Clemencia cuenta sesenta primaveras y está divorciada. Odia a su exmarido con todo su ser y, si conocieran la historia de su matrimonio, no podrían negar que tiene buenas razones para ello. Hace más de veinte años que se separó y todavía rehúye todo contacto con ese hombre. Si tiene que verse cerca de él por razones de peso hace como si no existiera: no le dirige la mirada y mucho menos la palabra, ignora todo lo que dice y guarda una distancia física lo más grande posible.
Foto de Orin Zebest |
Los intentos de acercamiento por parte de sus vástagos han sido infructuosos ya que Clemencia es de esas personas que se encierra en sí misma cuando está enojada y simplemente hace saber de su enfado a través de silencios e indirectas. Es el polo opuesto a esos personajes de televisión que dialogan acerca de sus sentimientos.
La última vez que vi a Clemencia su cara acusaba el esfuerzo de contener el llanto. Desbordada por el hirsuto rencor era incapaz de mirar a su hija (a la que acaba de dejar claro que no era bien recibida en su casa) mientras esta trataba sin éxito de hablar del problema.
El rencor no es malo en sí mismo, en tanto en cuanto es una reacción que la naturaleza nos ha otorgado como medio de autoprotección. Esta era, al menos, la opinión del téologo y filósofo Joseph Butler:
In Butler's sermons on resentment and forgiveness, he argues that resentment should not be looked on as a moral failing. It is simply a necessary reaction to being harmed or wronged, and teaches us to avoid similar situations in the future. It can, however, become a moral failing if we allow excessive resentment to control our actions [...]. Excessive resentment leads to revenge--and the antidote to it is forgiveness.Es cuando el rencor nos hace renunciar a aquello que queremos o valoramos cuando pierde su valor evolutivo y se convierte en un lastre con consecuencias fisiológicas y psicológicas negativas. Daniel Goleman escribe:
[A]ferrarse al odio y al rencor tiene importantes consecuencias fisiológicas. La investigación realizada al respecto revela que el simple hecho de pensar en un grupo al que odiamos provoca la emergencia de una ira reprimida. En tal caso, el cuerpo se ve inundado de hormonas asociadas al estrés, al tiempo que aumenta la presión sanguínea y empeora la eficacia del sistema inmunitario. Y también parece que, cuanto más a menudo y con más intensidad se repite esta secuencia de ira muda, mayor es el riesgo de padecer consecuencias biológicas duraderas.De opinión parecida es el psiquiatra Luis Rojas Marcos, quien asegura:
El perdón es un antídoto para esta situación. Y es que, cuando perdonamos a alguien con quien estábamos resentidos, se invierte esta reacción biológica, es decir, disminuye la presión sanguínea y la tasa de hormonas asociadas al estrés, se enlentece el ritmo cardíaco y disminuye también el sufrimiento y la depresión. [...] Especialmente en el caso de que las heridas no hayan cicatrizado todavía, el perdón no pasa por olvidar lo que ha ocurrido y reconciliarnos con el agresor, sino por descubrir el modo de liberarnos de las garras de la obsesión por el daño que nos hayan provocado.
El carácter de víctima supone un pesado lastre que debilita y estanca a las personas en el ayer doloroso, manteniéndolas esclavas del miedo y del rencor, en demanda de un ajuste de cuentas. La obsesión crónica con los malvados que quebrantaron sus vidas les impide cerrar la herida y pasar la página. Pasar la página no implica negar ni olvidar el ultraje, sino entenderlo como un golpe doloroso ineludible, de los muchos que impone la vida, y que se integra en la propia autobiografía como una terrible tragedia, pero como una experiencia trágica que fue superada.El resentimiento que nunca desaparece da al otro más poder sobre nosotros mismos del que merece. Por una parte, cuando se tiene la desgracia de tener amigos o familia en común podemos vernos privados de momentos y situaciones que nos gustaría disfrutar y que evitamos porque no soportamos estar en la misma habitación que nuestra cruz. Por otra parte, al asumir el papel de damnificados, pasamos a definirnos en relación a esa otra persona. Ya no somos solamente Fulanito o Menganito, somos «Fulanito, a quien Zutanito puso los cuernos» o «Menganito, a quien Zutanito dejó en la ruina». Esta característica del rencor es, a su vez, una de las razones por las que es difícil librarse de él:
Es un hecho que los damnificados por sucesos traumáticos que obtienen sólo de forma temporal el «pasaporte de víctima» se recuperan mejor que aquellos que, consciente o inconscientemente, se aferran a esta «nacionalidad» por un tiempo ilimitado. En general, quienes pasan del estado subjetivo de víctima al de superviviente en un período aproximado de un año y perciben los agravios del ayer como crueles desafíos que vencieron, retoman antes el timón del barco de su vida. Naturalmente, las personas que han sufrido agresiones y abusos continuados durante años, como las mujeres y niños maltratados, necesitarán más tiempo que los afectados por una única agresión. Aun así, esta transición víctima-superviviente es saludable para todos porque disminuye la intensidad de los sentimientos de descontrol y de impotencia asociados a la experiencia traumática, lo que les permite volver a plantearse con entusiasmo nuevas metas.
[G]rudges come with an identity. With our grudge intact, we know who we are—a person who was “wronged.” As much as we don’t like it, there also exists a kind of rightness and strength in this identity. We have something that defines us—our anger and victimhood—which gives us a sense of solidness and purpose. We have definition and a grievance that carries weight.Quiźa sea por eso por lo que Rojas Marcos recalca la importancia que tiene el pasar de víctima a superviviente. La narración sobre su propia vida que construye un superviviente le hace verse definido no en relación a otro individuo, sino a su circunstancia, como un ser totalmente independiente que tiene carácter suficiente para superar las vicisitudes de la vida.
Clemencia lleva casi tanto tiempo separada como lo estuvo casada.Es solo natural que odie a ese tipo después de lo que le hizo pero parece incapaz de asumir que sus descendientes no sientan lo mismo que ella. Quizá piensa (erróneamente) que, al mantener la relación con su progenitor, sus hijos no crean que este haya hecho nada malo.
Los tres autores citados coinciden en que el perdón es la cura del rencor. Perdonar significa aquí renunciar al resentimiento que albergamos hacia quien nos ha agraviado sin negar la responsabilidad de sus acciones ni el mal que nos ha hecho. Quizá no sea la palabra adecuada en español ya que el concepto común de perdón lleva aparejada la reconciliación como fin, algo que no parece necesario en todos los casos. De lo que se trata, en cualquier caso, es dejar ir este sentimiento.
Pero ¿por qué iba Clemencia a querer perdonar? ¿Acaso no es su rencor proporcional y justificado? ¿Acaso no tiene derecho a mantener su resentimiento por el mal que ha sufrido? Probablemente sí pero cuando está en juego algo de mayor importancia moral es hora de preguntarse qué resultado es éticamente preferible. ¿Es la relación con sus hijos más significativa moralmente que el ejercer su derecho al rencor? Si se lo preguntáramos abiertamente (y consiguiéramos que nos respondiera) tal vez diría que no pero, actualmente, sus actos muestran que el odio puede ser más fuerte que el amor de madre.