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La viñeta de la discordia me recordó otro tuit que captó mi atención en su momento: «Esquizofrenia española: Ser pobre y votar a la derecha». Esa es una solución breve a una aparente paradoja que suelen observar los de la banda izquierda. No es cosa solo de este país: en 2004 se publicó un libro en EEUU que abordaba la contradicción y en el que se ofrecía otra posible respuesta (básicamente, que los republicanos habían engañado a los trabajadores y habitantes del campo para conseguir su voto).
Lo cierto es que puede haber motivos razonables por las que un obrero o alguien con el sueldo mínimo vote a los conservadores. Este podría pensar que son gestores competentes (lo cual puede resultar cierto o no). O quizá lo que quería era castigar al otro partido por corruptos o chapuzas. Pero algo así ¿no debería pasar en contadas ocasiones, como la crisis actual? Si sucede continuamente ¿no está tirando piedras contra su propio tejado, el muy bobo?
Al parecer lo que sucede en realidad es que normalmente no votamos a quienes comparten nuestra clase social, sino a quienes nos une nuestro marco moral. Esa es al menos la conclusión que se extrae de los trabajos hechos por George Lakoff (psicólogo cognitivo) y Jonathan Haidt (psicólogo moral). Algunas personas dan preferencia a la libertad individual sobre la protección de los demás, y viceversa. Podemos concebir la justicia como retribución o como igualdad. Nos puede importar o no el patriotismo y la unidad de la nación. Tal vez valoremos el orden y la autoridad, tal vez nos parezca que ambas cosas deben ser cuestionadas. Quizá queramos simplemente que todo siga más o menos como está y se mantengan las tradiciones; quizá deseemos justo lo contrario. Hay quien está convencido de que existe un orden sagrado dictado por una deidad y que debe ser mantenido a toda costa; muchos sienten lo contrario. Por no hablar de temas como la inmigración, la guerra y el aborto. Qué valoramos y en qué orden de prioridad es lo que más influye acerca de la papeleta que va finalmente en el sobre.
Por tanto, es probable, verbigracia, que algunos de los catalanes que secundaron el movimiento No vull pagar voten de nuevo el mes que viene al presidente actual si lo más importante para ellos es la independencia. No verán una contradicción en apoyar al gobierno contra el que se rebelaron; más bien les parecerá que anteponen intereses de orden superior o otros inferiores. Todos sacrificamos a diario cosas en virtud de otras más importantes. No es distinto cuando tomamos decisiones políticas. Y la economía es solo una de las muchas facetas vitales modeladas por las ideologías.
El gran Ortega y Gasset dejó escrito:
«Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral»Así, cuando valoramos a los del bando contrario según el hemisferio moral propio nuestra percepción carece de profundidad, igual que ocurre cuando vemos con un solo ojo. Tan idiota le parece a un socialista un obrero que apoya a quienes probablemente le asfixiarán económicamente, como estúpido se antoja a un conservador alguien rico que está de parte de quienes le quitarán su dinero mediante impuestos. Sin embargo, basta con mirar usando ambos ojos para -como decía mi amiga una vez armado el granizo- encontrarle su lógica.
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