sábado, 3 de septiembre de 2011

Animalia

El conejito de la foto se llama Gus y tiene menos de un año. Le encanta que le rasquen detrás de las orejas, roer todos los cables que encuentre y brincar por el largo pasillo de la casa en la que vive. Tiene unos preciosos ojos azabache, un pelaje suave, y ese gesto encantador que hacen los conejos con el hocico cuando husmean. Es, como dice su dueña, «una cucada».

Cuando le enseñé esta foto a mi hermana, me dijo «¿Un conejo como mascota? Los conejos son para comérselos». No es la única que ha reaccionado así; son varios los que bromean con cocinar al pobre bicho al ajillo.

En sociedades occidentales de tradición cristiana creces con la cantinela de que Dios puso a todos los animales al servicio del hombre; que somos la cúspide de la pirámide alimentaria, el más avanzado de los seres vivos. Porque Dios así lo quiso, el hombre tiene derecho a usar al resto de seres vivos en su beneficio como mejor le convenga (alimento, abrigo, adornos). Pero ni la religión -una creencia- ni la tradición -inercia cultural- son razones válidas para criar animales en cautividad, explotarlos en granjas o torturarles y darles muerte en ese infame espectáculo que son las corridas de toros.

¿Por qué está mal matar y torturar a las personas pero no a los animales? Recordemos que los miembros de la especie Homo sapiens también somos animales. ¿Acaso hay algo que nos haga diferente y nos dé permiso para someter al resto de especies? Dejo como ejercicio al lector encontrar dichas diferencias, si las hay. En su diálogo interno tenga siempre en cuenta estos tres casos: un bebé, una persona que se ha quedado en coma, y otra nacida anencéfala. Descubrirá que no es tan fácil mantener al género humano en el pedestal. Por ejemplo, la racionalidad suele ser una de las primeras razones aducidas, pero un bebé no es racional. ¿Significa eso que podemos comérnoslo? Alguien nacido anencéfalo nunca llegará a serlo, ni siquiera logrará tener conciencia. ¿Preparamos la parrilla?
Cuidado también con la falacia naturalista. Puede que en estado salvaje el grande o el listo se coma al pequeño o al tonto, pero ni las vacunas ni el ordenador con el que escribo esto no nacen de una mata. La marca a partir de la cual empezamos a ir contra la naturaleza no debería situarse arbitrariamente según nos convenga.
Como último punto a tener en cuenta, respecto a la salud, es cierto que la grasa y la proteína de los animales hicieron posible el desarrollo del cerebro humano, que proporcionalmente necesita muchas calorías para funcionar. Pero ahora que el alimento nos sobra -otra cosa es que esté mal repartido- parece posible vivir perfectamente sin recurrir a alimentos de origen animal.

La igual consideración de todos los animales tiene grandes implicaciones. No se debería matar animales para comer, pero tampoco se podrían explotar para obtener leche o huevos (¿quién estaría a favor de ordeñar a mujeres para tener algo en que mojar las madalenas?). Tampoco deberían utilizarse para hacer ropa o adornos, ni privarles de su libertad encerrándolos en un zoo. Incluso el tener a un animal como mascota es discutible. Habría que terminar con todos los experimentos con animales, ya sean para probar champús o para desarrollar fármacos. Lo cual me parece totalmente lógico: si las medicinas son para los Homo sapiens ¿con qué derecho maltratamos a otras especies, que ni siquiera se beneficiarán del resultado? Claro que usar a personas para experimentos también está mal, y plantea un montón de problemas. La ética es peliaguda.

Dicho todo lo anterior, se podría considerar nuestra obligación moral seguir los pasos de Lisa Simpson en el episodio 3F03, ir incluso más allá, y abrazar el veganismo ético. Claro que llevar ese comportamiento hasta sus últimas consecuencias exige una clase de heroísmo moral del que muy pocos -si es que hay alguien- serían capaces, máxime teniendo en cuenta cómo está montado el mundo ahora mismo. Habría que renunciar a muchísimas cosas, algunas de las cuales -como el desarrollo de fármacos o técnicas quirúrgicas- son sumamente importantes para nuestra supervivencia. A ver quién es el majo que se niega a matar a un cerdo para transplantar la válvula cardíaca del susodicho a su ser más querido. Como he dicho antes, la ética es peliaguda.

domingo, 28 de agosto de 2011

El verdadero Superhombre

Quien más, quien menos, la gente parece tener una vaga idea del concepto de superhombre de Nietzsche. El filósofo prusiano postuló dicha figura como objetivo de la humanidad, como evolución del hombre:
Foto de Jon Rawlinson
"Y Zaratustra habló así al pueblo:
«Yo os enseño el superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo?
Todos los seres han creado hasta ahora algo por encima de ellos mismos: ¿y queréis ser vosotros el reflujo de esta gran marea y retroceder al animal en lugar de superar el hombre?
¿Qué es el mono para el hombre? Una irrisión o una vergüenza dolorosa. Y precisamente eso debe ser el hombre para el superhombre: una irrisión o una vergüenza dolorosa.
Habéis seguido el camino que lleva desde el gusano hasta el hombre y aún en vosotros hay muchas cosas que continúan siendo gusano. Antaño fuisteis monos y aún ahora el hombre es más mono que cualquier mono.
Y el más sabio de vosotros es tan sólo un ser escindido, un híbrido medio planta, medio fantasma. Pero, ¿os mando yo que os convirtáis en fantasmas o plantas?
¡Mirad, yo os predico el superhombre!»"
Nietzsche, que vivió entre los años 1844 y 1900, si bien anticipó la llegada de esta figura, no llegó a verla en persona. Pero ahora, en el siglo XXI, y ya desde el siglo XX, en los países desarrollados uno puede encontrar multitud de ejemplares de esta nueva especie. En contra de lo que pensaba Friedrich, no se ha llegado a él por vía biológica, sino mecánica. ¿Quién iba a pensar que la humanidad llegaría a construir una máquina capaz de convertir a cualquier hombre normal en un superhombre?

En su encarnación actual, el superhombre al que me refiero es omnisciente, clarividente e infalible, tanto es un sus actos como en sus juicios. También es virtuoso: siempre se sitúa en el término medio. Además sabe ver la excepción que requiere infringir la norma general, y tiene la potestad de impartir justicia, castigando o recompensando a los que le rodean según crea conveniente.

La máquina capaz de transformar a un hombre irrisorio en un superhombre tiene asiento, pedales, volante y cuatro ruedas. Como el sagaz lector habrá adivinado, me estoy refiriendo al coche. Y, con superhombre, me estoy refiriendo al amigo conductor.

Todo conductor sabe que sus capacidades de pilotaje están por encima de la media. Los errores solo los cometen los demás (lo cual plantea una paradoja, ya que los demás también son conductores, pero es mejor no pensar en eso). Él no necesita estudiar física para saber cuál es la velocidad idónea en cualquier trazado, sea cual sea la circunstancia (lluvia, nieve, baches, etc.).

Ese conocimiento intuitivo de la física hace consciente al conductor de la relatividad del tiempo. Cuanto más rápido vaya, más lento correrá el segundero. Mientras el hombre común puede permitirse perder horas y horas delante de la tele o actualizando su estado en Facebook en su lugar de trabajo, el superhombre sabe lo valioso que es su tiempo. No dudará en afear la conducta de todo aquel que ose retrasarle mínimamente en su desplazamiento.

