lunes, 30 de mayo de 2016

El Mar Mediocridad

–Are you just going to do the bare minimum and call it a day? Is that, like, what you do?

–You said it didn't matter, you said you didn't care.

–No one's caring about this. I'm just saying, like, it's just a matter of pride and, like, self-respect.

–Silicon Valley, S03E04

Fueron casi tres horas de gritos, acusaciones y discusiones absurdas, una de esas reuniones multitudinarias que acaban convirtiéndose en una letanía de quejas y aflicciones. La mayoría de los asistentes pretendía sacar el trabajo adelante lo antes posible, fuera como fuera, con tal de no oír más quejas de cliente. En tecnologías de la información «sea como sea» significa «chapuza vergonzosa que te estallará en la cara más adelante». Ninguno de ellos parecía consciente de que esa manera de hacer las cosas produce aún más acumulación de trabajo a la larga, lo cual hipoteca nuestra capacidad de afrontar aún más trabajo en el futuro. «Hipotecar» es la palabra perfecta aquí. En TI existe un concepto llamado «deuda técnica», la cual se produce siempre que se implanta una solución rápida o fácil en lugar de la óptima, que normalmente requiere más tiempo y esfuerzo. Igual que la deuda monetaria, si la deuda técnica no se paga (léase «corrige») se acumula con el tiempo, el sistema se hace más complejo y frágil, es más difícil y costoso hacer cambios en el futuro y corregir las goteras se convierte en una tarea que cada vez lleva más horas, hasta acaparar toda la jornada laboral. Sacrificar la calidad en aras de la velocidad es como pedir un préstamo rápido: parece una buena idea cuando surge una emergencia y estás bajo presión, pero tarde o temprano tienes que hacer frente a unos intereses que rayan en la usura.

Dudo que ninguno de los allí presentes conozca el concepto, lo cual es un primer indicio del nivel de profesionalidad existente. Por fortuna para mí, mi jefe estaba de mi parte en la defensa de unos estándares de calidad. El colmo de la discusión fue cuando los adalides del trabajo basura trataron de echar abajo las medidas que se iban a implantar para medir la calidad del trabajo y el rendimiento de cada uno con objeto de saber si se mejora o no con los nuevos procedimientos que se van a adoptar.

Yo soy un trabajador mediocre. Mis conocimientos técnicos son muy limitados, soy despistado y desorganizado, no tengo ninguna creatividad, me cuesta horrores trabajar en equipo y, en general, relacionarme con mis compañeros. Aprendo despacio, tiendo a dispersarme, tengo poca paciencia con quienes no saben hacer su trabajo y no aguanto bien la presión. Sin embargo, poseo cierta curiosidad intelectual que me lleva a estar al día y aprender cosas nuevas continuamente, así como a investigar cómo se trabaja en compañías de éxito o que destacan por su buen hacer. Además, me gusta el trabajo bien hecho lo cual, como descubrí hace tiempo, en el mundo laboral no es una virtud, sino una tara.

Cuando empecé mi carrera era muy joven e ignorante para verlo pero actualmente soy bastante consciente de la mediocridad que llena el mundo laboral. Si puedo percibirla tan claramente es porque, para empezar, no soy lo suficientemente bueno como para trabajar con los mejores, así que no puedo sino desenvolverme en el Mar Muerto. No obstante, tengo un puñado de buenos amigos muy competentes, los cuales a su vez trabajan con gente aún más brillante. Entre sus historias y la facilidad con que internet te permite conocer el nivel que hay más allá de tu círculo próximo me hago una idea más precisa de lo torpe que soy.

En el Mar Muerto (y seguro que ocurre en todos los oficios y profesiones), buena parte de los empleados trabaja lo justo, no tiene ninguna iniciativa, no juega en equipo y no es capaz de hacer un esfuerzo extra. Lo peor es que es entendible si tenemos en cuenta los bajos salarios, los escasos recursos, los plazos imposibles y otras limitaciones que le son propias a toda profesión.

Independientemente de cuánto se esfuercen, en toda empresa hay un nutrido grupo de asalariados que pueden llamarse trabajadores «paloma». Son aquellos que han aprendido a apretar cuatro teclas en el orden correcto para cobrar la nómina a fin de mes. Hace poco me pasaron una presentación de un tipo que trabaja en recursos humanos de empresas tecnológicas que se refería a estos trabajadores como wage slaves y daba pistas para identificarlos (mayúsculas en el original):

Sandwiched between the young and untainted and the grizzled war veterans is a vast sea of The MEDIOCRE. Mediocrity comes in all shapes and sizes but the most troublesome form is from people who have ACCEPTED it.
  • They know their market value and perform exactly to it and no more
  • They are opportunistic about dressing their resumes or getting a 5% raise by job hopping
  • “Balance” is their priority in life... they see their job as WORK that they need to do in order to pay their bills and pursue the interests that they are ACTUALLY passionate about
  • They are generally specialists who have stopped learning. They have entrenched habits and attitudes that can’t be changed.
  • The can cost more to have on a team than the incompetent because it’s often more work to fire them than it is to manage around them and they are proficient at lingering near the boundary of productivity.
Después tenemos esos compañeros voluntariosos dispuestos a esforzarse cuanto sea necesario. Sin embargo, en esto de la informática (y en tantos otros empleos) no basta con trabajar más; hay que trabajar mejor. En la práctica, si la empresa va bien la carga de trabajo es infinita, pues siempre hay algo nuevo que hacer o algo viejo que mejorar. Completar las tareas pendientes a base de echar más horas es una receta absoluta hacia el fracaso:

[I]n the long run, working overtime is a terrible strategy to scale your productivity. As you work longer hours for extended periods of time, your mental capacity decreases; your creativity drops; and your attention span, field of vision, and ability to make decisions all degrade. In addition, you are likely going to become more cynical, angry, or irritable. You will resent people who work less than you do; you will feel helpless or depressed in the face of an ever-growing pile of work. You may even begin to hate what you used to love doing or feel anxious, with the only way to repress this anxiety being to work even harder.

