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Si no se puede o no se quiere prescindir de mandos intermedios otra manera de recortar gasto es expulsar a un buen puñado de trabajadores de infantería, cuyas labores son absorbidas más fácilmente por quienes permanecen en la empresa. Uno podría pensar que eso afectaría a la calidad del producto o servicio ofertado, aunque tal vez el hecho de ver cómo los compañeros de filas son sacrificados suponga un incentivo para los supervivientes que los lleve a laborar unas cuantas horas de más por el mismo precio, atenuando el daño. La otra posibilidad es, por supuesto, que los proletarios trabajen aún menos porque se vean en la calle en un futuro no muy lejano.
Independientemente de si se van a cortar cabezas a lo largo o solo a lo ancho de la pirámide empresarial, algún criterio habrá que seguir para elegir a tus víctimas. Una opción razonable sería guiarse por el rendimiento o competencia del trabajador. Al fin y al cabo el objetivo de la empresa es vender un producto o servicio con el que ganar dinero, por lo que es interesante retener el talento. Sin embargo, esta es una de esas ocasiones en las que la fría lógica se hace difícil de aplicar. Si hay que elegir entre un trabajador mediocre que tiene que pagar una hipoteca y mantener a dos hijos, y un trabajador estrella que no tiene cargas financieras de ningún tipo, ¿es lícito mantener el criterio único de la competencia para tomar la decisión? ¿No se deberían tener en cuenta factores que no están relacionados directamente con el empleo, pero que son moralmente relevantes?
Si se opta por despedir según las cargas familiares de cada empleado habrá que lidiar con el riesgo moral derivado, ya que cuando se actúa así el mensaje que se envía es que no importa lo bien que lo hagas. De nuevo se estaría dando pábulo a problemas relacionados con el fin de la actividad empresarial. Por una parte los trabajadores que se quedan son los menos hábiles; por otra, no tienen ningún incentivo para hacerlo mejor, pues ya no se valora su destreza.
Despedir a los más capacitados podría parecer una mala estrategia a primera vista (desprenderse de los más mañosos no parece muy sensato cuando lo que se pretende es que la empresa salga adelante) pero cabe considerar el siguiente argumento: se está destituyendo a quienes mejor podrán afrontar las consecuencias. Es razonable pensar que quienes son muy buenos en lo suyo encuentren un nuevo empleo más fácilmente. No obstante eso supondría que son los mejores quienes reciben el castigo, algo que no parece encajar con nuestra idea intuitiva de la justicia.
En países cuyas leyes protegen al trabajador puede ser inviable económicamente hacer marchar a quienes más cobran o a quienes más tiempo llevan en la empresa, pues sus indemnizaciones son cuantiosas. He aquí una situación circular en la que se debería echar a alguien para ahorrar dinero pero no se puede hacer precisamente por el alto coste, de modo que no se le despide y otro acaba pagando el pato.
Las grandes consultoras que venden su fuerza de trabajo a terceros suelen optar por deshacerse de quienes no están trabajando para ningún cliente en el momento de los despidos. Aunque tenga sentido desde el punto de vista de la empresa, ya que esos trabajadores no están produciendo, me parece tremendamente injusto desde la perspectiva del asalariado. A sus ojos da igual lo capaz que uno sea o la falta que le haga el dinero: ha acabado en el paro simplemente por azar, porque precisamente en el peor momento dio la casualidad de que él no estaba asignado a ningún proyecto.
No podemos dejar de mencionar ese modo tan español de hacer las cosas basado en el compadreo. Hablo de esas ocasiones en las que que quienes logran mantener su empleo lo consiguen gracias a que son familia de, amigo de, chivato de, etc. Probablemente sea este el criterio más reprochable de todos, tan arbitrario e injusto.
Cualquier criterio que se emplee para determinar a quién se va a despedir supone algún tipo de discriminación. La cuestión es qué discriminaciones son aceptables y cuáles son las más justas. Según Aristóteles la respuesta depende del propósito de la actividad en cuestión. «Para Aristóteles», escribe Michael Sandel, «la justicia significa dar a las personas lo que se merecen, dar a cada una lo que le corresponde». Y continúa:
«Pero ¿qué le corresponde a una persona? ¿En qué razones se funda el mérito? Depende de lo que se esté distribuyendo. La justicia comprende dos factores: «las cosas y las personas a las que se asignan las cosas». Y, en general, decimos que «a las personas que son iguales se les deben asignar cosas iguales».Así pues, para el filósofo de Estagira lo justo sería despedir a los peores trabajadores, aquellos que sean más incompetentes e improductivos. Tengamos presente que el nivel de competencia está en manos del propio empleado: si estás hasta el cuello de deudas y deberes para con los tuyos será mejor que no vaguees y trates de ser cada día mejor en tu desempeño. Aún así yo creo que hay factores personales, económicos y sociales (edad del trabajador, familia, endeudamiento, etcétera) que merecen ser considerados antes de tomar la decisión final.
Pero aquí surge un problema difícil: iguales ¿en qué sentido? Depende de lo que se esté distribuyendo y de las virtudes que resulten pertinentes habida cuenta de lo que se distribuye.
Supongamos que repartimos flautas. ¿A quiénes debemos darles las mejores? La respuesta de Aristóteles: a los mejores flautistas.»
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