lunes, 11 de septiembre de 2017

Nadie sabe qué está haciendo

Ha sido una semana difícil. Lo que prometían ser siete días de asueto con viaje al extranjero incluido han trocado en un huracán familiar que ríase usted de José, Harvey o Irma. Los problemas comenzaron con un catarro que derivó en bronquitis, hipoxia, edema pulmonar y taquicardia. Las operaciones de transporte que conlleva una hospitalización se nos han complicado por la escasez de vehículos, hallándose estos en el taller precisamente cuando más falta nos hacían. Ha habido que hacer malabares para cubrir turnos en el hospital sin descuidar a la abuela, que requiere atención las veinticuatro horas del día. Y todo ello sin dejar de lado a un amigo de la familia cuya propia tormenta ha coincidido con la nuestra y que necesitaba auxilio.

Mi hermana se ha visto superada. Se lamentaba de no ser suficientemente madura y de no saber qué hacer. Entendía muy bien lo que sentía, pues yo me he sentido igual miles de veces. Lo que a ella le falta por aprender es que, en realidad, en este mundo nadie tiene la menor idea de qué cojones está haciendo.

Oliver Burkeman explica muy bien cómo nos dejamos engañar por las apariencias: vemos a una persona actuar de manera decidida y pensamos que tiene confianza, cuando en realidad no podemos saberlo porque solo vemos sus actos y no tenemos acceso a sus pensamientos. Al juzgarnos a nosotros mismos, por el contrario, no solo somos conscientes de lo que hacemos sino que también sabemos lo que pensamos y lo que sentimos. En la práctica, los otros son un libro cerrado que valoramos por la portada, una imagen que proyecta la otra persona y que normalmente esconde dudas, inquietudes y desvelos:

[T]here’s a huge problem lurking here. We’re comparing apples with oranges—or, as the saying goes, comparing our insides with other people’s outsides. That guy on stage who’s giving a super-smooth presentation, while you wait nervously in the wings until it’s your turn? He might well be a panicking wreck inside. You could never know.

[...] This is something it’s even harder to keep in mind today, when our lives unfold in public on Facebook and Twitter, and via well-designed web presences. We use these, naturally enough, to showcase the best parts of our lives: the joyous weddings and enviable vacations, the finished projects, and testimonials from satisfied clients. But we forget that we’re only seeing everyone else’s highlights, too—not the sleepless nights, the abandoned attempts, the moments of despair and self-doubt.
Cierto es que existen personas realmente seguras mas es mi opinión que esa confianza y determinación se limitan a uno pocos aspectos de su vida. Hay quien tiene grandes habilidades para lidiar con las crisis que encuentra en su trabajo pero que es un desastre con las atinentes a su vida amorosa, y viceversa. O quizá su punto débil sean las emergencias médicas. O las económicas. La cuestión es que dudo mucho que exista una persona que domine todas las áreas problemáticas de la vida con suficiente seguridad como para no verse superado en algún momento. Y ello es así por cuanto la maestría requiere práctica.

A modo de ejemplo, consideremos el caso de los padres primerizos. Ser padre por primera vez implica afrontar una serie infinita de problemas que pueden surgir en cualquier momento con restricciones más o menos severas de tiempo, dinero y energía, a lo que hemos de sumar la presión añadida de lo mucho que hay en juego. Así, no es de extrañar que, por más que uno lo desee, la llegada de nuestro cachorro al mundo sea una experiencia agobiante por momentos. Será por eso que, como bromea Manuel Burque en su monólogo, los progenitores dicen que tener un hijo es lo mejor que les ha pasado en la vida, pero lo dicen con cara de ser lo peor que les ha pasado en la vida.

Según tengo entendido, con el segundo hijo todo va mucho más rodado. No creo que se considere arrogante por mi parte decir que eso se debe a que la crianza previa engrasa los engranajes de los progenitores. Mi experiencia me dice que esta verdad sencilla se nos olvida con frecuencia.

Por ejemplo, hay quien fracasa la primera vez y concluye que es un inútil, que no vale para su profesión, o que es un mal padre o esposo o lo que sea. Mi hermana cometió un error de ese tipo hace años. En su primer día como profesora de preescolar llegó a casa llorando, lamentándose de que no servía para ser profesora, todo porque un niño de su clase se había dado un coscorrón con una ventana. Su llantina me recordó a la inseguridad de los médicos cuando empiezan su práctica clínica:

No es extraño que la primera historia clínica requiera entre veinte y veinticinco visitas al paciente antes de tener los datos completos. No es raro que haya que auscultar al individuo alrededor de catorce veces antes de oír su corazón la primera vez. «Lo hice fatal», confiesan muchos de ellos.

[...] La primera vez que das un tajo en el quirófano no sabes muy bien la presión que tienes que ejercer sobre la piel, así que lo normal es que lo hagas más flojo de lo necesario y se rían de ti hasta los celadores. «Muy bien, ya has arañado la piel. Ahora puedes empezar a operar», me dijeron la primera vez que me vestí de verde después de empezar a abrir un abdomen muy despacito.
Con la práctica, sin embargo, lo que antes aterraba acaba por convertirse en rutina. No es distinto con otras experiencias vitales: la primera vez estás perdido, confuso y asustado, pero con la exposición repetida y la práctica llega la confianza.

Es absurdo sacar conclusiones acerca de nuestra personalidad basándonos únicamente en el primer contacto con una crisis que se ciñe a un ámbito determinado y ocurre en un contexto dado. Igualmente, hay que ser cautelosos a la hora de hacer inferencias sobre otras personas y compararnos con ellas. Para poder hacer deducciones válidas tendríamos que cotejar nuestros actos y pensamientos con los actos y pensamientos de los demás pero, como hemos visto, estos últimos nos son desconocidos en su mayoría. Si preguntan a las personas que admiran es muy posible que descubran, como me pasó a mí, que por dentro ellos no están tan seguros como parece.

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