viernes, 1 de julio de 2011

Gestionando Humanos

La gestión de personas, y en mi caso de varios amigos, siempre es un tema controvertido y de amplia discusión. Después de un par de años ejerciendo de "Manager de Humanos" mi amigo Silvio Broca me pidió que escribiera unas líneas sobre mi experiencia personal y la visión que tengo del tema.

He de decir que para mí la forma de afrontar esto es "Las personas están por encima de todo", y a partir de ahí hay varias acciones fundamentales para al menos, desde mi punto de vista, intentar gestionar un equipo humano y no morir en el intento:

1) Máxima: "Las personas están por encima de todo".
Habitualmente se busca el equilibrio entre Negocio y Personas pero esto no es siempre posible. A veces las necesidades de las empresas y de los proyectos tienden a minimizar el valor de las personas en este equilibrio... y el fallo es que sin personas NO HAY NADA. No hay que olvidar que son las personas las que se levantan todos los días a las 06:30 para ir a trabajar y ¡qué menos que disfrutar de un buen ambiente mientras se trabaja, te guste o no lo que haces! No hay cliente importante, sino una persona importante que tiene hacer una serie de trabajos para un cliente.

2) Empatizar.
No hay nada como ponerse en el lugar de los demás para saber cómo les va a afectar la forma en la que planteas las cosas, cómo se dicen, el tono, el objetivo. Esto no tiene mucho más que explicar, es sencillo pero fundamental.

3) Conocer.
Hay que conocer a la gente, y no sólo la parte profesional sino que también hace falta la parte personal. No todo el mundo puede hacer el mismo trabajo. Incluso el mismo trabajo en diferentes entornos/circunstancias necesita personas diferentes. Los factores de presión, lejanía, afinidad con cliente, entorno tecnológico, etc, son fundamentales para tomar las decisiones de quién tiene que hacer qué.

4) Defender.
Tu gente es tu gente. Aquí hay que hacer como la mafia, si tocas a alguien "de los nuestros" estás muerto. Es mejor dejarlo claro la primera vez que te enfrentas a una situación de este tipo.

V) Ser claro.
No todo son risas y chascarrillos. Hay que saber distinguir los momentos y las situaciones. Ésto es algo que no hace falta explicarlo, todas las personas lo entienden si cumples con el resto de puntos.

6) Sentido Común.
¡Ah! Nuestro gran ausente en la vida real. Parece un topicazo brutal... pero es cierto, es el menos común de los sentidos. No hay que tener miedo a hacer las cosas si están justificadas y son nobles (aunque a veces son más "trabajosas" que hacerlo "porque a mí me sale de los huevos y no hay más que hablar").

7) Buen ambiente Vs Seriedad.
Otra vez volvemos a un tema de equilibrio. Como todo lo que no se pone por escrito es algo que hay que manejar con cierto cuidado. Una vez más si cumples con el equipo el equipo cumple contigo.

8) Comunicación.
Todo se resume en "Nunca está de más". Muchos gestores no comentan las cosas con sus equipos porque han pensado previamente por ellos. Error brutal. Jamás hay que mantener conversaciones con fantasmas y sacar conclusiones de ellas. Hay que preguntar, transmitir, etc, forma parte de la obligación.

Hay otras formas de gestionar a las personas, sí, mucho más fáciles, pero no tan gratificantes desde el punto de vista humano... y la buena noticia es que siempre, como mínimo, se consigue el mismo resultado y casi siempre mucho mejor desde el punto de vista profesional!!!!!!

Sólo me queda decir que, siguiendo estos pasos básicos, puedo afirmar con total certeza que ese trato con las personas te enriquece como ninguna otra situación personal o profesional puede hacerlo. Es como vivir varias vidas en una. Cada vez que te preocupas por una persona y consigues tu objetivo... es como si te toca la lotería, vuelves a casa con una sonrisa en la cara pensando en que TÚ, un simple humano, le has alegrado el día a otra persona. Esta es la mayor satisfacción, al menos para mí.

Sed buenos.

domingo, 26 de junio de 2011

La vida correcta

-Yo no sé como puede haber gente a la que le guste el picante.

Foto de Manish Bansai
Sentados a la sombra en la terraza de un bar, Edelmiro me contaba algunas de las cosas que no le gusta comer, como la cebolla cruda, el vinagre y todo lo que lleve picante. La forma en la que me lo dijo es muy propia de él; es tremendamente radical para sus gustos, creencias y opiniones. Odia con toda su alma, por ejemplo, a todo aquel que a sus ojos sea promiscuo. Esa intransigencia le trae por la calle de la amargura, ya que prácticamente nadie puede responder a sus expectativas, lo que acaba cabreándole. Tras compartir la mañana juntos nos despedimos hasta la próxima.

Aquel mismo día, por la tarde, nos visitó en casa mi primo. Vino acompañado de su prometida y de sus padres a traernos la invitación para su boda, que tendrá lugar en unos meses. Durante la cena que les ofrecimos, mi tío se dirigió varias veces a mi madre para expresarle lo que, a mi entender, parecía orgullo por «haber despachado ya a sus dos hijos» (mi prima lleva varios años casada). Me hacía gracia como mi tío decía haber casado a sus vástagos (como si el hecho hubiera sido cosa suya), y el sentimiento de trabajo cumplido que parecía filtrarse en su tono.

Una de las cosas que tienen en común Edelmiro y mi tío (y algunos psicólogos) es que, para ellos, parece haber una única forma de hacer las cosas: la suya. Dan la impresión de estar convencidos de que su manera de vivir y ver el mundo es la única correcta, y el que no obre como ellos harían está equivocado. No en el sentido moral, sino en un sentido, digamos, «práctico».

Para ambos la vida parece consistir principalmente en casarse, tener hijos, y que esos hijos a su vez se casen y tengan hijos. Todo lo que no sea eso es «incorrecto».

