sábado, 30 de octubre de 2010
Si estás así es porque quieres
Acabo de descubrir el blog de Sean Stephenson, un psicólogo y orador que, debido a que padece de osteogénesis imperfecta, está confinado a una silla de ruedas y mide noventa centímetros. Por lo que he podido leer (de momento tampoco ha sido mucho) su mensaje se basa en el optimismo, la positividad y la relativización de los problemas. Puede que Sean tenga razón en lo que dice, pero eso es sólo la mitad de la historia; la otra mitad consiste en que cada uno se aplique el cuento. Ahí es donde estamos jodidos.
La metáfora del cerebro como músculo es muy, muy acertada. Sin embargo, mi impresión es que los tratamos de forma distinta, y que creemos tener más dominio sobre la mente que sobre el cuerpo. Sabemos qué podemos hacer para reír o para llorar, pero no tenemos ni idea de cómo hacer un doble carpado.
Error. La mente es muy difícil de domar. ¿Quién no deja cosas "para hacer luego" una y otra vez? ¿Quién no ha prometido ponerse a dieta el lunes? ¿Quién no ha dejado alguna vez de llamar a aquella ex-pareja que le dio puerta con la intención de retomar la relación, a pesar de ser un calvario? ¿Quién no ha tropezado dos millones de veces en la misma piedra?
Al igual que los músculos, el cerebro puede ejercitarse. El optimismo puede aprenderse. Sin embargo, ambos tienen el mismo problema: el desarrollo es finito. Todos venimos con un hardware que establece el límite al que podemos llegar. No todos podemos correr cien metros en menos de diez segundos. No todos podemos ver una oportunidad en cada crisis.
Para quien no lo sufre es muy difícil de entender. Es difícil entender cómo alguien puede estar triste y angustiado cuando todo le va bien. Para el que lo sufre es aún peor, porque llega a sentirse mal por estar deprimido sin razón alguna. Decirle a esas personas que están así porque quieren es como decirles que no pueden levantar cuatrocientos kilos porque no quieren.
Nadie esperaría que un abuelo de novento y cinco años completara una maratón. Al mirar a alguien podemos intuir, con más o menos acierto, de qué es capaz físicamente. Por desgracia, no podemos hacer eso en lo que al cerebro se refiere. Medimos a los demás tomándonos como regla, creyendo que todos experimentamos más o menos los mismos sentimientos en más o menos la misma intensidad. Pero, igual que en el terreno físico, hay un amplio espectro de posibilidades: desde el equivalente mental al tetrapléjico condenado a vivir en cama, hasta aquel que posee el record del mundo en triatlón.
Se trata de hacer el mejor trabajo posible con las herramientas que nos han tocado.
lunes, 25 de octubre de 2010
21 pensamientos aleatorios
- Todo está en los libros, pero no basta con leerlo.
- Somos lo que hacemos, no lo que decimos.
- Dejémonos ayudar. Cuando decidimos no compartir nuestros problemas con quienes nos quieren, no solo les privamos de sentirse útiles para la persona que aman; les privamos de la felicidad a largo plazo.
- Del dicho (neocortex) al hecho (amígdala) hay un buen trecho (fibras nerviosas) lleno de fosos, barreras y vías de un solo sentido.
- "El dolor destruye a la persona y hace la vida indigna de ser vivida". Nunca olvidaré a aquel hombre.
- Dios no existe.
- Somos lo que hacemos todo el tiempo. Cada día, cada hora.
- La empatía es un don, y una maldición.
- Ojo por ojo y diente por diente, pero siempre perdonando una defección.
- Más allá de los impuestos por la física, no hay límites. En lugar de decir "no puedo" pregúntate "¿cómo podría...?".
- Nos necesitamos los unos a los otros, para bien y para mal.
- ¿Quieres ser feliz? Redefine tu concepto de felicidad.
- No somos más que máquinas diseñadas por los genes para perpetuarse. Estamos vivos solo para reproducirnos.
- Quienes nos rodean son quienes son, no quienes nosotros queremos que sean.
- Cuando queremos ser profundos resaltamos las obviedades, como el que quienes nos rodean son quienes son.
