lunes, 19 de septiembre de 2016

Ámsterdam en dos días (II)

Después de mucho pasear empiezan a doler los pies y apetece sentarse un rato. La mejor opción para poder seguir haciendo turismo mientras descansamos es subirse a uno de los muchos paseos en barco por los canales que hay disponibles. En Ámsterdam hay tres canales principales (Prinsengracht, Herengracht y Keizersgracht) excavados en el siglo XVII que suman más de cien kilómetros de longitud. Sorprende que no haya ninguna valla o protección en sus lindes, razón por la cual muchas bicicletas, personas y coches acaban en el fondo de ellos. Yo mismo pude presenciar cómo una bici caía al agua tras recibir un golpe en un aparcamiento.

No solo es posible navegar por los canales (el desfile del Día del Orgullo Gay transcurre por ellos) sino que también pueden utilizarse como emplazamiento de una casa-barco. Sin embargo, actualmente ya no se conceden nuevos amarres por lo que los existentes tienen un precio bastante alto.

Las aguas de los canales se renuevan cada tres días con agua del río Amstel mediante la apertura de la presa, lo que hace que los canales estén más limpios de lo que su color sugiere a primera vista. El indicador más evidente de su limpieza quizá sea la ausencia de vegetación en la superficie del agua, algo que en los canales de otras ciudades (como Delft) llama la atención enseguida. El agua de los canales de Ámsterdam es lo suficientemente clara como para que cada año tenga lugar una competición de nado en ellos en la que ha participado hasta la mismísima reina de Holanda.

Foto de Mariano Mantel
Si no nos gustan los barcos siempre podemos coger una bicicleta, otra de las señas de identidad de la ciudad. Realmente aquí la bici se usa para todo: pueden verse madres llevando la compra en la cesta trasera y el bebé en la delantera mientras pedalean hablando por el móvil. Algo que me llamó la atención es que las bicicletas son, en su gran mayoría, una porquería (muchas no tienen ni marchas ni freno). Hay dos razones para ello: el clima, húmedo y corrosivo, y los robos, muy habituales. Una bicicleta nueva cuesta unos trescientos euros y una de segunda mano aproximadamente la mitad. Por contra, las robadas se venden a diez o veinte euros. Si incluso este último precio les parece excesivo siempre pueden utilizar el método que utilizan los ladrones autóctonos: pasear por los gigantescos aparcamientos para bicicletas que hay en la ciudad y llevarse aquella que el dueño no haya amarrado.

Al menos en lo que al centro de la ciudad se refiere, no encontré el paseo en bici tan cómodo como esperaba. Hay muchísimo tráfico ciclista y los carriles no son especialmente anchos. Igual que en países como España, a veces el carril desaparece sin más, desembocando en la carretera o en la vía del tram. Por el carril bici circulan también las motocicletas y puedo asegurarles que los nativos del lugar apuran mucho los espacios. Aunque las bicicletas tienen prioridad, la alta densidad de población y la mezcla de peatones, coches, tranvías y bicicletas hace que el tráfico sea caótico y que quienes no estamos acostumbrados tengamos que andar con mil ojos.

Ámsterdam es una ciudad arquitectónicamente congelada en el tiempo por decreto. Las fachadas han de respetarse e incluso las reformas en el interior de los hogares requieren un permiso. Un pequeño puñado de características define las casas de esta urbe. En primer lugar, son bajas, de tres o cuatro pisos a lo sumo, y muy estrechas. La estrechez se debe a que en la época en que se construyeron se cobraban impuestos en virtud de la amplitud de la fachada. Para compensar, las casas cuentan con grandes y numerosas ventanas divididas en ventanas más pequeñas que dan mayor sensación de amplitud.

El espacio interior de estas casas tan estrechas se logró a base de quitárselo a las escaleras. Así, las escaleras holandesas son muy particulares: de caracol, con giros muy cerrados y escalones diminutos, por lo que han de subirse y bajarse casi de puntillas. A consecuencia de ello es casi imposible subir cargado con algo por lo que se colocaba en el exterior de las viviendas un gancho en el que se podía montar una polea para subir los muebles introduciéndolos por las ventanas de los pisos superiores. Para evitar golpes y roces en este proceso las fachadas están inclinadas hacia delante, una característica que es evidente a primera vista.