Como solterón y persona a la que siempre han tildado de «rarito» por su modo de vida, esa forma de ser me incomodaba. ¿Acaso no hay varias formas igualmente «correctas» de vivir? ¿Por qué se supone que lo que tengo que hacer a mi edad es salir todos los fines de semana a quedarme sordo en un pub y emborracharme? ¿Por qué me miran mal cuando, en lugar de aprovechar mis vacaciones para «escapar» de la ciudad a la playa, las uso para quedarme en casa haciendo deporte y leyendo? ¿Por qué tengo que traer un hijo a un mundo superpoblado?

Insisto en que no estoy hablando de la vida buena, sino de lo que podría llamarse la vida correcta. Vender droga y violar a niños no es ni bueno ni correcto, pero ser soltero ¿acaso es malo o incorrecto? Puede que haya formas moralmente superiores de gastar nuestro tiempo pero, entre ver la televisión y hacer crucigramas ¿alguna de las dos opciones es más «correcta»?

Una de las cosas que más valoro de mis padres es que no hayan elegido ese camino. En su forma de criarnos eligieron darnos autonomía para que llegáramos por nosotros mismos a un modo «correcto» de vivir (claro que debe de ser más fácil cuando tus hijos no han decidido entregarse a las drogas, ya sean ilegales o sociales; supongo que pueden considerarse afortunados de que las haya salido bien las tres veces). Aún así no es rara la ocasión en la que nos echan a la cara lo de que ellos, a nuestra edad, ya tenían dos hijos, o que empezaron a trabajar de niños o en la adolescencia. Es como si lo que quisieran transmitirnos es que teníamos que habernos casado jóvenes y tener hijos lo antes posible, para malvivir hasta la jubilación de deuda en deuda y a duras penas, trabajando como esclavos. Porque eso es lo que hace la gente.

He dicho antes «me incomodaba», en pasado, porque ya no es así . He comprendido que, simplemente, no tienen razón, que ahí fuera no hay ningún manual sobre la vida donde aparezcan las instrucciones para una práctica mundana «correcta». Y ahora voy a tirarme en la cama a leer, que para eso estoy de vacaciones.

domingo, 19 de junio de 2011

Desperdicio

Foto de Curtis Palmer
Cada día, mire donde mire, no veo más que desperdicio. Desperdicio de vida natural en la propaganda que llega por correo postal, y en el concienzudo envasado de los alimentos. Desperdicio de agua por parte de aquellos que, a estas alturas, aún no cierran el grifo mientras se lavan los dientes. Desperdicio de energía en fútiles alumbrados, o en desplazamientos ridículamente cortos a bordo de todoterrenos. Desperdicio de alimentos en casas y restaurantes.

No todo desperdicio lo es de cosas tangibles. Los parados (supongo que no todos) son un desperdicio de talento. Me pregunto cuántas personas habrá muy buenas en su profesión que no pueden ejercer porque su puesto está ocupado por incompetentes con mejor suerte.

El desperdicio al que más vueltas le doy de un tiempo a esta parte es al de nuestra energía mental, nuestros recursos cognitivos. Cada uno de nosotros tiene una sola vida, de duración finita, y puede elegir (más o menos libremente) a qué dedicar el tiempo libre. Quitando las tareas de mantenimiento (comer, lavarse, etc.) hay quien se dedica al deporte. Otros, a ver la tele. Otros, a la fiesta nocturna.

Personalmente, odio sentir que estoy desperdiciando mi tiempo. A mi entender, nuestro tiempo y nuestra energía mental son nuestros recursos más preciados. Cada minuto que pasa no volverá. ¿Vas a echarlo a perder jugando al Angry Birds?

En las primeras escenas de El hombre sin sombra, se ve cómo el biólogo protagonista descansa un momento mirando hacia el techo, donde tiene un cartel que reza «Deberías estar trabajando». Me pregunto dónde estaríamos de haber seguido su ejemplo y dedicado más tiempo a la ciencia a lo largo de nuestra historia. Quizá ya estaría resuelto el problema los residuos sólidos urbanos. Quizá la hermana de mi amiga hubiera podido curarse sin sufrir meses de quimioterapia.

Como animales sociales, y dada la importancia de los comportamientos individuales agregados ¿no sería mejor dedicar nuestro tiempo libre a algo más grande que nosotros mismos?

domingo, 5 de junio de 2011

Algo se muere en el alma

El 21 de Febrero de 2008 era el primer día en mi nuevo trabajo. Coincidió con una reunión de departamento, en la que pude conocer a todos los que serían mis nuevos compañeros: aquel que se me antojaba parecido a Cristiano Ronaldo, la chica delgaducha y de voz chillona, el que se cambiaba de departamento,  el rubio, los moteros, la gente de las sedes en otras ciudades... Acabada la reunión era momento de entrar en harina. El jefe de aquel entonces miró al personal. «Venga, a ver a quién le toca cargar con el nuevo», pensé. El primer elegido, al que llamaré Mario, hizo un gesto (que aún tengo grabado) como queriendo decir «no puedo», «estoy hasta arriba» o, simplemente «imposible». Así que me asignaron al doble de Cristiano Ronaldo. En mi cabeza no dejaba de rondar aquel monólogo de Tonino: «Cuando eres el nuevo, no le importas a nadie. Si alguien dijera "¿echamos al nuevo y compramos un microondas?" nadie se opondría».

Meses después, Mario se iba de vacaciones de verano a Japón. Resultó que yo compartía con otro compañero con el que había hecho migas, Martín, el gusto por el manga. Martín y Mario eran buenos amigos. El primero le sugirió al segundo que, ya que iba allí, me trajera un número de la Shonen Jump. «Esas cosas»,  dijo Mario, «son solo para gente cercana y amigos».

El pasado 16 de Mayo era lunes. Ocho y pico de la mañana y seis personas del departamento en la oficina. «Vamos a juntarnos un momento en la sala de vídeo», dijo Mario, jefe del departamento desde hacía casi dos años. Justo antes de levantarme, me echó una mirada por encima de las gafas, otro de sus gestos que se me ha quedado grabado. Y entonces me temí lo peor.

