lunes, 9 de enero de 2017

Guías para la vida

La semana pasada mencioné Flight rules, el libro donde la NASA recopila todo lo que aprende sobre sus misiones. Supe de tal libro a través de la autobiografía del comandante Chris Hadfield titulada Guía de un astronauta para vivir en la Tierra (An Astronaut's guide to life on Earth). En estas memorias, además de relatar su carrera profesional, este astronauta ya retirado habla de qué lecciones cultivadas en su trabajo aplica en su vida diaria. Algunas son muy generales y sobradamente conocidas, como tener una actitud positiva y abierta, «disfrutar el viaje» (no celebrando solo la consecución o el logro), ser humilde y trabajar en equipo. Otras son más particulares, como prestar atención a esos pequeños detalles que parecen no tener importancia pero que a la larga pueden desencadenar un desastre.

Existen muchos libros por el estilo, donde personas que alcanzan cierta cota de éxito en un campo (normalmente llamativo o diferente) destilan qué herramientas, comportamientos o actitudes de dicho campo pueden ser útiles en otros aspectos de la vida. Así, el conocido entrenador de fútbol Jorge Valdano habla de liderazgo y gestión de equipos para empresas. John Walker, el creador de la multinacional de software Autodesk, creó su propia dieta para perder peso (The Hacker's Diet) utilizando una aproximación desde el punto de vista de la ingeniería de software y la gestión empresarial. Uno de los fundadores de Linkedin es autor de un popular libro sobre cómo aplicar estrategias de emprendedor a nuestra carrera profesional. Existe otro sobre cómo gestionar nuestra lista de tareas pendientes adaptando el método de producción de Toyota. Finalmente, hay quien propone gestionar a su familia como si fuera una empresa.

La aplicación de los análisis post mortem a nuestros proyectos personales de la que hablé en el último artículo sigue esta tradición. No obstante, siempre cabe preguntarse hasta qué punto las lecciones son extrapolables de un campo a otro. Creo que a menudo olvidamos que las herramientas, ya sean físicas o cognitivas, se utilizan dentro de un contexto. Fuera de él, es posible que sean inútiles o incluso contraproducentes. Un coche de Fórmula 1 no sirve para movernos por la ciudad, y los consejos que pueda darnos un piloto de ese tipo de vehículos son en su mayor parte inservibles, pues ni la calle es un circuito ni los utilitarios se comportan igual que los coches de carreras.

Consideremos, verbigracia, la dieta del hacker diseñada por Walker, la cual considera el cuerpo humano como un sistema industrial:

when it comes to gaining and losing weight, the human body is remarkably akin to a rubber bag. Fad diets and gimmick nutritional plans obscure this simple yet essential fact of weight control: if you eat more calories than you burn, you gain weight; if you eat fewer calories than you burn, you lose weight.
Esa era una aproximación típica a la pérdida de peso cuando se publicó la primera edición de esta dieta pero en el tiempo transcurrido desde entonces hemos sabido que no todas las calorías son iguales. Mejorar la composición corporal y –más importante aún– mantener la pérdida de peso a largo plazo son cuestiones que no dependen solo de la diferencia entre calorías consumidas y calorías gastadas. Una forma más apropiada de afrontar este problema sería enfocarlo como una persona que opera un sistema ya que el componente individual es sumamente importante.

Analicemos ahora el consejo de Hadfield de estar siempre preparados para el desastre. Los astronautas son entrenados para resolver cualquier imprevisto (siempre que esté dentro de sus posibilidades, claro). Repiten una y otra vez los procedimientos que hay que realizar cuando el traje espacial tiene una fuga, cuando falla un motor de la aeronave, cuando no se desprende un módulo en el despegue, etcétera. Es por ello que este antiguo comandante de la ISS recomienda anticiparse a los problemas en la vida diaria:

You don’t have to walk around perpetually braced for disaster, convinced the sky is about to fall. But it sure is a good idea to have some kind of plan for dealing with unpleasant possibilities. For me, that’s become a reflexive form of mental discipline not just at work but throughout my life. When I get into a really crowded elevator, for instance, I think, “Okay, what are we going to do if we get stuck?” And I start working through what my own role could be, how I could help solve the problem. On a plane, same thing. As I’m buckling my seat belt, I automatically think about what I’ll do if there’s a crisis.
Suena quizá algo exagerado, bastante agotador (hay muchas tragedias acechando en la vida diaria) y un poco iluso (sin un entrenamiento de verdad probablemente haya mucha diferencia entre lo que pensamos que haríamos en caso de incendio en el avión y lo que de verdad haríamos).

