lunes, 20 de octubre de 2014

La muerte del webmaster

Hubo una época, allá por el cambio del siglo, en la que crear una página web era sinónimo de hombre orquesta. Por aquel entonces uno solía construir su propio ordenador al gusto, instalar su sistema operativo favorito, configurar la conexión a internet, montar el software de su servidor web, picar el código HTML, registrar su dominio y, finalmente, ponerlo a disposición del público. De principio a fin, aquel que tenía los conocimientos necesarios (no eran muchos) se lo guisaba y se lo comía. Hablo de aquel tiempo en el que a los estudiantes universitarios de informática se les sacaba de la facultad para trabajar por suculentos salarios, la era de las puntocom, el periodo en el que proliferaron aquellas páginas que rezaban «bienvenido a mi página web», lucían un contador de visitas y mostraban los gifs de «en construcción».

Foto de anyjazz65
Quince años después la cosa es bastante diferente, claro. Hoy ni siquiera hace falta tener ordenador para tener presencia en la world wide web, basta con una tablet o un smartphone. La conexión a internet en el mundo desarrollado se ha vuelto tan habitual como el agua potable que sale del grifo y las páginas personales han dado paso a los perfiles en redes sociales. Aquellos que aún quieren tener un sitio propio cuentan con cientos de servicios (Blogger, Wordpress, Tumblr, etcétera) que les permiten poner su proyecto en marcha sin necesidad de saber nada de código gracias a sus editores estilo Microsoft Word. El coste de entrada a eso del internet se ha reducido sustancialmente en apenas una década.

Antes, como digo, una sola persona podía hacerlo todo. Se era a la vez administrador de sistemas, programador, diseñador y publicista. Conforme la tecnología fue avanzando la complejidad aumentó, haciendo que cada vez fuera más complicado para un solo individuo cargar con todo el trabajo. En pocos años el desarrollo web entró en lo que Atul Gawande llama la fase B-17 (el énfasis es mío):

Una pequeña multitud de mandamases militares y ejecutivos de la industria contemplaba cómo el avión de prueba Model 299 rodaba por la pista de despegue. [...] El avión rugió sobre el asfalto, despegó con suavidad y ascendió abruptamente hasta alcanzar los noventa metros de altura. Después entró en pérdida, giró sobre un costado, se estrelló y explotó en llamas. Dos de los cinco miembros de la tripulación murieron [...].
La investigación posterior puso de manifiesto que no se había producido ninguna avería mecánica. El accidente se debió a un «error del piloto», decía el informe. El nuevo avión, mucho más complicado que aparatos anteriores, exigía que el piloto prestase atención a los cuatro motores [...], al tren de aterrizaje retráctil, a los alerones, al compensador [...] y a las hélices de velocidad constante [...]. El modelo Boeing fue considerado, en palabras de un periódico, «mucho avión para que lo pilotara un solo hombre».
[...] Finalmente, el ejército compró casi trece mil de aquellos aparatos, a los que apodó el B-17. Y, dado que entonces ya era posible pilotar aquel mastodonte, durante la Segunda Guerra Mundial el ejército contó con una superioridad aérea decisiva que posibilitó su devastadora campaña de bombardeo a lo largo y ancho de toda la Alemania nazi.
Gran parte de nuestro trabajo ha entrado en la acutalidad en su propia fase B-17. El trabajo de los diseñadores de software, los agentes financieros, bomberos, policías, abogados y, desde luego, los médicos, es ahora demasiado complejo para llevarlo a cabo confiando únicamente en la memoria. Una pléyade de profesiones, en otras palabras, se ha convertido en «demasiado avión para que lo pilote una sola persona».
Cuando la faena es demasiada carga para una sola persona no queda otra opción, mal que le pese a las empresas, que dividirla entre varios. Esto tiene como resultado que se añaden nuevos puestos de trabajo a la economía (el énfasis es mío):