El conductor sabe que su mente domina la materia. Con solo mirar fijamente un semáforo en color ámbar, éste se mantendrá en ese estado más tiempo del que tiene programado. Cuando el conductor decide que los peatones han tenido tiempo de sobra para cruzar la carretera, engranará la primera marcha y avanzará lentamente sobre el paso de cebra, obligando al semáforo a ponerse en verde. En raras ocasiones el superhombre acabará con su coche en mitad del cebreado y el semáforo aún con la luz roja encendida. Sin duda, eso es debido al pobre mantenimiento que hace el ayuntamiento de la señalización lumínica. Que ya les vale, con lo que ganan gracias a las multas.

El reglamento de tráfico es un ejemplo de planificación de arriba abajo fallida, y el superhombre lo sabe. Redactado por simples hombres, este código no se ajusta a éste ser superior. Por tanto, debe ser continuamente superado. Las líneas continuas no deben impedir un cambio de carril (si fuera tan importante impedirlo habrían puesto una mediana ¿no?). Las señales de límite de velocidad son vestigios de un periodo en el que los coches no tenían airbag ni ABS (el hombre común no entiende que dichos dispositivos anulan las leyes de la física).

Tamaño poder conlleva una pesada carga. El superhombre sabe que siempre lleva a cabo la maniobra correcta, pero se encuentra en sus trayectos con estúpidos humanos que osan poner en duda sus acciones, manifestándo su disensión mediante el claxon. Es muy estresante para el superhombre desplazarse entre un atajo de idiotas que se revuelven y te afean la conducta, inconscientes de su propia ignorancia y de con quién están tratando.

Pero algún día, todos esos imbéciles desaparecerán; el superhombre se encargará de ello, bien atropellándolos, bien estrellándose contra sus vehículos. Porque todo conductor sabe que la carretera está llena de descerebrados, y que la única forma de lograr una auténtica seguridad vial es deshacerse de eso llamado la gente.

domingo, 21 de agosto de 2011

¿Cómo sabemos que sabemos lo que sabemos?

A principios de año la ETB estrenó Escépticos, un programa de divulgación «que busca desmontar las grandes falacias acientíficas más populares en la sociedad». El primer episodio trató sobre el escepticismo acerca de la llegada del hombre a la luna en 1969.

En un pasaje del programa, el presentador Luis Alfonso Gámez acude a la facultad de Ciencia y Tecnología de la Universidad del País Vasco. Ninguno de los alumnos de la clase en la que entra pondría la mano en el fuego por que el hombre llegó a la luna. Una de las estudiantes dice:
«No podemos saberlo, o sea,  se supone que somos científicos, no..., o sea, no podemos hacer elucubraciones de la nada ¿no? Digo yo. O sea, me lo puedo creer o no me lo puedo creer, pero no puedo decir "vale, me lo creo" y no tener ninguna base ¿no?»
Después tiene lugar este diálogo entre el periodista y otro alumno incrédulo:
«- Yo si no voy ahí y no cojo una piedra yo mismo yo no les voy a creer.
- O sea que tú no crees en nada en lo que no hayas estado tú directamente implicado. Nueva York no existe.
- Sí existe.
- ¿Pero tú has estado en Nueva York?
- ¿Eh?
- ¿Has estado en Nueva York?
- No.
- ¿Entonces por qué dices que existe?
- Pues porque lo he visto en mapas, porque está contrastado, y todas esas cosas.»
Tras ver el programa anduve días preguntándome cómo sabemos que sabemos, si podemos saber realmente algo, etc. Mi único contacto con la epistemología fue en la asignatura de filosofía del instituto, en la que se me quedó como definición de saber aquello para lo que hay pruebas subjetivas y objetivas a favor. Pero esa vaga definición no parecía implicar que yo sabía que Nueva York existe. Las pruebas supuestamente objetivas como mapas, etc. podrían estar manipuladas. ¿Qué seguridad puedo tener de que los mapas son correctos, de que no es una gran conspiración global? Si no he visto ninguna roca lunar ¿cómo puedo saber realmente que el hombre estuvo allí? Aunque la viera ¿sabría reconocerla? ¿Podría estar seguro de que no me están dando gato por liebre? El hecho de verla y tocarla ¿implica conocimiento? ¿Acaso no puede uno «ver» cosas que no suceden realmente, como cuando mi amigo el mago hace aparecer y desaparecer cosas delante de las narices de seis personas?

Resulta que ocho meses después he encontrado algunas respuestas, algunas de las cuales yo mismo tuve y había olvidado. Entre los papeles viejos que revolví la semana pasada durante una limpieza hallé una disertación escrita por mí sobre para la clase de filosofía de bachillerato. En ella trataba precisamente esas dudas que había suscitado en mí el documental. Téngase en cuenta que en aquel momento tenía 16 años, así que el estilo no es muy bueno (tampoco es que haya mejorado mucho con el tiempo, vaya):
«"El saber no ocupa lugar", suele decirse, Esto es cierto si atendemos a la definición del saber. El saber es una creencia verrdadera y justificada o, lo que es lo mismo, es una opinión fundamentada tanto subjetiva como objetivamente. El intermedio entre el sabio, que ya posee el saber (si es que esto es posible), y por eso no lo busca; y el ignorante, que carece de saber hasta tal punto que ni siquiera lo echa de menos, es el filósofo. Éste aspira a saber, porque se percata de su ignorancia. Para lograr el saber, el filósofo puede servirse de varios métodos (empírico, racional, empírico-racional, trascendental, analítico-lingüístico o hermenéutico). Pero en un sentido general del término, ¿podemos llegar a saber? Si no, ¿qué es realmente saber? 
Parece evidente que se puede llegara a saber. Sin embargo, podría pensarse lo contrario. Esto puede ocurrir si se identifica al saber con el conocimiento. En este caso, desde una postura escéptica que considera imposible obtener conocimientos fiables, la respuesta sería no. De este modo cabría preguntarse ahora qué es realmente el saber. Podría identificarse con realidad, a la cual no es posible llegar en tanto en cuanto no está claramente definida.
Éste planteamiento no es del todo sólido. Ello es debido a que conocer, en filosofía, es la actividad que tiene lugar cuando un sujeto aprehende un objeto sirviéndose de determinados medios. Ateniéndonos a esto, el saber no puede identificarse con el conocimiento, porque el saber no es un objeto. Y, completando la primera definición dada, el saber algo es poder dar razón de ello, está asociado a la demostración y lo demostrado no puede ser falso.»
Quien quiera comprobar que el hombre llegó realmente a la luna puede replicar los pasos que Leonard, Sheldon y compañía llevaron a cabo en el capítulo S03E23 de la serie The Big Bang Theory. Todo lo que hay que hacer es apuntar un láser suficientemente potente a los reflectores que dejaron en la superficie del satélite los miembros de la tripulación del Apollo XI, y recoger el haz rebotado de vuelta. Como diría el presentador de Bricomanía: «fácil, fácil».

sábado, 13 de agosto de 2011

Robin Hood



De la historia de Robin Hood solo se me ha quedado que robaba a los ricos para dárselo a los pobres (eso, y que era un as con el arco y las flechas). Ahora que el dinero parece escasear en todo el mundo por culpa de los bancos, el personal parece estar menos dispuesto a dejar que algunos ganen cantidades indecentes de dinero, más aún cuando la actividad que genera esas ganancias son cosas como «especular», «darle patadas a un balón» o «ser hijos de fulano de tal». De esa quemazón han surgido campañas como la del impuesto Robin Hood, a la que pertenece el vídeo que encabeza este artículo.