Aún así, anticipar los problemas en el día a día no es una lección desdeñable: no me parece mala idea dejar una distancia extra con el camión de delante cuando este transporta mercancías que podrían desprenderse en la carretera y acabar golpeándonos. Sin embargo, otras lecciones son mucho más discutibles, y su aplicación puede ser hasta perjudicial. Hay que tener presente que una misión espacial es un proyecto muy particular donde hay en juego vidas y cientos de millones de dólares. La tecnología es compleja y el entorno, hostil. No es de extrañar, por tanto, que cada misión esté coreografiada al detalle y ensayada hasta la extenuación. El espacio no es el lugar adecuado para asumir ningún riesgo o producirlo por no saber hacer nuestro trabajo.

Sin embargo, solo hay entre tres y seis personas que laboren fuera del planeta. Muchos de nosotros trabajamos en sitios donde multitud de cosas salen mal cada día sin que sea una tragedia. Y, como reza el dicho, «quien no arriesga no gana». Las empresas como Google saben que no pueden dormirse en los laureles si quieren seguir dominando el mercado, pero también saben que la innovación y el riesgo van de la mano. Es por ello que la compañía californiana y muchas otras del sector tienen un lema: «fail early, fail often, move on» (o bien «fail fast, fail early and fail often»). En este sector se alienta a los trabajadores a que arriesguen y a que se equivoquen (siempre dentro de unos límites) porque es la mejor forma de lograr sus objetivos. Esa filosofía sí puede sernos más útil: maximiza la exposición, prueba cosas nuevas, arriésgate de vez en cuando, etcétera, etcétera.

Empecé a pensar en todo esto hace varios años, cuando una persona me conminó a utilizar las mismas estrategias que uso en mi profesión para arreglar mi vida emocional. Aquella persona escribió:

[C]reo que hay muchas armas que tienes a tu favor, al igual que tienes metodologías de trabajo (por que (sic) un trabajo como el vuestro, en el que resolvéis problemas constantemente tienes que tener una mente resolutiva y despierta) las puedes aprovechar para más aspectos de tu vida.
El problema es que, como hemos visto, los métodos y pautas de una profesión no tienen por qué ser útiles fuera de ella. Es relativamente fácil depurar un programa informático, pues existen multitud de herramientas para ello que te permiten ejecutarlo paso a paso y tener a la vez una visión general y precisa hasta el último detalle, así como hacer cambios, volver hacia atrás y probar de nuevo cuantas veces necesites.

Pero nuestra vida no es así. Es difícil cambiar una sola cosa cada vez pues la vida es contingente. Si cambias, es complicado verificar el efecto de dicho cambio, pues las situaciones no son siempre iguales (el devenir y todo eso). Además, cuando un programador cambia una instrucción en su programa el cambio perdura, no tiene efecto según el programa se haya levantado de mal humor, le vayan bien su relación de pareja, esté cansado, etcétera. Finalmente, no podemos analizarnos emocionalmente desde fuera. Si intentamos hacerlo nosotros mismos, estaremos demasiado involucrados y sesgados, mientras que un terapeuta nunca tendrá una visión tan buena como la de un programador. Al intentar cambiarnos a nosotros mismos somos, como dijo Otto Neurath, marineros tratando de reconstruir su barco en alta mar, sin posibilidad de acudir a un astillero para rehacerlo de la mejor manera.

No se trata únicamente de que los incentivos y las dinámicas interpersonales no sean las mismas en todos los ámbitos. Sucede también que la elección de ciertas herramientas cambia nuestro marco de referencia, lo que puede hacer que no valoremos adecuadamente la situación, a los demás o a nosotros mismos. El ejemplo más obvio son nuestros seres queridos. Hay algo extraño en reprender a un hijo por no cumplir los plazos de un diagrama de Gantt. De la misma manera, es muy posible que a nuestra media naranja no le haga mucha ilusión verse de repente como sujeto activo o pasivo de uno de nuestros experimentos personales. En cuanto a nosotros mismos, la llamada a convertirnos en nuestra propia marca puede considerarse degradante, aunque no lo argumentaré aquí.

Cuando tenía diez años una marca deportiva sacó al mercado su nueva línea de botas de fútbol con lengüetas en el empeine para, supuestamente, mejorar la precisión en los tiros a balón parado. No tardé en pedir tal calzado a mis padres como regalo pensando que con él obtendría una gran ventaja. Mis progenitores, con buen criterio, me dijeron que de eso nada, que aquellas botas estaban destinadas a profesionales que se pasaban el día con el balón. De hecho, yo jugaba al fútbol sala, por lo que, al margen de los extras, unas botas con tacos no eran la mejor opción.

Mi ingenuidad infantil resulta cómica pero pienso que está al mismo nivel que la de aquella persona que me instó a utilizar la ingeniería de sistemas para arreglar mi desaguisado emocional. Yo deseché su consejo y, afortunadamente, conseguí salir de aquel brete con las herramientas al uso. Pero quién sabe lo que a estas alturas habría logrado a nivel emocional de haber utilizado hojas de cálculo, el Microsoft Project y un depurador de código. Tal vez debería escribir un libro al respecto.

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