Foto de Lee Robert San Diego |
En ambos casos todas las constantes vitales resultaron estar bien. El electrocardiograma no mostraba signos de infarto, no tuve convulsiones ni alteraciones neuronales ni relajación involuntaria de esfínteres, y tanto la glucemia como la presión arterial y la saturación de oxígeno en sangre eran normales. En casos así, sin causas físicas aparentes, la pérdida de consciencia cae en el diagnóstico baúl del síncope vasovagal:
The common faint—or vasovagal syncope—accounts for roughly three-quarters of the cases of syncope that come through the emergency room. A grab-bag diagnosis, it is probably not a single disease as much as a poorly understood syndrome of standing. The classic physical signs are slow pulse and low blood pressure. A cardiologist once told me how he had diagnosed vasovagal syncope on a plane flight. A passenger in the aisle had started to pass out, and as he was falling, the cardiologist’s fingers somehow had landed on his neck pulse, which was beating slowly. Given the circumstances, it was all he’d needed to make the diagnosis. Rarely fatal, vasovagal syncope can be debilitating to those predisposed. Treatment suggestions reflect the wide spectrum of the disorder, ranging from beta-blocking drugs and salt tablets to pacemakers and Paxil.El síncope es una pérdida de conciencia de poca duración debida a un episodio de hipoxia cerebral transitoria. En lenguaje llano, significa que durante un breve periodo de tiempo el cerebro recibe menos oxígeno del necesario. Puede deberse a muchas causas distintas, como estrés emocional, acumulación de sangre en las piernas, sudoración y cambios bruscos en la temperatura o en la posición del cuerpo. El síncope vasovagal es la forma más común en pacientes jóvenes y se produce por una estimulación del nervio vago, el cual inerva (entre otros órganos) el corazón. Su estimulación activa el sistema parasimpático causando bradicardia, vasodilatación visceral y vasoconstricción periférica, todo lo cual desemboca en hipoperfusión cerebral. De nuevo en lenguaje llano: el ritmo cardíaco disminuye y el riego sanguíneo se desvía a las vísceras, con lo que el cerebro deja de recibir momentáneamente suficiente sangre oxigenada y se produce el desvanecimiento.
En el cine y la televisión el desmayo se caracteriza como un suceso cómico o dramático, siempre estereotipado y artificioso. Lo cierto es que, aunque no sea una amenaza para la vida, es bastante desagradable. Uno se despierta pálido, sudoroso y con la boca seca. El aturdimiento y el mareo posteriores pueden durar varias horas. Dependiendo de cómo ocurra puede haber contusión craneal. Y luego queda el miedo y la incertidumbre de no saber cuándo volverá a pasar. La primera vez que me ocurrió ese miedo caló hondo. Recuerdo salir de casa por primera vez después del primer síncope y empezar a pensar, muy en mi línea: ¿y si me vuelvo a desmayar? ¿Y si me ocurre aquí, en la calle, solo? Me puse nervioso y el corazón se me aceleró. La mente aceleró aún más: ¿y si me desmayo de nuevo y acabo teniendo miedo de salir a la calle? ¿Y si no puedo salir a calle nunca más? Supuse que así es como nace la agorafobia. Quería irme a casa pero me obligué a terminar el paseo. Aunque no perdí la conciencia, lo cierto es que fueron cuarenta minutos muy desapacibles.
Con motivo de aquel primer desmayo me hicieron muchas pruebas médicas, una de las cuales requirió anestesia general. Era la primera vez que me anestesiaban y me pareció una experiencia fascinante. Me tomaron la vía, me pusieron el oxígeno y me dijeron: «ahora, a dormir». Recuerdo el frío de la anestesia subiendo por el antebrazo y, acto seguido, estar en la sala de recuperación. Tenía la absurda creencia de que el sueño inducido por la anestesia sería parecido al sueño natural y que podría luchar por permanecer despierto, al menos durante un momento. Por la noche, aunque no podamos identificar el momento exacto en el que nos quedamos dormidos, sí somos conscientes de que poco a poco vamos cayendo en manos de Morfeo. La anestesia general, sin embargo, funciona como un interruptor. Fue una de esas experiencias que te dejan asombrado cuando las vives. Más asombroso aún es que, aunque sea un procedimiento usado a diario en todo el mundo, todavía no se conoce a ciencia cierta el mecanismo de la anestesia general.
No creo que sea el único que trata de imaginar cómo sería no despertarse de una operación o a la mañana siguiente. La muerte y el sueño siempre han estado entrelazados. En la mitología griega, Nix es la diosa de la noche, madre de dos gemelos: Hipnos (el sueño) y Tánatos (la muerte sin violencia). Ambos regalaban su descanso con un suave toque. Hipnos y su madre son a su vez los padres de Morfeo, el dios de los sueños.
Para Sócrates, la muerte podía ser el paso del alma a otro lugar donde estarían el resto de almas de personas ya fallecidas o, simplemente, el cese completo de la consciencia, un sueño infinito sin ensoñaciones. Dado que la consciencia es la base de la experiencia subjetiva y de la conciencia sobre uno mismo, es imposible para nuestro cerebro concebir tal experiencia de sueño eterno. Cuando imaginamos cómo sería experimentar algo, proyectamos nuestro yo en el futuro, pero tras el cese de toda actividad cerebral nuestro yo deja de existir. Es tan absurdo como preguntarse qué había antes del Big Bang. No hay un «antes»: el tiempo comienza con el Big Bang. De manera similar, no existe tal cosa como el sueño eterno, pues no hay un yo cuando el cerebro se apaga. Sencillamente nos disolvemos en el eterno olvido.
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