lunes, 17 de noviembre de 2014

Mamá, quiero ser artista

Siguiendo con la tradición familiar, Eduvigis estudió Derecho y comenzó a trabajar en el bufete de su padre con algunos de sus clientes. Aquello no le gustó mucho y optó por hacer unos cuantos cursos de gestión de proyectos IT, tras los cual dejó el negocio familiar en favor de la consultoría. Como era de esperar, ese cosmos de intercambio de tarjetas de visita, gráficos de colores, palabras que no existen, retrasos, lloros y gritos tampoco formaba ante sus ojos un cuadro deseable, por lo que empezó a dedicar parte de su tiempo libre a hacer pequeñas apuestas en forma de proyectos personales. Finalmente, una de dichas apuestas tuvo el éxito suficiente como para atraer clientes, lo que le permitió abandonar el mundo de la consultoría y establecerse como trabajadora autónoma, laborando como bloguera, community manager, diseñadora y maquetadora, todo ello sin necesidad de salir de su domicilio.

Foto de IM Seongbin
La historia de Eduvigis representa tres formas comunes de elegir una carrera profesional: la conformidad con la norma o el grupo, la búsqueda de la seguridad económica y, por último, la dedicación a lo que se nos da bien y nos entusiasma. Pero lo que es interesante de su experiencia es cómo ha ido pasando de un trabajo a otro obteniendo cada vez un grado mayor de control y de satisfacción, acabando en algo que nada tiene que ver con lo que empezó. No solo es su propia jefa y trabaja desde casa, sino que ha conseguido librarse de las cadenas de la especialización y «hacer la T» en el sentido expuesto por Invisible Kid.

No es el único ejemplo que conozco. Gertrudis trabajaba exitosamente en una empresa de publicidad hasta que se le hincharon los ovarios y decidió montar su propia consulta de psicología. Leopoldo pasó de la administración de sistemas a la seguridad corporativa, y de ahí al diseño de frontend como autónomo, lo que le permite trabajar a su aire desde cualquier parte del mundo, eligiendo el número de horas que quiere dedicar. Uno de mis mejores amigos solo terminó la educación básica pero ha logrado progresar desde el típico trabajo en la multinacional de las hamburguesas a uno de monitor de actividades físicas en el que trabaja la mitad de horas que un servidor y cobra el doble.

En So Good They Can't Ignore You, Cal Newport cuenta la historia de Lisa Feuer, una mujer que, como Eduvigis, estaba harta del mundo empresarial y decidió dedicarse a algo totalmente distinto que le apasionaba:

At the age of thirty-eight, Feuer quit her career in advertising and marketing. Chafing under the constraints of corporate life, she started to question whether this was her calling. “I’d watched my husband go into business for himself, and I felt like I could do it, too,” she said. So she decided to give entrepreneurship a try.
[...] Feuer enrolled in a two-hundred-hour yoga instruction course, tapping a home equity loan to pay the $4,000 tuition. Certification in hand, she started Karma Kids Yoga, a yoga practice focused on young children and pregnant women. “I love what I do,” she told the reporter when justifying the difficulties of starting a freelance business.
Por desgracia, las cosas no fueron bien para Lisa. Apenas un año después de su cambio de vida esta mujer necesitaba ayuda para poder comprar comida:

As the recession hit in 2008, Feuer’s business struggled. One of the gyms where she taught closed. Then two classes she offered at a local public high school were dropped, and with the tightening economy, demands for private lessons diminished. In 2009, when she was profiled for the Times, she was on track to make only $15,000 for the year. Toward the conclusion of the profile, Feuer sends the reporter a text message: “I’m at the food stamp office now, waiting.” It’s signed: “Sent from my iPhone.”
¿Es el éxito de Eduvigis y el fracaso de Lisa una cuestión de suerte? No según Newport. Este autor señala que cuando dedicamos años a una profesión no solo estamos pagando facturas, también estamos adquiriendo experiencia y ciertas destrezas circunscritas a un ámbito determinado, algo que él llama career capital. Como todas las inversiones, este «capital de carrera» toma cierto tiempo para construirse. El comienzo siempre es lo más difícil («como poner un tren en marcha»), pero una vez alcanzada cierta masa crítica el capital se retroalimenta y crece a mayor ritmo con el interés que genera. Dicho de otra forma: es mucho más difícil empezar de cero en una área nueva que aprender cosas nuevas en un ámbito en el que ya hemos trabajado, aunque solo esté parcialmente relacionado. El error de Lisa fue, por tanto, renunciar a todo lo que sabía y saltar directamente a un campo tan diferente donde no tenía «capital» suficiente para competir:

