sábado, 28 de julio de 2012

Los hombres que no amaban a las mujeres (I)

La escena de Alberto Ruiz-Gallardón saltando a la portada de los periódicos por su intención de prohibir el aborto de fetos con malformaciones me ha recordado aquel episodio de Los Simpsons en el que Lisa se pone a cantar para evitar una fuerte discusión entre los padres de Milhouse. Con la que está cayendo en España es difícil no verlo como un torpe intento de despejar la carretera que lleva a los cerros de Úbeda.

Tal como se esperaba el anuncio se comenta y discute por doquier. Quisiera tratar los argumentos que más se repiten al respecto (no sobre el problema del aborto en general -aunque algunos se solapan-, sino sobre este supuesto en concreto) y hacer algunas observaciones sobre los mismos. Mi intención
Foto de mabelzzz
no es convencer de mi punto de vista al lector, sino diseccionar las tesis en liza para ver qué hay detrás de ellas, calibrar su solidez y detectar posibles errores. A menudo, lo que hacemos primero frente a un dilema ético es adoptar una postura a favor o en contra, después de lo cual ya elegimos con qué defender nuestro punto de vista (qué se le va a hacer, así funciona el cerebro humano). Sugiero que en cuestiones como la del aborto no podemos depender de meras intuiciones, sino que nuestra posición debe ser fruto de un diálogo racional basado en principios universales como -y no es una lista completa- la dignidad de la persona, la protección de la autonomía individual, la igual consideración de intereses, la responsabilidad social y la obligación de no hacer daño.

Puede que el lector eche en falta de entre los puntos que analizaremos las tesis religiosas. La razón es que pienso igual que Julian Baggini cuando escribe:
«Para responder a estas preguntas creo que tenemos que emprender una búsqueda racional [...] nuestros argumentos no deben partir de ninguna supuesta verdad revelada, doctrina religiosa o texto sagrado. En cambio, deben recurrir a razones, pruebas y argumentos que todo el mundo pueda comprender y valorar, independientemente de que las personas profesen una fe o no. Esto es así porque para muchos creyentes, la autoridad de las religiones establecidas no se puede tomar como absoluta»
Como dicen Victoria Camps y Adela Cortina, las religiones «deben ser consideradas como un asunto privado, y no tienen derecho a universalizar sus doctrinas morales». La religión se basa en la fe, no en la razón, de modo que sus premisas no tienen cabida en una discusión que nos afecta a todos y, por lo tanto, requiere razones universales.

En esta primera parte veremos los argumentos a favor de la prohibición pretendida por el ministro de justicia. En la segunda parte repasaremos los argumentos contrarios, es decir, los que se oponen al cambio de la ley. La tercera parte versará sobre algunos puntos adicionales a tener en cuenta y además trataremos más en profundidad la cuestión sobre el valor de la vida humana.

CONSIDERACIONES SOBRE LOS ARGUMENTOS A FAVOR


Permitir el aborto de fetos con malformaciones es eugenesia


Este es el primer argumento que vi a favor de la prohibición y que más veces me he encontrado. La idea es más o menos así:

  • El aborto de fetos con malformaciones es una herramienta eugenésica.
  • La eugenesia es mala (aquí suele hacerse una referencia al nazismo).
  • Conclusión: el aborto de fetos con malformaciones es mala y debe prohibirse.

Para una breve historia de la eugenesia puede consultarse el libro de Michael J. Sandel. Quizá el lector se sorprenda al averiguar que hay unos cuantos filósofos a favor de la eugenesia. La razón es que se distinguen dos tipos de la misma. El primero es la eugenesia tradicional, cuyo ejemplo paradigmático es la que llevó a cabo el régimen nazi. Ese tipo de eugenesia lo impone el Estado de forma coercitiva. Se basa en un único molde central diseñado por el gobierno y se ceba entre los desfavorecidos. El resultado es conocido: esterilizaciones forzosas, asesinato en masa, etc.

