lunes, 12 de octubre de 2015

Negacionismo

Es posible que recuerden aquel capítulo de Los Simpson en el que Lisa encuentra un esqueleto un tanto peculiar al que los habitantes de Springfield acaban rindiendo culto, pues consideran que pertenece a un ángel. Mientras Lisa defiende en televisión su escepticismo tiene lugar el siguiente diálogo en la parroquia:
Moe: ¡Ciencia! ¿Qué ha hecho la ciencia por nosotros? Aparte de la tele.
Flanders: La ciencia es como esos bocazas que te destripan las películas contándote el final. Opino que hay ciertas cosas que no queremos saber. ¡Y cosas importantes!
Acto seguido, una turba enfurecida ataca el museo de ciencias naturales de Springfield. Es un magnífico episodio que trata sobre escepticismo, ciencia, ontología, capitalismo y religión. Retrata fielmente ese aspecto de la naturaleza humana que nos permite abrazar algo (en este caso, la ciencia) y rechazarlo simultáneamente, lo cual queda patente en las palabras de Moe cuando, tras quedar herido en su asalto al museo, dice: «he quedado paralítico, espero que la ciencia médica me cure».

Foto de Mars P.
El periodista Michael Specter explora algunas de las razones por la que las personas rechazan la ciencia en su libro Denialism: How Irrational Thinking Harms the Planet and Threatens Our Lives. La primera de ellas es que la ciencia nos da miedo. Según este autor, la ciencia nos ha fallado: prometía progreso sin límites y soluciones a todos los problemas del mundo, pero nos hemos encontrado con que cada nuevo avance viene acompañado de nuevos problemas. Sucesos como la tragedia del Challenger, el accidente de la central nuclear Chernóbil o escándalos farmacéuticos como el Vioxx y la talidomida nos hacen replantearnos nuestras expectativas acerca de la ciencia, generan dudas sobre la misma y nos recuerdan los peligros y las consecuencias no intencionadas del progreso científico y tecnológico. Dado que no nos fiamos de la ciencia, acabamos desarrollando soluciones para problemas globales que muchos no se atreven a usar, como los alimentos transgénicos o las vacunas:

Our technical and scientific capabilities have brought the world to a turning point, one in which accomplishments clash with expectations. The result often manifests itself as a kind of cultural schizophrenia. We expect miracles, but have little faith in those capable of producing them. Famine remains a serious blight on humanity, yet the leaders of more than one African nation, urged on by rich Europeans who have never missed a meal, have decided it would be better to let their citizens starve than to import genetically modified grains that could feed them.
Otra de las razones por las que mucha gente da la espalda a la ciencia es que entra en conflicto con sus creencias. La dimensión ideológica queda patente cuando los adelantos tecnológicos se ven como una «guerra» contra el planeta, un «atentado» contra la naturaleza o como «jugar a ser dioses». En este caso hemos de recordar que cuando los hechos no cuadran con lo que creemos, los hechos se descartan y las creencias se fortalecen (ibídem Specter):

We have all been in denial at some point in our lives; faced with truths too painful to accept, rejection often seems the only way to cope. Under those circumstances, facts, no matter how detailed or irrefutable, rarely make a difference. Denialism is denial writ large—when an entire segment of society, often struggling with the trauma of change, turns away from reality in favor of a more comfortable lie.[...] Unless data fits neatly into an already formed theory, a denialist doesn’t really see it as data at all. That enables him to dismiss even the most compelling evidence as just another point of view. Instead, denialists invoke logical fallacies to buttress unshakable beliefs, which is why, for example, crops created through the use of biotechnology are “frankenfoods” and therefore unlike anything in nature. “Frankenfoods” is an evocative term, and so is “genetically modified food,” but the distinctions they seek to draw are meaningless. All the food we eat, every grain of rice and ear of corn, has been manipulated by man; there is no such thing as food that hasn’t been genetically modified.
Otra causa que a mí se me ocurre como causa de repudio es que nuestro cerebro está sediento de certeza. Como vimos, la ciencia no es una bola mágica número ocho a la que se pueda hacer una pregunta y obtener una respuesta simple y sin ambigüedades. El principal beneficio del método científico es una reducción paulatina de la incertidumbre, pero eso implica que buena parte del conocimiento es solo provisional. A consecuencia de ello, toda respuesta científica honesta siempre vendrá acompañada de advertencias, probabilidades y márgenes de error, nada de lo cual digerimos fácilmente.

A todo lo anterior hay que sumarle el hecho de que la mayoría de personas confía más en historias que en estadísticas, y que recurrimos antes a nuestras experiencias personales y a anécdotas que al conocimiento científico. Por ejemplo, no les costará encontrar un fumador que les recuerde que Santiago Carrillo vivió noventa y siete años a pesar de ser un fumador empedernido. Es posible que dicho fumador también les recuerde, de paso, que «todo da cáncer», una muestra más de lo mal que nos llevamos con la estadística y de cómo preferimos dar la espalda a los hechos que nos fastidian. Añadan a la mezcla que llevamos hasta este punto los fraudes y las malas prácticas científicas que mencionamos en su día, así como los intereses económicos, y tendrán un abono perfecto para hacer crecer el desprecio a la ciencia.

Háganse cargo de la situación. De un lado, tenemos a una sociedad que demanda respuestas claras y sencillas, verdades absolutas, afirmaciones indiscutibles y soluciones exentas de riesgo. Por otro lado, tenemos un método científico lleno de sombras, tanto teóricas como prácticas, un sistema económico que no recompensa la búsqueda de la verdad, y un cerebro demasiado vago o incompetente para lidiar con el caos, la aleatoriedad y la incertidumbre. Así, mientras que los probos científicos no pueden ser tajantes y se las ven y se las desean para hacer llegar sus precauciones al público, las autoridades religiosas o los expertos pueden afirmar de forma rotunda cualquier cosa. Liberados del corsé del método científico, estos últimos alivian con su dogma la carga que suponen la complejidad y la incertidumbre del mundo.

Desgraciadamente, incluso aunque la ciencia fuera infalible, practicada y traída a nosotros de manos de alguna inteligencia extraterrestre, la verdad seguiría sin triunfar. Siempre habrá personas que no aceptarán aquellos hechos que contradigan su visión del mundo.

Ante esta situación, quienes tratan de implantar mejores políticas de salud pública están abandonando la premisa de que los hechos hablan por sí mismos en favor de cambios en la presentación narrativa:

As Nieman and countless other researchers have learned, new evidence often meets with dismay or even outrage when it shifts recommendations away from popular practices or debunks widely held beliefs. For evidence-based medicine to succeed, its practitioners must learn to present evidence in a way that resonates. Or, to borrow a phrase from politics, it's not the evidence, stupid — it's the narrative.
Política y ciencia no son tan diferentes como parece o como sería deseable. En ambos casos necesitamos la retórica y la persuasión para cambiar el punto de vista de otra persona. Sea por la naturaleza de los mismos o por cómo los procesamos, lo cierto es que la exposición cruda de los hechos no tiene el poder de convicción que damos por sentado. Me temo que eso significa que cierta subjetividad es inevitable en todos los asuntos humanos, lo cual es un inconveniente cuando queremos ponernos todos de acuerdo.

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