Aunque partiéramos de una situación de equidad financiera, a lo largo del tiempo, y solo por azar, la distribución de la riqueza acabará siendo irregular. Añádanse las decisiones individuales (hay quien prefiere ahorrar para el futuro y quien prefiere gastar viviendo el presente) y se obtendrá un mundo con pobres y ricos.

Es injusto que haya personas que mueren de hambre mientras otros tienen cuatro o cinco casas solo para sus vacaciones pero, la solución al problema, ¿no debería ser justa también? He aquí el meollo de la cuestión ¿es justo quitarle a los ricos para darle a los pobres?

Quizá sea una pregunta estúpida. «¿Cómo no va a ser justo? El que más tiene, que reparta con el que no tiene». Sin embargo, la redistribución de la renta por medio de impuestos  es más difícil de justificar de lo que parece. Una discusión muy recomendable al respecto es la de Michael Sandel en su libro Justicia:
«Robar al rico para dárselo a los pobres siguen siendo robar, lo haga Robin Hood o el Estado.
Piénsese en esta analogía: que un paciente en diálisis necesite uno de mis riñones más que yo (en el supuesto de que yo tenga dos riñones sanos) no significa que tenga derecho a quedarse con él. Tampoco puede el Estado quitarme uno de mis riñones para ayudar al paciente en diálisis, por urgente y acuciante que sea su necesidad. ¿Por qué no? Porque es mío. Las necesidades no pueden con mi derecho fundamental a hacer lo que quiera con lo mío»
(Puede parecer que no es lo mismo quitarle a alguien un riñón que unos miles de euros -uno no puede ganar riñones-, pero la idea básica es similar: despojarte de algo que actualmente te «sobra» para dárselo a alguien que lo necesita de forma acuciante. )

La última frase del texto citado trae a colación otro asunto que afecta a estas medidas: la propiedad privada. Si alguien gana su dinero legítimamente ¿tiene derecho el Estado a quitarle una parte? ¿Supone el origen del dinero (suerte frente a trabajo) alguna diferencia? ¿Es justo que, dado que los «no ricos» son mayoría, pueda imponerse democráticamente una regla para gravar a la minoría adinerada? ¿No plantea esta «dictadura de la mayoría» sus propios problemas?

Tengo la impresión de que esa cultura de «lo mío» está bastante arraigada en sociedades anglosajonas y europeas desarrolladas. Tenemos ejércitos profesionales porque pensamos que el Estado no puede obligarnos a arriesgar nuestras vidas. Hay mujeres que quieren poder abortar legalmente porque sienten que tienen todo el derecho sobre su cuerpo. En EEUU disparan a quien entre en la casa de uno sin estar invitado. En las discusiones del café se recalca que «uno puede hacer lo que quiera mientras no moleste a los demás». En palabras de Hobbes: «consideramos a los hombres como si hubieran surgido súbitamente de la tierra (como hongos), y se hubieran hecho adultos sin ninguna obligación de unos con otros».

Puede que ese individualismo no esté alejando de la solución correcta al problema de la desigualdad económica: los ricos deberían, porque así lo decidan ellos, ayudar a los pobres. El hecho de que no lo hagan ¿justifica que el Estado les obligue? Quizá haya situaciones en las que debamos aceptar un Estado paternalista. Tal vez el gobierno sí deba obligarnos a compartir nuestros juguetes con los demás niños.

domingo, 31 de julio de 2011

Grandes argumentos de ayer y hoy

  • Lo he visto en la tele.
  • Lo he oído en la radio.
  • Ha salido en el periódico.
  • Lo he leído en mi horóscopo.
  • Lo dice la Biblia.
  • Lo dice un estudio.
  • Lo he visto en internet.
  • Mi abuela lo hizo toda la vida y vivió más de noventa años.
  • Es light.
  • Lo que no mata, engorda.
  • ¿Has visto alguna vez un funeral de un chino?
  • A mí me vale.
  • A mí no me vale.
  • Cuando el río suena, agua lleva.
  • A mi amigo le pasó.
  • A mí nunca me ha pasado.
  • Es todo natural.
  • Es antinatural.
  • Si no lo haces tú, lo hará otro.
  • Te lo digo yo.
  • «Las mujeres tenemos una hormona que está en menor cantidad»
  • Estaba borracho.
  • Es nuevo.
  • Yo es que soy de letras.
  • Yo es que soy de ciencias.
  • Esto es como todo.
  • De algo hay que morir.
  • Cualquier día te puede atropellar un camión.
  • ¡Buah!

domingo, 24 de julio de 2011

La mala suerte

Hace unos días me tragué unos cuantos vídeos seguidos de Gomaespuminglish para preparar un futuro viaje a Dublín. Una de las lecciones estudiada fue la siguiente:

«Aprendemos las siguientes palabras:
Suerte se dice "luck".
Quemar se dice "to burn". 
¡¡Qué mala suerte!! ¡¡Burn the luck!!
Quema = Burn 
la = the 
suerte = luck
¡Qué mala suerte!! = ¡¡Burn the luck!!»
Conozco algunas personas cuya suerte está más que quemada. Más bien solo quedan cenizas. Una de esas personas fue paciente mía hace algunos años. La mujer en cuestión se llamaba Felicidad, y desde luego no hacía honor al nombre. Frisaría los ochenta años por aquel entonces, era viuda y sus hijos se habían marchado, así que no los veía. En los últimos años le habían quitado un riñón, el apéndice y una parte del hígado. Yo la estaba tratando de su segunda operación de rodilla (la primera fue en la rodilla de la otra pierna). Recuerdo a aquella mujer vestida de negro de los pies a la cabeza, tumbada en la camilla, llorando en silencio y cogiéndome de la mano mientras le supervisaba el TENS. Me quedé un rato sin decir nada, sosteniendo su mano con esa marchita piel que parecía papel. Aquella mujer me daba mucha pena.

Ahora mismo sé de cuatro personas concretamente que, en total, suman dos cánceres, cuatro abortos, tres ingresos hospitalarios por enfermedades graves, ocho millones de pesetas perdidos en una especie de estafa, una casa que nunca llegó a construirse, e incontables cicatrices por procedimientos médicos mal ejecutados. Todas ellas podrían describirse como «buenas personas». Dudo que nadie que las conozca crea que merecen tal castigo.

Pero ahí están, continuamente castigadas. Poco pueden hacer. Solo por azar, algunos viven una vida mejor que otra. Por ejemplo, he aquí cinco filas de cinco columnas de números aleatorios. Cada fila representa una persona, y cada columna un evento en su vida, significando 0 el suceso más triste posible, y 9 el evento más feliz y agraciado posible:


3 2 3 7 5
2 2 3 1 3
2 6 7 0 3
0 8 7 2 6
1 1 2 2 6


Las personas representadas por la segunda y quinta columna podrían corresponder a alguna de las mencionadas anteriormente. Y la causa es únicamente la mala suerte. (Hay que decir que, en la vida real, las probabilidades de los sucesos no siempre son independientes. Si alguien padece una enfermedad grave que necesita muchas pruebas invasivas o un tratamiento duro, es más probable que algo salga mal y entre en una espiral de intervenciones para enmendar el error cometido).

Ante casos como estos a menudo oigo «no es justo». Creo que eso es como decir que un perro «es malo»; simplemente, no es aplicable (a no ser, supongo, que se crea en un algún tipo de deidad o karma). En palabras de Sartre «la justicia es un asunto del hombre». Accidentes y catástrofes, pero también cosas buenas como la lotería, se distribuyen según ciertos patrones que nada tienen que ver con el concepto humano de justicia.

A estas horas, una de las personas a las que me he referido está de vacaciones en una bella isla, disfrutando por fin de un chapuzón veraniego acompañada de sus amigas. Quien le ha regalado tal viaje me dijo «se lo merece». Antes pensaba que eso tampoco tenía sentido. ¿Por superar un duro revés aleatorio mereces un premio? Solo recientemente he descubierto que sí que lo tiene, que realmente se lo merece. Porque, a mi juicio, los grandes regalos (materiales e inmateriales), los cuidados esmerados y el amor en todas sus formas son lo que tenemos los humanos para compensar esos terribles dolores debidos únicamente al infortunio. Es una de nuestras formas de hacer justicia.

sábado, 9 de julio de 2011

Loterías y apuestas del Estado

Esta semana ha llegado a mis oídos, repetido por distintas vías, que ayer se sorteaba el mayor bote acumulado hasta ahora de la lotería Euromillones. No hubo ningún acertante, así que el bote se mantiene:
Foto de Robert S. Donovan 

«En el sorteo de Euromillones de hoy no hubo ningún acertante de Primera categoría, se mantiene el Premio de 185 Millones de euros para el próximo martes 12 de Julio. Los acertantes de segunda categoría han sido premiados con algo más de 4,5 millones de euros»

Tanto dinero para alguien de a pie ¿es un regalo o una maldición? El debate al respecto se está repitiendo en la inefable página forocoches.  Si alguno de mis lectores resulta agraciado quizá debería tener en cuenta el consejo que dio Tim Harford en su columna a un ganador:
«No te preocupes por los amigos. Aunque las cosas no salgan bien, con cien millones de euros en el banco no tendrás problemas para hacer nuevas amistades. Pero haces bien en preocuparte de cómo administrar tus ganancias correctamente.
Si fueras un agente económico racional, instantáneamente optimizarías tus modelos adquisitivos para dar cuenta del enorme aumento de tu límite presupuestario. Evidentemente no lo eres, o ciertamente no habrías gastado dinero en un boleto de lotería, el cual te dio una pequeña oportunidad de ganar un premio que ahora dices que no quieres.
[...] debes adquirir experiencia. Te recomiendo que metas el dinero en un fondo fiduciario con normas vinculantes sobre cuándo puedes retirarlo. El primer año permítete cincuenta y cinco mil euros; con ello solucionarás las preocupaciones monetarias inmediatas y te podrás dar, a ti y a esos queridos amigos tuyos, algún que otro capricho. Después de esta práctica, permítete cien mil euros el segundo año y doscientos mil el tercero. En once años habrás retirado todo el dinero y habrás tenido suficiente tiempo para pensar cómo emplearlo de la mejor manera. Tendrás amigos nuevos y más ricos e incluso puede que hayas conservado alguno de los antiguos»
A veces yo también me pregunto qué haría con tanto dinero. ¿Vivir una vida lujosa?  ¿No parece estar mal quedárselo todo para uno mismo? ¿Entre quién repartir? ¿Dejárselo a tu prole? ¿Repartir solo entre miembros de la familia?  ¿Entre familia y amigos? ¿Hasta qué grado de cosanguinidad o amistad? ¿No habría que donar al menos una parte? ¿A qué? ¿ONG, proyectos de investigación...?

Si bien me imagino cómo lidiar con semejante liquidez, lo cierto es que nunca juego a ningún tipo de lotería. La probabilidad de ganar es demasiado pequeña. Puedo oír, según escribo esto, las vocecillas de mis compañeros cuando les digo que no llevo lotería de Navidad de la empresa. «¿Y si nos toca?» «Pues me alegraré mucho por vosotros», les contesto. Ya nos invitaréis a algo a los pobres (¡ay!, el «y si», que nos come la vida).

Por otro lado, la probabilidad de desarrollar cáncer es de más del 40%, con más de un 20% de posibilidad de morir. Igual sale más a cuenta comprar frutas y verduras en lugar de décimos de lotería.

A veces pienso en las loterías nacionales como en una especie de impuesto sobre la ignorancia matemática. Tengo la impresión de que quien lo más acaba pagando es, precisamente, la gente que más necesita ahorrarse el dinero: gente que trabaja mucho, gana poco, y no tiene suficiente educación. ¿Es lícito que el Estado se aproveche de esos habitantes para recaudar dinero?
«Enganchados como están a ese dinero [de las loterías], los estados no tienen más remedio que seguir bombardeando a sus ciudadanos --sobre todo, a los más vulnerables-- con un mensaje que contradice la ética del trabajo, del sacrificio y de la responsabilidad moral sobre la que se sustenta la vida democrática. Esta corrupción cívica es el daño más grave que producen las loterías. Degradan la esfera pública situando al gobierno en el papel de proveedor de una educación cívica perversa. Para mantener ese flujo de dinero, un buen número de gobiernos estatales de Estados Unidos se ven obligados actualmente a emplear su autoridad en influencia no para cultivar la virtud cívica, sino para vender falsas esperanzas, y deben convencer a sus ciudadanos de que, con un poco de suerte, pueden escapar del mundo de trabajo al que solo el infortunio les ha condenado.»
No obstante, comprar un boleto es también una forma de comprar ilusión. Uno se imagina en la playa, disfrutando de unas largas vacaciones, relajado, con la vida resuelta... Puede que no suponga un problema mientras uno no se gaste en estos juegos más de lo que su economía le permite. Además, el Estado tendría que buscar otra manera de ganar el dinero que saca ahora de los sorteos. En cierto modo, los que no jugamos tenemos carreteras y colegios más baratos gracias a la «financiación» proporcionada por los ilusos.

Viendo las probabilidades, la ganancia esperada en cada sorteo de Euromillones para un apostante es de -2.29 euros aproximadamente. Intuitivamente, esa cantidad semanal no parece precisamente una sangría económica, teniendo en cuenta además lo jugoso del premio. Pensándolo bien, tal vez debería jugar. ¿Y si me toca?

viernes, 1 de julio de 2011

Gestionando Humanos

La gestión de personas, y en mi caso de varios amigos, siempre es un tema controvertido y de amplia discusión. Después de un par de años ejerciendo de "Manager de Humanos" mi amigo Silvio Broca me pidió que escribiera unas líneas sobre mi experiencia personal y la visión que tengo del tema.

He de decir que para mí la forma de afrontar esto es "Las personas están por encima de todo", y a partir de ahí hay varias acciones fundamentales para al menos, desde mi punto de vista, intentar gestionar un equipo humano y no morir en el intento:

1) Máxima: "Las personas están por encima de todo".
Habitualmente se busca el equilibrio entre Negocio y Personas pero esto no es siempre posible. A veces las necesidades de las empresas y de los proyectos tienden a minimizar el valor de las personas en este equilibrio... y el fallo es que sin personas NO HAY NADA. No hay que olvidar que son las personas las que se levantan todos los días a las 06:30 para ir a trabajar y ¡qué menos que disfrutar de un buen ambiente mientras se trabaja, te guste o no lo que haces! No hay cliente importante, sino una persona importante que tiene hacer una serie de trabajos para un cliente.

2) Empatizar.
No hay nada como ponerse en el lugar de los demás para saber cómo les va a afectar la forma en la que planteas las cosas, cómo se dicen, el tono, el objetivo. Esto no tiene mucho más que explicar, es sencillo pero fundamental.

3) Conocer.
Hay que conocer a la gente, y no sólo la parte profesional sino que también hace falta la parte personal. No todo el mundo puede hacer el mismo trabajo. Incluso el mismo trabajo en diferentes entornos/circunstancias necesita personas diferentes. Los factores de presión, lejanía, afinidad con cliente, entorno tecnológico, etc, son fundamentales para tomar las decisiones de quién tiene que hacer qué.

4) Defender.
Tu gente es tu gente. Aquí hay que hacer como la mafia, si tocas a alguien "de los nuestros" estás muerto. Es mejor dejarlo claro la primera vez que te enfrentas a una situación de este tipo.

V) Ser claro.
No todo son risas y chascarrillos. Hay que saber distinguir los momentos y las situaciones. Ésto es algo que no hace falta explicarlo, todas las personas lo entienden si cumples con el resto de puntos.

6) Sentido Común.
¡Ah! Nuestro gran ausente en la vida real. Parece un topicazo brutal... pero es cierto, es el menos común de los sentidos. No hay que tener miedo a hacer las cosas si están justificadas y son nobles (aunque a veces son más "trabajosas" que hacerlo "porque a mí me sale de los huevos y no hay más que hablar").

7) Buen ambiente Vs Seriedad.
Otra vez volvemos a un tema de equilibrio. Como todo lo que no se pone por escrito es algo que hay que manejar con cierto cuidado. Una vez más si cumples con el equipo el equipo cumple contigo.

8) Comunicación.
Todo se resume en "Nunca está de más". Muchos gestores no comentan las cosas con sus equipos porque han pensado previamente por ellos. Error brutal. Jamás hay que mantener conversaciones con fantasmas y sacar conclusiones de ellas. Hay que preguntar, transmitir, etc, forma parte de la obligación.

Hay otras formas de gestionar a las personas, sí, mucho más fáciles, pero no tan gratificantes desde el punto de vista humano... y la buena noticia es que siempre, como mínimo, se consigue el mismo resultado y casi siempre mucho mejor desde el punto de vista profesional!!!!!!

Sólo me queda decir que, siguiendo estos pasos básicos, puedo afirmar con total certeza que ese trato con las personas te enriquece como ninguna otra situación personal o profesional puede hacerlo. Es como vivir varias vidas en una. Cada vez que te preocupas por una persona y consigues tu objetivo... es como si te toca la lotería, vuelves a casa con una sonrisa en la cara pensando en que TÚ, un simple humano, le has alegrado el día a otra persona. Esta es la mayor satisfacción, al menos para mí.

Sed buenos.

domingo, 26 de junio de 2011

La vida correcta

-Yo no sé como puede haber gente a la que le guste el picante.

Foto de Manish Bansai
Sentados a la sombra en la terraza de un bar, Edelmiro me contaba algunas de las cosas que no le gusta comer, como la cebolla cruda, el vinagre y todo lo que lleve picante. La forma en la que me lo dijo es muy propia de él; es tremendamente radical para sus gustos, creencias y opiniones. Odia con toda su alma, por ejemplo, a todo aquel que a sus ojos sea promiscuo. Esa intransigencia le trae por la calle de la amargura, ya que prácticamente nadie puede responder a sus expectativas, lo que acaba cabreándole. Tras compartir la mañana juntos nos despedimos hasta la próxima.

Aquel mismo día, por la tarde, nos visitó en casa mi primo. Vino acompañado de su prometida y de sus padres a traernos la invitación para su boda, que tendrá lugar en unos meses. Durante la cena que les ofrecimos, mi tío se dirigió varias veces a mi madre para expresarle lo que, a mi entender, parecía orgullo por «haber despachado ya a sus dos hijos» (mi prima lleva varios años casada). Me hacía gracia como mi tío decía haber casado a sus vástagos (como si el hecho hubiera sido cosa suya), y el sentimiento de trabajo cumplido que parecía filtrarse en su tono.

Una de las cosas que tienen en común Edelmiro y mi tío (y algunos psicólogos) es que, para ellos, parece haber una única forma de hacer las cosas: la suya. Dan la impresión de estar convencidos de que su manera de vivir y ver el mundo es la única correcta, y el que no obre como ellos harían está equivocado. No en el sentido moral, sino en un sentido, digamos, «práctico».

Para ambos la vida parece consistir principalmente en casarse, tener hijos, y que esos hijos a su vez se casen y tengan hijos. Todo lo que no sea eso es «incorrecto».

Como solterón y persona a la que siempre han tildado de «rarito» por su modo de vida, esa forma de ser me incomodaba. ¿Acaso no hay varias formas igualmente «correctas» de vivir? ¿Por qué se supone que lo que tengo que hacer a mi edad es salir todos los fines de semana a quedarme sordo en un pub y emborracharme? ¿Por qué me miran mal cuando, en lugar de aprovechar mis vacaciones para «escapar» de la ciudad a la playa, las uso para quedarme en casa haciendo deporte y leyendo? ¿Por qué tengo que traer un hijo a un mundo superpoblado?

Insisto en que no estoy hablando de la vida buena, sino de lo que podría llamarse la vida correcta. Vender droga y violar a niños no es ni bueno ni correcto, pero ser soltero ¿acaso es malo o incorrecto? Puede que haya formas moralmente superiores de gastar nuestro tiempo pero, entre ver la televisión y hacer crucigramas ¿alguna de las dos opciones es más «correcta»?

Una de las cosas que más valoro de mis padres es que no hayan elegido ese camino. En su forma de criarnos eligieron darnos autonomía para que llegáramos por nosotros mismos a un modo «correcto» de vivir (claro que debe de ser más fácil cuando tus hijos no han decidido entregarse a las drogas, ya sean ilegales o sociales; supongo que pueden considerarse afortunados de que las haya salido bien las tres veces). Aún así no es rara la ocasión en la que nos echan a la cara lo de que ellos, a nuestra edad, ya tenían dos hijos, o que empezaron a trabajar de niños o en la adolescencia. Es como si lo que quisieran transmitirnos es que teníamos que habernos casado jóvenes y tener hijos lo antes posible, para malvivir hasta la jubilación de deuda en deuda y a duras penas, trabajando como esclavos. Porque eso es lo que hace la gente.