[...] Your time is one of the most precious and nontransferable values you have. You are spending it at a constant rate of 60 minutes per hour, and there is no way to scale beyond that. Instead of trying to work longer hours, you need to find ways to generate more value for your customers, business, and peers within the safety zone of 40 hours per week. Although it may sound like an empty slogan, you truly need to learn to work smarter, not harder.
La gran carga de trabajo presente ciega a muchos de estos compañeros motivados. No ven nada más que la lista de tareas pendientes y luchan por darle salida, sin parar a preguntarse si habría una forma mejor o más rápida de hacer sus labores. A veces son conscientes de que la hay pero se quejan de que no tienen tiempo para ponerla en marcha, con lo que siguen inundados de trabajo. Hay una viñeta que lo refleja perfectamente:


Por desgracia, ante los plazos apretados la mayoría sacrifica la calidad y aplica un parche tras otro encima de una chapuza tras otra. Confían en un futuro (que nunca llegará) en que tendrán tiempo disponible para poder revisar el apaño de hoy. A nadie le importan las consecuencias a medio y largo plazo. Es la condición humana.

Aunque entiendo los incentivos que muchos tienen para ser así me molesta que se justifique la mediocridad. Cuando en aquella reunión hablábamos de medir los errores de cada persona para ver si con el paso del tiempo se cometen cada vez menos uno de los asistentes puso el grito en el cielo. «Pues sí, soy humano y cometo errores», decía una y otra vez. Su falta de propósito de enmienda me irritó sobremanera. Que somos humanos y cometemos errores es tan evidente que no hace falta decirlo. Lo que hay que hacer (desde mi punto de vista) es tratar de mejorar y buscar la manera de equivocarse cada vez menos. Solo podremos estar seguro de que progresamos si tenemos pruebas, y ello significa medir. Siento fastidio siempre que alguien defiende su incapacidad con una excusa absurda y no muestra ningún interés en ser mejor, por más que tenga bueno motivos para ello.

Aún peor que justificar la mediocridad es reivindicarla, otro fenómeno que no se limita a la esfera laboral. He presenciado comportamientos inexcusables que el interfecto defendía bajo la premisa de que no hay buenas o malas personas, o que la gente que pone en entredicho sus actos son personas envidiosas y frustradas. Afeas una actitud fuera de lugar y te vienen con que tienen derecho a ser como les da la gana. Esos individuos se sienten completos y nunca dudan de sí mismos. Es el fenómeno Belén Esteban: llevar por bandera la vulgaridad. O, como lo llamó José Ortega y Gasset, el hombre masa, aquel que no se exige nada, que se contenta con lo que es y está encantado consigo. «El alma vulgar», escribió el filósofo español, «sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y lo impone dondequiera». Este tipo de persona se afirma a sí misma tal cual es, dando por buenos y completos su haber moral e intelectual.

Lo peor es que al hombre masa no se le puede sacar de ahí. La profesionalidad va con el carácter y, mucho me temo por mi experiencia, no puede enseñarse. Ser minucioso, esmerado, eficiente, organizado, ordenado y sistemático, sentir el deseo de hacer bien una tarea, aspirar al logro y cumplir lo mejor posible con nuestros cometidos son impulsos que solo pueden venir de dentro de cada persona. Desafortunadamente, quien no los tiene suele luchar contra aquellos que traten de inyectárselos (ibídem Ortega y Gasset):

Nos encontramos, pues, con la misma diferencia que eternamente existe entre el tonto y el perspicaz. Éste se sorprende a sí mismo siempre a dos dedos de ser tonto; por ello hace un esfuerzo para escapar a la inminente tontería, y en ese esfuerzo consiste la inteligencia. El tonto, en cambio, no se sospecha a sí mismo: se parece discretísimo, y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se asienta e instala en su propia torpeza Como esos insectos que no hay manera de extraer fuera del orificio en que habitan, no hay modo de desalojar al tonto de su tontería, llevarle de paseo un rato más allá de su ceguera y obligarle a que contraste su torpe visión habitual con otros modos de ver más sutiles. El tonto es vitalicio y sin poros. Por eso decía Anatole France que un necio es mucho más funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas veces; el necio, jamás
Si una persona elige ser un trabajador mediocre o un ciudadano ignorante, allá él; no es asunto mío. Pero si debemos colaborar para sacar algo adelante, ya sea en el trabajo o en sociedad, que el mediocre trate de imponer su criterio zafio me parece aberrante, sobre todo cuando no tiene la capacidad de reconocer su mezquindad (ya saben, el efecto Dunning–Kruger). Por supuesto, esto se presta a todo tipo de debates sobre quién o cómo se determina lo que es mediocre. Mas estoy seguro de tres cosas. Primero, que si se les pregunta todos dirán que hay que hacer las cosas bien (y, seguramente, que ellos realizan un trabajo fino). Segundo, que cuando compramos un producto o contratamos un servicio esperamos recibir calidad. Y tercero, que la mayor parte de quienes piden una atención al cliente esmerada son los primeros en hacer su trabajo con desgana, aquellos que no sienten ningún orgullo ni respeto hacia lo que hacen para ganarse la vida.

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