lunes, 4 de diciembre de 2017

Pues qué bien (y II)

En mi profesión se dice que las alertas deben ser lo que los ingleses llaman actionables, esto es, han de contener la información suficiente para que el operador que las recibe pueda tomar las medidas necesarias para remediar el fallo. De lo contrario, las alarmas sobrecargan al personal que las atiende con trabajo inútil, incertidumbre o falsos positivos.

Foto de Jon S.
Pensemos por un momento en el cuadro de mandos de un coche con motor de combustión, el cual contiene un conjunto de luces o testigos que avisan al conductor cuando hay un problema, desde el desgaste de los frenos a la temperatura del motor, pasando por la desactivación del freno de mano, puertas mal cerradas, etcétera. La mayoría de ellas son buenas alertas, en tanto en cuanto dejan claro al conductor cuál es el problema y qué hay que hacer para solucionarlo. Otras, por el contrario, no lo son tanto, como ese símbolo del motor que indica simplemente que algo no anda bien y que hay que llevar el coche al taller, sin dar pistas sobre la gravedad o urgencia del asunto.

Como digo, los alertas del cuadro de mandos de un coche son útiles y relevantes para la conducción. Los diseñadores saben que la capacidad de procesamiento de información del conductor es limitada y que han de limitarse a lo importante para evitar distracciones y accidentes. Sin embargo, en nuestra vida diaria ocurre lo contrario: estamos inundados de rebatos que son irrelevantes para nuestra existencia cotidiana. Me refiero a eso que conocemos como «las noticias».

Neil Postman observó que vivimos en una aldea global en la que recibimos información de todos los lugares del mundo pero que dicha información poco o nada tiene que ver con quien la recibe. La mayor parte de las noticias que nos llegan lo hacen ayunas del contexto social o intelectual en el que se produjeron y pierden su sentido allí donde se reciben, fenómeno mucho más evidente si echamos un vistazo a la sección internacional. Así, puede que nos enteremos de que la policía estadounidense ha tiroteado a otro hombre afroamericano desarmado, mas ese problema seguramente nada que tenga que ver con la sociedad en la que vive el lector de la noticia (sea porque la población en su país es homogénea o sea porque la policía no se lía a tiros a las primeras de cambio). Por tanto, conocemos un hecho y de nuevo la reacción más común será musitar: «pues qué bien».

Según Postman, nos hallamos en medio de un océano de información inútil, ya que disponemos de muchos reportajes, avisos y testimonios... y nada que hacer con todos esos datos. Como expresa el autor norteamericano maravillosamente:

Since we live today in just such a neighborhood (now sometimes called a “global village”), you may get a sense of what is meant by context-free information by asking yourself the following question: How often does it occur that information provided you on morning radio or television, or in the morning newspaper, causes you to alter your plans for the day, or to take some action you would not otherwise have taken, or provides insight into some problem you are required to solve? For most of us, news of the weather will sometimes have such consequences ; for investors, news of the stock market; perhaps an occasional story about a crime will do it, if by chance the crime occurred near where you live or involved someone you know. But most of our daily news is inert, consisting of information that gives us something to talk about but cannot lead to any meaningful action. This fact is the principal legacy of the telegraph: By generating an abundance of irrelevant information, it dramatically altered what may be called the “information-action ratio”.
Él sostuvo que el telégrafo y las tecnologías que lo siguieron rompieron la relación entre información y acción, introduciendo en nuestras sociedades la irrelevancia, la impotencia y la incoherencia a gran escala. La información sin contexto no nos ayuda a tomar decisiones sociales y políticas y no llama a la acción (entendiendo esta como algo realmente útil y significativo que puede producir un cambio en el mundo, no escribir un tuit con un hashtag determinado). Eso significa que la ciudadanía está empachada de información al mismo tiempo que su poder político y social ha disminuido (íbidem Postman):

You may get a sense of what this means by asking yourself another series of questions: What steps do you plan to take to reduce the conflict in the Middle East? Or the rates of inflation, crime and unemployment? What are your plans for preserving the environment or reducing the risk of nuclear war? What do you plan to do about NATO, OPEC, the CIA, affirmative action, and the monstrous treatment of the Baha’is in Iran? I shall take the liberty of answering for you: You plan to do nothing about them. You may, of course, cast a ballot for someone who claims to have some plans, as well as the power to act. But this you can do only once every two or four years by giving one hour of your time, hardly a satisfying means of expressing the broad range of opinions you hold. Voting, we might even say, is the next to last refuge of the politically impotent. The last refuge is, of course, giving your opinion to a pollster, who will get a version of it through a desiccated question, and then will submerge it in a Niagara of similar opinions, and convert them into—what else?—another piece of news. Thus, we have here a great loop of impotence: The news elicits from you a variety of opinions about which you can do nothing except to offer them as more news, about which you can do nothing.
De acuerdo con el crítico estadounidense, hubo una época (allá por el siglo XIX) en la que la información de las noticias ayudaba a las personas a conducirse en la vida, pues era lo que el público demandaba. Actualmente sucede lo contrario: nos vemos en la necesidad de inventar usos para toda la información inane de la que disponemos. Y ocurre que los mejores usos que hemos encontrado para ello han sido dos. El primero, señalado por Postman, el entretenimiento: crucigramas, concursos de radio y de televisión, el Trivial Pursuit, y otros juegos y pruebas destinados a medir nuestro acervo de hechos y datos. El segundo, añado yo, satisfacer nuestra curiosidad superficial acerca del mundo y hacernos creer que somos cultos.

Imaginen que su coche mostrara en el cuadro de mandos toda la información (velocidad, temperatura,  emisora de radio, alarmas) de todos los coches de la carretera. Sería absurdo pero probablemente sea seguro decir que esa es la situación que vivimos actualmente respecto a las noticias. Diariamente llega a nuestras cabezas (a través de la prensa, la televisión e internet) un fárrago de conflictos, declaraciones, cadáveres, anécdotas y otros hechos brutos, inconexos e irrelevantes, que mezclan lo trivial con lo importante en secuencias sin transición, lo cual no puede sino acentuar la desorganizada imagen que nos hacemos del mundo, máxime cuando ni siquiera podemos detenernos a reflexionar, ya que el flujo no cesa. Y total, para que no podamos hacer nada salvo, a lo sumo, discutir en el café o en las redes sociales.

Pues qué bien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario