lunes, 14 de mayo de 2018

Todo el mundo miente

Era la regla inamovible del doctor House y, con el tiempo, una de las mías. Todo el mundo miente, todo el tiempo: los padres y los hijos, los amantes y los amados, el acusador y el acusado, el vendedor y el comprador, el entrevistador y el entrevistado, el candidato al trabajo y el ofertante. Por vergüenza, por aparentar, por ignorancia, porque buscan sus fines egoístas, porque quieren hacer daño o porque creen que haciéndolo protegen sus intereses.

Imagen de miss.killer!
Mentir significa «decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa», así como inducir a error, fingir o aparentar. A mi juicio, la mentira no requiere que haya mens rea, ese elemento interno o subjetivo del delito consagrado en el Derecho anglosajón. Se pueden decir embustes sin tener un estado mental deshonesto. ¿Cómo? Por ejemplo, cuando defendemos recuerdos falsos.

Los psicólogos Christopher Chabris y Daniel Simons abren su capítulo sobre los falsos recuerdos con la historia de un entrenador de baloncesto universitario llamado Bobby Knight que fue acusado de agredir físicamente al jugador estrella Neil Reed. Según Reed, durante un entrenamiento en el año 1997 Knight lo reprendió, Reed replicó y, a continuación, el entrenador se abalanzó sobre él y lo agarró de la garganta hasta que los que estaban alrededor los separaron. Knight, por su parte, no recordaba aquel suceso.

El incidente tuvo cierta repercusión en Estados Unidos y las entrevistas mostraron que los testimonios de los presentes eran contradictorios. Mucho después de que se hicieran públicas las acusaciones apareció un vídeo de aquel entrenamiento. En él se veía a Knight acercarse a Reed, tomarlo por la parte anterior del cuello con una mano durante unos segundos y empujarlo hacia atrás. Los allí presentes se pararon a observar pero nadie se acercó a separarlos.

Chabris y Simons explican que tanto el entrenador como el jugador tenían un recuerdo distorsionado del acontecimiento. Para Knight lo ocurrido fue un hecho trivial, así que su recuerdo tomó la forma de una situación típica del entrenamiento. Para Reed, por el contrario, se trató de un suceso inusual y desagradable, de manera que su recuerdo se guardó con el título «el entrenador me asfixió»:

Así como lo que percibimos depende de lo que esperamos ver, aquello que recordamos se basa en parte en lo que pensamos que sucedió. Es decir, que la memoria depende tanto de lo que de hecho pasó como de la manera en que lo interpretamos.
[...] La percepción extrae el significado de lo que vemos (o escuchamos, u olemos...) en lugar de codificarlo todo con perfecto detalle. Sería una pérdida poco habitual de energía y de otros recursos para la evolución haber diseñado un cerebro que captara todos los estímulos posibles con igual fidelidad cuando es poco lo que el organismo puede ganar con una estrategia así. Del mismo modo, la memoria no almacena todo lo que percibimos, sino que toma lo que hemos visto u oído y lo asocia con lo que ya sabemos. Estas asociaciones nos ayudan a discernir lo que es importante y a recordar detalles de lo que hemos visto. Proporcionan «pistas de recuperación» que hacen que nuestras memoria sea más fluida. En la mayoría de los casos, son pistas útiles. Pero estas asociaciones también pueden llevarnos por el mal caminio, precisamente porque dan lugar a un sentido exagerado de la precisión de la memoria. No podemos distinguir con facilidad entre lo que recordamos al pie de la letra y lo que reconstruimos a partir de asociaciones y conocimientos.
Así que no solo nuestra interpretación de lo que vemos está sesgada por nuestro modelo mental del mundo sino también lo que recordamos. Como dicen estos psicólogos, vemos lo que esperamos ver y recordamos lo que esperamos recordar, es decir, inconscientemente acomodamos nuestras percepciones y nuestras evocaciones a nuestras expectativas y creencias.

