lunes, 18 de noviembre de 2013

Una buena persona

– Creo que conozco a su hijo.
– ¿De verdad?
– No mucho, pero siempre me ha parecido buena persona.
– Es una buena persona. Es lo mejor que se puede decir de alguien.
–Margin Call

Alguna vez nos ha ocurrido a todos que, después de haber interactuado con alguien por primera vez, sentimos que esa persona no nos gusta en absoluto. Para Margarita dicha impresión es argumento más que suficiente para querer deshauciar a su compañero de piso, con el que lleva viviendo menos de dos meses. «¡Qué mala persona eres!», bromeé, señalando que va a dejar a una persona en la calle justo cuando empieza el frío. Ella contestó que en absoluto era una mala persona. «¿Crees que eres una buena persona?», insistí. «Sé que lo soy», me dijo.

Foto de ecastro
Hace algunos meses hablamos de la deshonestidad y del «efecto Lucifer», de cómo las situaciones influyen en el comportamiento ético de todos nosotros. En el entorno equivocado, baja malas influencias, incluso la gente con la mayor integridad puede obrar de forma moralmente reprobable. Para bien o para mal, las situaciones excepcionales casi nunca llegan, lo que nos permite mantener intacta una imagen propia de integridad moral. Así, es muy posible que la mayor parte de nosotros seamos buenos sencillamente porque no hemos tenido la ocasión de ser malos. Thomas Nagel se refirió a ese hecho como «suerte (o fortuna) moral circunstancial» en su ensayo Moral Luck:
«The things we are called upon to do, the moral tests we face, are importantly determined by factors beyond our control. It may be true of someone that in a dangerous situation he would behave in a cowardly or heroic fashion, but if the situation never arises, he will never have the chance to distinguish or disgrace himself in this way, and his moral record will be different.
A conspicuous example of this is political. Ordinary citizens of Nazi Germany had an opportunity to behave heroically by opposing the regime. They also had an opportunity to behave badly, and most of them are culpable for having failed this test. But it is a test to which the citizens of other countries were not subjected, with the result that even if they, or some of them, would have behaved as badly as the Germans in like circums­tances, they simply did not and therefore are not similarly culpable. Here again one is morally at the mercy of fate, and it may seem irrational upon reflection, but our ordinary moral attitudes would be unrecognizable without it. We judge people for what they actually do or fail to do, not just for what they would have done if circumstances had been different.»
Por supuesto la posibilidad de ceder a la presión del contexto es algo que pocos de nosotros estamos dispuestos a reconocer, lo que constituye una de las múltiples manifestaciones de la denominada ilusión de la invulnerabilidad personal. El psicólogo social Philip Zimbardo, padre del célebre experimento de la prisión de Stanfordescribe:
«[L]as fuerzas situacionales [...] pueden someter a la mayoría de las personas. Pero a nosotros no, ¿verdad? Es difícil ampliar a nuestros propios códigos de conducta las lecciones que hemos aprendido a partir de un análisis intelectual. Lo que en abstracto se aplica fácilmente a «los demás» no se aplica con tanta facilidad al caso concreto de uno mismo.»
Hemos llegado hasta aquí sin ni siquiera tratar de definir lo que constituye una buena persona. ¿Es aquella que se atiene únicamente a una ética de mínimos (la regla de plata: no hagas a los demás lo que no querrías que te hicieran) o es la que se adhiere a una ética de máximos (la regla de oro: trata a los demás como te gustaría que ellos te trataran a ti)? Observemos que, dependiendo de la altura a la que situemos el listón, podrían no ser necesarias circunstancias excepcionales para marcar a la mayoría como malas o buenas personas. Un compañero de trabajo afirmó hace un par de días: «yo no soy mala persona, nunca he matado a nadie». Con un listón tan bajo a la mayoría le estaría permitido andar con la cabeza alta. En el polo opuesto, si consideramos, por mor del argumento, que una de las formas más viles de maldad es la maldad por inacción, omisión o indiferencia («para que el mal triunfe, sólo se necesita que los hombres buenos no hagan nada»), entonces ¿quién está libre de culpa? Este es probablemente el tipo de maldad más común, pues es fácil de racionalizar y, como decía, discutible.

Otras dificultades se añaden a nuestra pretensión de juicio moral personal. ¿Basta una sola acción para calificar a alguien como buena o mala persona? ¿Cómo de grande habría de ser tal acción? ¿Cuántas acciones más pequeñas serían el equivalente? ¿Cuán poderosas habrían de ser las circunstancias para exonerar un mal acto, o cuán puras las intenciones de uno bueno? ¿Cuántas acciones buenas compensan una mala (si eso es posible, dada la asimetría en la consideración de ambos tipos)? Hay quienes se portan como santos con sus familias y amigos pero son crueles en otros contextos, como el laboral. ¿Eso los hace ser malas personas, o simplemente hipócritas? ¿Tiene más peso la bondad en cierto dominio que la mezquindad en otro?

Una cuestión tan compleja como el juicio moral es candidata ideal para el proceso de sustitución identificado por Kahneman. La pregunta «¿es fulanito buena persona?» es reemplazada por una mucho más fácil de responder, tal como «¿me gusta fulanito?», «¿he visto a fulanito hacer algo bueno?» o «¿se ha portado fulanito bien conmigo?». Pero quede esto al margen, pues es un tanto ajeno al asunto.

Mi conversación con Margarita me recordó la de un capítulo de la particular comedia Rockefeller Plaza (30 Rock, S0302). Jack Donaghy trata de explicarle al botones, Kenneth, que en el ámbito de la ética no siempre hay una única respuesta correcta, que en ocasiones se puede seguir siendo buena persona aunque se violen algunas normas morales:
Jack: Soy una buena persona.
Kenneth: Si usted lo dice, señor.
Jack: Pero la vida es difícil. No siempre sabes qué hacer. Imagínate en un bote salvavidas.
Kenneth: Un bote salvavidas.
Jack: Caben ocho personas, pero sois nueve a bordo. Las opciones son: volcar y que todo el mundo se ahogue, o sacrificar a uno para poder salvar a los demás. Bien, ¿cómo decides quién debe morir?
Kenneth: No creo en las situaciones hipotéticas, señor Donaghy, es como mentirle al cerebro.
Jack: Kenneth, tu vida es muy cómoda. La virtud que no se prueba no es una auténtica virtud.
De la misma forma que aquellos que dudan de que Sebastian Vettel sea realmente el mejor piloto de F1 del momento, pues lo ha tenido todo más fácil al contar con un coche muy superior, yo soy escéptico frente a quien se califica a sí mismo como buena persona sin haberse enfrentando a ninguna prueba moral de cierta enjundia. Cuántas de esas pruebas habrían de superar, y de qué tipo y alcance, esas son también buenas preguntas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario