lunes, 7 de marzo de 2016

Economía 4.0

Creo que nada estimula tanto el espíritu emprendedor como trabajar en tecnologías de la información. Y no lo digo por Silicon Valley y el ecosistema de las startups, sino porque este sector quema tanto que pocos son los trabajadores que no sueñan con dedicarse a otra cosa y vivir lo más alejados posible de los ordenadores. Sirva como muestra el caso de un compañero que nos ha dejado recientemente cuyo plan de vida alternativo consistía en un negocio de alquiler de bicicletas eléctricas. Estas bicicletas son relativamente prácticas para moverse por la ciudad pero los costes de adquisición y mantenimiento, amén del espacio que ocupan, no son desdeñables. A nuestro colega se le ocurrió que quizá podría ganar dinero haciéndole la competencia al BiciMAD.

De momento dicha compañía es solo una idea pero, de materializarse, vendrá a unirse a la pléyade de empresarios que viven de arrendar productos. El alquiler de películas, música y libros se ha modernizado y reencarnado en compañías como Netflix, Spotify y Kindle Unlimited. Ahora también podemos alquilar un coche con Uber para desplazarnos a una habitación que alguien nos ha cedido a través de Airbnb. Y así siguiendo.

Foto de Ken Teegardin
Tengo la impresión de que el sector cuaternario de la economía parece estar derivando en una cultura del alquiler. Es verdad que ninguna de las compañías mencionadas son realmente algo nuevo, pues desde hace mucho tiempo hemos tenido videoclubs, bibliotecas, taxis y hoteles. Sin embargo, hay algunas diferencias que vale la pena resaltar. Para empezar, todo ello es hoy más ubicuo y accesible gracias a internet y los dispositivos móviles. Ya no hay que desplazarse físicamente para tomar en préstamo una película o un libro. Eso hace más fácil buscar el mejor precio, hasta el punto de que los comparadores de precios se han convertido en un sector en sí mismo. Además, los catálogos de entretenimiento son ahora más amplios, pues el formato digital nos libera de las constricciones impuestas por el tamaño físico del inventario. A consecuencia de ello es posible satisfacer a ese conjunto de consumidores cuyos gustos se alejan de lo habitual pero cuya demanda agregada iguala o supera la del consumidor medio, un fenómeno bautizado hace más de una década como economía long tail.

Más importante que todo lo anterior es que hoy día es posible para casi cualquier persona publicar su propias creaciones en Amazon o YouTube y hacerse publicidad en Twitter y Facebook. No solo podemos ganar dinero con eso, sino que además es posible emplear nuestro coche o parte de nuestra vivienda para generar beneficios adicionales, otro hecho con nombre propio: sharing economy.

Las tecnologías de la información hacen muy fácil poner a disposición de otras personas nuestras propiedades. Esto añade un matiz importante al modelo económico tradicional: ahora cualquiera de nosotros, amén de consumidor, puede ser un capitalista, pues somos dueños del medio de producción (por ejemplo, el coche). Dirk Helbing llama a esto prosumers, abreviatura de co-producing consumers. La ventaja de este sistema es que no necesitamos de una empresa que nos provea de los medios para producir un producto o servicio valioso. No obstante, tiene la desventaja asociada de que ahora es el propio trabajador quien carga con los gastos de depreciación de la maquinaria:

Revenue is produced by workers utilizing capital to provide something of value. Capital may be thought of abstractly as large quantities of money that can be transformed into physical objects which are used to produce more money, or it can be thought of as the objects that produce money themselves. Traditionally, capital might be a piece of factory equipment, and the owners of capital are the business owners. Capital may depreciate in value as it is utilized to produce revenue. Eventually, the capital may need to be revitalized or replaced.

In the traditional model, normal workers don’t own the capital that they utilize to produce revenue. The worker is paid a fraction of the revenue of the company– most of the revenue of any given company is used to maintain its capital and its workforce. It is the responsibility of the owner of the capital to provide wages to the worker who utilizes said capital to produce revenue. What remains after maintenance of capital and wages is called profit. The profit may be used to purchase more capital, put in the bank, or paid out to workers or owners. The key takeaway here is that workers traditionally do not have any financial responsibility toward the capital which they utilize. The role of the worker is to utilize the capital in order to collect wages.
Para cryoshon, el autor del artículo de donde están sacadas estas palabras, esta diferencia es crítica y deriva en una economía que perjudica a los trabajadores (énfasis en el original):

The sharing economy turns the traditional capital-and-revenue equation on its head. Instead of capital being owned by a company and utilizing workers to gain revenue from that capital, a company merely rents capital owned by the worker as part of the worker’s wages, offloading the up-front cost of capital and discharging the costs of capital maintenance to the worker. Revenues no longer flow toward the owner of the capital, but rather to the renter of the capital. After that, things function normally: workers are paid their static amount of the revenue, which is low despite bringing capital to the table.

