lunes, 16 de septiembre de 2013

El hombre desactualizado

Todo lo que sabemos tiene fecha de caducidad. A quienes fuimos a EGB nos enseñaron en la escuela que había 103 elementos en la tabla periódica; los que no hayan tocado la química desde la aquel entonces ignorarán que el número actual es 118 . Los planetas ya no son nueve, sino ocho, dado que Plutón salió de la lista en 2006. La población mundial ha pasado de los 5.900 millones de personas que me dijeron de pequeño a más de 7.000. Los macronutrientes siguen siguen siendo los mismos (glúcidos, lípidos y proteínas) pero sus efectos sobre la salud y su influencia en la composición corporal han ido cambiando en las últimas décadas. Y he aquí trece mitos sobre ciencia que tal vez usted aún crea ciertos (no deje de leer los comentarios). Tal como escribe Samuel Arbesman:
Foto de Parksy1964
«Facts change all the time. Smoking has gone from doctor recommended to deadly. Meat used to be good for you, then bad to eat, then good again; now it’s a matter of opinion. The age at which women are told to get mammograms has increased. We used to think that the Earth was the center of the universe, and our planet has since been demoted. I have no idea any longer whether or not red wine is good for me. And to take another familial example, my father, a dermatologist, told me about a multiple-choice exam he took in medical school that included the same question two years in a row. The answer choices remained exactly the same, but one year the answer was one choice and the next year it was a different one.»
El campo de trabajo de Arbesman es la cienciometría, una disciplina cuyo objetivo es medir y analizar la investigación científica. Según este autor los hechos o datos que forman el conocimiento científico tienen una vida media que obedece ciertas reglas matemáticas. Algunos datos cambian constantemente, como la temperatura en nuestra ciudad, mientras que otros cambian tan despacio que se consideran constantes, como el número de dedos de la mano. A medio camino se sitúan los mesodatos, aquellos que cambian con el paso de los años: los elementos de la tabla periódica que comentamos al principio, nuestros conocimientos sobre los dinosaurios, la tecnología informática y los tratamientos médicos.

Buena parte del conocimiento que va cambiando no afecta a nuestra vida diaria de forma directa. Dudo, verbigracia, que la vida del lector se haya vuelto patas arriba al conocer el nuevo número de elementos químicos. Como tampoco le explotará la cabeza al saber que, aunque en la película Jurassic Park los velociraptores son representados con una piel reptiliana, en 2007 se descubrió que en realidad estaban cubiertos de plumas. ¿Curioso? Tal vez. ¿Útil? Probablemente no (a no ser que esté considerando producir una película sobre dinosaurios).

Analicemos, pues, un ámbito más práctico como puede ser el de la medicina, donde los galenos más próximos dispuestos a educarnos son nuestras abuelas y nuestras madres. Que levante la mano a quien la hacedora de sus días le haya reprochado haber salido sin suficiente abrigo arriesgándose a coger un catarro. ¿Es cierto que uno puede resfriarse por el frío? Ocurre que la respuesta a esa pregunta ha ido cambiando con el tiempo:
«La sabiduría popular dice que sí. [...] Cualquier madre o médico de familia así lo afirmaría.
Pero los científicos llevan también años insistiendo en que la relación entre enfermedad y frío no es más que una quimera, argumentando que los resfriados son más comunes en invierno porque la gente se cierra en el interior de sus casas, donde los gérmenes tienen más posibilidades de pasar de una persona a otra.
[...] Pero hace algunos años, los científicos descubrieron la causa más común del resfriado: el rinovirus. A partir de ahí comenzaron a observar sus efectos en el sistema inmune. ¿El tiempo frío podría debilitar el sistema inmune y facilitar que el rinovirus causara una infección? A medida que fueron estudiando el rinovirus descubrieron que éste en realidad causa más daño en primavera y otoño, cuando el tiempo es lluvioso y húmedo, que en invierno.
[...] A partir de esos nuevos descubrimientos, los científicos vieron que la respuesta no es tan clara como parecía. La balanza se inclina a favor de la creencia popular, pues las investigaciones cada vez se encuentran más con el hecho de que un descenso de la temperatura corporal puede ocasionar un resfriado.
[...] Las personas nos resfriamos más en invierno en parte porque el mal tiempo nos hace entrar en sitios cerrados, pero también porque las temperaturas muy bajas afectan al sistema inmune, haciéndole más vulnerable a las infecciones o agravando alguna infección latente que ya teníamos.»
Entre las obligaciones de los padres se halla la de procurar la mejor salud al hijo. Por desgracia para estos la mayoría de progenitores atesoran un conocimiento médico basado mayormente en mitos, tradición y medios de comunicación de masas, tres vías de dudosa eficacia para transmitir un conocimiento real. El padre interesado en mantenerse al día encontrará interesante este libro (para un resumen con doce mitos populares y su validez o no puede consultar este artículo). Descubrirá, para alivio del crío, que no es necesario esperar dos horas después de comer para volver a zambullirse en la piscina (tortura de tantos niños de mi generación).

Todavía en relación con los cuidados parentales y entrando en la zona de las consecuencias fatales, aún recuerdo la reacción de mi madre cuando vio en el telediario que los médicos empezaban a recomendar que los bebés durmieran boca arriba. «¡De toda la vida los niños han dormido boca abajo!» exclamó algo perpleja. Al parecer la costumbre de colocar a los infantes en decúbito prono se debe al consejo dado por el pediatra norteamericano Benjamin Spock en su libro superventas Tu hijo. Su indicación se basaba en un razonamiento a priori, a saber, que si el niño vomitaba era más probable que se ahogara si dormía boca arriba. Estudios empíricos posteriores observaron sin embargo que el riesgo de muerte súbita era significativamente mayor en quienes dormían sobre su abdomen. Como decía, desde hace algunos años se insta a que los niños duerman sobre su espalda. En este mismo sentido, hace apenas unos meses se publicó en el British Medical Journal un estudio que concluía que el colecho (práctica aconsejada por el Ministerio de Salidad español en su informe Maternidad y Salud del año pasado) podría aumentar el riesgo de muerte súbita. Es de esperar que con el tiempo, gracias a la acumulación de evidencias, se pueda dar una indicación informada en uno u otro sentido.

Si los bebés son los seres que consideramos más frágiles y ante quienes procuramos con especial ahínco cumplir la máxima hipocrática primum non nocere, las mujeres embarazadas ocuparían el segundo puesto de la lista. A tenor por la interminable lista de advertencias y precauciones que reciben las mujeres en estado de buena esperanza se diría que gestar una criatura es un proceso harto delicado, y uno se pregunta cómo es posible que hayamos conseguido perpetuar la especie durante tanto tiempo, habida cuenta de la falta de medios en épocas pretéritas. Sea como fuere, los médicos suelen andar con pies de plomo y ser bastantes conservadores cuando tratan con mujeres en estado de buena esperanza. Recientemente la economista Emily Oster relataba en un artículo para el Wall Street Journal su experiencia con el embarazo, y cómo analizó los datos relativos a cada una de las recomendaciones dadas por su médico para averiguar cuánto había de verdad en ellas. Concluyó que no pasaría nada por beber un vaso de vino de vez en cuando, tomar café y hacer ejercicio cuando quisiera. Habrá que esperar cuarenta y cinco años (el tiempo estimado por John Hughlings Jackson para expulsar de la medicina una idea errónea) para ver si Oster tenía razón o si expuso a su criatura a riesgos innecesarios.

La gente tiene su vida, su trabajo (no todos los que quieren, por desgracia) y niños a los que criar (incluyendo algunos que no lo buscaban, para su desgracia). No es de esperar que se sienten periódicamente a reciclar sus conocimientos. En lugar de eso, confían en los medios de comunicación o internet. El problema es que gran parte de lo que oímos es engañoso cuando no directamente falso. Recibimos mucho más ruido que información real. Y como humanos hay límites a lo que podemos saber y el ritmo al que podemos aprender cosas nuevas. Sin embargo, hemos visto que mantenerse al día puede ser realmente importante por las consecuencias negativas que acarrea en ocasiones. No todas ellas son tan trágicas como la muerte de un infante, claro. A veces el daño se limita a pasar hambre de forma honorable mientras uno se pregunta perplejo cómo es que no consigue adelgazar cuando está cenando únicamente fruta y yogur.

Nassim Taleb publicó en su muro de Facebook su propia heurística para determinar lo que es importante:
«The odds of using, 10 years from now, something picked up today from random media is < 1 in 50,000. In science (outside of mathematics) it is < 1 in 30,000. On the other hand, you have more than 50 % chance of using (or remembering) something that you are interested in and has been "in print" more than a century. There is a very easy filter. What you search for is less likely to be noise. Further, word of mouth is more potent filtering than we think.»
Aunque no sea nada recomendable cambiar nuestros hábitos con cada nuevo estudio que sale a la luz (pues hacerlo nos hará víctimas del ruido) tampoco parece muy buena idea esperar cien años antes de hacerlo. Las tablas que aparecen en el libro de Arbesman muestran que el lugar del término medio varía según el campo del saber.

En ocasiones, tener un poco de algo es peor que no tener nada. Una falsa sensación de seguridad, verbigracia, puede hacernos asumir riesgos innecesarios. Respecto al tema que nos ocupa hoy ya entrevimos algunas complicaciones cuando hablamos del conocimiento incompleto. El conocimiento no actualizado supone un problema mayor que la ausencia total del mismo porque creer que ya sabemos algo nos puede hacer periclitar el reciclaje intelectual. En palabras del entrenador Charles Staley:
«I’ve frequently said that “knowing” is the most significant impediment to continued learning, because when you think you know, you cease further exploration.»
Quizá por eso Max Planck estaba en lo cierto al afirmar que las verdades científicas no acaban imponiéndose por sus propios méritos, sino porque sus detractores acaban muriendo y nace una nueva generación familiarizada con las nuevas ideas. La erudición es una empresa que comparte características con el castigo de Sísifo, devolviéndonos a menudo al punto de partida. Nuestro cerebro, con su gusto por lo fácil y rápido, no parece estar a la altura. Paradójico, si tenemos en cuenta que fue lo que usamos para adquirir todos esos datos en primer lugar.

4 comentarios:

  1. Muy bueno, joder.

    Y cuantas referencias.

    Estoy seguro de que este artículo seguirá siendo razonablemente válido durante bastante tiempo. ;)

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  2. Muy bueno. Claro y con muy acertadas conclusiones.

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