He dicho antes «me incomodaba», en pasado, porque ya no es así . He comprendido que, simplemente, no tienen razón, que ahí fuera no hay ningún manual sobre la vida donde aparezcan las instrucciones para una práctica mundana «correcta». Y ahora voy a tirarme en la cama a leer, que para eso estoy de vacaciones.

domingo, 19 de junio de 2011

Desperdicio

Foto de Curtis Palmer
Cada día, mire donde mire, no veo más que desperdicio. Desperdicio de vida natural en la propaganda que llega por correo postal, y en el concienzudo envasado de los alimentos. Desperdicio de agua por parte de aquellos que, a estas alturas, aún no cierran el grifo mientras se lavan los dientes. Desperdicio de energía en fútiles alumbrados, o en desplazamientos ridículamente cortos a bordo de todoterrenos. Desperdicio de alimentos en casas y restaurantes.

No todo desperdicio lo es de cosas tangibles. Los parados (supongo que no todos) son un desperdicio de talento. Me pregunto cuántas personas habrá muy buenas en su profesión que no pueden ejercer porque su puesto está ocupado por incompetentes con mejor suerte.

El desperdicio al que más vueltas le doy de un tiempo a esta parte es al de nuestra energía mental, nuestros recursos cognitivos. Cada uno de nosotros tiene una sola vida, de duración finita, y puede elegir (más o menos libremente) a qué dedicar el tiempo libre. Quitando las tareas de mantenimiento (comer, lavarse, etc.) hay quien se dedica al deporte. Otros, a ver la tele. Otros, a la fiesta nocturna.

Personalmente, odio sentir que estoy desperdiciando mi tiempo. A mi entender, nuestro tiempo y nuestra energía mental son nuestros recursos más preciados. Cada minuto que pasa no volverá. ¿Vas a echarlo a perder jugando al Angry Birds?

En las primeras escenas de El hombre sin sombra, se ve cómo el biólogo protagonista descansa un momento mirando hacia el techo, donde tiene un cartel que reza «Deberías estar trabajando». Me pregunto dónde estaríamos de haber seguido su ejemplo y dedicado más tiempo a la ciencia a lo largo de nuestra historia. Quizá ya estaría resuelto el problema los residuos sólidos urbanos. Quizá la hermana de mi amiga hubiera podido curarse sin sufrir meses de quimioterapia.

Como animales sociales, y dada la importancia de los comportamientos individuales agregados ¿no sería mejor dedicar nuestro tiempo libre a algo más grande que nosotros mismos?

domingo, 5 de junio de 2011

Algo se muere en el alma

El 21 de Febrero de 2008 era el primer día en mi nuevo trabajo. Coincidió con una reunión de departamento, en la que pude conocer a todos los que serían mis nuevos compañeros: aquel que se me antojaba parecido a Cristiano Ronaldo, la chica delgaducha y de voz chillona, el que se cambiaba de departamento,  el rubio, los moteros, la gente de las sedes en otras ciudades... Acabada la reunión era momento de entrar en harina. El jefe de aquel entonces miró al personal. «Venga, a ver a quién le toca cargar con el nuevo», pensé. El primer elegido, al que llamaré Mario, hizo un gesto (que aún tengo grabado) como queriendo decir «no puedo», «estoy hasta arriba» o, simplemente «imposible». Así que me asignaron al doble de Cristiano Ronaldo. En mi cabeza no dejaba de rondar aquel monólogo de Tonino: «Cuando eres el nuevo, no le importas a nadie. Si alguien dijera "¿echamos al nuevo y compramos un microondas?" nadie se opondría».

Meses después, Mario se iba de vacaciones de verano a Japón. Resultó que yo compartía con otro compañero con el que había hecho migas, Martín, el gusto por el manga. Martín y Mario eran buenos amigos. El primero le sugirió al segundo que, ya que iba allí, me trajera un número de la Shonen Jump. «Esas cosas»,  dijo Mario, «son solo para gente cercana y amigos».

El pasado 16 de Mayo era lunes. Ocho y pico de la mañana y seis personas del departamento en la oficina. «Vamos a juntarnos un momento en la sala de vídeo», dijo Mario, jefe del departamento desde hacía casi dos años. Justo antes de levantarme, me echó una mirada por encima de las gafas, otro de sus gestos que se me ha quedado grabado. Y entonces me temí lo peor.

Por desgracia, acerté. «Que me voy», anunció. No debe de haber muchos casos en las que un jefe anuncia que se marcha y los empleados lloran (algunos visiblemente, otros por dentro). El mismo Mario tuvo que luchar para contener las lágrimas. Habían sido seis años en la empresa: cuatro como soldado raso, dos como manager de unas veinte personas. Mucho había cambiado en los tres años y tres meses que ambos coincidimos: en el mundo, en nuestra empresa y en mí. Su noticia me inundó de pena.

Mario llegó a ser jefe de departamento casi de casualidad. El anterior ocupante del puesto (aquel que me había contratado) se marchó a los seis meses de mi llegada. El sucesor natural, por antigüedad, hubiera sido Cristiano Ronaldo, pero éste no aceptó las condiciones que se le ofrecían. A mí me parecía que ese puesto iba más con la forma de ser de Mario que con la de CR. Luego he sabido que no era el único que pensaba así. Tras muchos meses de idas y venidas, Mario se hizo finalmente con el cargo.

Inteligencia emocional. La cara de Mario podría ser portada de los dos libros. En contra de lo que parece decir Goleman, este tipo de jerarcas son la excepción, no la regla. Por cada jefe decente hay unos cinco que son incompetentes, impresentables, o ambas cosas a la vez. La marcha de este hombre no es mala solo para los que dependíamos de él; es mala para todos los empleados. Alegre, optimista y apasionado, su fuerte personalidad le permitía enfrentarse a los cargos más altos, director general incluido, para denunciar todo lo que él consideraba que estaba mal, y pedir soluciones. Firme protector de sus subordinados, Pepito Grillo del comité de dirección, colega de los comerciales, azote inmisericorde de los incompetentes... Aquel que venga a sustituirle trabajará de forma distinta, pero nunca podrá hacerlo mejor.

Para nosotros fue (es) amigo antes que jefe. Quedábamos fuera del trabajo para cenar y reír. Pocos podrán emborracharse libremente en una fiesta delante de su superior hasta el punto de enseñarle los genitales, y que todo quede en divertida anécdota.

Puede que cada uno haya recordado últimamente los momentos compartidos con él. En mi caso, nos recuerdo a ambos cambiando una rueda de su coche (¡tardamos una hora!). Y el viernes que me llamó a las ocho de la mañana para que bajara al bar a desayunar con él. Y las conversaciones en su coche camino de casa. Y el trabajo codo con codo para resolver problemas técnicos misteriosos. Y su boda. Y ese maldito proyecto interminable que no ha conseguido cerrar antes de irse. Y las discusiones sobre la falacia de la inducción. Y las veces que, por fastidiar, no quise decirle el título de aquel libro que mencionaba la imposibilidad práctica de la anarquía.

Creo que cuando a alguien le resulta muy duro marcharse estira la despedida todo lo que puede, como intentando retrasar el final al máximo. En este caso ha habido dos fiestas (más otra que está pendiente) y tres cartas de despedida, una de ellas manuscrita y dirigida a cada uno de nosotros. Tengo la mía frente a mí. No quiso que la leyéramos estando él delante. Aún no la he abierto.

