lunes, 7 de diciembre de 2015

La mente dividida

El pensamiento humano parece ser en buena parte metafórico. De la misma manera que definimos una palabra utilizando otras palabras relacionadas, somos capaces de entender conceptos nuevos o complejos relacionándolos con aquellos que ya conocemos: la vida es como un viaje, el universo es como un reloj, la mente es como un ordenador, etcétera. Aunque parezcan simples palabras, lo cierto es que las metáforas parecen moldear nuestro sistema conceptual, así como nuestros pensamientos y comportamientos, hasta en los detalles más mundanos. Cómo nos relacionamos, cómo nos desenvolvemos en el mundo y cómo percibimos la realidad depende de las metáforas que guían nuestras vidas:

Metaphor is for most people a device of the poetic imagination and the rhetorical flourish—a matter of extraordinary rather than ordinary language. Moreover, metaphor is typically viewed as characteristic of language alone, a matter of words rather than thought or action. For this reason, most people think they can get along perfectly well without metaphor. We have found, on the contrary, that metaphor is pervasive in everyday life, not just in language but in thought and action. Our ordinary conceptual system, in terms of which we both think and act, is fundamentally metaphorical in nature.
Uno de esos conceptos complicados que requiere de metáforas para ser comprendido es la propia mente humana. En su investigación acerca del alma (que para nuestros propósitos aquí equipararemos con «mente»), Platón recurrió a una alegoría basada en un auriga conduciendo un carro tirado por dos caballos:

Digamos, pues, que el alma se parece a las fuerzas combinadas de un tronco de caballos y un cochero; los corceles y los cocheros de las almas divinas son excelentes y de buena raza, pero, en los demás seres, su naturaleza está mezclada de bien y de mal. Por esta razón, en la especie humana, el cochero dirige dos corceles, el uno excelente y de buena raza, y el otro muy diferente del primero y de un origen también muy diferente; y un tronco semejante no puede dejar de ser penoso y difícil de guiar.
El corcel excelente representa las emociones y pasiones que para Platón eran positivas (como el verdadero honor) y obedece a la voz del auriga. El otro corcel, por el contrario, «no respira sino furor y vanidad; sus oídos velludos están sordos a los gritos del cochero, y con dificultad obedece a la espuela y al látigo». Simboliza los vicios: lujuria, glotonería, codicia y demás. En la opinión del célebre filósofo, las almas mortales caminan con dificultad porque la poca maña de nuestros cocheros hacen inútiles cualquier esfuerzo que hagamos para elevarnos hasta el lugar de los dioses.

También las filosofías orientales explican algunos procesos mentales recurriendo a animales desbocados que han de ser domesticados. Sakyong Mipham nos habla de una tradición tibetana según la cual la mente es una joya a lomos de un caballo:

In Tibet, we have a traditional image, the windhorse, which represents a balanced relationship between the wind and the mind. The horse represents wind and movement. On its saddle rides a precious jewel. That jewel is our mind.
[...] With an untrained mind, the thought process is said to be like a wild and blind horse: erratic and out of control. We experience the mind as moving all the time—suddenly darting off, thinking about one thing and another, being happy, being sad. If we haven’t trained our mind, the wild horse takes us wherever it wants to go. It’s not carrying a jewel on its back—it’s carrying an impaired rider. The horse itself is crazy, so it is quite a bizarre scene. By observing our own mind in meditation, we can see this dynamic at work.
Buda, por su parte, comparaba la mente con un elefante salvaje. En el verso 326 de su Dhammapada habla de controlar el elefante como forma de salir del fango de las pasiones:

Previamente, esta mente vagaba donde le placía, como a ella se le antojaba. Hoy, con sabiduría, yo la controlaré como el conductor controla el elefante en ruta.
Para el psicólogo Jonathan Haidt, esta metáfora es la que mejor encaja con las teorías psicológicas modernas acerca de elección racional y procesamiento de la información:

The image that I came up for myself, as I marveled at my weakness, was that I was a rider on the back of an elephant. I'm holding the reins in my hands, and by pulling one way or the other I can tell the elephant to turn, to stop, or to go. I cant direct things, but only when the elephant doesn't have desires of his own. When the elephant really wants to do something, I'm no match for him.
Todas las metáforas que hemos visto tienen algo en común: nos dicen que la mente está dividida en varias partes que a veces entran en conflicto. Determinar en qué partes se divide concretamente nuestra mente ha sido objeto de investigación desde hace siglos. Con el paso del tiempo, los avances en neurociencia han ido dando paso a nuevas clasificaciones. Curiosamente, todas ellas se han abierto paso hasta la cultura popular.

