lunes, 6 de noviembre de 2017

El infierno

A veces encuentras perlas de sabiduría cuando menos te lo esperas. Por ejemplo, estás viendo un programa de humor sobre la convivencia y el actor y guionista conocido como Ignatius Farray dice:

Me parece que lo contrario de vivir no es morir; lo contrario de vivir es convivir. [...] Si estás solo es el tedio, si estás con gente es el sufrimiento. Ninguna de las dos opciones vale. O sea, no estamos equipados para la felicidad.
Para quienes carecemos de habilidades sociales la convivencia es, efectivamente, sufrimiento. A este respecto, el filósofo existencialista Jean-Paul Sartre es bien conocido por su afirmación «el infierno son los otros» (L'enfer, c'est les autres). Su filosofía y su obra literaria tratan con cinismo las relaciones interpersonales:

Sartre subraya la ansiedad que nos provoca la relación con los demás y la manera en que ésta puede coartar la autonomía del individuo. Si bien considera las relaciones sociales como enormes fuentes de conflicto y preocupación, Sartre destaca igualmente el hecho de que resultan esenciales para nuestro ser.
[...] Sartre destaca cómo los otros con frecuencia nos irritan y estorban, y afirma que las relaciones existentes entre los individuos son relaciones esencialmente “conflictivas”.
Foto de Kent Barrett
Su obra de teatro A puerta cerrada ilustra el lado oscuro de las relaciones personales. El personaje de Garcin es ejecutado por desertor y va al infierno. Allí descubre con asombro que dicho lugar nada tiene que ver con la imagen estereotipada de fuego y azufre. En lugar de ello, se trata simplemente de una habitación cerrada, sin ventanas y apenas decorada. Dos mujeres, Inés y Estelle, entran más tarde a la habitación. Ninguno de los tres puede dormir ni pestañear. No hay escapatoria ni descanso: se sienten los unos a los otros continuamente. Nadie es torturado y, aún así, todos sufren. La obra refleja que «la existencia es un infierno y el hecho de que haya que compartirla con otros es lo que la hace infernal».

De acuerdo con el análisis de Jennifer L. McMahon al que pertenece la cita anterior, Sartre ofrece tres motivos por los que los demás despiertan en nosotros sentimientos negativos. El primero es que las personas representan obstáculos potenciales para nuestra libertad (ibídem McMahon):

Según Sartre, sin la intromisión de los otros, el individuo está naturalmente inmerso en la existencia, en particular en la tarea de obtener aquellos objetos del entorno que desea y necesita. Más que pensar en su experiencia, está embebido en ella, por lo que actúa sin reflexionar. La aparición del otro, como explica el filósofo, saca al individuo de este estado original en el que está absorto. Y la aparición del otro no sólo resulta sorpresiva, sino también amenazante. Y los otros resultan una amenaza porque en la vida los individuos deben procurarse los recursos pertinentes para su supervivencia. Y debido a que no existe una cantidad infinita de los recursos por los que luchamos para sobrevivir y satisfacernos, los otros, esencialmente, nos resultan competencia, son competidores más que colaboradores nuestros.
La segunda razón es que los demás tienden a reducirnos a la condición de objetos en el sentido más básico de la palabra, esto es, una amalgama de carne y hueso. Eso choca con la forma en que nos vemos a nosotros mismos, más como una mente que como un cuerpo. Sería poco controvertido decir que preferimos que los demás nos consideren como seres pensantes y sensibles antes que como entidades físicas, pero la mayor parte de esa masa que llamamos «la gente» no está por la labor de darnos el gusto (ibídem McMahon):

Gracias a sus miradas y sus observaciones verbales, la gente nos recuerda —con frecuencia de manera hiriente— que somos seres tangibles, por ejemplo cuando critican nuestro peso, cuando opinan sobre nuestra estatura o miran con desaprobación la forma en que vestimos. (Dosificamos a la gente, en esencia, porque no tenemos —no podemos tener— la experiencia de sus mentes y sólo podemos percibirlos e interactuar con ellos, ante todo, como objetos. Y el hecho de ser un objeto es inquietante porque, saberse una cosa concreta, limita claramente la libertad que se tiene de ser o de hacer cualquier cosa y es característico de la conciencia humana el resistirse a todo tipo de limitación impuesta desde fuera.
La tercera razón que da Sartre es que los otros nos privan de nuestro sentido de dominio y primacía. No nos gustan quienes tienen creencias, valores y costumbres radicalmente diferentes de las nuestras. Tampoco nos gusta que se resistan a que obtengamos algún beneficio de ellos (no hay más que pensar en la cantidad de veces que criticamos el egoísmo de los demás). Los otros son desquiciantes de la misma forma que lo es ese hijo rebelde que nunca obedece.

