sábado, 20 de octubre de 2012

La noria

Al hablar de los propósitos de año nuevo vimos cómo somos presas de la falacia del yo futuro, ese ser -nosotros mismos- inalcanzable que mañana estará menos cansado o estresado, que tendrá tiempo libre suficiente para dedicar a tareas pendientes; un yo que elegirá no quedarse sentado en el sofá viendo una serie, sino que se pondrá manos a la obra y avanzará en todo aquello que se prometió que haría.

Foto de mabelzzz
El error de considerarnos personas mejores en el futuro es, al menos en parte, producto de un equívoco mayor, a saber, creer que en ese futuro habrán desaparecido los impedimentos del presente. Es, además, una demostración diaria de cómo tropezamos continuamente con la misma piedra y somos ciegos a lecciones que se sitúan a dos palmos de nuestras narices.

Sirva de ejemplo la siguiente historia personal. Mi jefe se acercó hace poco a preguntarme cómo va nuestro proyecto de mejora del servicio. «Muy retrasado», le dije. Y tanto. Solo el comienzo se ha pospuesto diez meses, y en menos de un mes desde que se lanzó oficialmente nos hemos desviado ya veinte días respecto a lo planificado, planificación que se hizo tomando en consideración cierta cantidad de aplazamientos que a ciencia cierta surgirían. Somos, pues, víctimas de la ley de Hofstadter: «todo lleva más tiempo del planeado, incluso teniendo en cuenta la ley de Hofstadter». Cuando le conté qué estaba haciendo ahora mismo en lugar del proyecto (crear esto, cambiar aquello, arreglar lo otro, etcétera, etcétera) me dio su aprobación, dijo que sería una situación temporal, que habían coincidido un par de cosas negativas, y que el resto de tareas solo había que hacerlas una vez. Se supone que después de esto todo irá rodado.

No será el caso. Porque una vez resueltos los problemas de ahora, llegarán otros nuevos. Nuevos clientes con nuevas peticiones que necesitarán nuevos sistemas que tendrán nuevos fallos. Así es la vida. Los problemas de ahora pasarán, pero la llegada de problemas nuevos es continua. A mi modesto entender, es algo que sucede a todos los niveles y en todas las esferas de la vida. Yo lo aprendí cuando empecé a gestionar mis finanzas con un programa al efecto. Los primeros meses pude ver cómo el dinero se escapaba sin yo quererlo debido a imprevistos. Al hacer cálculos sobre mis ganancias netas futuras solía pensar «este gasto no debería volver a ocurrir, por lo que podré ahorrar más el próximo trimestre». Pero eso no llegó a pasar nunca: las previsiones fallaban una y otra vez. Cuando no había que pagar la reparación del coche había que comprar un frigorífico nuevo, o si no hacer un viaje súbito, o hacer frente a impuestos nuevos, o ir al fisioterapeuta, o abonar seguros, o hacer un regalo no contemplado, o prestar dinero a mis padres para que pudieran hacer frente a sus propios pagos inopinados. El mismo gasto inesperado podía no volver a darse en años, pero la sucesión de imprevistos no cesaba. Siempre pasaba algo. Igual que me ocurre ahora en el trabajo, solo atender lo imprevisto -aquello que supuestamente no debería volver a repetirse- borraba cualquier posibilidad de progreso. Me sentía a bordo de una noria, en movimiento pero sin avanzar realmente.

Esperar al momento oportuno para hacer algo puede ser una idea terrible. Es muy improbable que ese momento llegue nunca. ¿Qué posibilidades hay que de que todo lo que te estorba desaparezca a la vez? ¿Cuánto podría durar tal situación? Como le explicaba el viejo Jay a Phil en un episodio de Modern Family:
«Phil: Me han ofrecido ser socio en una agencia nueva.
Jay: ¡Oh! Me alegro.
Phil: No estoy tan seguro. Sí, tiene muchas ventajas, pero ahora tengo un puesto estable. Tengo tres hijos y al menos una irá a la universidad. En el peor de los casos irán todos.
Jay: ¿Y qué opina Claire?
Phil: No se lo he dicho todavía, quería hablar primero contigo. Tú viviste esto.
Jay: Pues creo que solo puedes hacerte una pregunta.
Phil: ¿Si estoy preparado para dirigir mi propia empresa?
Jay: Nah, tienes don de gentes, eres un buen vendedor; has logrado mantener la familia en tiempos duros.
Phil: Entonces ¿qué? ¿Si es buen momento?
Jay: Nunca es el momento perfecto, la casa podría incendiarse mañana. La pregunta es "¿te apetece?"»
Cuando uno de mis mejores amigos volvió de visita a España tras haberse mudado a Irlanda, me dijo que uno de los cambios más notorios era que allí no podía esperar a que dejara de llover para hacer planes al aire libre, porque en Dublín diluvia constantemente. Si lo que principalmente te está frenando a la hora de hacer algo que deseas (ya sea aprender un nuevo idioma, tocar un nuevo instrumento, cambiar de trabajo o tener un hijo) es la sensación de que no es el momento adecuado, tal vez deberías reconsiderar tu posición. En la vida no para de llover, solo varía la intensidad. Siempre habrá recibos que pagar y relaciones que atender, enfermedades que te minarán y cosas que se romperán. Siempre habrá una excusa. Lo único que no habrá es más tiempo.

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