A pesar de no tener ni idea de arte, el museo dedicado a este artista me gustó, si bien hube de esperar más de una hora para entrar. Dos cuadros me maravillaron especialmente. El primero fue La cabaña, una de las muchas representaciones de la vida rural que creó Van Gogh. El efecto de la veta rojiza del cielo, cuyo contraste se une al del fuego dentro de la casa, me pareció sensacional. La estampa me recordó a la casa de mis abuelos en la aldea en la que había estado pocos días atrás. Me quedé embobado mirando aquel lienzo durante un buen rato. Ahora que lo he vuelto a ver en fotos puedo decir que no es lo mismo que tenerlo delante; en el museo impresiona mucho más.
La cabaña, Van Gogh |
El otro cuadro que me emocionó fue Campo de trigo con cuervos, una de sus últimas obras. La sensación de soledad y tristeza que transmite esa pintura me cautivaron inmediatamente. Durante mucho tiempo, este se consideró el último trabajo del autor aunque en realidad pintó unos cuantos cuadros más después. Aunque Van Gogh nunca habló sobre este cuadro en concreto, escribió a su hermano Theo:
Hay vastos campos de trigo bajo un cielo agitado y no he tenido que esforzarme mucho en expresar la tristeza y la extrema soledad. Confío en que puedas verlos pronto porque pienso llevarlos a París cuanto antes ya que creo que esos lienzos te dirán lo que yo no puedo expresar con palabras: la salud y la fuerza regeneradora que veo en el campo.
Campo de trigo con cuervos, Van Gogh |
Como ya sabrán, Van Gogh se suicidó. Quiso la casualidad que la exposición temporal que había el día de mi visita versara precisamente sobre la enfermedad mental del artista. Después del incidente de la oreja, en el que se cortó (total o parcialmente; no se sabe a ciencia cierta) dicho apéndice tras una discusión con Rembrandt, a quien admiraba profundamente, el pintor holandés decidió ingresar voluntariamente en el sanatorio de Saint-Rémy. Allí permaneció un año, hasta Mayo de 1890. Poco después de su salida, el 27 de julio, con treinta y siete años, se disparó en el pecho. Sin embargo, no murió inmediatamente: pudo volver a su albergue donde fue atendido por los médicos. Finalmente fue la infección resultante de la herida la que acabó con su vida dos días después. Según su hermano Theo, quien estuvo con él en esos últimos momentos, sus últimas palabras fueron: «la tristesse durera toujours» (la tristeza durará para siempre).
Esto es (casi) todo lo que puedo contarles sobre Ámsterdam. Habrán notado una clara omisión: los coffee shops. Mi interés por la marihuana es nulo de modo que, ante las limitaciones de tiempo, obvié la visita a dichos locales. Solo diré al respecto que el olor a marihuana quemada es prácticamente constante en el centro de la ciudad, que la hoja de cannabis es un motivo frecuente de los souvenirs (camisetas, tazas, llaveros y demás) y que se pueden comprar multitud de productos que cuentan entre sus ingredientes el cáñamo índico, desde té hasta chocolate.
Otra seña de identidad holandesa que me perdí fueron los molinos. A pocos kilómetros de Ámsterdam se encuentra el Zaanse Schans, un museo al aire libre con ocho molinos bien conservados y uno industrial que puede visitarse gratuitamente. Cerca de aquí se encuentra además el Museo del molino.
Quisiera terminar con un último apunte en lo atinente a las fuentes de los datos históricos y demás información proporcionada en esta serie de artículos. La mayor parte proviene de lo que nos contaron los guías, por lo que algunos datos o hechos pueden no ser correctos, si bien he procurado completar y ampliar sus afirmaciones con información de la Wikipedia y libros sobre Ámsterdam que pueden consultarse en Google Libros. Es posible que, aún así, haya errores u omisiones. Si encuentran alguno siéntanse libres de señalarlo en los comentarios.
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