Una de las primeras clasificaciones, sobradamente conocida, es el dualismo cartesiano, el cual distinguía entre mente (alma) y cuerpo. La mente es la parte racional, mientras que el cuerpo (en especial vísceras como el corazón o el estómago) representa la parte emocional, la de los deseos. En esta división la mente es el jinete y el cuerpo es el elefante.

Imagen de Jurgen Appelo
Seguramente conozcan también la separación entre cerebro «derecho» e «izquierdo», basada en la anatomía del cerebro. En torno a 1900, la neurología había determinado que el elefante se hallaba en el hemisferio derecho, allí donde residían los instintos, la impulsividad y las emociones. El jinete era el hemisferio izquierdo, donde se situaban el pensamiento lógico, el control de las emociones y la fuerza de voluntad. A partir de 1960, sin embargo, los investigaciones de Sperry, Gazzaniga y Bogen realizadas con pacientes con el cerebro escindido encontraron que, exceptuando el procesamiento del lenguaje, las diferencias respecto a las capacidades de cada hemisferio son mínimas. Es más, un hemisferio puede asumir tareas del otro cuando se producen lesiones.

Una división parecida a la anterior y que también les sonará es la que distingue entre cerebro «femenino» y «masculino». Ya saben: los hombres no escuchan, las mujeres no entienden los mapas, los hombres son más fríos, las mujeres son más empáticas. Lo cierto es que aún no sabemos los suficiente como para asegurar que las diferencias anatómicas presentes en los cerebros de ambos sexos se traduzcan en comportamientos concretos al margen de la cultura o la educación. De hecho, el último estudio al respecto, publicado hace tan solo unos días, asegura que no hay diferencia alguna.

Otra clasificación de las distintas partes cerebrales es la que se basa en su evolución. En la década de 1940, Paul MacLean desarrolló su modelo del cerebro trino, según el cual el cerebro está compuesto en realidad por tres cerebros que corresponden cada uno a diferentes etapas de la evolución humana. De acuerdo con este neurocientífico, el primer cerebro es el reptiliano, formado por el tallo encefálico y el cerebelo. El segundo cerebro es el paleomamífero, correspondiente al sistema límbico. El tercer cerebro, el neomamífero, corresponde al neocórtex. En este modelo, el elefante está formado por los dos primeros cerebros, donde yacen los instintos, los deseos y las emociones. El jinete se sitúa en el neocórtex, allí donde reside el pensamiento lógico y racional. MacLean sostuvo que había pocas conexiones entre cada uno de los tres cerebros, es decir, que emociones y sentimientos eran manejados por un cerebro y el intelecto por otro, lo que explicaba por qué nos cuesta tanto controlar nuestras emociones.

Por último, tenemos la separación entre procesos automáticos o inconscientes y procesos controlados o conscientes. Esta es una separación principalmente funcional. Aquí el elefante es todo ese conjunto de tareas que hacemos en cada momento sin darnos cuenta (respirar, pestañear) o sobre las que no tenemos control (reacciones viscerales, emociones, intuiciones y demás). El jinete es nuestra capacidad para pensar de forma lenta, deliberada y lógica, controlar nuestros impulsos y emociones, así como aprender del pasado y planificar el futuro.

La mente dividida a menudo se encuentra luchando consigo misma. Ya busquemos virtud, iluminación, sabiduría o felicidad, el hecho es que debemos conseguir que el jinete (razón) y el elefante (emoción) trabajen juntos. Por desgracia, todos sabemos de sobra con cuánta frecuencia jinete y elefante siguen direcciones opuestas. Para colmo, el jinete es diminuto en comparación con el elefante; la naturaleza nos ha hecho de tal forma que la parte emocional tiene un peso desproporcionado (si bien la proporción exacta varía de una persona a otra). Es por ello que el autocontrol es tan complicado.

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