lunes, 28 de julio de 2014

La cadena de los gritos

Comentaba hace unos días alguien que conozco que había pasado cerca de donde tienen lugar los castings para el programa de televisión Gran Hermano y que la cola era de órdago, con los candidatos luciendo en su pecho un número que ya iba por los cientos de miles. Cientos de miles de personas aspirando a participar en un programa de televisión. ¿Por qué? ¿Por el dinero? ¿Por la fama? Yo sospecho que es más bien lo segundo, posiblemente bajo la premisa de que esta siempre viene acompañada del parné, si bien eso no tiene por qué ser cierto. No obstante, en una época en la que hay quien mide su valía según el número de followers que tiene en las redes sociales, quizá haya otras razones para buscar la fama, aparte de las monetarias.

La gente de The Philosopher's Mail hizo una interesante observación al respecto: queremos ser famosos porque queremos que los demás nos traten con amabilidad. No diríamos nada nuevo si aseguráramos que nos comportamos de forma más agradable (o, al menos, más educada en la mayoría de los casos) con quienes conocemos personalmente. Ser famoso y que los demás nos conozcan sería, pues, una manera de lograr ser tratado benévolamente por los desconocidos:
Everyone wants to be famous nowadays. That’s often blamed on people being stupid, shallow and narcissistic.
That doesn’t feel right. When people say they want to be famous, ultimately what they mean is something far more touching and vulnerable: they want the world to be nice to them.
Currently, it’s not illogical to want to be famous, because unfortunately, the world won’t generally be nice to us unless we are famous. This is deeply damaging and a major political problem.
The more that dignity and kindness are given only to the very few, the stronger the urge will be to avoid being simply ‘normal’. The more that ‘normal life’ is stripped of a basic level of dignity and security, the more dreams of outlandish fame and fortune will arise in compensation.
Those who pin the blame for ‘celebrity culture’ on some character defect in modern people are missing the point. The real cause of celebrity culture isn’t narcissistic shallowness, it is a deficit of kindness in our political and economic arrangements.
Opino que no les falta razón. Que, como dicen, vivimos en una sociedad en la que ser una persona ordinaria no conlleva el grado de respeto suficiente para que nuestros apetitos naturales por la dignidad sean satisfechos. Al fin y al cabo, pensamos de entrada que los demás son idiotas, egoístas y toda una plétora de desagradables adjetivos por el estilo (no hay manera más simple de afianzar esa valoración que leer los comentarios de las noticias de los periódicos en línea o coger el coche cada día para ir al trabajo). Al final, como aseveró Bertrand Russell con su natural agudeza, acabamos considerando a los demás como un estorbo:
Otro motivo de fatiga, del que tampoco nos damos cuenta, es la presencia constante de personas extrañas. El instinto natural del hombre, como el de otros animales, es el de examinar a todo ser extraño de su especie para saber si le debe tratar amigablemente u hostilmente. Este instinto no tiene más remedio que inhibirse entre los que viajan en el «Metro» a las horas de mayor aglomeración, y el resultado de esta inhibición es el experimentar un odio general difuso contra todos los extraños con quienes se pone en contacto involuntario. Además, la prisa para alcanzar el tren de la mañana, con la dispepsia consiguiente. Por lo tanto, cuando se llega a la oficina, los nervios están deshechos y se tiende a mirar a la raza humana como un estorbo. El jefe, que llega con un humor parecido, no está en disposición muy propicia para sus empleados.
Foto de quapan
En el decimoquinto episodio de la tercera temporada de la serie Cómo conocí a vuestra madre, Marshall llega al bar anímicamente hundido después de que su jefe le haya gritado. Es entonces cuando su amigo Barney tiene a bien contarle una de sus estrafalarias teorías sociológicas, una que él llama «la cadena de los gritos»:
Barney: Existe una cosa en la américa corporativa a la que a mí me gusta llamar «la cadena de los gritos». La cadena de los gritos empieza en la cúspide. El jefe de la jefa de Arthur le grita a la jefa de Arthur. La jefa de Arthur le grita a Arthur. Arthur te grita a ti. Tú te vas a casa y le gritas a Lily. Lily le grita a una de las niñas del jardín de infancia. Y luego esa niña le grita a su padre, que es el jefe de la jefa de Arthur. Y todo empieza de nuevo completándose así el círculo de los gritos.
Ted: Creía que era una cadena de gritos.
Barney: Círculo, Ted. Lo he llamado círculo.
Marshall: Yo no le grito nunca a Lily.
Lily: Y yo no grito a mis niños, ninguno de los cuales tiene padres que trabajen en la firma de Marshall.
Robbin: Así que no es un círculo.