Sartre reconoce que, a pesar del sufrimiento que nos generan, necesitamos a los demás. Nos hacen falta para desarrollarnos física y psíquicamente, para hacer florecer nuestro repertorio emocional, nuestra moral, nuestra identidad y nuestro lenguaje (ibídem McMahon):

[L]os seres humanos necesitan de los otros, no sólo en el evidente sentido físico, sino también en el sentido psicológico, de formas más sutiles, mas no por ello no menos importantes. Mientras que los demás generan ansiedad, también definen quiénes somos. Desde la infancia hasta la muerte, nuestras relaciones con los demás forman nuestra personalidad y ayudan a determinar el verdadero potencial que tenemos como individuos. Aún cuando los demás pueden hacernos rabiar, aprovecharse de nosotros e incluso ponernos en peligro, son también esenciales para nuestro ser. Nos ayudan a vernos tal cual somos y ese es un esfuerzo que, aunque a veces atroz, de hecho aumenta nuestra libertad al hacernos más conscientes. Sirviéndose de una metáfora médica, Sartre afirma que el mundo está “infectado” por los otros.
También necesitamos a los otros, añado yo, para alcanzar muchos de nuestros objetivos, dado el entrelazamiento de las actividades humanas en el mundo moderno. Como dijo el anterior presidente de los Estados Unidos Barack Obama en uno de sus discursos:

If you were successful, somebody along the line gave you some help. There was a great teacher somewhere in your life. Somebody helped to create this unbelievable American system that we have that allowed you to thrive. Somebody invested in roads and bridges. If you've got a business – you didn't build that. Somebody else made that happen. The Internet didn't get invented on its own. Government research created the Internet so that all the companies could make money off the Internet.

The point is, is that when we succeed, we succeed because of our individual initiative, but also because we do things together. There are some things, just like fighting fires, we don't do on our own. I mean, imagine if everybody had their own fire service. That would be a hard way to organize fighting fires.
No podemos olvidar tampoco que, como suele decirse, somos animales sociales. Se cree que la oxitocina y las neuronas espejo (cuya existencia está en entredicho, dicho sea de paso) son productos de la evolución para sostener y facilitar la coordinación y la cooperación de un grupo. También existen en nuestro interior circuitos de recompensa que se activan cuando nos relacionamos con otros seres humanos. Quienes mejor entienden esto son las personas extrovertidas, aquellas que segregan dopamina a raudales cuando están rodeadas de amigos. Hay amplia literatura psicológica respecto a cómo nuestras relaciones sociales influyen en nuestra felicidad. Por tanto, los otros son tanto el infierno como el cielo.

Si el infierno son los otros quizá las redes sociales y los sistemas de mensajería instantánea sean la negra barca de Caronte. Por un lado, facilitar las interacciones sociales aumenta las probabilidades de conflicto (¿alguien ha dicho Twitter?). Por otro, si bien es cierto que como individuos necesitamos la atención de los demás e interactuar con ellos, la observación constante de nuestra persona que es posible actualmente equivale a la situación en la que se encontraban los personajes de la obra de Sartre, aquella en la que no podemos escapar del escrutinio ajeno.

Tengamos en cuenta además, que, de media, la gente tiene más amigos en Facebook que en el mundo físico. Las listas de «amigos» en dicha red social tienden a estar pobladas de simples conocidos (antiguos compañeros de clase o de trabajo, amigos de la infancia a los que no hemos vuelto a ver, amigos de amigos de amigos con los que coincidimos un día en una fiesta). De acuerdo con Seth Stephens-Davidowitz, esas personas son las que más probablemente tengan puntos de vista diferentes a los nuestros. En otras palabras: la mayor parte de nuestros followers y contactos de Facebook son a nosotros lo que Inés y Estelle son a Garcin.

Afortunadamente, la participación en las redes sociales es, por ahora, voluntaria. Hasta que llegue el momento, mucho me temo, en que la presión social nos obligue a entrar en ese infierno virtual, so pena de ser tildados de raritos.

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