[G]reat work doesn’t just require great courage, but also skills of great (and real) value. When Feuer left her advertising career to start a yoga studio, not only did she discard the career capital acquired over many years in the marketing industry, but she transitioned into an unrelated field where she had almost no capital. Given yoga’s popularity, a one-month training program places Feuer pretty near the bottom of the skill hierarchy of yoga practitioners, making her a long way from being so good she can’t be ignored. According to career capital theory, she therefore has very little leverage in her yoga-working life. It’s unlikely, therefore, that things will go well for Feuer—which, unfortunately, is exactly what ended up happening.
Una de las lecciones que Newport enfatiza en su libro es que, si una persona decide cambiar y tratar de asumir más control sobre su vida, no debe renunciar al career capital que ha acumulado hasta ese momento para empezar de cero en algo nuevo. Sostiene que es mejor construir el nuevo «capital» requerido durante cierto tiempo y dar el paso únicamente cuando ya se tengan altas probabilidades de prosperar. Algo así es lo que hizo Scott Adams, el célebre dibujante de la tira cómica Dilbert. Como él mismo cuenta en sus memorias, Adams no dejó su empleo en Pacific Bell para ponerse a dibujar. En lugar de ello, además de trabajar en la compañía telefónica dedicaba un tiempo cada día a sus viñetas:

A principios de la década de 1990 Dilbert había tenido un éxito moderado, pero no hasta el punto, ni mucho menos, de que me sintiera tentado a abandonar mi trabajo diurno en la compañía telefónica Pacific Bell. Me levantaba a las cuatro de la madrugada para dibujar antes de ir al trabajo, y luego pasaba toda la jornada trabajando en mi cubículo carcelario y volvía a casa para dibujar toda la noche.
De manera similar, Eduvigis no dejó la abogacía para escribir un blog. Se valió de su formación en leyes para cambiar a otro sector –el de la consultoría IT– que en parte demandaba esos conocimientos (por ejemplo, para proyectos relacionados con la LOPD). Mientras se formaba en ese nuevo mundo fue probando diferentes tecnologías (redes sociales, foros, edición de vídeo) y haciendo pequeños experimentos con los que iba aprendiendo. Para cuando llegó el momento en que descubrió un hueco en la blogosfera que nadie había llenado, Eduvigis estaba perfectamente preparada para implementar su solución. Y eso fue lo que hizo.

Así pues, la forma recomendable de hacer «hacer la T» –según Newport– sería encadenar varias «Y», esto es, dedicar tiempo y esfuerzo a algo relacionado con lo que ya hacemos, apoyándonos en la experiencia y destrezas que ya poseemos para impulsarnos en un ámbito nuevo, pero no totalmente distinto. Una lección adicional que puede extraerse es la de abandonar pronto: si lo que haces no te gusta date prisa en cambiar, porque cuanta más experiencia acumules en un campo que quieres dejar más difícil te será y mucho más tendrás que perder.


Eduvigis es un ejemplo de éxito, pero también es mucho más la excepción que la regla. Para empezar, sus circunstancias personales no son nada comunes: procede de una familia adinerada, su padre regenta un negocio al que podría recurrir como última instancia, y posee otras fuentes de ingresos aparte de su trabajo que le permitieron acumular una cantidad de ahorros importante a la que pudo echar mano en la última parte del proceso. Además de todo lo anterior, hay que recalcar la fortuna que supuso para esta mujer el hecho de que apareciera un empleo en la economía (community manager) que no existía cuando empezó a estudiar, un rol que se adapta a sus gustos y preferencias. Si lo que le hubiera apasionado a esta mujer hubiera sido vender enciclopedias de puerta en puerta hoy no estaríamos hablando sobre ella.

Seguir el consejo de Cal Newport puede aumentar las probabilidades de éxito finales pero cada paso individual conlleva una nada despreciable probabilidad de fracaso (¿y si la crisis económica no me permite dejar mi puesto actual para ocupar el siguiente en mi plan?). La edad a la que decidimos cambiar, así como nuestro nivel de educación formal, pueden suponer un muro de gran altura (es mucho más difícil lograr una licenciatura a los cuarenta que a los veinte, no solo por capacidades mentales sino también por la cantidad de tiempo libre de la que uno dispone en cada etapa de la vida). Además, dado que cada paso depende del anterior, algunos caminos serán muy largos o difíciles, o directamente imposibles (de analista de malware a estrella del rock, por ejemplo).

En cierta modo, la evolución profesional se parece a la natural: cuando se escala el monte, una vez elegido cierto camino solo puede andarse por ramificaciones del mismo. Mejor eso que tener que empezar de nuevo desde abajo.

Obviamente un cambio radical de profesión requiere mucho tiempo y esfuerzo, así como una buena cantidad de coraje para afrontar la incertidumbre de cada paso (sin olvidar la imprescindible suerte a nuestro favor). No es de extrañar, por tanto, que sean pocos los que lo consiguen. Siempre es más fácil no hacer nada, refunfuñar, convencerse a uno mismo de que lo que se tiene no está tan mal, tratar de alargar la hora del café lo más posible y buscar solaz en otras áreas de la vida. Quién quiere aprender a desempeñar un nuevo trabajo cuando puede usar ese tiempo para ir a jugar con sus hijos en el parque.

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