lunes, 15 de mayo de 2017

Leer (II)

Puede parecer extraño viniendo de alguien que lee entre cuarenta y ochenta libros al año pero yo creo que los poderes de la lectura están sobrevalorados. O, al menos, algunos de ellos, como el de cambiar radicalmente nuestra vida, hacernos muy inteligentes o convertirnos en mejores personas.

En un experimento llevado a cabo con medio millar de estudiantes universitarios de psicología unos investigadores concluyeron que leer puede alterar nuestra mentalidad, pero que muy pocos cambios siguen ahí al cabo de un año:

Reading The Omnivore's Dilemma had a substantial short-term impact on overall attitudes related to food production and consumption, as indicated by significant differences in composite attitude scores between freshmen who had read the book and non-freshmen who had not been assigned the reading. Specifically, attitudes about the perceived quality of the food supply and toward government subsidies for corn production were impacted in the predicted direction.

Attitude change dissipated somewhat with time, as reflected in non-significant differences in composite attitude scores between sophomores (who had read the book) and non-sophomores (who had not read the book) the following year, as well as significant differences between freshmen in year 1 and sophomores in the following year (all of whom had read the book, but at different time points).
Foto de Krisztina Tordai
Los autores del estudio especulan con dos posibles razones de este resultado. La primera, el mero olvido: nuestros recuerdos relacionados con lo que hemos leído se van desvaneciendo. El segundo, que es muy difícil cambiar nuestros hábitos: los nuevos comportamientos que pueda transmitirnos una obra chocan con costumbres propias bien consolidadas y también, por qué no decirlo, con nuestra escasa fuerza de voluntad. Eso me hace pensar que cuanto más se alejan las exhortaciones de un autor de nuestro statu quo actual, menos probable es que logremos cambiar nuestra vida de forma duradera.

En un sentido parecido Eric Schwitzgebel, filósofo autor del blog The Splintered Mind, ha concluido en sus investigaciones que los profesores de ética (los cuales, obviamente, han leído muchos y muy buenos libros sobre el tema) no se comportan mejor que la población en general. Para ilustrar su argumento pone como ejemplo algo que yo he vivido en mi propia persona:

An ethicist philosopher considers whether it's morally permissible to eat the meat of factory-farmed mammals. She read Peter Singer. She reads objections and replies to Singer. She concludes that it is in fact morally bad to eat meat. She presents the material in her applied ethics class. Maybe she even writes on the issue. However, instead of changing her behavior to match her new moral opinions, she retains her old behavior. She teaches Singer's defense of vegetarianism, both outwardly and inwardly endorsing it, and then proceeds to the university cafeteria for a cheeseburger (perhaps feeling somewhat bad about doing so).
De hecho, uno de sus trabajos viene a decir que los libros de ética son los que más «desaparecen»  (léase sustraen) de las bibliotecas.

Y si es difícil que un libro cambie a una persona, no digamos ya a una sociedad. No creo que se considere arrogante por mi parte decir que el estado del mundo es mucho peor de lo que debería ser habiendo como hay tantos libros maravillosos y populares con soluciones para cualquier mal existente. Será porque mientras que los libros de autoayuda chocan con nuestros hábitos y vida diaria, los libros con grandes ideas para la sociedad colisionan con nuestras conciencias e instituciones:

A book is of course an ideal place to lay down an ambition, sort out one’s thoughts and gather a constituency. But that’s about it. A book on its own cannot bring about real change because the world as it currently stands isn’t held together simply by ideas: it is made up of laws, practices, institutions, financial arrangements, businesses and governments. In other words, its muscles are made up of institutions and therefore, the only way to bring about real change is to act through competing institutions. Revolutions in consciousness cannot be made lasting and effective until legions of people start to work together in concert for a common aim and, rather than relying on the intermittent pronouncements of mountain-top prophets, begin the unglamorous and deeply boring task of wrestling with issues of law, money, long-term mass communication, advocacy and administration.
Lo anterior son solamente algunos ejemplos entre los muchos que existen encaminados a demostrar la insuficiencia de la lectura para cambiar a una persona o a una sociedad. No obstante, a veces el cambio tiene lugar. El caso más notable quizá sea el de los textos religiosos, cuyas palabras inspiran a tantas personas en el mundo y cuyo poder de captación aún es relevante hoy día.

Lo cual nos lleva, por aquello del fanatismo, a hablar del lado oscuro de los libros. Como herramienta que son (para entretener, para transmitir ideas, para tratar de influenciar) los libros pueden usarse de forma loable o reprochable. A mi juicio, un mal uso es centrar nuestra vida, actos e ideas alrededor de un único escrito. Opino que no es descabellado desconfiar de las personas que lo hacen, ya sea su libro de cabecera la Biblia, la Torá, las Analectas, El arte de la guerra, Das Capital o Mein Kampf.

Tampoco es mucho mejor, desde mi punto de vista, leer solamente todo lo que se ha escrito acerca de una única idea. No solo no es sano, ya que nos aísla aún más en nuestra burbuja de prejuicios, sino que además es poco honesto, intelectualmente hablando.

Finalmente, hay libros que son el equivalente intelectual del escherichia coli, aquellos cuya digestión no nos hace ningún favor, aunque solo sea por el hecho de que nos quita tiempo para leer libros realmente buenos.

Continuará.

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