- Acudimos al olmo en busca de peras, y maldecimos al árbol por irnos con las manos vacías.
- No oímos un grito de auxilio ni aunque nos lo peguen directamente al oído.
- ¿Qué es lo único que está siempre ahí, en todo momento, en todo lugar? Uno mismo. Nos creemos el centro del mundo, y en cierto modo lo somos. Por eso debemos hablar con los demás, para que nos den perspectiva.
- "Somos como un flotador de patito a medio hinchar.., tenemos que
ponernos fuertes, subir el cuello y mirar al frente con firmeza...y
después ¡¡¡que se suba quien quiera!!!" Una deliciosa metáfora de una buena amiga. - A veces me porto mal con aquellos a quienes quiero y soy consciente de ello. Supongo que eso equivale a hacerlo a propósito. No creo que después baste con pedir perdón. Si no podemos evitar hacer daño a quienes queremos ¿deberíamos alejarnos de ellos? ¿O deberían ser ellos quienes decidan si quieren nuestra compañía?
- Life sucks
sábado, 23 de octubre de 2010
¿Que gane el mejor?
stoy leyendo un fascinante libro sobre el máximo rendimiento humano en distintos deportes. El capítulo sobre el uso de esteroides me ha hecho preguntarme quién queremos que gane en una competición deportiva.
La primero que me viene a la cabeza es que queremos que gane el mejor, pero ¿quién es el mejor? ¿El que mejor técnica tiene (el que juega mejor)? ¿El que más se esfuerza? ¿El que mejor resultado obtiene? Diría que la mayor parte de los deportes se atiene a esta última definición, es decir, se basan en el resultado. El mejor esprinter es aquel que recorre los 100 metros en menos tiempo. Punto. Da igual que solo tenga que entrenar una semana al año o que corra como un pato. Mientras llegue el primero, es el mejor.
Pero ahí hay algo que me chirría. Como decía el señor Burns:
Ponemos la línea de meta en el mismo lugar para todos, pero en realidad no todos parten de la misma línea de salida. Siguiendo con el ejemplo de los 100 metros lisos, alguien bajito y gordo arranca, en la práctica, desde mucho más atrás que alguien alto, delgado y con largas piernas. Ambos deben recorrer la misma distancia, pero no empiezan en las mismas condiciones. Condiciones, además, sobre las que no tienen control alguno: la altura no puede modificarse, como tampoco la longitud relativa de los miembros. Lo justo sería que todos compitieran en las mismas condiciones, pero en la práctica nunca es así.
Si no partimos en las mismas condiciones ¿cómo decidimos quién es el mejor? Un ejemplo típico: la hormiga contra el elefante. El elefante puede levantar más peso absoluto, pero la hormiga puede levantar más peso relativo (hasta diez veces su propio peso, según se dice). ¿Quién es mejor de los dos? Elegir uno u otro sería, como me hizo notar uno de mis amigos, como decir que el azul es mejor que el rojo.
¿Qué hacemos entonces? Mi impresión es que, actualmente, se opta de forma inconsistente por homogeneizar las condiciones de partida. En las
pruebas de 200 y 400 metros, por ejemplo, se aplica el decalaje. En los deportes de lucha y levantamiento
de peso, los participantes se emparejan según su peso. Dividimos las pruebas en categorías masculina y femenina, y organizamos juegos paralímpicos para los discapacitados.
Esto nos lleva a otro problema. ¿Hasta dónde dividimos a los atletas por categorías? Hay una prueba de 100 metros masculina y otra femenina. ¿Debería haber también pruebas según el peso, de modo que alguien bajito como yo pueda aspirar a una medalla? ¿Deberíamos dividir también por altura? ¿Y por raza? ¿Y por la dieta? (para un vegetariano es más difícil alcanzar el mismo desarrollo muscular que alguien que come carne) ¿Y por recursos? (los atletas de países pobres no disponen de modernas instalaciones de entrenamiento como las de los países desarrollados) ¿Y por forma de ser? (la gente deprimida no puede entrenar tanto los demás)
Dado que todos somos distintos, quizá deberíamos hacer una categoría para cada persona en el planeta. Así todos tendríamos una medalla de oro, ¡y en cada disciplina! Aunque eso no cubre el caso de los deportes de equipo...