Además de los ganchos para las poleas en todas las fachadas se pueden ver unos remates metálicos negros. Se trata de un elemento arquitectónico que recorre las vigas de la construcción por el interior y hace que la vivienda se mueva en bloque, de manera que si el terreno cede en una parte de la casa  la vivienda se incline en lugar de resquebrajarse. No olvidemos que Ámsterdam es una ciudad construida prácticamente sobre el fango. Situada a dos metros bajo el nivel del mar, buena parte de su superficie actual ha sido reclamada al océano. Los cimientos de la ciudad son enormes pilares de madera clavados en el lecho marino los cuales, al estar en un entorno anaerobio, no se pudren. Sin embargo, la estabilidad del terreno no está garantizada y de ahí que no sea raro encontrar construcciones ladeadas.

Por el centro de la ciudad también es común ver en las fachadas el escudo de la ciudad, dos bandas rojas verticales a ambos lados de una negra que contiene tres cruces de San Andrés de color blanco. San Andrés es el patrón de Escocia y de los pescadores, y una iglesia que lleva su nombre se alza al lado de la Estación Central. Hermano de Simón Pedro, fue el primer apóstol llamado por Jesucristo y murió crucificado en una cruz con forma de equis. Algunos creen que las tres cruces de San Andrés del escudo hacen referencia a los tres males de la ciudad: fuego, inundaciones y peste. Otra teoría sostiene que es el símbolo con el que se identificaban los barcos holandeses, pues los ingleses se señalaban con un símbolo parecido de una única cruz. Quizá la teoría más plausible es la que sitúa su origen en el escudo de la familia noble Persijn, pues el caballero Jan Persijn fue lord de Amstelledamme de 1280 a 1282 y dos localidades cercanas que también pertenecían a la familia muestran los mismos colores en sus escudos. Si esta teoría tampoco les convence quizá prefieran la que nos ofreció bromeando el guía: que las cruces representan las tres finales que ha perdido la selección nacional holandesa de fútbol.

Algunas casas muestran también en su exterior escudos representativos de las familias que vivieron en ellas. Según nos contaron, los holandeses no usaban apellidos hasta que Napoleón les obligó en 1811 a tener un registro de matrimonios, nacimientos y defunciones. Algunos holandeses se lo tomaron a guasa y se pusieron apellidos humorísticos o absurdos, los cuales perduran hasta hoy.

De nuevo en el interior de las viviendas, dos pequeñas cosas relacionadas con la misma causa llamaron mi atención. Los holandeses son los hombres más altos del mundo pero, curiosamente, a finales del siglo XIX eran conocidos por su baja estatura. Nadie sabe a ciencia cierta las causas del crecimiento de su población aunque hay muchas teorías al respecto. Sea cual sea la razón, la decoración refleja este hecho en aspectos como la altura del retrete, la longitud de la cama o la altura de los espejos.

También relacionado con la decoración interior, recuerdo haber andado camino del hotel el día de mi llegada y ver a una mujer a través de una ventana trabajando con el ordenador sentada en su mesa. La ventana era bastante grande y el interior se veía perfectamente así que pensé que se trataba de una oficina o tienda de algún tipo. Sin embargo, paseando por el centro de la ciudad observé que ocurría lo mismo, y es que en Ámsterdam las cortinas brillan por su ausencia incluso en las ventanas de las viviendas que están al nivel de la calle. Así, es posible ver a la gente comiendo o viendo la tele desde fuera. Según me dijeron, esta transparencia tiene su raíz en la máxima protestante de no tener nada que ocultar.

En lo que a comida se refiere, Holanda tiene la misma peculiaridad que otros países del norte de Europa, a saber: una gastronomía lamentable compensada con unos dulces exquisitos. Huelga decir que este país es famoso por sus quesos (Gouda, Edam) y su cerveza. En lo que a platos concretos se refiere, la sopa más popular de Holanda es la crema de guisantes (erwtensoep). También son típicos el arenque crudo (haring), una especie de croquetas que se sirven con mostaza (bitterballen) y un guiso de ternera muy adecuado para las bajas temperaturas del invierno (hutspot).

En realidad, la comida típica holandesa es la más difícil de encontrar en Ámsterdam, mientras que los restaurantes de comida rápida y de cocina de otras partes del mundo abundan en sus calles. En cuanto a los postres, tuve la suerte de ser invitado a la mejor tarta de manzana (appeltaart) de la ciudad en un local llamado Winkel, el cual cuenta entre sus clientes a personajes célebres como Bill Clinton. Otro dulce típico son los stroopwafel, una mezcla entre galleta y gofre rellena de caramelo a modo de sandwich. Una versión reducida del mismo puede tomarse con el café, colocando la galleta-gofre sobre la taza a modo de tapa de manera que el calor de la bebida derrita el caramelo. En cualquier caso, para mí los mejores dulces acabaron siendo los helados que probé en Delft y unas cookies que pude comprar en el mercadillo de dicha ciudad, verdaderas exquisiteces para un goloso como yo.

Continuará.

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