Es por ello que los testigos son fuentes de información poco fiables. Incluso los recuerdos de tipo flash, aquellos que se graban vívidamente por la enorme carga emocional que tienen, están sujetos a distorsiones porque, aunque a nosotros los vivamos como detallados e imborrables, la memoria humana no guarda los recuerdos como ficheros de vídeo inmutables (ibídem Chabris y Simons):

Aunque creemos que nuestra memoria funciona como un recuento preciso de lo que hemos visto y oído, en realidad estos registros pueden ser del todo insuficientes. Lo que recordamos a menudo está rellenado con ideas generales, inferencias e imágenes de otras influencias; se parece más a una ejecución improvisada basada en una melodía familiar que a un reflejo digital de la primera función de una sinfonía en el Carnegie Hall. Equivocadamente, creemos que nuestros recuerdos son fieles y precisos y no podemos separar con facilidad aquellos aspectos de nuestra memoria que reflejan con precisión lo sucedido de los introducidos más tarde.
A veces llega a ocurrir que una persona cuenta como una historia personal algo que le ocurrió a otro individuo, lo que se conoce como fallo de la memoria fuente. Otras veces un autor plagia a otro sin darse cuenta. También es posible cambiar los recuerdos de alguien utilizando fotografías trucadas. Finalmente, como nuestros recuerdos deben ser coherentes con nuestras acciones y creencias es posible que cambien a lo largo del tiempo. «Cuando nuestras creencias cambian nuestros recuerdos pueden cambiar con ellas», afirman Simons y Chabris.

Por eso es posible que mintamos sin que nos demos cuenta. Cuanto contamos una anécdota o rememoramos un acontecimiento no relatamos la versión objetiva del hecho sino nuestra versión, un remake mental de cosecha propia cuyo guión se ajusta a nuestra visión del mundo y de nosotros mismos, y cuyas distorsiones no se limitan a detalles irrelevantes. Por citar un par de ejemplos que aparecen en el libro de Chabris y Simons, George W. Bush declaró en varias ocaciones que vio en televisión cómo el primer avión se estrellaba contra una de las torres el once de septiembre de 2001 antes de entrar al aula de escuela primaria donde estaba cuando le informaron del segundo impacto. Eso era imposible porque el día de los ataques la única colisión que se emitió por televisión fue la del segundo avión. De manera similar, Hillary Clinton relató en un discurso de su campaña presidencial de 2008 un aterrizaje en Bosnia «bajo el fuego de francotiradores» que, según ella, obligó a su comitiva a correr cubriéndose la cabeza para llegar al coche que los esperaba. El periódico The Washington Post publicó su historia acompañada por una fotografía de aquel momento que mostraba cómo la candidata besaba a un niño bosnio que acababa de leerle un poema de bienvenida. Todos los documentos gráficos de esa llegada mostraron una ceremonia normal y una caminata plácida hasta los vehículos, sin incidentes.

Madurar require adaptarse al hecho de que todo el mundo miente. El filósofo Thomas Reid escribió:

Otro principio original que el Ser Supremo implantó en nosotros fue nuestra disposición a confiar en la veracidad de los demás, y a creer en lo que ellos nos dicen. Este principio es el complemento del primero. Mientras que a aquél pudiera llamársele el principio de veracidad, nombraremos a éste , a falta de un titulo más adecuado , el principio de credulidad. Se trata de un principio ilimitado en los niños hasta que descubren ejemplos de falsedad y de engaño, así como de uno que retiene su poder en grado considerable a lo largo de la vida.
Cada cual elige dónde situarse en el espectro escepticismo-credulidad pero yo creo que, por lo general, pecamos de crédulos y que, por consiguiente, haríamos bien en ser más escépticos ante los testimonios y los datos que nos llegan, provengan de donde provengan. No porque todas las personas sean unas malvadas mentirosas patológicas que quieren aprovecharse de nosotros sino porque (¿además de eso?) nuestra naturaleza nos hace proclives a decir mentiras sin que ni siquiera nos demos cuenta.

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