La primero que me viene a la cabeza es que queremos que gane el mejor, pero ¿quién es el mejor? ¿El que mejor técnica tiene (el que juega mejor)? ¿El que más se esfuerza? ¿El que mejor resultado obtiene? Diría que la mayor parte de los deportes se atiene a esta última definición, es decir, se basan en el resultado. El mejor esprinter es aquel que recorre los 100 metros en menos tiempo. Punto. Da igual que solo tenga que entrenar una semana al año o que corra como un pato. Mientras llegue el primero, es el mejor.
Pero ahí hay algo que me chirría. Como decía el señor Burns:
"Why should the race always be to the swift or the jumble to the quick-witted? Should they be allowed to win merely because of the gifts God gave them?"
Ponemos la línea de meta en el mismo lugar para todos, pero en realidad no todos parten de la misma línea de salida. Siguiendo con el ejemplo de los 100 metros lisos, alguien bajito y gordo arranca, en la práctica, desde mucho más atrás que alguien alto, delgado y con largas piernas. Ambos deben recorrer la misma distancia, pero no empiezan en las mismas condiciones. Condiciones, además, sobre las que no tienen control alguno: la altura no puede modificarse, como tampoco la longitud relativa de los miembros. Lo justo sería que todos compitieran en las mismas condiciones, pero en la práctica nunca es así.
Si no partimos en las mismas condiciones ¿cómo decidimos quién es el mejor? Un ejemplo típico: la hormiga contra el elefante. El elefante puede levantar más peso absoluto, pero la hormiga puede levantar más peso relativo (hasta diez veces su propio peso, según se dice). ¿Quién es mejor de los dos? Elegir uno u otro sería, como me hizo notar uno de mis amigos, como decir que el azul es mejor que el rojo.
¿Qué hacemos entonces? Mi impresión es que, actualmente, se opta de forma inconsistente por homogeneizar las condiciones de partida. En las
pruebas de 200 y 400 metros, por ejemplo, se aplica el decalaje. En los deportes de lucha y levantamiento
de peso, los participantes se emparejan según su peso. Dividimos las pruebas en categorías masculina y femenina, y organizamos juegos paralímpicos para los discapacitados.
Esto nos lleva a otro problema. ¿Hasta dónde dividimos a los atletas por categorías? Hay una prueba de 100 metros masculina y otra femenina. ¿Debería haber también pruebas según el peso, de modo que alguien bajito como yo pueda aspirar a una medalla? ¿Deberíamos dividir también por altura? ¿Y por raza? ¿Y por la dieta? (para un vegetariano es más difícil alcanzar el mismo desarrollo muscular que alguien que come carne) ¿Y por recursos? (los atletas de países pobres no disponen de modernas instalaciones de entrenamiento como las de los países desarrollados) ¿Y por forma de ser? (la gente deprimida no puede entrenar tanto los demás)
Dado que todos somos distintos, quizá deberíamos hacer una categoría para cada persona en el planeta. Así todos tendríamos una medalla de oro, ¡y en cada disciplina! Aunque eso no cubre el caso de los deportes de equipo...
domingo, 17 de octubre de 2010
El otro dardo en la palabra (II)
Sigo recordando viejos tiempos con otra entrega de mi dardo en la palabra. Me alegro de conservar estas cartas, me recuerdan lo mucho que me he echado a perder (he perdido bastante vocabulario).
"Mi leída golosina:
Vuelvo a la carga con el lenguaje. Aún no sé por qué escribo sobre esto, tendré que investigarlo. Sólo sé que mis agrestes profesores logran desviar mi atención de lo que dicen a cómo lo dicen. Creo que ven demasiada televisión, escuchan demasiados programas deportivos por la radio o, simplemente, se les retiró la lactancia lingüística antes de tiempo.
El primer caso se hace evidente cuando se ponen serios, e intentan expresar obligación diciendo "debemos de hacer" esto o lo otro, "como debe de ser", etc.. Incluso personas de prez y verdaderos egregios repiten esta memez, quedando así como un bato cualquiera. Habrá que recordarles que "deber de" indica duda, posibilidad o probabilidad; y que "deber", sin la preposición "de", indica obligación. Esto deben aprendérselo.
