lunes, 26 de septiembre de 2016

Ámsterdam en dos días (y III)

Nuestra visita no estaría completa si no entráramos a alguno de los más de cincuenta museos de la ciudad. Hay museos de todo tipo de colecciones pero los más conocidos probablemente sean el dedicado a Ana Frank, el Rijksmuseum y el de Van Gogh. Dos días no es tiempo suficiente para verlos todos, en parte por el tamaño de algunos (el Rijksmuseum es bastante grande) y en parte debido a las largas colas (incluso aunque se haya comprado la entrada por internet). Por tanto, habremos de elegir. Yo opté por el museo Van Gogh.

A pesar de no tener ni idea de arte, el museo dedicado a este artista me gustó, si bien hube de esperar más de una hora para entrar. Dos cuadros me maravillaron especialmente. El primero fue La cabaña, una de las muchas representaciones de la vida rural que creó Van Gogh. El efecto de la veta rojiza del cielo, cuyo contraste se une al del fuego dentro de la casa, me pareció sensacional. La estampa me recordó a la casa de mis abuelos en la aldea en la que había estado pocos días atrás. Me quedé embobado mirando aquel lienzo durante un buen rato. Ahora que lo he vuelto a ver en fotos puedo decir que no es lo mismo que tenerlo delante; en el museo impresiona mucho más.

La cabaña, Van Gogh

El otro cuadro que me emocionó fue Campo de trigo con cuervos, una de sus últimas obras. La sensación de soledad y tristeza que transmite esa pintura me cautivaron inmediatamente. Durante mucho tiempo, este se consideró el último trabajo del autor aunque en realidad pintó unos cuantos cuadros más después. Aunque Van Gogh nunca habló sobre este cuadro en concreto, escribió a su hermano Theo:

Hay vastos campos de trigo bajo un cielo agitado y no he tenido que esforzarme mucho en expresar la tristeza y la extrema soledad. Confío en que puedas verlos pronto porque pienso llevarlos a París cuanto antes ya que creo que esos lienzos te dirán lo que yo no puedo expresar con palabras: la salud y la fuerza regeneradora que veo en el campo.
Campo de trigo con cuervos, Van Gogh

Como ya sabrán, Van Gogh se suicidó. Quiso la casualidad que la exposición temporal que había el día de mi visita versara precisamente sobre la enfermedad mental del artista. Después del incidente de la oreja, en el que se cortó (total o parcialmente; no se sabe a ciencia cierta) dicho apéndice tras una discusión con Rembrandt, a quien admiraba profundamente, el pintor holandés decidió ingresar voluntariamente en el sanatorio de Saint-Rémy. Allí permaneció un año, hasta Mayo de 1890. Poco después de su salida, el 27 de julio, con treinta y siete años, se disparó en el pecho. Sin embargo, no murió inmediatamente: pudo volver a su albergue donde fue atendido por los médicos. Finalmente fue la infección resultante de la herida la que acabó con su vida dos días después. Según su hermano Theo, quien estuvo con él en esos últimos momentos, sus últimas palabras fueron: «la tristesse durera toujours» (la tristeza durará para siempre).

Esto es (casi) todo lo que puedo contarles sobre Ámsterdam. Habrán notado una clara omisión: los coffee shops. Mi interés por la marihuana es nulo de modo que, ante las limitaciones de tiempo, obvié la visita a dichos locales. Solo diré al respecto que el olor a marihuana quemada es prácticamente constante en el centro de la ciudad, que la hoja de cannabis es un motivo frecuente de los souvenirs (camisetas, tazas, llaveros y demás) y que se pueden comprar multitud de productos que cuentan entre sus ingredientes el cáñamo índico, desde té hasta chocolate.

Otra seña de identidad holandesa que me perdí fueron los molinos. A pocos kilómetros de Ámsterdam se encuentra el Zaanse Schans, un museo al aire libre con ocho molinos bien conservados y uno industrial que puede visitarse gratuitamente. Cerca de aquí se encuentra además el Museo del molino.

Quisiera terminar con un último apunte en lo atinente a las fuentes de los datos históricos y demás información proporcionada en esta serie de artículos. La mayor parte proviene de lo que nos contaron los guías, por lo que algunos datos o hechos pueden no ser correctos, si bien he procurado completar y ampliar sus afirmaciones con información de la Wikipedia y libros sobre Ámsterdam que pueden consultarse en Google Libros. Es posible que, aún así, haya errores u omisiones. Si encuentran alguno siéntanse libres de señalarlo en los comentarios.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Ámsterdam en dos días (II)

Después de mucho pasear empiezan a doler los pies y apetece sentarse un rato. La mejor opción para poder seguir haciendo turismo mientras descansamos es subirse a uno de los muchos paseos en barco por los canales que hay disponibles. En Ámsterdam hay tres canales principales (Prinsengracht, Herengracht y Keizersgracht) excavados en el siglo XVII que suman más de cien kilómetros de longitud. Sorprende que no haya ninguna valla o protección en sus lindes, razón por la cual muchas bicicletas, personas y coches acaban en el fondo de ellos. Yo mismo pude presenciar cómo una bici caía al agua tras recibir un golpe en un aparcamiento.

No solo es posible navegar por los canales (el desfile del Día del Orgullo Gay transcurre por ellos) sino que también pueden utilizarse como emplazamiento de una casa-barco. Sin embargo, actualmente ya no se conceden nuevos amarres por lo que los existentes tienen un precio bastante alto.

Las aguas de los canales se renuevan cada tres días con agua del río Amstel mediante la apertura de la presa, lo que hace que los canales estén más limpios de lo que su color sugiere a primera vista. El indicador más evidente de su limpieza quizá sea la ausencia de vegetación en la superficie del agua, algo que en los canales de otras ciudades (como Delft) llama la atención enseguida. El agua de los canales de Ámsterdam es lo suficientemente clara como para que cada año tenga lugar una competición de nado en ellos en la que ha participado hasta la mismísima reina de Holanda.

Foto de Mariano Mantel
Si no nos gustan los barcos siempre podemos coger una bicicleta, otra de las señas de identidad de la ciudad. Realmente aquí la bici se usa para todo: pueden verse madres llevando la compra en la cesta trasera y el bebé en la delantera mientras pedalean hablando por el móvil. Algo que me llamó la atención es que las bicicletas son, en su gran mayoría, una porquería (muchas no tienen ni marchas ni freno). Hay dos razones para ello: el clima, húmedo y corrosivo, y los robos, muy habituales. Una bicicleta nueva cuesta unos trescientos euros y una de segunda mano aproximadamente la mitad. Por contra, las robadas se venden a diez o veinte euros. Si incluso este último precio les parece excesivo siempre pueden utilizar el método que utilizan los ladrones autóctonos: pasear por los gigantescos aparcamientos para bicicletas que hay en la ciudad y llevarse aquella que el dueño no haya amarrado.

Al menos en lo que al centro de la ciudad se refiere, no encontré el paseo en bici tan cómodo como esperaba. Hay muchísimo tráfico ciclista y los carriles no son especialmente anchos. Igual que en países como España, a veces el carril desaparece sin más, desembocando en la carretera o en la vía del tram. Por el carril bici circulan también las motocicletas y puedo asegurarles que los nativos del lugar apuran mucho los espacios. Aunque las bicicletas tienen prioridad, la alta densidad de población y la mezcla de peatones, coches, tranvías y bicicletas hace que el tráfico sea caótico y que quienes no estamos acostumbrados tengamos que andar con mil ojos.

Ámsterdam es una ciudad arquitectónicamente congelada en el tiempo por decreto. Las fachadas han de respetarse e incluso las reformas en el interior de los hogares requieren un permiso. Un pequeño puñado de características define las casas de esta urbe. En primer lugar, son bajas, de tres o cuatro pisos a lo sumo, y muy estrechas. La estrechez se debe a que en la época en que se construyeron se cobraban impuestos en virtud de la amplitud de la fachada. Para compensar, las casas cuentan con grandes y numerosas ventanas divididas en ventanas más pequeñas que dan mayor sensación de amplitud.

El espacio interior de estas casas tan estrechas se logró a base de quitárselo a las escaleras. Así, las escaleras holandesas son muy particulares: de caracol, con giros muy cerrados y escalones diminutos, por lo que han de subirse y bajarse casi de puntillas. A consecuencia de ello es casi imposible subir cargado con algo por lo que se colocaba en el exterior de las viviendas un gancho en el que se podía montar una polea para subir los muebles introduciéndolos por las ventanas de los pisos superiores. Para evitar golpes y roces en este proceso las fachadas están inclinadas hacia delante, una característica que es evidente a primera vista.

Además de los ganchos para las poleas en todas las fachadas se pueden ver unos remates metálicos negros. Se trata de un elemento arquitectónico que recorre las vigas de la construcción por el interior y hace que la vivienda se mueva en bloque, de manera que si el terreno cede en una parte de la casa  la vivienda se incline en lugar de resquebrajarse. No olvidemos que Ámsterdam es una ciudad construida prácticamente sobre el fango. Situada a dos metros bajo el nivel del mar, buena parte de su superficie actual ha sido reclamada al océano. Los cimientos de la ciudad son enormes pilares de madera clavados en el lecho marino los cuales, al estar en un entorno anaerobio, no se pudren. Sin embargo, la estabilidad del terreno no está garantizada y de ahí que no sea raro encontrar construcciones ladeadas.

Por el centro de la ciudad también es común ver en las fachadas el escudo de la ciudad, dos bandas rojas verticales a ambos lados de una negra que contiene tres cruces de San Andrés de color blanco. San Andrés es el patrón de Escocia y de los pescadores, y una iglesia que lleva su nombre se alza al lado de la Estación Central. Hermano de Simón Pedro, fue el primer apóstol llamado por Jesucristo y murió crucificado en una cruz con forma de equis. Algunos creen que las tres cruces de San Andrés del escudo hacen referencia a los tres males de la ciudad: fuego, inundaciones y peste. Otra teoría sostiene que es el símbolo con el que se identificaban los barcos holandeses, pues los ingleses se señalaban con un símbolo parecido de una única cruz. Quizá la teoría más plausible es la que sitúa su origen en el escudo de la familia noble Persijn, pues el caballero Jan Persijn fue lord de Amstelledamme de 1280 a 1282 y dos localidades cercanas que también pertenecían a la familia muestran los mismos colores en sus escudos. Si esta teoría tampoco les convence quizá prefieran la que nos ofreció bromeando el guía: que las cruces representan las tres finales que ha perdido la selección nacional holandesa de fútbol.

Algunas casas muestran también en su exterior escudos representativos de las familias que vivieron en ellas. Según nos contaron, los holandeses no usaban apellidos hasta que Napoleón les obligó en 1811 a tener un registro de matrimonios, nacimientos y defunciones. Algunos holandeses se lo tomaron a guasa y se pusieron apellidos humorísticos o absurdos, los cuales perduran hasta hoy.

De nuevo en el interior de las viviendas, dos pequeñas cosas relacionadas con la misma causa llamaron mi atención. Los holandeses son los hombres más altos del mundo pero, curiosamente, a finales del siglo XIX eran conocidos por su baja estatura. Nadie sabe a ciencia cierta las causas del crecimiento de su población aunque hay muchas teorías al respecto. Sea cual sea la razón, la decoración refleja este hecho en aspectos como la altura del retrete, la longitud de la cama o la altura de los espejos.

También relacionado con la decoración interior, recuerdo haber andado camino del hotel el día de mi llegada y ver a una mujer a través de una ventana trabajando con el ordenador sentada en su mesa. La ventana era bastante grande y el interior se veía perfectamente así que pensé que se trataba de una oficina o tienda de algún tipo. Sin embargo, paseando por el centro de la ciudad observé que ocurría lo mismo, y es que en Ámsterdam las cortinas brillan por su ausencia incluso en las ventanas de las viviendas que están al nivel de la calle. Así, es posible ver a la gente comiendo o viendo la tele desde fuera. Según me dijeron, esta transparencia tiene su raíz en la máxima protestante de no tener nada que ocultar.

En lo que a comida se refiere, Holanda tiene la misma peculiaridad que otros países del norte de Europa, a saber: una gastronomía lamentable compensada con unos dulces exquisitos. Huelga decir que este país es famoso por sus quesos (Gouda, Edam) y su cerveza. En lo que a platos concretos se refiere, la sopa más popular de Holanda es la crema de guisantes (erwtensoep). También son típicos el arenque crudo (haring), una especie de croquetas que se sirven con mostaza (bitterballen) y un guiso de ternera muy adecuado para las bajas temperaturas del invierno (hutspot).

En realidad, la comida típica holandesa es la más difícil de encontrar en Ámsterdam, mientras que los restaurantes de comida rápida y de cocina de otras partes del mundo abundan en sus calles. En cuanto a los postres, tuve la suerte de ser invitado a la mejor tarta de manzana (appeltaart) de la ciudad en un local llamado Winkel, el cual cuenta entre sus clientes a personajes célebres como Bill Clinton. Otro dulce típico son los stroopwafel, una mezcla entre galleta y gofre rellena de caramelo a modo de sandwich. Una versión reducida del mismo puede tomarse con el café, colocando la galleta-gofre sobre la taza a modo de tapa de manera que el calor de la bebida derrita el caramelo. En cualquier caso, para mí los mejores dulces acabaron siendo los helados que probé en Delft y unas cookies que pude comprar en el mercadillo de dicha ciudad, verdaderas exquisiteces para un goloso como yo.

Continuará.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Ámsterdam en dos días (I)

La ciudad de Ámsterdam nació como un pequeño pueblo pesquero situado en una presa del río Amstel. De ahí su nombre original, Amstelredamme, ya que damme significa dique o presa. Según la leyenda, la ciudad fue fundada por dos pescadores y su perro quienes remontaron el río hasta que encontraron un lugar en el que les pareció bien asentarse. La primera referencia a Amstelredamme aparece en un documento con fecha veintisiete de octubre de 1275 en el que un noble llamado Floris V exime de impuestos a los «homines manentes apud Amstelledamme».

Imagen de Josep Mª Nolla
La plaza Dam está situada en la ubicación original de la presa que da nombre a la ciudad y es un buen lugar desde que el empezar la visita. En esta plaza se halla el Palacio Real, que se convirtió en tal cuando Luis Napoleón (el hermano de Napoleón Bonaparte) se mudó allí. Mirando el palacio de frente, a su derecha encontramos la Iglesia Nueva (Nieuwe Kerk) construida en el siglo XV. Frente a ambos edifcios, al otro lado de la plaza, se alza el Monumento Nacional, una construcción en recuerdo de las víctimas de la Segunda Guerra Mundial. Mientras que otros monumentos por el estilo están hechos por los militares para los militares, este se diseñó para la ciudadanía común. Si el monumento al soldado caído que hay en Roma está cercado y custodiado por soldados, permaneciendo cerrado durante la noche, el holandés, por el contrario, está totalmente integrado en la plaza y los paseantes pueden sentarse en él. La pared semicircular del Monumento Nacional contiene once urnas con tierra procedente de campos de ejecución y cementerios de guerra, una por cada provincia holandesa.

Desde la plaza Dam podemos caminar por Damstraat para llegar al celebérrimo Barrio Rojo de Ámsterdam cuyo nombre coloquial, De Wallen, hace referencia a los muros de los dos canales que allí se cruzan. Este es un lugar que hay que visitar de noche pues se transforma espectacularmente: las luces rojizas de neón revelan establecimientos dedicados al sexo que pasan desapercibidos durante el día, y los famosos escaparates están ocupados por auténticas beldades con ropa interior brillante. Este barrio tiene su origen en el puerto que allí había, al cual arribaban barcos cargados de marineros ansiosos por aliviar sus instintos primarios. Curiosamente, junto a estas calles se encuentra la Iglesia Vieja (Oude Kerk), el edificio más antiguo de la ciudad (se construyó en el año 1213). Según el guía que nos la mostró, la Iglesia toleraba la actividad de las meretrices a cambio de que estas tuvieran a bien recordarle a sus clientes que habían pecado y que podían comprar el perdón en forma de bula papal en dicha iglesia.

Como quizá ya sepan, las chicas de los escaparates del Barrio Rojo de Ámsterdam son trabajadoras autónomas que pagan impuestos por su actividad y han de someterse a exámenes médicos. Cobran unos cincuenta euros por un cuarto de hora y, al estilo de Apple, cada pequeño extra conlleva un pago suplementario. Por ejemplo, si el cliente quiere tener sexo en más de una postura habrá de hacer un desembolso adicional. Estas mujeres cuentan con protección policial y está prohibido hacerles fotos aunque yo pude presenciar cómo una de ellas llevaba a cabo un baile sensual ante la cámara de un turista. Sorprende quizá la presencia de niños paseando por estas calles aunque los holandeses tienen la teoría de que los infantes no saben de qué va todo aquello y, en consecuencia, no les afecta.

Visto el Barrio Rojo podemos pasar al Barrio Chino, donde observaremos que los carteles de las calles muestran el nombre tanto con el alfabeto occidental como con el chino. En estas calles está el templo budista más grande de Europa, lo cual suena más impresionante de lo que verdaderamente es. En las cercanías encontraremos Nieuwmarkt, una pequeña plaza donde hay un mercadillo diario, amén de otro de antigüedades y un tercero de libros, dependiendo del día y de la estación del año. Esta plaza está dominada por el Waag, construcción que era en su origen medieval una de las puertas de la ciudad y fue reconvertida en casa de pesos y medidas una vez los muros de la ciudad fueron derribados en el siglo XVII. Durante la Segunda Guerra Mundial los nazis juntaban allí a los judíos que iban a ser llevados a campos de concentración. La razón para ello es que no muy lejos de esta plaza se halla el barrio judío, donde vivió el inmortal artista Rembrandt Harmenszoon van Rijn en una casa convertida ahora en museo. La arquitectura de este barrio no concuerda con la del resto de la ciudad ya que hubo de ser reconstruido tras la guerra. Después de ser desalojadas por los nazis, las casas fueron prácticamente desmantelada por los habitantes de Ámsterdam, quienes buscaban madera para calentarse y cualquier cosa que llevarse a la boca.

