazanear en el sofá justificándose bajo la excusa de que «no he nacido con genes para el trabajo». No. Solo constato el hecho de que, como escribió Steven Pinker, «los genes no sólo nos empujan hacia situaciones excepcionales del funcionamiento mental, sino que nos sitúan dentro de la variedad normal, y son la causa de gran parte de la diversidad de capacidad y temperamento que observamos en las personas que nos rodean». Cualquier plan de desarrollo personal ha de contemplar estas limitaciones si se pretende que tenga éxito, pues el camino para llegar a Roma no es el mismo ni tiene el mismo coste cuando uno tiene un avión privado que cuando solo puede ir andando.

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