Que en la vida uno va a ser rechazado en algún momento es una afirmación tan poco controvertida como la de que el Papa cree en Dios. Sea a la hora de buscar pareja o de encontrar trabajo, la mejor versión de uno mismo presentada como candidata con el objetivo de lograr sexo o empleo siempre puede toparse con un no. Chris Dixon
aseguraba en su blog –en relación al ámbito profesional– que si no estás siendo rechazado diariamente es porque tus objetivos no son suficientemente ambiciosos:
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«My most useful career experience was about eight years ago when I was trying to break into the world of VC-backed startups. I applied to hundreds of jobs: low-level VC roles, startups jobs, even to big tech companies. I got rejected from every single one. [...] The reason this period was so useful was that it helped me develop a really thick skin.»
Muchos deportistas, artistas o trabajadores manuales saben que los callos son una consecuencia inevitable de su actividad. El roce y la presión constantes irritan la piel y el cuerpo responde acumulando queratina en la zona para hacerla más dura. Friedrich Nietsche pensaba que el carácter podía responder igual que la piel y así lo expresó en su obra
Ecce Homo, donde aparece el celebérrimo aforismo (énfasis mío):
«Así es como de hecho se me presenta ahora aquel largo período de enfermedad: por así decirlo, descubrí de nuevo la vida, y a mí mismo incluido, saboreé todas las cosas buenas e incluso las cosas pequeñas como no es fácil que otros puedan saborearlas; convertí mi voluntad de salud, de vida, en mi filosofía. Pues préstese atención a esto: los años de mi vitalidad más baja fueron los años en que dejé de ser pesimista: el instinto de autorrestablecimiento me prohibió una filosofía de la pobreza y del desaliento. ¿Y en qué se reconoce en el fondo la buena constitución? En que un hombre bien constituido hace bien a nuestros sentidos, en que está tallado de una madera que es, a la vez, dura, suave y olorosa. A él le gusta sólo lo que le resulta saludable; su agrado, su placer, cesan cuando se ha rebasado la medida de lo saludable. Adivina remedios curativos contra los daños, saca ventaja de sus contrariedades; lo que no lo mata lo hace más fuerte.»
Chris Dixon es solo uno más entre tantos otros que suscriben esa creencia de que las personas se pueden hacer más duras (física o psíquicamente) a base de golpes. Si eso es cierto se podría pensar que cuantos más palos se lleve uno más recio acabará siendo. Así, alguien que haya sobrevivido al paso por los campos de trabajo de Siberia administrados por el Gulag debió de salir realmente endurecido. Por tomar una referencia de la cultura popular que los de mi generación captarán enseguida, esa sería la historia de
Hyōga, el caballero o santo del Cisne de la serie
Saint Seiya destinado al campo de entrenamiento de Siberia (con este ejemplo ya vemos que algo falla en este razonamiento, pues lo cierto es que Hyōga fue siempre un guerrero bastante blandito, más obsesionado con su madre muerta de lo que lo estaba Marco con la suya viva).
Cuenta Nassim Taleb que cuando se topó con este tipo de inferencia («endurecido por el Gulag») le costó darse cuenta de su sinsentido, pero que finalmente dio con un experimento mental que lo explicaba (el énfasis es mío):
«Supongamos que somos capaces de encontrar una población grande y diversa de ratas: gordas, delgadas, asquerosas, fuertes, bien proporcionadas, etc. [...] Con estos miles de ratas formamos un grupo heterogéneo, bien representativo de la población de ratas de Nueva York. Las llevamos a mi laboratorio, en la calle Cincuenta y Nueve Este, y colocamos toda la muestra en un gran tanque. Sometemos a las ratas a niveles de radiación progresivamente mayores [...]. En cada nivel de radiación, aquellas que son naturalmente más fuertes (y aquí está la clave) sobrevivirán; las que mueran dejarán de pertenecer a la muestra. Poco a poco iremos disponiendo de un grupo de ratas más y más fuertes. Observemos el siguiente hecho fundamental: cada una de las ratas, incluidas las fuertes, será, después de la radiación, más débil que antes.»