No quiero abrirla; no estoy seguro de por qué. Sé que me da las gracias. No ha dejado de dárnoslas estos últimos días. Nosotros hemos intentado hacer lo propio con una fiesta, una camiseta, un reloj y montones de palabras y gestos. Aún no me parece suficiente para corresponder lo que nos ha dado con su forma de ser y trabajar. Personalmente, no siento por él otra que cosa que admiración, envidia y gratitud.

Todo esto no deja de ser egoísmo puro; darle vueltas a cómo nos afecta su marcha. Qué será de nosotros ahora, etc. Pero para él tampoco ha sido fácil. Hace unos días confesaba haber sentido miedo ante el cambio. Se enfrenta a un trabajo nuevo, en una empresa nueva, y tiene un hijo en camino; todo ello en medio de una recesión. Ha cambiado la estabilidad actual por una mayor estabilidad futura. Yo no sé si me hubiera atrevido. Ese valor es una de las cosas que admiro de él.

La mayoría de los que se acercaron a despedirse de él el último día le deseaban suerte. No le va a hacer falta. Estoy convencido de que le va a ir bien allí donde vaya.

Es curioso. A lo largo de la vida, he tenido muchos compañeros de estudio y de trabajo de los que me he tenido que separar muy a mi pesar.  Pero nunca antes había llorado la marcha de uno de ellos. Y eso que nos seguiremos viendo regularmente. Será porque perderle equivale a una bajada de sueldo mayor del 30%. O por los efectos que puede tener el cambio en nuestra salud. O, simplemente, porque Mario era la persona que me aprobaba las vacaciones.

Adiós, amigo.

domingo, 29 de mayo de 2011

Lo menos malo

Escribo esto por sugerencia de una persona muy querida para mí. Gracias por la idea.

Dos amigos míos, matrimonio, son ahora presidentes de su comunidad de vecinos. El edificio tiene un lugar común que quieren dividir para hacer trasteros individuales. Algunos vecinos apoyan la idea (parejas jóvenes con hijos que tienen que dejar el carrito en el coche, por ejemplo), mientras que otros se oponen (pensionistas que no están interesados en pagar esa especie de lujo). Parece que la idea se está llevando finalmente adelante, si bien está la discusión sobre cómo va a pagarse. No todo el mundo quiere trastero, por lo que no todos están dispuestos a subir su cuota a la comunidad. Mis amigos han ofrecido hacer trasteros solo a los que lo que lo pidan, pero los vecinos que no quieren pagar no están de acuerdo tampoco con eso. Se escudan en su escasa pensión: «Que lo paguen los jóvenes, que tenéis trabajo. Yo solo cobro 60.000 pesetas.», dicen.

¿Qué hacemos? ¿Hay que pagar la obra a partes iguales? ¿Deberían aportar más aquellos que más dinero ganan? ¿Por qué un vecino tiene que pagar algo que no quiere y no va a usar? ¿O hay que contribuir a la comunidad en todo momento, aun cuando no dispongamos del usufructo de lo construido?

Otra pareja, amiga mía también, tiene otro problema en su comunidad. Ocurre que en su edificio hay más casas que plazas de garaje, por lo que hay habitantes del portal que deben aparcar en la calle (el edificio está situado en el centro de Madrid, lo que convierte ese hecho en una pesadilla consistente en dar vueltas a la manzana y rozar parachoques). Los propietarios se reunieron para discutir si debían sortearse las plazas. Los que tienen plaza no quieren renunciar a ella, como era de esperar, así que estarían en contra del sorteo. Los que no tienen plaza tienen en dicho sorteo su oportunidad de rebajar su nivel de estrés diario. Tras una larga reunión, no se tomó ninguna decisión (un clásico).

¿Qué hacemos en este otro caso? ¿Deberían turnarse las plazas de garaje? ¿Cada cuánto tiempo? ¿Qué pasa con aquellos que tienen más de un vehículo? ¿Y con aquellos que solo tienen uno, pero no lo usan nunca? (Al parecer hay coches que llevan años estacionados) ¿Tiene todo el mundo la misma necesidad de una plaza? (Pensemos en familias numerosas con niños pequeños frente a solteros con una moto).

¿Cómo nos ponemos de acuerdo? Una solución que he visto en las reuniones de mi propia comunidad de vecinos es la de votar. Lo que diga la mayoría. Democracia y eso. Y si alguien no ha asistido a la reunión «por no se qué de la médula de su hijo», que se la pique un pollo.

¿Votamos entonces? ¿Mayoría simple, absoluta o cualificada? Si es cualificada ¿dónde ponemos el límite? ¿Dos tercios? ¿Tres cuartos? ¿Cómo elegimos ese límite? ¿Votando?

Tampoco es que votar sea la panacea. Enseguida podemos ver los problemas que conlleva «la dictadura de la mayoría». En el caso de las plazas de garaje, como ya he dicho, los que ya pueden aparcar cómodamente votarían en contra del sorteo. Dado que 23 de 27 portales tienen dicho lujo, el sorteo no saldría adelante. La mayoría va entonces contra los intereses de la minoría. Tal como se pregunta Adela Cortina:
«¿Es más justa la opinión de la mayoría que la de la minoría, de manera que la superioridad cuantitativa se traduce en mayor proximidad a la justicia?»
Quizá podríamos otorgar vetos, pero creo que eso solo funcionaría si fuera posible llegar a un consenso. Cualquiera que haya tratado con humanos más de un minuto sabrá que eso es muy difícil. Entre vecinos es imposible.

Ahora aumentemos la escala. En lugar de treinta, sesenta o cien personas, consideremos los casi cuarenta y cinco millones de habitantes que hay en España. ¿Cómo se puede gestionar eso, si no hay forma de llegar a acuerdos con gente cercana?
Es muy fácil criticar al gobierno socialista por sus errores, pero es pasarse de listo. No pretendo defender aquí a Zapatero; lo que quiero decir es que no podemos juzgar alegremente, como la señora que insultó a mi amiga por votar al PSOE en las elecciones del pasado domingo. Para esa señora el PSOE es malo por la crisis que hay, mientras que el Partido Popular es bueno. Tan bueno que obligó a su hijo a votar por ellos, al parecer.

Al margen de ese comportamiento grosero, arrabalero e incivil, le diría a personas de esa estofa que su comportamiento da a entender una importante falta de lactancia intelectual (y si lo digo con estas palabras, igual yo parezco más listo). Por desgracia, no podemos saber qué hubiera hecho el otro partido durante estos años. Tampoco podemos pedir peras al olmo: un gobierno socialista hace (supuestamente) política social, que cuesta dinero. De algún lado hay que sacar el dinero para ayudar los parados de larga duración (si debe darse ese dinero es otra cuestión). El trabajo es importante, pero también lo es poder casarse (para los homosexuales), o decidir cuándo morir (para los enfermos terminales). ¿La suma de intereses grupales vale menos que la del interés general? En política (en la vida), las razones detrás de una decisión no siempre son obvias, algo de lo que ya hablé.

Alguien me decía, refiriéndose a Aznar: «el bigotes sería lo que fuera, pero en aquel entonces yo tenía trabajo». Es verdad que hubo una cifra de paro muy baja, pero también hubo «medicamentazo», privatizaciones, y corrupción (¿nos libraremos algún día de ella?). Igual que hacemos con las personas, atribuimos los aciertos y los errores de los partidos políticos a su «forma de ser», sin tener en cuenta las circunstancias (debe de ser más fácil gobernar cuando no hay una crisis crediticia mundial). Lamentablemente, no parece haber manera de hacer un experimento controlado para saber quién tiene razón.

