lunes, 2 de abril de 2018

Normas (II)

Cuando yo era pequeño, en la liga de fútbol de Primera División aún se otorgaban dos puntos al ganador, en lugar de los tres actuales. Durante noventa años fue lo lógico: dos equipos compiten por un premio, el ganador se lo lleva todo, y cada equipo se lleva la mitad del botín en caso de empate.

Foto de Aaron Sholl
Sin embargo, a lo largo del siglo XX los goles se fueron haciendo cada vez más escasos. Eso llevó a Jimmy Hill, dueño del Coventry en 1961, a proponer que la victoria se recompensara con tres puntos. El fútbol inglés adoptó la norma en 1981 y en 1995 la FIFA ordenó a todas sus ligas constituyentes que aplicaran este cambio bajo la premisa de que una recompensa un cincuenta por ciento mayor llevaría a los equipos a tomar mayores riesgos, lo cual se traduciría en más goles, más entretenimiento y, finalmente, más aficionados.

No funcionó. Los cambios de jugadores pasaron a tener carácter defensivo, las líneas reculaban y se recurría con más frecuencia a pases largos. Lo único que subió fue el número de tarjetas amarillas; el fútbol de ataque pasó a consistir en atacar las piernas del contrario con el objetivo de evitar la derrota.

En 1996, la FIFA estudió aumentar el tamaño de las porterías, de nuevo con el objetivo de que se marcaran más goles. Recuerdo vagamente el debate. La FIFA argumentaba que los porteros eran cada vez más altos, mientras que estos se quejaban de que el aumento propuesto haría la portería indefendible. El cambio no se implantó.

Todos estamos sometidos a diversos códigos y principios que tratan de regular nuestras acciones, desde las normas del lugar del trabajo a las leyes del país de residencia, pasando por la religión y las costumbres en nuestro hogar. Con frecuencia reflexionamos sobre ellos y decimos si son buenos o malos, justos o injustos.

Desde la Era Moderna de la filosofía (más o menos a partir del año 1500) dos tipos de teorías éticas han dominado Occidente (énfasis en el original):

Los dos tipos de teoría ética a que me refiero son las éticas teleológicas, que parten de lo que es bueno para los hombres y entienden que lo correcto es lograr el mayor bien posible, y las éticas deontólogicas, que consideran necesario decidir en primer lugar qué normas son justas, de modo que las personas puedan perseguir sus ideales de vida buena dentro del marco de la justicia.
Voy a usar esta distinción de manera simplificada y, en consecuencia, un tanto errónea. Para nuestra disquisición diremos que un reglamento es deontológico cuando busca «lo correcto» o «lo justo», independientemente de los resultados que genere. Por el contrario, hablaremos de teleológico si busca un fin dado o unas consecuencias concretas.

Es mi creencia que, en la práctica, todos los reglamentos son una mezcla de los dos tipos en busca de un punto de equilibrio. ¿Por qué? Porque ambos extremos son difíciles de aceptar para cualquier persona. En el caso deontológico, centrado en las normas, es difícil sostener, por ejemplo, que no debemos matar aun cuando hacerlo salvaría nuestra propia vida. En el caso teleológico, centrado en los fines, todos sabemos lo peligroso que es sostener que la muerte de una o varias personas es buena para el grueso de la sociedad.

Opino además que la formulación inicial de las normas busca lo justo mientras que los cambios sucesivos persiguen ciertos fines específicos. El ejemplo de los tres puntos por victoria en el caso del fútbol lo ilustra perfectamente.

Las discusiones sobre ética suelen girar alrededor de temas como el aborto, la eutanasia, la pena de muerte y otros asuntos de gran enjundia. Yo, sin embargo, voy a servirme del mundo del deporte ya que de esta manera podemos dejar a un lado la carga emocional y los sesgos ideológicos.

Es por todos sabido que los grandes equipos de fútbol o de baloncesto cuentan con los mejores jugadores. Tienen más seguidores y, a consecuencia de ello, más ingresos y más éxito deportivo, lo cual les permite pagar mejores sueldos a una proporción mayor de la plantilla que sus contrincantes.

Curiosamente, en otros deportes esa misma situación sería inadmisible. ¿Se imaginan que en ajedrez un jugador pudiera comprar más piezas, o que pudiera adquirir nuevas piezas más poderosas, como ocurre en algunos videojuegos? ¿O que un saltador de pértiga pudiera usar pértigas más largas pasando por caja?

El problema de la disparidad de presupuestos es el círculo vicioso al que conduce, donde los equipos más afluentes acaban por monopolizar el talento, ya que ganan más títulos e ingresan más dinero que el resto de equipos. Al final, un pequeño conjunto de equipos son los únicos que tienen opciones reales de ganar alguna competición, mientras el resto de participantes son meras comparsas.

Para evitar este tipo de situaciones la NFL, la NHL y otras ligas profesionales norteamericanas cuentan entre sus normas con el salary cap, esto es, un límite de dinero que los equipos pueden gastar en salarios (bien en total, bien por jugador). Con ello se pretende mejorar la competición haciéndola más reñida, de forma que todos los equipos puedan aspirar al título. Es, por lo tanto, una norma deontológica y teleológica. Es deontológica porque se implanta para igualar las oportunidades de victoria de unos y otros distribuyendo el talento de forma más igualitaria, y teleológica porque pretende hacer que la competición sea más entretenida.

Lo curioso es que este tipo de norma puede desacreditarse desde las dos posturas filosóficas. Cuando se limitan los salarios que un equipo puede pagar a sus deportistas estos acaban cobrando menos lo cual, si bien estamos hablando de cifras millonarias, puede ser injusto desde el punto de vista de quienes se juegan la piel en el campo y son, al final, los protagonistas. Esta es una de las razones por las que no hay tope a los emolumentos de los jugadores de fútbol en las ligas europeas, pues implantarlo solo funcionaría si se hiciera en todas a la vez. De lo contrario, los futbolistas tenderían a jugar en aquellos países donde no se limitan sus ganancias. Por otra parte, desde el punto de vista teleológico, con el salary cap ocurre lo mismo que con los tres puntos por victoria: no parece lograr el objetivo buscado.

Si lo anterior es cierto entonces la norma que fija un tope a los salarios de los jugadores no tiene razón de ser y debería eliminarse. Desde el punto de vista deontológico no habría problema pero para aquellos que buscan una competición disputada habría que buscar alguna otra regla que acerque a los contrincantes.

Continuará.

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