lunes, 11 de julio de 2016

El tamaño importa (I)

No, no vamos a hablar de sexo ni de genitales humanos. En lugar de eso aprovecharemos que el brexit pasa por Europa para reflexionar sobre el tamaño ideal de un Estado, un tema infinitamente más interesante que el sexo. ¿Verdad?

Imagen de Guy Sie
La hipotética salida del Reino Unido de la Unión Europea, su causa y su desenlace, plantea interesantes preguntas sobre política, economía y democracia. Muchos creen que los ciudadanos de aquel país se han disparado en el pie votando a favor de la salida. Las razones para ello son variadas aunque las que más he visto repetirse tienen que ver con el fin del libre tránsito de personas y las consecuencias económicas. Sin embargo, hay también muchas personas que creen que el fin de esta asociación es buena cosa. Los argumentos de estos últimos son de corte liberal o anarquista y se centran en los problemas que supone una gran nación o conjunto de naciones, haciendo especial énfasis en dos áreas: eficiencia y libertad individual.

Para algunos, los Estados-nación actuales están abocados a su desintegración mientras que la pequeña ciudad-estado sería la forma natural de organización política. El reducido tamaño de las segundas les permite evolucionar más rápidamente, probar cosas nuevas a menudo y, en definitiva, progresar más rápido. Eso sería posible porque es más fácil poner de acuerdo a un pequeño conjunto de personas que a millones de ellas lo cual se traduce (teóricamente) en más agilidad burocrática y legislativa, más competitividad y mayor eficacia.

Para otros, el problema de las grandes naciones o supra-naciones es la concentración del poder político:

The concentration of power is a great enemy of liberty.Political power (if it exists) should be as decentralized as possible. The further away the power center from the individual, the harder it is to change it. If the centralization of power reaches a global scale, it becomes impossible to change.
Naturally, those who have a lust for power also have a lust for global government. Britain's vote threw a major monkey wrench into the scheme.
Porque ello limita la libertad de los individuos:

¿Por qué no una UE con un gobierno fuerte? ¿Qué riesgo puede haber en su deriva cada vez más intervencionista? La fusión de Estado y sociedad nos impide entender la peligrosa relación que hay entre la extensión del Poder y la preservación de la libertad del individuo (sociedad).

[...] la unificación política puede suponer un peligro para la integración de las sociedades a través de una tendencia hacia la cartelización de las políticas públicas y, por tanto, a través de la falta de competencia entre Estados, lo que agranda su intervencionismo y los vuelve más poderosos sobre el individuo (la sociedad).
En la Unión Europea ambos problemas son reales. Los ciudadanos votamos para elegir a nuestros gobernantes a nivel nacional pero luego estos representantes se asocian y trabajan con instituciones cuyos dirigentes no son elegidos democráticamente: el Banco Central Europeo, la Comisión Europea, el Consejo Europeo, etcétera. Así, hay quien sostiene que «la Unión Europea está gobernada por 2.000 personas que no son elegidas, y pasan de unos puestos a otros sin responsabilidad sobre sus decisiones, que afectan a millones de personas». A la falta de responsabilidad democrática se une el problema de la centralización del poder político, fenómeno que facilita el trabajo de los grupos de presión y suele desembocar en corrupción y malversación de fondos públicos. Finalmente, están los problemas de la eficiencia ya comentados: burocracias grandes y lentas, así como parálisis en las decisiones por falta de acuerdos.

Es posible que las dificultades mencionadas se deban a que los humanos no estamos diseñados por la naturaleza para funcionar en grupos muy grandes y diversos. Como todos sabemos, los conflictos interpersonales son inevitables incluso en grupos pequeños. Cuanto mayor es la sociedad mayor es también la cantidad de desencuentros, con la desventaja añadida de que los miembros de dicha sociedad no se conocen personalmente entre ellos. Esto hace que el prójimo se convierta en una idea ajena, abstracta, incapaz de activar en nosotros las emociones que provoca la empatía. Nos aleja del mal ajeno y anestesia nuestro sentido de la responsabilidad, fenómeno especialmente grave cuando se produce en los funcionarios que nos gobiernan. Tal como explica Nassim Taleb:

[B]iology plays a role in a municipal environment, not in a larger system. An administration is shielded from having to feel the sting of shame (with flushing in his face), a biological reaction to overspending and other failures such as killing people in Vietnam. Eye contact with one’s peers changes one’s behavior. But for a desk-grounded office leech, a number is a just a number. Someone you see in church Sunday morning would feel uncomfortable for his mistakes—and more responsible for them. On the small, local scale, his body and biological response would direct him to avoid causing harm to others. On a large scale, others are abstract items; given the lack of social contact with the people concerned, the civil servant’s brain leads rather than his emotions—with numbers, spreadsheets, statistics, more spreadsheets, and theories.

There is another issue with the abstract state, a psychological one. We humans scorn what is not concrete. We are more easily swayed by a crying baby than by thousands of people dying elsewhere that do not make it to our living room through the TV set. The one case is a tragedy, the other a statistic. Our emotional energy is blind to probability. The media make things worse as they play on our infatuation with anecdotes, our thirst for the sensational, and they cause a great deal of unfairness that way. At the present time, one person is dying of diabetes every seven seconds, but the news can only talk about victims of hurricanes with houses flying in the air.
Cuanto menos se parezcan las costumbres o formas de pensar de los otros miembros de la comunidad a las nuestras, más improbable es que los ayudemos. Esto no sería un problema si no fuera porque, como hemos visto durante la crisis financiera, en ocasiones los ciudadanos de algunos países se ven forzados a hacer sacrificios en favor de los habitantes de otras naciones cuyos problemas no conoce o no le importan. Sabemos de sobra que cuando hay que sacrificarse cada cual quiere llevar el agua a su molino. El economista austríaco Friedrich Hayek señaló este problema mientras los europeos aún se mataban unos a otros en la Segunda Guerra Mundial:

Se puede persuadir fácilmente ala gente de cualquier país para que haga un sacrificio a fin de ayudar a lo que considera como «su» industria siderúrgica o «su» agricultura, o para que en el país nadie caiga por debajo de un cierto nivel de vida. Cuando se trata de ayudar a personas cuyos hábitos de vida y formas de pensar nos son familiares, o de corregirla distribución de las rentas o las condiciones de trabajo de gentes que nos podemos imaginar bien y cuyos criterios sobre su situación adecuada son, en lo fundamental, semejantes a los nuestros, estamos generalmente dispuestos a hacer algún sacrificio. Pero basta parar mientes en los problemas que surgirían de la planificación económica aun en un área tan limitada como Europa occidental, para ver que faltan por completo las bases morales de una empresa semejante. ¿Quién se imagina que existan algunos ideales comunes de justicia distributiva gracias a los cuales el pescador noruego consentiría en aplazar sus proyectos de mejora económica para ayudar a sus compañeros portugueses, o el trabajador holandés en comprar más cara su bicicleta para ayudar a la industria mecánica de Coventry, o el campesino francés en pagar más impuestos para ayudar a la industrialización de Italia?

En realidad, el número y la gravedad de los conflictos no sería un problema si no fuera porque carecemos de buenos sistemas para resolverlos, un hecho que cualquier persona puede constatar en una reunión de vecinos o en un grupo de WhatsApp. La deliberación pública, aquella en la que todo el mundo puede escuchar a todo el mundo, así como hablar cuando lo desee, es impracticable a nivel nacional. Recordemos, además, que cuando las personas hablamos de política no buscamos la verdad, sino convencer al otro.
Continuará.

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