Barney: Muy bien. ¿Queréis que sea una cadena de gritos? Es una cadena de gritos. Se me ocurrió lo del círculo a mitad de discurso porque pensé que era una metáfora más elegante. Pero vale, ¡arruinádmela! Siempre me menoscabáis cuando intento dar mi opinión, y estoy harto. ¡Dios! ¡Estoy rodeado de idiotas! ¡Idiotas!... ¿Lo véis? ¿No os sentís mucho mejor?
Como dice el propio Barney, la cadena del grito es real. O, al menos, eso es lo que piensa nada menos que Daniel Kahneman. Durante su trabajo con las fuerzas aéreas israelíes Kahneman observó que los instructores chillaban a los cadetes cuando lo hacían mal en lugar de felicitarles cuando lo hacía bien. Según los instructores, de esa manera es como mejoraban, pues habían notado que cuando alababan la ejecución de una maniobra en el siguiente intento el rendimiento empeoraba, mientras que con los gritos ocurría lo contrario. Sin embargo, ello se debía en realidad al fenómeno de regresión a la media, no a que el refuerzo negativo fuera más eficaz que el positivo. Los instructores, por supuesto, hicieron caso omiso de la explicación y siguieron pensando que era el castigo lo que funcionaba, de manera que continuaron usando palos en lugar de zanahorias. El resultado era un sistema poco amistoso para con los cadetes. Kahneman se dio cuenta entonces de que esa situación era aplicable a la sociedad en general donde, aun cuando somos amables con quienes lo son con nosotros, es más probable que seamos tratados de manera antipática, porque estamos pagando el pato de otro que antes se mostró hostil con quien ahora se nos muestra hostil (el énfasis es mío):
The discovery I made on that day was that the flight instructors were trapped in an unfortunate contingency: because they punished cadets when performance was poor, they were mostly rewarded by a subsequent improvement, even if punishment was actually ineffective. Furthermore, the instructors were not alone in that predicament. I had stumbled onto a significant fact of the human condition: the feedback to which life exposes us is perverse. Because we tend to be nice to other people when they please us and nasty when they do not, we are statistically punished for being nice and rewarded for being nasty.
Así, nuestros mejores gestos se van por el desagüe de aquellas personas que no nos corresponden y nos pagan con su indiferencia o mala educación –sin dar las gracias siquiera–, personas que incluso sacan provecho de forma recurrente de nuestras buenas intenciones y hasta de nuestras desventuras. Y como compensación lo único que recibimos es la animadversión de otros sujetos que, irónicamente, han sufrido las mismas afrentas que nosotros.

Dada esta falta de simpatía generalizada ¿tiene sentido tratar de ser famoso para que los demás nos traten cortesmente? Probablemente no. Como dicen en ese mismo blog, The Philosopher's Mail, la simpatía hacia el famoso no dura demasiado. Además, la fama trae consigo sus propios problemas. La persona notoria, al estar expuesta, es vulnerable: cada uno de sus actos es mirado con lupa y criticado por un número creciente de personas con acceso a internet. Todos sus trapos sucios saldrán a la luz, todos sus miedos y dudas sobre sí misma serán confirmados por miles de extraños:
One wants to be famous out of a desire for kindness. But the world isn’t generally kind to the famous for very long. The reason is basic: the success of any one person involves humiliation for lots of others. The celebrity of a few people will always contrast painfully with the obscurity of the many. Being famous upsets people. For a time, the resentment can be kept under control, but it is never somnolent for very long. When we imagine fame, we forget that it is inextricably connected to being too visible in the eyes of some, to bugging them unduly, to coming to be seen as the plausible cause of their humiliation: a symbol of how the world has treated them unfairly.
So soon enough, the world will start to go through the rubbish bags of the famous, it will comment negatively on their appearance, it will pour over their setbacks, it will judge their relationships, it will mock their new movies.
Fame makes people more, not less, vulnerable, because it throws them open to unlimited judgement. Everyone is wounded by a cruel assessment of their character or merit. But the famous have an added challenge in store. The assessments will come in from legions of people who would never dare to say to their faces what they can now express from the safety of the newspaper office or screen. We know from our own lives that a nasty remark can take a day or two to process.
Precisamente al hilo de esta cuestión un amigo dijo que la gente es amable con el famoso cuando está cara a cara con él, pero que luego es cruel. El ejemplo que puso es el de Paqurrín, cuya causa de celebridad es «ser hijo de». Nos contaba este amigo que había visto a algunas personas hacerse fotos con el susodicho para, acto seguido, tacharle de gordo y otras cosas por el estilo según se alejaba dando la espalda. Las redes sociales son un buen registro de este comportamiento. La actriz británica Keira Knightley, verbigracia, duró tan solo doce horas en Twitter. Borró su cuenta y aseguró que se había sentido como en el patio de un colegio. Mientras tanto, los personajes famosos que mantienen activas las suyas tienen que soportar comentarios de lo más grosero. El anonimato parece hacer estragos en la decencia de algunos individuos: personas que se comportarían educadamente si se las conociera cara a cara se tornan furiosas, vengativas, crueles, obsesivas e implacables cuando están en línea. Por ello, blogs como Microsiervos decidieron cerrar los comentarios hace tiempo ante el esfuerzo que supone moderarlos. The Philosopher's Mail nació directamente sin ellos.

