lunes, 14 de noviembre de 2016

Grasa (I)

Power Eating (publicado en español como Alimentación y fuerza), escrito por Susan Kleiner y Maggie Greenwood-Robinson, fue uno de los primeros libros de nutrición que leí. Según dice en el apartado sobre las autoras, Kleiner «es la máxima autoridad en dietética para la fuerza». Publicado en el año 2000, en las páginas de esta obra se puede leer:

¿Desea librarse de esa grasa extra en su cuerpo? Entonces reduzca las grasas en su dieta. Es indiscutible que la grasa que se come se convierte en grasa corporal más fácilmente de lo que lo hacen los carbohidratos y las proteínas. Cuanta más grasa coma, más grasa llevará.
Compárase esa afirmación con este fragmento de la obra The Obesity Code, publicada en 2016:

The evidence on a link between dietary fat and obesity is consistent: there is no association whatsoever. The main concern about dietary fats had always been heart disease. Obesity concerns were just “thrown in” as well.
[...] Eating fat does not make you fat, but may protect you against it. Eating fat together with other foods tends to decrease glucose and insulin spikes. If anything, dietary fat would be expected to protect against obesity.
En lo atinente a la nutrición humana rara vez hay consenso en algo. Los hechos cambian a menudo. La grasa es mala, luego buena, luego mala otra vez, luego buena en parte, después mala según el tipo y, finalmente, cuestión de opinión. Es el tipo de problema que hace que la gente normal desconfíe de la ciencia en asuntos tan importantes como la salud.

La historia de los efectos de la grasa en la composición corporal es más antigua de lo que yo creía. En 1863, William Banting, un sexagenario de cien kilos, publicó un panfleto titulado Letter on Corpulence, Addressed to the Public en el que relataba su experiencia con la dieta de un cirujano llamado William Harvey. Harvey observó cierta relación entre diabetes y obesidad, y razonó que una dieta a base de comidas de origen animal y vegetales podía servir para dejar de engordar. Bajo la supervisión de este cirujano, Banting siguió lo que en hoy en día conocemos como dieta baja en carbohidratos, evitando ingerir alimentos que contuvieran almidón o azúcar. Perdió casi cuarenta kilos en alrededor de año y medio.

De acuerdo con Gary Taubes, a partir de la publicación del librillo de Bating se sucedieron las dietas por el estilo durante décadas:

By the turn of the twentieth century, when the renowned physician Sir William Osler discussed the treatment of obesity in his textbook The Principles and Practice of Medicine, he listed Banting’s method and versions by the German clinicians Max Joseph Oertel and Wilhelm Ebstein. Oertel, director of a Munich sanitorium, prescribed a diet that featured lean beef, veal, or mutton, and eggs; overall, his regimen was more restrictive of fats than Banting’s and a little more lenient with vegetables and bread. When the 244-pound Prince Otto von Bismarck lost sixty pounds in under a year, it was with Oertel’s regimen. Ebstein, a professor of medicine at the University of Göttingen and author of the 1882 monograph Obesity and Its Treatment, insisted that fatty foods were crucial because they increased satiety and so decreased fat accumulation. Ebstein’s diet allowed no sugar, no sweets, no potatoes, limited bread, and a few green vegetables, but “of meat every kind may be eaten, and fat meat especially.” As for Osler himself, he advised obese women to “avoid taking too much food, and particularly to reduce the starches and sugars.”
Durante casi cien años el mensaje fue que para perder peso se debía minimizar la ingesta de glúcidos (almidón y azúcar) y sustituirlos por carne roja, pescado, aves y caza, recomendaciones que en el siglo XX se harían populares gracias al doctor Atkins.

Imagen de Just some dust
Sin embargo, a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, en Estados Unidos el péndulo comenzó a oscilar en la dirección contraria. El trabajo del científico Ancel Keys puso sobre el escenario la idea de que la grasa debía ser evitada por su efecto nocivo en la salud. Paul Dudley White, cardiólogo de Harvard de fama mundial, alertó de una gran epidemia de enfermedades del corazón en su país desde el fin de la II Guerra Mundial causada, según él, por haber abandonado los cereales y el grano en favor de la comida de origen animal. El culpable de dicha epidemia era el colesterol:

In the 1950s, it was imagined that cholesterol circulated and deposited on the arteries much like sludge in a pipe (hence the popular image of dietary fat clogging up the arteries). It was believed that eating saturated fats caused high cholesterol levels, and high cholesterol levels caused heart attacks. This series of conjectures became known as the diet-heart hypothesis. Diets high in saturated fats caused high blood cholesterol levels, which caused heart disease.
Así, en la segunda mitad de siglo los carbohidratos pasaron a ser los buenos de la película. La grasa es más densa energéticamente (nueve calorías por gramo frente a los cuatro de los carbohidratos) y podía causar problemas coronarios al aumentar el nivel del colesterol. A consecuencia de ello, en el último cuarto de siglo se elaboraron las primeras guías dietéticas en forma de pirámide para la población, con los glúcidos en la base suponiendo al menos la mitad de las calorías diarias.

A finales de los noventa y principios del presente siglo el péndulo osciló de nuevo. Robert Atkins fue un cardiólogo norteamericano que, como William Banting, sufría sobrepeso, problema que solo pudo solucionar cuando pasó de las dietas altas en carbohidratos a una alta en grasa. Al lograr perder peso de esta manera empezó a recomendar ese tipo de dieta a sus pacientes. Con el paso de los años se convirtió en una celebridad si su apellido pasó a ser sinónimos de dietas altas en grasa y bajas en carbohidratos.

La cuestión de los lípidos ha ido complicándose con los años. No todas las grasas (saturada, monoinsaturada, polinsaturada) son iguales. Incluso para el mismo tipo, el origen (animal o vegetal) podría ser importante. Tampoco es lo mismo el colesterol «bueno» (HDL) que el «malo» (LDL). Es más, no es igual el LDL tipo-a (benigno) que el tipo-b (el cual sería el factor contribuyente a la formación de placas en los vasos sanguíneos). Lo mismo es aplicable a los carbohidratos, habiendo diferencias entre el almidón, la fructosa y el azúcar refinado, así como entre los alimentos procesados y sin procesar.

¿Comer grasa nos hace almacenar grasa? ¿Ingerir alimentos ricos en colesterol eleva el nivel de colesterol en sangre? ¿Comer más verdura torna de color verde nuestra piel? En la segunda parte trataremos de responder a estas preguntas revisando unos cuantos estudios científicos al respecto. Pero lo haremos de una forma peculiar, a saber, analizando los trabajos que autores con opiniones contrapuestas esgrimen como prueba. Veremos cómo en ocasiones el mismo estudio se utiliza para defender posturas contrarias, y cómo los problemas de hacer ciencia envuelven el debate en una densa niebla de sospecha y escepticismo.

Continuará.

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