Por otro lado tenemos la eugenesia liberal. Aquí son los padres quienes, libre y voluntariamente, deciden qué optimizaciones genéticas quieren para sus hijos. Según los defensores de esta postura no hay nada malo en querer que la raza humana sea cada vez mejor, siempre que sea una decisión individual y libre. Además, dado que los padres tienen la obligación de fomentar el bienestar de sus hijos ¿no cabe la posibilidad de que la mejora genética sea una obligación moral, de la misma forma que lo es la escolarización o la leche hidrolizada? No todos los filósofos están de acuerdo, claro, pero el debate nos muestra que existen argumentos en favor de la eugenesia (liberal), y que no podemos rechazarla solo porque sintamos que está mal o porque la versión tradicional esté relacionada con la barbarie nazi.

Incluso aunque asumamos que la eugenesia liberal no es aceptable, tampoco podemos pensar que si empezamos por filtrar los fetos según sus deficiencias acabaremos por hacerlo según el color del pelo o de los ojos. Son dos extremos de un amplio espectro y suponer que el primero acabará llevando inevitablemente al segundo es caer en la falacia de la pendiente resbaladiza. La sociedad es capaz de ponerse límites.

Debe darse idéntico nivel de protección a un ser concebido, tanto si presenta alguna minusvalía como si no


Es razonable suponer que todos los fetos tienen los mismos derechos. Ahora bien, el problema radica precisamente en decidir si el feto tiene derechos y, si así fuere, cuáles son. Esto nos lleva al problema general en torno al aborto: ¿es el feto una persona y, por lo tanto, tiene los mismos derechos? Esa es una cuestión que se sale del orden de cosas que ahora me interesa, a saber, el caso específico de la interrupción del embarazo cuando el feto presenta alguna deficiencia. Por tanto, no lo trataremos en esta entrada.

La vida de las personas con discapacidad no es menos valiosa que la del resto.
Permitir el aborto de los fetos con malformaciones es discriminar a los discapacitados


Este es el argumento principal de Ruiz-Gallardón. Se sugiere que terminar con la gestación de un embrión que dará lugar a una persona con discapacidad es una forma de prejuicio y discriminación contra todas las personas discapacitadas. Estaríamos asumiendo que la vida de los discapacitados no es digna de vivirse, o que son personas menos válidas.

En la forma presentada por el ministro esta tesis lleva implícita la equivalencia feto-persona de la que hablábamos en el punto anterior. Dicha equivalencia es muy discutible pero, como he dicho antes, analizarla en detalle no está en el orden del día.

Algunos parecen pensar que el aborto de fetos con malformaciones es lo mismo que querer dar muerte a todos los discapacitados. Pero estamos hablando de fetos, no de personas conscientes de sí mismas capaces valorar su propia vida y expresar su deseo de seguir viviendo, algo que debemos respetar según el principio de igual consideración de intereses y la autonomía individual.

También se aduce que este tipo de aborto significa minusvalorar la vida de los discapacitados. Me parece un salto lógico difícil de salvar. No hay duda de que la vida de los discapacitados es tan valiosa como la de cualquier otra persona. ¿De qué manera exactamente querer que nuestros hijos tengan todos sus miembros, sus sentidos y sus capacidades cognitivas intactas puede suponer un desprecio hacia los lisiados, los ciegos o los discapacitados mentales? Cualquier progenitor quiere un hijo sano; es un deseo legítimo de tantos que se pueden tener hacia la progenie, y que no tiene que estar ligado en modo alguno con la actitud hacia algún colectivo. Quizá una analogía sea ilustrativa aquí. A mi madre le gustaría que alguno de sus nenes se haga rico, pero de ello no se sigue que desprecie a los pobres, ni que quiera matarlos a todos.