Por desgracia, acerté. «Que me voy», anunció. No debe de haber muchos casos en las que un jefe anuncia que se marcha y los empleados lloran (algunos visiblemente, otros por dentro). El mismo Mario tuvo que luchar para contener las lágrimas. Habían sido seis años en la empresa: cuatro como soldado raso, dos como manager de unas veinte personas. Mucho había cambiado en los tres años y tres meses que ambos coincidimos: en el mundo, en nuestra empresa y en mí. Su noticia me inundó de pena.

Mario llegó a ser jefe de departamento casi de casualidad. El anterior ocupante del puesto (aquel que me había contratado) se marchó a los seis meses de mi llegada. El sucesor natural, por antigüedad, hubiera sido Cristiano Ronaldo, pero éste no aceptó las condiciones que se le ofrecían. A mí me parecía que ese puesto iba más con la forma de ser de Mario que con la de CR. Luego he sabido que no era el único que pensaba así. Tras muchos meses de idas y venidas, Mario se hizo finalmente con el cargo.

Inteligencia emocional. La cara de Mario podría ser portada de los dos libros. En contra de lo que parece decir Goleman, este tipo de jerarcas son la excepción, no la regla. Por cada jefe decente hay unos cinco que son incompetentes, impresentables, o ambas cosas a la vez. La marcha de este hombre no es mala solo para los que dependíamos de él; es mala para todos los empleados. Alegre, optimista y apasionado, su fuerte personalidad le permitía enfrentarse a los cargos más altos, director general incluido, para denunciar todo lo que él consideraba que estaba mal, y pedir soluciones. Firme protector de sus subordinados, Pepito Grillo del comité de dirección, colega de los comerciales, azote inmisericorde de los incompetentes... Aquel que venga a sustituirle trabajará de forma distinta, pero nunca podrá hacerlo mejor.

Para nosotros fue (es) amigo antes que jefe. Quedábamos fuera del trabajo para cenar y reír. Pocos podrán emborracharse libremente en una fiesta delante de su superior hasta el punto de enseñarle los genitales, y que todo quede en divertida anécdota.

Puede que cada uno haya recordado últimamente los momentos compartidos con él. En mi caso, nos recuerdo a ambos cambiando una rueda de su coche (¡tardamos una hora!). Y el viernes que me llamó a las ocho de la mañana para que bajara al bar a desayunar con él. Y las conversaciones en su coche camino de casa. Y el trabajo codo con codo para resolver problemas técnicos misteriosos. Y su boda. Y ese maldito proyecto interminable que no ha conseguido cerrar antes de irse. Y las discusiones sobre la falacia de la inducción. Y las veces que, por fastidiar, no quise decirle el título de aquel libro que mencionaba la imposibilidad práctica de la anarquía.

Creo que cuando a alguien le resulta muy duro marcharse estira la despedida todo lo que puede, como intentando retrasar el final al máximo. En este caso ha habido dos fiestas (más otra que está pendiente) y tres cartas de despedida, una de ellas manuscrita y dirigida a cada uno de nosotros. Tengo la mía frente a mí. No quiso que la leyéramos estando él delante. Aún no la he abierto.

No quiero abrirla; no estoy seguro de por qué. Sé que me da las gracias. No ha dejado de dárnoslas estos últimos días. Nosotros hemos intentado hacer lo propio con una fiesta, una camiseta, un reloj y montones de palabras y gestos. Aún no me parece suficiente para corresponder lo que nos ha dado con su forma de ser y trabajar. Personalmente, no siento por él otra que cosa que admiración, envidia y gratitud.

Todo esto no deja de ser egoísmo puro; darle vueltas a cómo nos afecta su marcha. Qué será de nosotros ahora, etc. Pero para él tampoco ha sido fácil. Hace unos días confesaba haber sentido miedo ante el cambio. Se enfrenta a un trabajo nuevo, en una empresa nueva, y tiene un hijo en camino; todo ello en medio de una recesión. Ha cambiado la estabilidad actual por una mayor estabilidad futura. Yo no sé si me hubiera atrevido. Ese valor es una de las cosas que admiro de él.

La mayoría de los que se acercaron a despedirse de él el último día le deseaban suerte. No le va a hacer falta. Estoy convencido de que le va a ir bien allí donde vaya.

Es curioso. A lo largo de la vida, he tenido muchos compañeros de estudio y de trabajo de los que me he tenido que separar muy a mi pesar.  Pero nunca antes había llorado la marcha de uno de ellos. Y eso que nos seguiremos viendo regularmente. Será porque perderle equivale a una bajada de sueldo mayor del 30%. O por los efectos que puede tener el cambio en nuestra salud. O, simplemente, porque Mario era la persona que me aprobaba las vacaciones.

Adiós, amigo.

domingo, 29 de mayo de 2011

Lo menos malo

Escribo esto por sugerencia de una persona muy querida para mí. Gracias por la idea.

Dos amigos míos, matrimonio, son ahora presidentes de su comunidad de vecinos. El edificio tiene un lugar común que quieren dividir para hacer trasteros individuales. Algunos vecinos apoyan la idea (parejas jóvenes con hijos que tienen que dejar el carrito en el coche, por ejemplo), mientras que otros se oponen (pensionistas que no están interesados en pagar esa especie de lujo). Parece que la idea se está llevando finalmente adelante, si bien está la discusión sobre cómo va a pagarse. No todo el mundo quiere trastero, por lo que no todos están dispuestos a subir su cuota a la comunidad. Mis amigos han ofrecido hacer trasteros solo a los que lo que lo pidan, pero los vecinos que no quieren pagar no están de acuerdo tampoco con eso. Se escudan en su escasa pensión: «Que lo paguen los jóvenes, que tenéis trabajo. Yo solo cobro 60.000 pesetas.», dicen.

¿Qué hacemos? ¿Hay que pagar la obra a partes iguales? ¿Deberían aportar más aquellos que más dinero ganan? ¿Por qué un vecino tiene que pagar algo que no quiere y no va a usar? ¿O hay que contribuir a la comunidad en todo momento, aun cuando no dispongamos del usufructo de lo construido?