Hablar de Ámsterdam, judíos y nazismo es hablar de la casa de Ana Frank, el lugar donde aquella niña judía se escondió con el resto de su familia hasta que fueron descubiertos y enviados a campos de concentración. El único que sobrevivió fue el padre de Ana, Otto, quien publicó los diarios de su hija.

Al principio de la ocupación alemana, los nazis trataron de ganarse a los holandeses. Sin embargo, sus simpatías no incluían a los judíos quienes fueron perseguidos, cazados y expatriados a la fuerza como en el resto de territorios ocupados. La «sección de defensa» (WA) del partido pro-nazi holandés NSB hacía de las suyas por el barrio judío hasta que el once de febrero de 1941 se encontraron con un grupo de boxeadores. La batalla entre ambos bandos se saldó con graves heridas para el miembro de la WA Hendrik Koot, quien murió tres días después. Como represalia, los alemanes cercaron el barrio judío y prohibieron su entrada a los no judíos. Nuevas batallas campales tuvieron lugar en los días siguientes lo que desembocó en la deportación de cuatrocientos veinticinco judíos en el fin de semana siguiente. El Partido Comunista holandés, consciente del pogromo que estaba teniendo lugar, organizó una huelga que tuvo lugar el día 25. Los primeros en declararse en huelga fueron los conductores de tranvía, pues fue ese medio de transporte el que se usó para las deportaciones (concretamente la línea 8, hoy desaparecida). Enseguida se unieron el resto de servicios, resultando en una parálisis prácticamente completa de la ciudad. Aunque la huelga fue rápidamente suprimida por la policía alemana en los dos días siguientes, aquella acción fue la primera y única que tuvo lugar como protesta por el tratamiento de los judíos que estaban llevando a cabo los nazis. Los habitantes de Ámsterdam fueron los únicos que no miraron para otro lado y decidieron hacer algo al respecto.

Desde Niewmarkt podemos seguir la linde del canal Kloveniersburgwal para contemplar el edificio que fue sede de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales (VOC por sus siglas en holandés), fundada en 1602. Contaba con el monopolio del comercio oriental y, bajo prerrogativa real, poseía su propia moneda y su propio ejército, pudiendo declarar la guerra. Esta compañía creó el Amsterdam Stock Exchange situado en el número 5 de Beursplein para comerciar con sus acciones y bonos, siendo la primera empresa de la Historia en hacerlo.

Seguimos caminando por Kloveniersburgwal y doblamos por Nieuwe Doelenstraat para llegar a Muntplein, otra pequeña plaza que, en realidad, es un puente: el más ancho de Ámsterdam. Todos los puentes en Ámsterdam están numerados, teniendo el de Muntplein el número 1. Aquí veremos la torre Munt, la cual fue parte de una de las tres puertas medievales de la ciudad. Caminando por Rokin y siguiendo por Spui llegaremos a la capilla Begijnhof, un convento de monjas Beguinas. Las Beguinas eran una orden religiosa que vivía en comunidades monásticas pero no tomaban los votos de manera formal (no hacían voto de castidad, por ejemplo), por lo que técnicamente no eran monjas aunque se dedicaban a las mismas tareas. Como curiosidad de este lugar cabe destacar que la presencia masculina en su interior está prohibida a partir de las cinco de la tarde.

El pintoresco patio cerrado medieval de Begijnhof alberga un conjunto de edificios históricos dispuestos en torno a un espacio verde, e incluye la casa de madera más antigua de Ámsterdam. También hay una iglesia oculta que nació a partir del conflicto entre católicos y protestantes. Hasta 1578, Ámsterdam era católica en su mayoría pero a partir de ese año los protestantes prevalecieron en la ciudad, prohibiendo a los católicos profesar su fe públicamente. Las Beguinas rindieron su templo a los protestantes pero les fue permitido construir una iglesia con la condición de que no pareciera tal desde el exterior.

Continuará.