Permitir el aborto en estos casos es retrógrado


Según algunos la actual ley nos ha llevado a una pretérita época bárbara y salvaje en la que no se respetaba la vida humana, ni siquiera la de los niños. Esa época podría ser, por ejemplo, la Grecia clásica, donde Platón y Aristóteles abogaban por el infanticidio de aquellos que tuvieran deformidades.

Aquí se asume nuevamente que el feto es una persona y su muerte un asesinato, por lo que acabar con dicho feto equivaldría a acabar con cualquier discapacitado. Pero semejante equivalencia es, como he dicho, una cuestión que no vamos a discutir en este momento.

Los médicos pueden estar equivocados


El diario La Razón presentó en portada el caso de una madre a la que advirtieron que su hijo padecía de síndrome de Down y que finalmente nació sano. La madre se pregunta cuántas veces habrá ocurrido eso.

Es cierto que los médicos pueden errar y por ello podrían optar por ser extremadamente conservadores en su diagnóstico, de manera que no se arriesguen a que finalmente se dé a luz a un hijo enfermo por si las demandas. ¿No será mejor ser conservadores antes que deshacernos de fetos sanos?

Eliminemos de la ecuación la discusión feto-persona y pensemos en un niño de cinco años al que sus padres llevan en coche al centro comercial un sábado por la tarde. ¿No será mejor que no lo hagan, dado que siempre hay una probabilidad de que el niño muera en el trayecto en un accidente de tráfico, por más que vaya en su sillita bien sujeto? ¿Debemos considerar a los padres negligentes si lo hacen (y condenarlos si el niño sufre un accidente)? Este ejemplo ilustra el problema de razonar en base a probabilidades límite. (Casi) siempre cabe la posibilidad de que las cosas sean de otra manera, pero es irracional comportarse basándose en las excepciones. Además, una vez liberada la presa del «y si» las posibilidades son infinitas. ¿Y si el feto se convierte en la edad adulta en una mezcla de Joker y Lex Lutor?

Otra consideración cabe aquí: la potencialidad no es hecho. Yo podría, verbigracia, llegar a ser el director de la empresa en la que trabajo, pero eso no me permite dictar las normas en este momento; me tengo que jorobar con lo que deciden otros. Si intentara actuar como director nadie me haría caso. Si probara a convencerles diciéndoles que «podría llegar a ser el jefe» probablemente me responderían «pero no lo eres».

La vida siempre es valiosa


Las premisas en este caso son:
  • La vida es siempre valiosa.
  • Algo de valor siempre es mejor que nada de valor.
  • Conclusión: cualquier vida, por terrible y sufrida que sea, es mejor que ninguna vida.

Este es un argumento que solía defender el doctor House: mejor vivo de cualquier forma que muerto.

Podríamos empezar por preguntarnos dónde reside el valor de la vida humana. Lo cierto es que una vez eliminados los argumentos teológicos no queda mucho donde rascar. Tal vez el valor «sagrado» que otorgamos a la vida de los Homo sapiens sea fruto de un mecanismo implantado en el cerebro por la evolución. Algunos filósofos optan por otorgar valor únicamente a la vida de seres pensantes, «racionales», conscientes de sí mismos como entidades distintas de los demás en diferentes momentos y lugares (es decir, a la vida de lo que John Locke definió como personas). Eso dejaría fuera a los fetos e incluso a los recién nacidos (lo cual no significa que podamos ir por ahí matando bebés ya que, entre otras cosas, debemos respetar el deseo de los padres de que sus hijos sigan viviendo). Por tanto, la explicación basada en el valor de la vida ya no sería válida.

Evidentemente uno puede renunciar a tal precisión y considerar que toda vida humana es valiosa en sí misma, pero entonces tendrá que argüir qué tiene de especial la vida del sapiens para considerarla de forma distinta a la de otros seres vivos. Si la única razón es la especie hablamos entonces de un límite arbitrario que podríamos querer mover, por ejemplo para incluir a otros primates o para excluir a algunas razas humanas.

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