Otra pareja, amiga mía también, tiene otro problema en su comunidad. Ocurre que en su edificio hay más casas que plazas de garaje, por lo que hay habitantes del portal que deben aparcar en la calle (el edificio está situado en el centro de Madrid, lo que convierte ese hecho en una pesadilla consistente en dar vueltas a la manzana y rozar parachoques). Los propietarios se reunieron para discutir si debían sortearse las plazas. Los que tienen plaza no quieren renunciar a ella, como era de esperar, así que estarían en contra del sorteo. Los que no tienen plaza tienen en dicho sorteo su oportunidad de rebajar su nivel de estrés diario. Tras una larga reunión, no se tomó ninguna decisión (un clásico).

¿Qué hacemos en este otro caso? ¿Deberían turnarse las plazas de garaje? ¿Cada cuánto tiempo? ¿Qué pasa con aquellos que tienen más de un vehículo? ¿Y con aquellos que solo tienen uno, pero no lo usan nunca? (Al parecer hay coches que llevan años estacionados) ¿Tiene todo el mundo la misma necesidad de una plaza? (Pensemos en familias numerosas con niños pequeños frente a solteros con una moto).

¿Cómo nos ponemos de acuerdo? Una solución que he visto en las reuniones de mi propia comunidad de vecinos es la de votar. Lo que diga la mayoría. Democracia y eso. Y si alguien no ha asistido a la reunión «por no se qué de la médula de su hijo», que se la pique un pollo.

¿Votamos entonces? ¿Mayoría simple, absoluta o cualificada? Si es cualificada ¿dónde ponemos el límite? ¿Dos tercios? ¿Tres cuartos? ¿Cómo elegimos ese límite? ¿Votando?

Tampoco es que votar sea la panacea. Enseguida podemos ver los problemas que conlleva «la dictadura de la mayoría». En el caso de las plazas de garaje, como ya he dicho, los que ya pueden aparcar cómodamente votarían en contra del sorteo. Dado que 23 de 27 portales tienen dicho lujo, el sorteo no saldría adelante. La mayoría va entonces contra los intereses de la minoría. Tal como se pregunta Adela Cortina:
«¿Es más justa la opinión de la mayoría que la de la minoría, de manera que la superioridad cuantitativa se traduce en mayor proximidad a la justicia?»
Quizá podríamos otorgar vetos, pero creo que eso solo funcionaría si fuera posible llegar a un consenso. Cualquiera que haya tratado con humanos más de un minuto sabrá que eso es muy difícil. Entre vecinos es imposible.

Ahora aumentemos la escala. En lugar de treinta, sesenta o cien personas, consideremos los casi cuarenta y cinco millones de habitantes que hay en España. ¿Cómo se puede gestionar eso, si no hay forma de llegar a acuerdos con gente cercana?
Es muy fácil criticar al gobierno socialista por sus errores, pero es pasarse de listo. No pretendo defender aquí a Zapatero; lo que quiero decir es que no podemos juzgar alegremente, como la señora que insultó a mi amiga por votar al PSOE en las elecciones del pasado domingo. Para esa señora el PSOE es malo por la crisis que hay, mientras que el Partido Popular es bueno. Tan bueno que obligó a su hijo a votar por ellos, al parecer.

Al margen de ese comportamiento grosero, arrabalero e incivil, le diría a personas de esa estofa que su comportamiento da a entender una importante falta de lactancia intelectual (y si lo digo con estas palabras, igual yo parezco más listo). Por desgracia, no podemos saber qué hubiera hecho el otro partido durante estos años. Tampoco podemos pedir peras al olmo: un gobierno socialista hace (supuestamente) política social, que cuesta dinero. De algún lado hay que sacar el dinero para ayudar los parados de larga duración (si debe darse ese dinero es otra cuestión). El trabajo es importante, pero también lo es poder casarse (para los homosexuales), o decidir cuándo morir (para los enfermos terminales). ¿La suma de intereses grupales vale menos que la del interés general? En política (en la vida), las razones detrás de una decisión no siempre son obvias, algo de lo que ya hablé.

Alguien me decía, refiriéndose a Aznar: «el bigotes sería lo que fuera, pero en aquel entonces yo tenía trabajo». Es verdad que hubo una cifra de paro muy baja, pero también hubo «medicamentazo», privatizaciones, y corrupción (¿nos libraremos algún día de ella?). Igual que hacemos con las personas, atribuimos los aciertos y los errores de los partidos políticos a su «forma de ser», sin tener en cuenta las circunstancias (debe de ser más fácil gobernar cuando no hay una crisis crediticia mundial). Lamentablemente, no parece haber manera de hacer un experimento controlado para saber quién tiene razón.

A lo largo de la Historia hemos visto dictaduras, oligarquías, aristocracias, monarquías absolutas, repúblicas unipartidistas... y, después de cientos y cientos y cientos de años, parece que lo mejor sigue siendo aquel invento griego del siglo V a. C., aún con todos sus defectos. No hemos sido capaces de dar con nada mejor en todo este tiempo. ¿No nos hace eso un poco inútiles?