Ante este panorama no es de extrañar que gente como Scott Adams, el dibujante de Dilbert, asegure que los adultos estamos sedientos de palabras amables y que, por ello, deberíamos agasajar a los demás con creciente frecuencia:
Los niños están acostumbrados a recibir un flujo constante de críticas y halagos, pero los adultos se pueden pasar semanas sin recibir un cumplido mientras soportan críticas, tanto en el trabajo como en casa. Los adultos necesitan con desespero una palabra amable. Cuando usted comprende el poder de la alabanza sincera (lo contrario a la mentira, la adulación y el beso en el trasero) se da cuenta de que no utilizarla es casi inmoral. Si ve algo que le impresiona, el respeto decente a la humanidad insiste en que lo exprese con palabras.
Claro que a uno le quedan pocas ganas de ser afable después de estar todo el día recibiendo el menosprecio de los otros. Aún así Savater insiste en su Ética para Amador en que ser cordial es lo lógico:
Si repartimos a troche y moche enemistad, aunque sea disimuladamente, no es probable que recibamos a cambio cosa mejor que más enemistad. Ya sé que por muy buen ejemplo que llegue a dar uno, los demás siempre tienen a la vista demasiados malos ejemplos que imitar. ¿Para qué molestarse, pues, y renunciar a las ventajas inmediatas que sacan a menudo los canallas? Marco Aurelio te contestaría: «¿Te parece prudente aumentar el ya crecido número de los malos, de los que poco realmente positivo puedes esperar, y desanimar a la minoría de los mejores, que en cambio tanto pueden hacer por tu buena vida? ¿No es más lógico sembrar lo que intentas cosechar en lugar de lo opuesto, aun a sabiendas de que la cizaña puede estropear tu cosecha? ¿Prefieres portarte voluntariamente al modo de tanto loco como hay suelto, en lugar de defender y mostrar las ventajas de la cordura?»
Hay que señalar aquí que Savater se refiere a la dicotomía entre tratar a los demás humanos como a enemigos frente a procurar su amistad. Pero a lo largo del día no tiene sentido tratar de hacerse amigo de todo el mundo. No buscamos amistad cuando pedimos nuestra comida en un restaurante, reclamamos una factura o tratamos de sobrevivir al atasco. También puede ser que no queramos entablar amistad con nuestros compañeros de trabajo, y prefiramos mantener cierta distancia profesional. Mi experiencia me dice que en esas situaciones en las que no pretendemos ganarnos la complicidad y el afecto de nuestros semejantes, la falta total de empatía y un trato más bien rudo son mucho más eficaces. Es algo que he aprendido de nuestros clientes: a quien mejor se atiende es a aquel que, como se dice vulgarmente, «monta el pollo». Es posible que aún actuando así no siempre logren lo que pretendían pero sí impedirá que queden los últimos en varias áreas de la vida y, además, no les quedará la sensación de ser unos pringados. Les aseguro que esa es una sensación muy desagradable. Se lo dice alguien a quien todo el mundo se le cuela en las salidas de la autopista.

2 comentarios:

  1. Muy bueno, de nuevo.

    Yo tengo una tendencia fuerte a intentar empatizar con la otra facción del conflicto y conciliar. Creo que, en mi vida, en líneas generales, funciona bien. Pero, posiblemente, para algunos mecanismos de poder se me considere "débil" y, tal vez, invalidado para ciertas posiciones. No lo sé... Quizá no sea así.

    En cuanto a decir cosas buenas y malas... Siempre me ha llamado la atención ese tipo de gente que se siente muy orgulloso de decir "las cosas a la cara". Normalmente, sólo se refieren a mandar a la gente a la mierda. No se suelen sentir orgullosos de alabar o agradecer algo a alguien "a la cara". Alguna vez se lo he hecho notar y... ha sido gracioso ver la expresión de desconcierto. :)

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, Luis :) Es una muy buena observación esa, ciertamente algunas personas tratan de hacer pasar su zafiedad por virtud pero nunca ofrecen halagos sinceros. Me encantaría ver alguna de esas expresiones de desconcierto de las que hablas :D

    ResponderEliminar