[...] Workers accept high risk to their capital from constant heavy utilization, and are not rewarded for it. Capital depreciation is likely, and is not compensated for by wages. Total losses of capital are not compensated for whatsoever. Instead, workers put a lot on the line in exchange for average wages whose rate does not increase despite large profits. Should the worker lose their capital, they are out in the cold.
La nueva economía también puede tener consecuencias novedosas para los consumidores. Parece que nos movemos, como he dicho más arriba, hacia una economía de la suscripción. Pagas diez euros al mes y tienes una gran selección de películas. Por otros diez euros tienes acceso miles de canciones. Diez euros más y obtienes barra libre de libros. Con diez euros adicionales consigues decenas de canales de televisión. Otros diez euros y puedes jugar a videojuegos con tus amigos por internet. Si seguimos aportando dinero podremos guardar nuestros documentos en la nube, gestionar proyectos, utilizar servidores para montar nuestro propio servicio web, buscar pareja, encontrar trabajo, registrar nuestra dieta o sesiones de ejercicio, y un larguísimo etcétera que es imposible enumerar aquí por falta de espacio.

El hecho relevante es que la cultura de la suscripción nos priva del producto en sí. En Estados Unidos el fabricante de maquinaria agrícola John Deere ha llegado a asegurar que los agricultores no son dueños de sus tractores:

It’s official: John Deere and General Motors want to eviscerate the notion of ownership. Sure, we pay for their vehicles. But we don’t own them. Not according to their corporate lawyers, anyway.

In a particularly spectacular display of corporate delusion, John Deere—the world’s largest agricultural machinery maker —told the Copyright Office that farmers don’t own their tractors. Because computer code snakes through the DNA of modern tractors, farmers receive “an implied license for the life of the vehicle to operate the vehicle.”

It’s John Deere’s tractor, folks. You’re just driving it.
Me pregunto qué clase de consecuencias puede tener esto. Actualmente pagamos por muchas cosas que no llegamos a poseer. Eso implica que, desde el mismo momento en que no podemos seguir abonando las cuotas mensuales, nos quedamos sin nada. Durante la crisis he visto a muchas personas en paro aliviar su falta de ingresos vendiendo parte de sus cosas (tales como libros, ordenadores, muebles o material de deporte). Obtener todo en forma de suministro ahondaría en la herida que supone perder nuestra fuente de ingresos.


Hoy se dice que Uber, la mayor compañía de taxis del mundo, no es propietaria de ningún vehículo. Facebook, la mayor compañía de medios para el gran público, no crea contenido. Alibaba, el retailer más valorado, no tiene inventario. Y Airbnb, el mayor proveedor mundial de alojamiento, no tiene propiedades inmobiliarias. Como dice Tom Goodwin, gracias a las nuevas tecnologías estas empresas se aprovechan de las grandes cadenas de distribución existentes (allí donde están los gastos) para acceder a un gran número de personas (que es donde está el dinero), con la ventaja de no tener que asumir los costes de depreciación del capital.

Por otro lado, igual que estas empresas se alejan de los medios de producción, que pasan a ser aportados por los propios trabajadores, los consumidores nos vemos poco a poco separados del producto final, al que accedemos en modo alquiler previo pago de una suscripción. El caso de los videojuegos es un ejemplo muy ilustrativo. Los niños de mi generación se dejaban la paga en los salones recreativos. Después vinieron las consolas y, con ellas, la posibilidad de jugar todas las partidas que quisiéramos con un único pago. Ahora, los juegos para móviles vuelven a la época anterior y demandan pequeños desembolsos para conseguir vidas extra, desbloquear pantallas o no tener que esperar para jugar la siguiente pantalla.

Agua, electricidad, gas, combustible... todas esas necesidades básicas se proporcionan como suministro, pues no puede ser de otra manera. También hemos de pagar una cuota mensual por nuestra línea telefónica y el acceso a internet, y otras tantas cuotas anuales para diferentes tipos de seguro. Lo que está ocurriendo ahora es que las empresas parecen haberse dado cuenta de que también los productos y servicios no esenciales pueden venderse de la misma manera. Esto permite a las compañías asegurarse un flujo de ingresos continuo más predecible que el que depende del número de ventas por unidades. Por su parte, los consumidores obtienen mayor variedad, comodidad y más espacio libre en casa, siempre a cambio de no ser dueños de nada.

A todo lo anterior hay que añadir un sector en auge de la economía en el que los medios de producción son de nuevo propiedad del trabajador, el cual, aún así, sigue cobrando un salario de subsistencia. En este sistema consumimos fuerza de trabajo sin generar ningún valor adicional y los beneficios van a parar a unos empresarios cuya única función es crear un espacio virtual en el que emparejar a productores y consumidores. Me pregunto qué pensaría Karl Marx de todo esto.

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