A lo largo de la Historia hemos visto dictaduras, oligarquías, aristocracias, monarquías absolutas, repúblicas unipartidistas... y, después de cientos y cientos y cientos de años, parece que lo mejor sigue siendo aquel invento griego del siglo V a. C., aún con todos sus defectos. No hemos sido capaces de dar con nada mejor en todo este tiempo. ¿No nos hace eso un poco inútiles?

domingo, 22 de mayo de 2011

Presentaciones eficaces

«Antes de entrar en materia, permítanme hacer unas consideraciones preliminares. Soy consciente de que tendré grandes dificultades para comunicarles mis pensamientos y considero que algunas de ellas disminuirán si las menciono de antemano. La primera, que casi no necesito citar, es que el inglés no es mi lengua materna. Por esta razón mi expresión a menudo carece de la elegancia y precisión que resultaría deseable en quien diserta sobre un tema difícil. Todo lo que puedo hacer es pedirles que me faciliten la tarea tratando de entender lo que quiero decir, a pesar de las faltas que contra la gramática inglesa voy a cometer continuamente. La segunda dificultad que citaré es que quizá muchos de ustedes se hayan acercado a mi conferencia con falsas expectativas. Para aclararles este punto diré unas pocas palabras acerca de la razón por la cual he elegido el tema. [...] Dado que tenía la oportunidad de dirigirme a ustedes, no iba a desaprovecharla dándoles una conferencia sobre lógica, por ejemplo. Considero que eso sería perder el tiempo, ya que explicarles una materia científica requeriría un curso de conferencias y no una comunicación de una hora. Otra alternativa hubiera sido darles lo que se denomina una conferencia de divulgación científica, esto es, una conferencia que pretendiera hacerles creer que entienden algo que realmente no entienden y satisfacer así lo que considero uno de los más bajos deseos de la gente moderna, es decir, la curiosidad superficial acerca de los últimos descubrimientos de la ciencia. Rechacé estas alternativas y decidí hablarles sobre un tema, en mi opinión, de importancia general, con la esperanza de que ello les ayude a aclarar sus ideas acerca de él (incluso en el caso de que estén en total desacuerdo con lo que voy a decirles).»
Ludwig Wittgenstein, Conferencia sobre ética, trad. de Fina Birulés.

domingo, 15 de mayo de 2011

A por todas

William Louis Wallace es un antiguo luchador de full contact de la década de los 70. Lesionado en su pierna derecha, con la que no podía golpear, se centró en desarrollar su destreza con la pierna izquierda, utilizándola tanto para atacar como para defenderse. Su maestría con dicha extremidad le valió el apdodo de Superfoot, y fue campeón del mundo de la PKA durante quince años.

Tras lesionarse, Wallace lo tuvo claro: «para qué vas a ser mediocre con dos piernas si puedes ser muy bueno con una», decía. Se centró en su desarrollar aún más su punto fuerte. Él no creía que valiera la pena gastar tiempo y esfuerzo en poner su extremidad derecha a la par.

A Bill le fué bien así, pero es fácil darse cuenta del peligro que tiene poner todos los huevos en la misma cesta. ¿Y si no hubiera podido usar su pierna izquierda en un combate por alguna razón? ¿No habría estado perdido en ese caso?

¿Debemos centrarnos en desarrollar nuestros puntos fuertes o nuestros puntos débiles? Centrarse en los puntos fuertes puede ser menos frustrante, y quizá nos beneficiemos del efecto San Mateo. Sin embargo, es arriesgado invertir todo en un solo activo, como cualquier asesor financiero advertiría.

Consideremos el desarrollo de la personalidad. Yo, por ejemplo, soy muy pesismista. En palabras de A. J. Jacobs:
«I see the glass as half empty and the water as teeming with microbes and the rim as smudged and the liquid as evaporating quickly»
¿Debería tratar de cultivar el optimismo, o aceptar esa parte de mí y centrarme en desarrollar más aún alguna virtud que pueda tener?

Consideremos ahora el desarrollo profesional. Algunos amigos y compañeros míos de trabajo dedican todo su tiempo libre a seguir aprendiendo y practicando cosas relacionadas con su profesión. En lo suyo son de lo mejorcito. Pero ¿y si su trabajo pasa de moda? ¿Y si desaparece? Taleb recomendaba cultivar una disciplina alternativa precisamente por si se eso llegara a ocurrir. Así que ¿muy bueno en tu trabajo, o mediocre pero con una alternativa?

A mi juicio, no hay respuesta para este tipo de decisiones. Me siento paralizado, como aquel drogata de la película Training Day al que uno de los protagonistas amenaza apuntándole a los genitales, situándole ante una disyuntiva imposible:
«Anda, bájate los pantalones. Bájatelos. ¿Qué huevo prefieres? Te voy a dejar uno, ¿cuál quieres? Vamos hombre, decídelo. ¡Toma una decisión!»
Yo creo que elegiría el derecho. Es un poco más grande.

domingo, 1 de mayo de 2011

La cadena del (des)amor



Resulta que Macarena está enamorada de Eustaquio, que se la beneficia con regularidad, pero que de quien está realmente enamorado es de Casandra, la cual se deja querer pero sigue con su novio Godofredo, con el que es muy feliz. Muy posiblemente pulule por ahí un pobre Rodolfo que pretenda sin éxito a Macarena, y mucho me temo también que Godofredo anda sembrando en campos ajenos.

Por otro lado tenemos a Mario y a María, que viven juntos desde hace años. María está en el radar de Blas y Gus, los cuales son convenientemente ignorados por la susodicha, ya que los esfuerzos de ésta se centran en mejorar su relación con Mario, el cual se dedica mayormente a trabajarle la bisectriz a toda aquella con la que se cruza, lo que ha tenido como efecto colateral que Amagoia se quedara prendada del colega, soñando que Mario quería de ella matrimonio y no solo su vagina. Pero ella es más fuerte que la realidad, así que no ceja en su empeño y continúa persiguiéndole.

También está Valentina, que ronda a Demetrio, el cual pasa muy mucho de ella, ya que desde que Ramona le metió el corazón en la picadora el muchacho se dedica a conquistar el mayor número posible de plazas con el mínimo compromiso, que hay mucha hija de puta suelta.

Por su lado, Florentino queda con cantidad de tordas, pero hete aquí que ellas solo quieren que les dé con la de mear, lo cual es un fastidio para él, ya que busca un compromiso serio.

Por último tenemos a Bulma, que lo dejó con su novio de toda la vida y acabó en brazos de Samuel, historia que no cuajó, así que ahora se baja en cada parada para ver si es allí dónde quiere estar (nunca está conforme), mientras sus dos ex-novios dos la persiguen como patitos, enhebrando, eso sí, todo lo que pueden mientra dura la operación de acoso y derribo.

Y mientras tanto, aquellos a los que no quiere nadie rondan las cercanías del espectáculo en espera de la carroña que nunca probarán. Un brindis por ellos. Seguid intentándolo... o no.