Actualmente es probable que mi elección de peinado no fuera esa y de estudios mucho menos, ya que mi experiencia me ha hecho cambiar a mí y a mis gustos, pero por entonces yo estaba convencido de ello, tanto que creía nunca cambiaría de opinión. Esa sensación de que las convicciones actuales son definitivas, que ya nada va a cambiar, que el presente es para siempre, es lo que Daniel Gilbert y sus colegas han venido a llamar “El espejismo del fin de la historia”:
«We measured the personalities, values, and preferences of more than 19,000 people who ranged in age from 18 to 68 and asked them to report how much they had changed in the past decade and/or to predict how much they would change in the next decade. Young people, middle-aged people, and older people all believed they had changed a lot in the past but would change relatively little in the future. People, it seems, regard the present as a watershed moment at which they have finally become the person they will be for the rest of their lives. This “end of history illusion” had practical consequences, leading people to overpay for future opportunities to indulge their current preferences.»
Foto de Kevin Dooley |
La mayoría de aquello que conforma nuestra personalidad y, por lo tanto, nuestros gustos y decisiones asociadas puede que no tengan mayor repercusión en el futuro más allá de una expresión de extrañeza al pensar “como me podían gustar esas gafas” o “qué ruido es este por el que pagaba y viajaba cientos de kilómetros para ver en directo”. Pero por mucho que estemos convencidos de algo en el presente, jugarse demasiado a una sola carta pensando que en el futuro seguiremos disfrutando (o no) del que creíamos que sería el trabajo o la mujer de nuestra vida, por ejemplo, nos puede hacer caer en una espiral más difícil de salir que con un simple cambio de grupo musical o vestuario.
Hay decisiones o acciones que tomamos basándonos únicamente en nuestra imagen de cómo imaginamos nuestro futuro en nuestro presente, pero una vez que se llega a él ya no parece tan interesante como lo habíamos imaginado. Por eso hemos de tener en cuenta el inevitable cambio, de tal forma que aunque alcancemos un punto de no retorno no sea también el final de nuestro camino o de los que nos rodean.
Actualmente creo conocerme mejor que nunca, que mis valores son como una roca, que mis gustos son indiscutibles. ¿Por qué habría de cambiar? No lo sé, pero sí sé que ya he cambiado antes. Lo único que no ha cambiado es mi gusto por el ruido.
Quien pretenda una felicidad y sabiduría constantes, deberá acomodarse a frecuentes cambios
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