In 1980 there was no Internet or cell phone network, most people did not travel by air, most of the advanced medical technologies in common use today did not yet exist, and only a minority attended college. In the areas of communication, transportation, health, and education, the changes have been profound. These changes have also had a powerful impact on the structure of employment: when output per head increases by 35 to 50 percent in thirty years, that means that a very large fraction—between a quarter and a third—of what is produced today, and therefore between a quarter and a third of occupations and jobs, did not exist thirty years ago.
Así, hoy día la creación y mantenimiento de sitios webs de cierta enjundia se reparte entre administradores de sistemas (montan la infraestructura de servidores), ingenieros de redes (encargados de las comunicaciones), programadores de backend (lidian con tareas en el lado del servidor), programadores de frontend (responsables de lo que ve el visitante de la página), diseñadores (logos, esquemas de colores, etc.) y community managers (los que se pasan todo el día en Twitter y Facebook) entre muchos otros. Cuanto mayor sea la empresa de la que hablamos, mayor es la especialización. A escala Google, Amazon o Facebook los roles se cuentan por cientos (se suman seguridad, almacenamiento, análisis de datos y, sobre todo, muchos mandos intermedios). Esta división del trabajo tiene la ventaja principal, como seguramente les enseñaron en la escuela a través del ejemplo de las fábricas de Henry Ford o el fabricante de agujas de Adam Smith, de aumentar la productividad (salvo en el caso de los jefes), lo cual teóricamente es estupendo para el consumidor, que obtiene más por menos dinero, y para el dueño de la empresa, que gana más. Sin embargo, como veremos a continuación es terrible para el trabajador.

Vivimos en la era del superespecialista, un periodo de la historia en el que muchos profesionales sabemos cada vez más sobre cada vez menos. «El especialista», escribía Ortega y Gasset a principios del siglo XX, «"sabe" muy bien su mínimo rincón de universo; pero ignora de raíz todo el resto»:

No es sabio, porque ignora formalmente cuanto no entra en su especialidad; pero tampoco es un ignorante, porque es "un hombre de ciencia" y conoce muy bien su porciúncula de universo». Habremos de decir que es un sabio-ignorante, cosa sobremanera grave, pues significa que es un señor el cual se comportará en todas las cuestiones que ignora no como un ignorante, sino con toda la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio.
Convertirse en el típico cuñado enteradillo que todo lo sabe y salmodia contra quienes no comparten su punto de vista es bastante malo de por sí, pero hay otros muchos efectos perniciosos de la especialización. Los empleos creados, por ejemplo, no duran para siempre. Conforme el trabajo se divide en pequeños conjuntos de tareas cada vez más acotadas, más se abre la puerta a la automatización. Es cuestión de tiempo que muchas de las labores de las que les he hablado acaben siendo hechas enteramente por máquinas.

La división del trabajo tiene también su coste humano en forma de cargas psicológicas. El empleado ha de lidiar con el aburrimiento de enfrentarse siempre a los mismos problemas y con la alienación señalada por Karl Marx ya en 1844. En su momento nos referimos a ella cuando bosquejamos la dificultad que algunos tenemos para encontrar significado en lo que hacemos al estar enfocados en un cometido muy concreto y carecer de una visión de conjunto. Son relevantes a este respecto las observaciones del psicólogo e investigador Dan Ariely:

Opino que la división del trabajo es uno de los peligros de los trabajos que dependen de las tecnologías. La infraestructura moderna de las tecnologías de la información nos permite dividir los proyectos en partes ínfimas, muy diferenciadas, y asignarle a cada persona sólo una de las partes. Al hacerlo, las empresas corren el riesgo de menoscabar el sentido de conjunto, la comprensión de los objetivos y el sentido de los logros de los empleados. El trabajo muy especializado podría ser eficiente si las personas fueran autómatas, pero dada la repercusión de la motivación y el sentido personales en nuestros quehaceres y nuestra productividad, esta opción puede ser desastrosa. A falta de sentido, los trabajadores especializados pueden sentirse como el personaje de Charlie Chaplin en Tiempos modernos que, como estaba condenado a los engranajes y los piñones de una fábrica, era incapaz de entregarse en cuerpo y alma a su trabajo.
No obstante, después de una década dando el tajo el hecho que encuentro más oneroso es la trampa vital que a menudo supone el trabajo especializado, algo de lo que hablaremos en un próximo artículo.

2 comentarios:

  1. "La especialización excesiva aumenta la debilidad", decían en Ghost in the Shell. Y es algo muy cierto.

    A mí me gustó mucho el concepto de "ingeniero híbrido" tal y como lo definió Sáenz Vacas en su libro "Más allá de internet", que tiene ya unos 10 años pero sigue completamente vigente. Aquí un artículo al respecto:
    https://www.gsi.dit.upm.es/~fsaez/OtrosArticulos/futurosingenieros.html

    Por otra parte, creo que también es mucho mejor para una vida plena a nivel personal. Las personas con capacidades multidisciplinares y transversales se sienten más plenas y aportan más. Opino.

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    1. Ghost in the Shell, qué buena esa :D

      Me apunto el libro de Sáenz Vacas, no lo conocía. Además la web que enlazas tiene un look retro que viene que ni pintado al tema de esta entrada xD

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