domingo, 22 de mayo de 2011

Presentaciones eficaces

«Antes de entrar en materia, permítanme hacer unas consideraciones preliminares. Soy consciente de que tendré grandes dificultades para comunicarles mis pensamientos y considero que algunas de ellas disminuirán si las menciono de antemano. La primera, que casi no necesito citar, es que el inglés no es mi lengua materna. Por esta razón mi expresión a menudo carece de la elegancia y precisión que resultaría deseable en quien diserta sobre un tema difícil. Todo lo que puedo hacer es pedirles que me faciliten la tarea tratando de entender lo que quiero decir, a pesar de las faltas que contra la gramática inglesa voy a cometer continuamente. La segunda dificultad que citaré es que quizá muchos de ustedes se hayan acercado a mi conferencia con falsas expectativas. Para aclararles este punto diré unas pocas palabras acerca de la razón por la cual he elegido el tema. [...] Dado que tenía la oportunidad de dirigirme a ustedes, no iba a desaprovecharla dándoles una conferencia sobre lógica, por ejemplo. Considero que eso sería perder el tiempo, ya que explicarles una materia científica requeriría un curso de conferencias y no una comunicación de una hora. Otra alternativa hubiera sido darles lo que se denomina una conferencia de divulgación científica, esto es, una conferencia que pretendiera hacerles creer que entienden algo que realmente no entienden y satisfacer así lo que considero uno de los más bajos deseos de la gente moderna, es decir, la curiosidad superficial acerca de los últimos descubrimientos de la ciencia. Rechacé estas alternativas y decidí hablarles sobre un tema, en mi opinión, de importancia general, con la esperanza de que ello les ayude a aclarar sus ideas acerca de él (incluso en el caso de que estén en total desacuerdo con lo que voy a decirles).»
Ludwig Wittgenstein, Conferencia sobre ética, trad. de Fina Birulés.

domingo, 15 de mayo de 2011

A por todas

William Louis Wallace es un antiguo luchador de full contact de la década de los 70. Lesionado en su pierna derecha, con la que no podía golpear, se centró en desarrollar su destreza con la pierna izquierda, utilizándola tanto para atacar como para defenderse. Su maestría con dicha extremidad le valió el apdodo de Superfoot, y fue campeón del mundo de la PKA durante quince años.

Tras lesionarse, Wallace lo tuvo claro: «para qué vas a ser mediocre con dos piernas si puedes ser muy bueno con una», decía. Se centró en su desarrollar aún más su punto fuerte. Él no creía que valiera la pena gastar tiempo y esfuerzo en poner su extremidad derecha a la par.

A Bill le fué bien así, pero es fácil darse cuenta del peligro que tiene poner todos los huevos en la misma cesta. ¿Y si no hubiera podido usar su pierna izquierda en un combate por alguna razón? ¿No habría estado perdido en ese caso?

¿Debemos centrarnos en desarrollar nuestros puntos fuertes o nuestros puntos débiles? Centrarse en los puntos fuertes puede ser menos frustrante, y quizá nos beneficiemos del efecto San Mateo. Sin embargo, es arriesgado invertir todo en un solo activo, como cualquier asesor financiero advertiría.

Consideremos el desarrollo de la personalidad. Yo, por ejemplo, soy muy pesismista. En palabras de A. J. Jacobs:
«I see the glass as half empty and the water as teeming with microbes and the rim as smudged and the liquid as evaporating quickly»
¿Debería tratar de cultivar el optimismo, o aceptar esa parte de mí y centrarme en desarrollar más aún alguna virtud que pueda tener?

Consideremos ahora el desarrollo profesional. Algunos amigos y compañeros míos de trabajo dedican todo su tiempo libre a seguir aprendiendo y practicando cosas relacionadas con su profesión. En lo suyo son de lo mejorcito. Pero ¿y si su trabajo pasa de moda? ¿Y si desaparece? Taleb recomendaba cultivar una disciplina alternativa precisamente por si se eso llegara a ocurrir. Así que ¿muy bueno en tu trabajo, o mediocre pero con una alternativa?

A mi juicio, no hay respuesta para este tipo de decisiones. Me siento paralizado, como aquel drogata de la película Training Day al que uno de los protagonistas amenaza apuntándole a los genitales, situándole ante una disyuntiva imposible:
«Anda, bájate los pantalones. Bájatelos. ¿Qué huevo prefieres? Te voy a dejar uno, ¿cuál quieres? Vamos hombre, decídelo. ¡Toma una decisión!»
Yo creo que elegiría el derecho. Es un poco más grande.

domingo, 1 de mayo de 2011

La cadena del (des)amor



Resulta que Macarena está enamorada de Eustaquio, que se la beneficia con regularidad, pero que de quien está realmente enamorado es de Casandra, la cual se deja querer pero sigue con su novio Godofredo, con el que es muy feliz. Muy posiblemente pulule por ahí un pobre Rodolfo que pretenda sin éxito a Macarena, y mucho me temo también que Godofredo anda sembrando en campos ajenos.

Por otro lado tenemos a Mario y a María, que viven juntos desde hace años. María está en el radar de Blas y Gus, los cuales son convenientemente ignorados por la susodicha, ya que los esfuerzos de ésta se centran en mejorar su relación con Mario, el cual se dedica mayormente a trabajarle la bisectriz a toda aquella con la que se cruza, lo que ha tenido como efecto colateral que Amagoia se quedara prendada del colega, soñando que Mario quería de ella matrimonio y no solo su vagina. Pero ella es más fuerte que la realidad, así que no ceja en su empeño y continúa persiguiéndole.

También está Valentina, que ronda a Demetrio, el cual pasa muy mucho de ella, ya que desde que Ramona le metió el corazón en la picadora el muchacho se dedica a conquistar el mayor número posible de plazas con el mínimo compromiso, que hay mucha hija de puta suelta.

Por su lado, Florentino queda con cantidad de tordas, pero hete aquí que ellas solo quieren que les dé con la de mear, lo cual es un fastidio para él, ya que busca un compromiso serio.

Por último tenemos a Bulma, que lo dejó con su novio de toda la vida y acabó en brazos de Samuel, historia que no cuajó, así que ahora se baja en cada parada para ver si es allí dónde quiere estar (nunca está conforme), mientras sus dos ex-novios dos la persiguen como patitos, enhebrando, eso sí, todo lo que pueden mientra dura la operación de acoso y derribo.

Y mientras tanto, aquellos a los que no quiere nadie rondan las cercanías del espectáculo en espera de la carroña que nunca probarán. Un brindis por ellos. Seguid intentándolo... o no.

lunes, 25 de abril de 2011

Perdidos en el bosque

Parece que atrás quedó aquel tiempo de los genios universales, polímatas productivos en un acervo de disciplinas heterogéneas. A estas alturas hay tanto conocimiento acumulado que la única forma de hacer algo nuevo (o solo el hecho de poder desenvolverse con soltura) en campos como la medicina, la informática o la arquitectura es especializarse al máximo. Verbigracia:

"Ser un experto es el mantra de la medicina moderna. A comienzos del siglo XX bastaba con un título de bachillerato y un año de estudios de medicina para empezar a ejercer. A finales de ese mismo siglo, todos los médicos de Estados Unidos debían tener un título universitario, más cuatro años de medicina, entre tres y siete años de formación como residentes en una especialidad: pediatría, cirugía, neurología y así sucesivamente. En los últimos años, sin embargo, ni siquiera este nivel de preparación ha sido suficiente para abarcar la creciente complejidad de la medicina. Hoy en día, al finalizar su residencia, la mayoría de los jóvenes médicos participan en algún proyecto de investigación, lo que supone un aumento de entre uno y tres años más de formación.
[...] Vivimos en la era del superespecialista."

Así que ahí estás tú, el tío con el trabajo más concreto del mundo. Eres el tipo que reparte el agua, los relojes y la gorra a los tres primeros clasificados al final de cada gran premio de Fórmula 1*. Eres el encargado de dar un único y pequeño paso en una larguísimo proceso de producción. Y encima es probable que haya un buen puñado de gente que pueda reemplazarte sin problema. Eres prescindible.

Trabajar para vivir, vivir para trabajar... en la práctica da un poco igual. ¿Cuántas horas crees que trabajas? Piénsalo otra vez. Quizá deberías contar como horas de trabajo las que gastas en ir y volver de tu oficina (o equivalente). Y las que usas en tareas relacionadas (tal vez ir a comprar trajes). Y las que pierdes de sueño. Y las que no aprovechas por tener la cabeza en eso que has dejado pendiente, o esa discusión que has tenido hoy con algún mentecato. Y las que consumes en ir al médico a que te trate de aquellas enfermedades producidas por la fatiga, el insomnio y el estrés. ¿No deberíamos invertir todo ese tiempo en algo reconfortante, o significativo? ¿No deberíamos sentir que nuestro trabajo tiene valor?

Mas ¿no es harto difícil ver la belleza del bosque cuando eres la hormiga que transporta pedacitos de cáscara siempre por el mismo camino?

* En este caso concreto quizá no haga falta mucha preparación, pero es que ese hombre me intriga. Cada vez que le veo me pregunto cómo llega uno hasta ahí.

domingo, 17 de abril de 2011

En el ocaso

Antonio (no es su verdadero nombre) tiene ochenta y siete años y vive con sus hermanas, ya que no puede valerse por sí mismo. Sufre varios problemas graves de salud. Algunos son típicos de la edad; otros, típicos de una vida de abuso de alcohol y tabaco. Pasa el día sentado y la noche tumbado.
Dos veces por semana, un amigo mío le visita como su osteópata personal. Su misión es movilizarle las articulaciones, levantarle y, en la medida de lo posible, frenar su atrofia muscular.
Antonio también tiene demencia senil. Cuando mi amigo está con él, a veces le dice que tiene que darse en terminar la sesión para poder ir a recoger a una novia suya que tiene en Barcelona. Alterna fases de delirio con fases de lucidez. Es en esos momentos, cuando mi amigo le anima («vamos abuelo, más fuerte», «ánimo, siga») es cuando él pregunta «para qué». Para qué tiene que hacer sus ejercicios. Por qué tiene que esforzarse, si no vale de nada. Se mira a sí mismo y se ve acabado.


El de 7 Abril mi abuelita materna cumplió ochenta años. Cuando le pregunté qué era lo mejor que le había pasado en la vida no estaba preparado para su respuesta: «no lo sé», respondió. Solo después de un rato mencionó lo esperable: sus hijos y su marido (fallecido cuando mi madre tenía quince años). Mi «ita» no ha tenido una vida fácil, aunque ahora vive cómoda y desahogadamente en una casa para ella sola, con su perra y suficiente salud como para no necesitar ayuda en las actividades de la vida diaria. Pasa sus días viendo la televisión y ojeando revistas del corazón, comiendo cada vez menos, saliendo cada vez menos a la calle por miedo a caerse (se ha roto los dos codos y un tobillo en sendas caídas). En cada visita la veo más triste, apagada y marchita. Cuando le proponemos actividades suele responder con un «yo soy muy vieja ya». Mi abuela ha bajado los brazos. Se ha rendido.

A propósito de los heridos graves en combate, escribe Atul Gawande:

«Sigue siendo una incógnita saber cómo podrán vivivr y funcionar él y otros como él. [...] Jamás hemos tenido que enfrentarnos al desafío de rehabilitar a personas con heridas tan graves. Apenas estamos empezandoa  a averiguar lo que hay que hacer para ofrecerles la posibilidad de una vida que valga la pena.»

Creo que lo mismo nos pasa con nuestros mayores (hablo de la sociedad en la que vivo, que es la única que conozco). Tengo la impresión de que fallamos en conseguir que los ancianos (cada vez más ancianos) mantengan las ganas de vivir, la motivación, las fuerzas para seguir adelante. Esterotipados y, en ocasiones, apartados en residencias, se quedan sin función ni propósito, quizá sintiéndose como un estorbo.

Por eso no me parece mal, en cierto modo, que los abuelos cuiden de los nietos. Porque darles responsabilidad (en grado adecuado) les viene bien. Pienso que deberíamos encontrar la manera de que los últimos diez, veinte o treinta años de vida no se reduzcan a esperar la muerte sentados enfrente de la puta tele.

sábado, 9 de abril de 2011

Cómo eres

Desde hace ya un tiempo disfrutamos en la oficina de las ínfulas de una dama de medio manto. Una valoración injusta por mi parte, dado que apenas la conozco, aunque la única vez que la oí hablar rogué que lo próximo que llegara a mis oídos fuera el sonido de un disparo.

La opinión mayoritaria acerca de la muchacha, a la que llamaremos Ruperta, es que es tonta. También hay quien piensa que no es que sea tonta, sino que se lo hace. Lo cual, según un amigo, la convierte en tonta. Lo cierto es que, si realmente está interpretando un papel, el Óscar que le dieron a Tom Hanks por su papel en Forrest Gump debería cambiar de manos.

Precisamente en esa película cuenta el protagonista:

«Mi madre siempre decía que tonto es el que hace tonterías»

¿Qué define a una persona? ¿Cuándo decimos que es tonta, o generosa, o que está loca? ¿La definen las acciones, o lo hacen sus motivaciones, sus pensamientos, sus sentimientos?
Pensamientos y actos no siempre van en la misma direccion (creo que los humanos somos unos miedicas hipócritas consagrados). Las motivaciones o los propósitos de nuestras acciones no siempre tienen el resultado esperado. A veces obramos con la mejor de las intenciones y acabamos hiriendo un ser querido.

A mi juicio, al principio nos formamos una impresión basándonos en lo que podemos ver: los actos. Pero ¿qué pasa cuando los actos pueden llevar a conclusiones opuestas? Ruperta tiene una carrera universitaria (para mi exposición asumiré que obtuvo el título a base de hincar codos, y no rodillas). Así que tal vez sí que sea lista en el fondo.
Si alguien te dice que es tu amigo pero no actúa como tal ¿es realmente tu amigo? Quizá es que cada uno tenga visiones distintas sobre cómo debe portarse un amigo. Desde su punto de vista, él es tu amigo. Desde el tuyo, no. ¿Quién tiene razón? Si alguien te dice que te quiere pero obra de forma incluso contraria a sus palabras ¿es posible que de verdad te quiera, pero que haya algo que le esté obligando a portarse como lo hace?·

Pasa el tiempo y vas conociendo a esa persona. Ahora «sabes» cómo piensa y cómo actúa. ¿No cambiará eso la interpretación de sus actos? Mi mejor amiga me valora como persona, a pesar de que me porto como un cretino. ¿Es correcta su apreciación?

He obviado tanto nuestros sesgos a la hora de formarnos opiniones sobre los demás, como el contexto en el que tienen lugar las acciones. Lo que me pregunto es si hay una forma objetiva de definir a una persona. Me pregunto si es tonto el que hace tonterías.

P.S: En su Ética a Nicómaco, dice Aristóteles:
«es acertado decir que el hombre se hace justo por el hecho de realizar acciones justas y templado por realizarlas templadas; y también que como consecuencia de no realizar éstas nadie podría ni siquiera estar en disposición de ser bueno. Sin embargo, la mayoría no llevan esto a la práctica, sino que se refugian en la teoría y creen que son filósofos y que así van a ser virtuosos, obrando de manera parecida a los enfermos que escuchan atentamente a los médicos, pero no hacen nada de los que se les prescribe»
Parece, pues, que para el estagirita, actuar de una cierta manera es necesario para considerar que la persona es realmente de esa manera.

domingo, 27 de marzo de 2011

Lo bueno, enemigo de lo perfecto


Imagina que haces bien tu trabajo el 99% de las veces. ¿Cuánto estarías dispuesto a esforzarte para llegar al 99,5%? ¿Y para pasar del 99,5% al 99,6%?

Una jefa mía me contó que en su máster les enseñaban que «lo perfecto es enemigo de lo bueno». La vieja historia de los optimizadores frente a los satisfactores. Puedo entender las razones tras esa lección, pero no me parece bien. No creo que sea correcto enseñar a un trabajador a conformarse, aunque (o porque) tu vida se torne más fácil.

Tomaré un ejemplo sacado de la medicina, donde los errores cuestan vidas. Aquí puede verse la tasa de supervivencia de cáncer en adultos españoles entre 1995 y1999. Tomando el conjunto de los tumores, una mejora del 0,1% del tratamiento significaría salvar la vida a 86 personas más en ese periodo. Una de las cuales podría ser tu madre, tu padre, tu pareja o tú mismo. Con el incremento de la incidencia de tumores en una población cada vez mayor, ese 0,1% representa con el tiempo más y más vidas.

Es verdad que no todos tenemos trabajos tan importantes. Es difícil ver la importancia de hacer perfectamente en un empleo de oficina, consistente básicamente en papeleo. Pero sigue siendo nuestra obligación moral:

«en un pasaje de la Metafísica de las costumbres, Kant se interroga expresamente acerca de cuáles de aquellos "fines" habrían de ser tomados por "deberes", a lo que se responde: "La propia perfección y la felicidad ajena"»

(Creo que en el mundo muere un gatito cada vez que un idiota como yo cita a Kant).

Se puede ver desde una perspectiva más mundana y utilitarista, si se desea. ¿Quién no ha deseado una mejor atención a los usuarios, o una administración pública más eficaz? Para obtener el bien común cada uno debe hacer su parte (en el ejemplo del cáncer, un tratamiento se lleva a cabo por un equipo, y el éxito es reponsabilidad de todos). Lo repetiré una vez más: la suma de los comportamientos individuales tiene un gran efecto. Y, además, buscar la perfección es lo correcto (otro gatito menos, me temo).

domingo, 20 de marzo de 2011

Full disclosure


En la pasada rootedCon se llevó a cabo una mesa redonda acerca de si deben revelarse los fallos de seguridad que se descubren en el software, cómo, cuándo y a quién. Al poco, los «cazadores de fallos» invitados llevaron el debate al punto previsible: no habría nada que discutir si el software estuviera bien hecho. Y entonces volvió a salir el manido ejemplo del coche.

¿Compraríamos coches que se pararan de repente, que hubiera que rearrancar continuamente a lo largo de un viaje? La respuesta habitual es no. Y, sin embargo, eso es lo que hacemos con el software.
Pero creo que eso es comparar peras con manzanas. Olvidamos que el automóvil tiene más de cien años de historia, que el primer coche fabricado no fue un BMW con 6 airbags, control de tracción, aire acondicionado y la capacidad de superar los 200 Km/h. Por contra, el software es aún muy joven (menos de un siglo de vida) y, por tanto, muy primitivo. Hoy usamos programas inseguros de la misma forma que en su momento se condujeron coches inseguros (sin cinturón de seguridad, sin airbags, o que explotaban con demasiada facilidad).

Creo que con el tiempo el software madurará, y puede que la discusión sobre la revelación de fallos de seguridad deje de tener sentido. Quizá dentro de muchos años la gente se pregunte cómo podíamos apañarnos con unos programas tan malos, de la misma forma que nosotros nos preguntamos cómo pudieron apañarse los primeros lectores con libros sin portada ni índice.

sábado, 12 de marzo de 2011

Savasana

«Acostado sobre el piso traigo las rodillas al pecho y las abrazo. Tomo aire, y exhalando la nariz entre las rodillas. Las manos en la nuca, bajo con calma los pies, saco todo el aire. Estiro la pierna derecha, jalo el talón y lo llevo lo más lejos posible. Bajo al piso. Estiro la izquierda, el talón lejos... bajo con calma. Ahora levanto los dos talones y los jalo lejos... más lejos... y con calma bajo. Los talones al ras de mis hombros, levanto el coxis y lo jalo hacia arriba. Levanto el torso, tomo mi cuello con las manos sin entrelazar y lo deslizo hasta la nuca. Bajo la cabeza lentamente, conservando mi centro. Respiro... Al apoyar la cabeza saco todo el aire. Coloco los brazos a mis costados, con las palmas hacia arriba, y jalo sutilmente con las manos hacia los pies para separar los hombros de las orejas.
Relajo todos los músculos... Savasana es la postura más importante de la clase. Voy a dejarme derretir en el piso... Centro la atención en la respiración. Que sea una respiración silenciosa, pausada... Dejo que la respiración regrese a su estado natural... Una respiración que por su propia naturaleza incita a la tranquilidad. 
Siento con claridad cómo en cada exhalación el cuerpo se va relajando más y más... Cada vez que la mente se distraiga yo traigo la atención a la respiración, y me percato de ese fugaz instante en el que la inhalación se convierte en exhalación, y la exhalación en inhalación.
Reviso la calidad de mi relajación... Perfecciono la postura... Me olvido de todo, y de todos... Simplemente confío... Regreso a mi estado más natural en todos los sentidos.... Eso es confiar en la naturaleza. Confío... Confío en que todo va a salir bien... Practico la tranquilidad... 
Disfruto profundamente de este momento... Siento una gran comodidad en dejarme fluir... No fuerzo situaciones, suelto el control... Relajo el cuerpo... relajo las emociones... dejo que mi respiración también se relaje... Relajo mi vida...

Permanezco un momento más en estado de relajación profunda... Permanezco conectado con todo lo que sucede internamente... Y siento cómo todo se expande... Expando la tranquilidad...
Muevo gradualmente los dedos de las manos y los dedos de los pies. Regreso poco a poco. Giro los pies hacia dentro y hacia fuera... adentro y afuera... noto cómo el movimiento involucra a la pelvis... adentro y afuera... Junto mis piernas, arrastro los brazos por el piso hacia arriba, entrelazo las manos, apunto, me alargo lo más posible... Flexiono mis piernas, tomo aire y traigo las rodillas al pecho. Sensitivamente, al exhalar la nariz entre las rodillas. Bajo la cabeza al piso, cruzo mis piernas y me impulso hacia adelante.
Respiro profundo. Ahora que la mente está tranquila es mucho más fácil ver cuál es mi prioridad, hacia dónde necesito la energía en este momento de mi vida. Paso la energía de una mano hacia la otra y la dirijo hacia mi prioridad... Voy con calma hacia adelante... Me acerco más a mí mismo... Establezco una complicidad conmigo...
Namasté.»

Alejandro Maldonado.

domingo, 6 de marzo de 2011

La lógica oculta de la vida

«Si crees que la gente no es racional, intenta primero ser más listo que ellos. Quizá descubras que no es tan fácil como parecía»
Parece que se ha armado algo de revuelo en España con la reducción del límite superior de velocidad en autopistas a 110 Km/h. Lo que más he visto repetido es que lo hacen para recaudar más dinero con las multas y que no sirve para ahorrar.

Cuando vemos que se toman decisiones que parecen no tener sentido deberíamos preguntarnos qué pudo llevar a tomar tal decisión. Creemos que todo el mundo es idiota menos nosotros, pero tengo la impresión de que elegiríamos lo mismo de estar en el lugar del decididor. El tercer libro de Tim Harford ofrece una serie de explicaciones plausibles sobre decisiones en apariencia irracionales del día a día. ¿Por qué hay gente que fuma, con lo perjudicial que es? ¿Por qué las prostitutas asumen el riesgo de las enfermedades venéreas? ¿Por qué pagan enormes sueldos a los altos directivos de las multinacionales, si no producen tanto? Todas ellas son cuestiones tratadas por el autor en esa recomendable lectura.

Aunque apenas tengo conocimientos de mecánica, puedo suponer que se ahorraría más evitando los atascos de las grandes ciudades en hora punta que rebajando el límite a 110 Km/h. Pero ¿qué implica eso? Reducir el número de coches en circulación. Para ello se podría hacer que, por ejemplo, un día circulen los coches de matrícula par y otro los de matrícula impar. Sin embargo, me parece que si se optara por esta medida el revuelo pasaría a mayores. Así que quizá hayan buscado una medida con un equilibrio entre impopularidad y ahorro, entre eficacia y facilidad de llevar a cabo.

¿Y si se subieran aún más los impuestos sobre los combustibles?. Quizá eso sea mejor, y evite además que la gente circule a 160 Km/h y frene en las zonas vigiladas por radares. Por mi experiencia diría que hacer eso llevaría a otra huelga de camioneros. Si subes los impuestos afecta a todos los conductores, mientras que si rebajas el límite no.

No tengo una opinión firme sobre esta medida. No sé si será útil o no, y probablemente haya otras mejores. Lo que quiero resaltar es que si nos viéramos en la misma situación que el legislador, teniendo la misma información que él, es posible que acabáramos obrando igual. No siempre somos idiotas porque sí.