lunes, 7 de julio de 2014

El principio de Dilbert

LEl principio de Dilbert hace más de una década, poco antes de que me sumara a la población activa. Me pareció divertido, y tal vez algo exagerado, pero ahora soy consciente de que no lo aprecié en todo su esplendor. Solo cuando uno ha pasado algunos años bajo el yugo empresarial se da cuenta de cuán ciertas son las historias del libro, y la tragedia que supone que sean graciosas porque son verdad. Quien conoce las miserias internas de su negocio no puede dejar de sorprenderse de que las casas se tengan en pie, los trenes lleguen a su hora, internet funcione o no haya más muchos más muertos cada día por diversas causas. Si lo piensan, el hecho de que las empresas funcionen es sorprendente. Pregunten por ahí si la gente es idiota y obtendrán mayoría aplastante de síes. Pues bien, la actividad empresarial consiste –visto de forma cínica– en coordinar el comportamiento de un puñado de idiotas para producir un producto o dar un servicio aprovechando la sinergia: ninguno de nosotros en solitario es tan estúpido como todos nosotros juntos. Por fortuna, de alguna manera las idioteces se cancelan mutuamente y a veces alumbramos cosas realmente útiles y convenientes para la vida.

El principio de Dilbert reza así: «los trabajadores más ineptos pasan sistemáticamente a ocupar cargos donde pueden causar el menor daño: la dirección de la empresa». La diferencia con el principio de Peter (que probablemente ya conozcan) es que «ahora, al parecer, los trabajadores incompetentes son ascendidos directamente a puestos de responsabilidad sin tener que pasar antes por las etapas de competencia».


Es un matiz sutil pero importante. En las empresas de servicios, los que mandan ya no tienen que haber pasado tiempo en la trinchera. Como resultado, quienes gestionan proyectos a menudo desconocen los problemas que hay que afrontar, planifican de forma disparatada y hacen encargos descabellados. El siguiente sketch de comedia, titulado "The Expert", lo resume muy bien. Si les resulta divertido probablemente sea porque ustedes también están atrapados en esta pesadilla kafkiana. Mis condolencias.


La acumulación de incompetencia causada por el principio de Peter se debía al hecho de que ascender a un empleado de, digamos, programador a jefe de equipo, no es un ascenso, sino un cambio de carrera, una función que requiere un conjunto de capacidades totalmente distinto. Personas que no querían o no sabían mandar se encontraban de repente con gente a su cargo. Sin embargo, aunque la mayoría acababan siendo malos jefes, al menos comprendían a sus empleados y lo que estos hacían. Como dice Adams:
«No lo supimos valorar, pero el infravalorado principio de Peter se encargaba de proporcionarnos un jefe que entendía lo que hacían sus empleados. Por supuesto, siempre tomaba decisiones erróneas; después de todo, no tenía ninguna formación empresarial. Pero por lo menos se trataba de decisiones informadas, tomadas por un curtido veterano de las trincheras.»
Hoy en día ya no es como antes. Ahora los jefes a menudo se buscan fuera, seleccionándolos –si el presupuesto lo permite– entre personas con posgrados, másteres, MBA y otros títulos de nombre rimbombante que estudian quienes pretenden dirigir. Pero cuando no hay dinero o se prefiere recurrir a gente «de la casa», entonces rige el principio de Dilbert. Los trabajadores competentes ya no son «recompensados» con un ascenso (por desgracia, a menudo no son recompensados de ninguna manera). En lugar de ello permanecen atrapados en su tarea del día a día, saturados de tareas anodinas y apagando fuego tras fuego (hasta que acaban hartos y se marchan a otro lado, claro). Por ello se recurre a los incompetentes, que son los que están libres. Es así como personas sin sangre en las venas, nula capacidad de negociación, cero asertividad y ninguna inteligencia emocional llegan a ser responsables del bienestar de la tropa y el buen funcionamiento de la compañía. Y así nos luce el pelo.

Pocos días atrás un amigo se lamentaba de que hacía mucho tiempo que en su empresa no tenían jefes competentes, y que dudaba que eso fuera a cambiar. No sé por qué me vinieron a la mente las clases de física del instituto, en concreto las lecciones sobre energía potencial y la roca que tendía a caer por la ladera de la montaña hacia el valle porque así el sistema alcanzaba un estado de equilibrio fuertemente estable. Se me ocurrió que, tal vez, en las empresas el estado de equilibrio estable se logra cuando todos los puestos de dirección están ocupados por incompetentes. Efectivamente, revertir esa situación es difícil: hay que aplicar trabajo y lo único que se puede lograr es volver a una situación de equilibrio débilmente estable. El único consuelo que le queda a mi amigo es que, al menos en su caso, los jefes son unos inútiles, pero no son malas personas. No todo el mundo cuenta con ese alivio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario