Por curiosidad, he hecho que mi ordenador me leyera en voz alta un texto de mil palabras con un total de seis mil ciento sesenta y dos caracteres. Ha tardado cinco minutos y seis segundos, lo que representa un ancho de banda de veinte bytes por segundo. A ese ritmo tardaría trescientos diecisiete días en descargar de internet un vídeo típico de poco más de quinientos megabytes.
¿Cuál es el ancho de banda del ojo humano? Sospecho que es muy difícil de medir y que depende de nuestra definición de información. ¿Contamos solo los atributos de la imagen en sí misma (colores, formas) o también lo que representan? Consideremos el archivo de imagen que se muestra a continuación, el cual ocupa veinticinco kilobytes.
Imagen de Wikimedia Commons |
Un estudio de la Universidad de Pensilvania cifró en 2006 el ancho de banda del ojo humano en 8,96 megabits por segundo, esto es, casi nueve millones de bits por segundo. El físico Danés Tor Nørretranders calcula que es de mil doscientos cincuenta megabytes por segundo (y la centésima parte de esa cantidad para el oído). Aunque no sepamos la cifra exacta parece que el dicho es cierto y que, efectivamente, podemos recibir mucha más información a través de los ojos que a través de los oídos.
La vista es uno de nuestros sentidos más importantes. En los primates, una buena porción del cerebro está dedicada a la visión. En los humanos, el córtex visual es el sistema más grande del cerebro y el procesamiento de la información visual supone el treinta por ciento de la actividad cerebral.
Actualmente, es conocimiento común el hecho de que la visión humana no funciona como una cámara, registrando pasivamente los estímulos sensoriales, sino que el cerebro interpreta dichos estímulos:
[E]l cerebro crea descripciones simbólicas. No recrea la imagen original, sino que representa los diversos rasgos y aspectos de la misma en términos completamente nuevos —no con garabatos de tinta, como es lógico, sino con su propio alfabeto de impulsos nerviosos—. Estas codificaciones simbólicas se crean en parte en la misma retina, pero sobre todo en el cerebro. Una vez allí, se dividen, transforman y combinan en la extensa red de áreas visuales cerebrales que a la larga nos permiten reconocer los objetos. Por supuesto, casi todo este proceso tiene lugar entre bastidores, sin entrar en el conocimiento consciente, razón por la cual da la impresión de ser fácil y obvio.Esto salta a la vista (nunca mejor dicho) con algunas ilusiones ópticas, más concretamente con aquellas que no dependen de factores externos, como los arcoiris. En los conocidos ejemplos que aparecen a continuación, verbigracia, la imagen retiniana permanece constante pero nuestra percepción cambia, lo que sugiere que dicha percepción incluye criterio e interpretación. Como dice Ramachandran: «la percepción es una opinión del mundo formada de manera activa más que una reacción pasiva ante un input sensorial procedente de aquél».
Cubo de Necker. El cubo parece estar igualmente encima o debajo del observador. |
Ilusión de Ponzo. Las líneas amarillas tienen la misma longitud. |
Formas a partir de sombras, por Vilayanur S. Ramachandran. La mitad parecen concavidades. Si se pone la imagen al revés, las concavidades pasan a ser convexidades, y viceversa. |
Toda percepción está sesgada. Nuestro sistema visual evolucionó para adaptarse a los objetos tridimensionales del mundo natural y, a consecuencia de ello, tiene ciertas expectativas. Así, ante un estímulo ambiguo, lo mejor que puede hacer el cerebro es adivinar cuál es la interpretación correcta. Las inferencias y suposiciones de nuestro cerebro pueden verse en ilusiones ópticas como las siguientes.
El triángulo de Kanizsa. No existe ningún triángulo blanco. |
La habitación de Ames, foto de Ian Stannard. Ambas personas tienen en realidad la misma estatura. |
Esperamos que la luz venga de arriba, que los objetos sean simétricos y que cambien sin saltos a lo largo del tiempo y del espacio, que las habitaciones sean cúbicas (en lugar de trapezoidales, como la de Ames), que el color de las imágenes de fondo sea uniforme (por ejemplo, el del cielo) y que las caras sean superficies convexas. Estos supuestos están tan arraigados en nuestro sistema sensorial que hay ocasiones en que no podemos dejar de ver la ilusión aunque sepamos que lo que percibimos no es real. Muestra de ello es la ilusión de la máscara hueca, en la que nuestra expectativa de que las caras sean convexas hace que veamos cómo la nariz apunta hacia nosotros, cuando en realidad lo está haciendo en dirección contraria.
La ilusión de la cara hueca. La máscara es en realidad cóncava. |
Podemos ingerir una buena cantidad de información por segundo a través de los ojos pero para digerirla a un ritmo suficientemente rápido el cerebro se vale de atajos y hace interpretaciones automáticas e inconscientes que no siempre pueden modularse voluntariamente. Esta es una estrategia sensata porque la mayor parte del tiempo las expectativas se cumplen y las conjeturas son correctas. De vez en cuando, sin embargo, nos topamos con una visión incongruente con nuestras expectativas y mostramos un sesgo de realidad, esto es, vemos los objetos más como esperamos que sean que como son realmente. El resultado es una ilusión.
Todo lo anterior quiere decir que es nuestra naturaleza no ver lo que hay sino lo que esperamos ver, lo que ya hemos visto muchas veces antes o lo que estamos preparados para ver. En estas páginas hemos visto que eso también se aplica a nuestras opiniones y creencias. Será porque en ambos casos el encargado de interpretar la información es el mismo órgano.
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