Haber pasado por una miríada de descartes no implica automáticamente un aumento de la resiliencia. Cada rechazo puede ser una abrasión que ayude a formar un callo o una gota más en el proceso que horada la piedra de nuestra autoestima. Cómo lo afrontamos depende de nuestra forma de
ser. El
narcisista echará la culpa al entorno, las circunstancias o a los demás. Los menos neuróticos probablemente no se lo tomarán como algo personal y pensarán que ahora son más fuertes. Por contra, los más neuróticos se lo tomarán muy a pecho y añadirán un clavo más al ataúd de su autoestima; para estos últimos la sensación de valía está ligada a la cantidad de repudio recibido (parafraseando la expresión latina: todos los rechazos hieren, el último mata). Las diferentes actitudes de cada caso ilustran la naturaleza subjetiva de nuestra experiencia.
Independientemente de nuestra disposición frente al rechazo, las veces que nos topamos con él puede ser un indicador objetivo de nuestro valer. Si es verdad lo que dice Dixon, entonces John Rolfe (autor junto con Peter Trobb de un divertido
libro sobre la vida en Wall Street) debió de sentirse especialmente ambicioso cuando –según sus propias palabras– la presentación de más de cuarenta currículums y cartas de presentación se tradujeron en exactamente tres entrevistas con bancos de inversión. Otra interpretación posible es que las aptitudes de Rolfe se perdían en la parte baja del montón. Una persona mentalmente sana ignorará esta parte de la realidad y seguirá adelante tranquilamente.
A menudo he encontrado individuos que justificaban el rechazo argumentando que no eran lo que el otro (empleador o posible pareja) andaba buscando en ese momento. Se me antoja un piadoso engaño, como si las tendencias fueran a cambiar en algún momento. Como si en algún futuro cercano los demás fueran a dejar de buscar gente guapa, divertida y con dinero con la que emparejarse, y las empresas fueran a dejar de lado a los individuos dinámicos con don de gentes. Es posible que, sencillamente, fueras rechazado porque tu manera de ser no encaja con lo que se pide, en cuyo caso podrías quedarte fuera hasta que se agoten las reservas de lo deseado y los que eligen se vean obligados a rebajar sus expectativas. Ante una escasez de parejas potenciales o puestos de trabajo ya puedes darte por jodido, pues ni siquiera podrás recoger las sobras. Eso no les pasa a los que son realmente válidos. Podrás revolverte pensando que no es justo que no se valoren tus capacidades o tus virtudes particulares, pero el hecho es que si lo que tienes para ofrecer no le interesa a nadie entonces tal vez no valgas nada en realidad (alguien que busca empleo o pareja ¿tiene valor en sí mismo como trabajador o compañero, o solo lo tiene en la medida en que posee cualidades que los demás desean?). En esta situación podrías intentar cambiar tu forma de ser, bien para solucionar el problema o bien para tratar de cambiar tu actitud frente al problema. Buena suerte con eso.
Mi tío siempre me ha dicho que cuando trataba de ligar de joven sabía que iba a triunfar una de cada veintitrés veces, y con esa estadística en mente saltaba al ruedo. «Si alguna vez caían dos seguidas», contaba riendo, «sabía que después me tocaban cuarenta hostias una detrás de otra». Su método era el clásico «disparar a todo lo que se mueve», igual que hacen los
spammers. Si lo intentas mucho es posible que, por mero azar, alguna vez suene la flauta.
El correo electrónico no deseado tiene un ratio de conversión de aproximadamente
ocho entre un millón según el estudio más reciente. Eso significa que unas ocho personas entre un millón compran algún producto anunciado a través de esos mensajes. Sin embargo, cuando alguien hace eso no lo atribuimos a la calidad del mensaje, sino a la estupidez del destinatario. ¿Por qué iba a ser distinto cuando se trata de uno mismo? Si a mí tío le costaba tanto lograr una cita probablemente no fuera tan atractivo como asegura. Si te vetan en nueve de cada diez entrevistas quizá es que eres un paquete. Si te rechazan en la misma proporción que a los demás es hora de asumir que eres mediocre. Tal vez tu única esperanza de hacerte un hueco sea un fallo en el proceso de selección (en cuyo caso vivirás con la incertidumbre de saber cuánto te durará la suerte). Tal vez deberías dejar de apuntar tan alto y asumir de una vez que no todo el mundo puede jugar en Primera División. Claro que ¿qué ocurrirá si bajas el listón a ras de suelo y sigues siendo rechazado? ¿Darás aún más la espalda a los hechos y te convertirás en un
Vincent Finch?