Tanto si ven demasiada tele, como si escuchan a demasiados locutores deportivos, se les ha contagiado la estulticia de usar palabras más largas para no parecer sandio. Esa anomia hace que hablen de la problemática, en lugar de hablar simplemente del problema (será que la problemática suena más complicada y profesional); buscan profesorado en vez de profesores (por lo visto los profesores son como las latas de refresco, que vienen en lotes); las personas hemos pasado de no ser creíbles ni darse crédito a nuestras palabras, a no tener credibilidad; y mil ejemplos más...
Los medios de comunicación también son culpables de que mis profesores utilicen las modernas palabras baúl de la neolengua. Así, para imitar a sus héroes periodistas, hablan de usuarios. Sólo de usuarios. El cliente es ahora usuario de nuestra aplicación, el viajero lo es del metro o el autobús, el paciente lo es del hospital, los conductores lo son de las carreteras y las plazas de aparcamiento, etc, etc.. ¿Habrá algún día tumbas con calefacción para comodidad de sus usuarios?
Por no hablar de los neologismos. Paco, escribidor más que escritor, hablaba del "staff" refiriéndose a lo que, en román paladino, es un equipo. Medrados estamos con él este año.
Finalmente, si, como he dicho, se les retiró la lactancia lingüística antes de tiempo, haré un ejercicio de autocontrol cada vez que oiga (¿o escuche?) cosas como "oyes, no digas eso", "ves y tráemelo" y demás dislates atinentes al modo imperativo.
En fin, que me voy a la cama de una vez. Sic transit gloria mundi.
Besos y abrazos."
viernes, 15 de octubre de 2010
El otro dardo en la palabra
Revisando ficheros antiguos desperdigados por el disco duro encontré esta carta que le escribí a una compañera de instituto. Por aquel entonces yo estaba leyendo El nuevo dardo en la palabra, e intentaba imitar el estilo del gran maestro Lázaro Carreter. Me he reído mucho al volver a leerla.
"Mi sicalíptica compañera:
La herramienta de trabajo más importante de un profesor es la palabra, ya que con ella intentan hacernos llegar el conocimiento. Por eso cabría esperar un cuidado exquisito del lenguaje hablado, para que su mensaje llegue de la mejor forma posible a sus alumnos.
Pero no es así. Juanjo, en un intento por parecer egregio leído de correcta parla, repite incesantemente vulgarismos e incorrecciones de uso demasiado habitual. Así, nos escupe a la cara que él va a impartir su clase (sic), cuando el único que puede impartir algo es un religioso, y lo único que puede impartirse es la bendición. Evitemos, pues, el uso de impartir referido a clase, lección, curso, asignatura, materia, etcétera. Con respecto a clase, lección y curso, el verbo más adecuado es dar. Para asignatura o materia, lo correcto es enseñar.
El señor Juanjo también debería repasar la conjugación de los verbos: fijaros, repartiros, iros, etcétera son vulgarismos que hieren el oído de los alumnos sensibles. Diga en su lugar, don Juanjo, fijaos, repartíos o id. O mejor aún, fíjense, repártanse y váyanse, ya que prefiere el trato impersonal. Y ya que estamos, recuerde que cuando nos referimos a un testigo del sexo femenino se le debe hacer referencia como "la testigo".
Por supuesto, Juanjo no es el único que le da higas al lenguaje. Paco, autor de un libro ya publicado, y otro a punto de hacerlo -si el cielo no lo impide-, nos pide que hagamos manuales a nivel de usuario y a nivel de administrador (sic). Es un abuso demasiado habitual de la locución prepositiva "a nivel de", que significa propiamente "a la altura de". No está bien usarla en lugar de "en el grado de", "con el grado de", "entre", "en el ámbito de", "desde el punto de vista de" o "en el aspecto de". De modo que lo que debemos hacer son manuales para el usuario y el administrador, o en el aspecto del usuario y el administrador, o desde el punto de vista del usuario y el administrador. "A nivel de" queda reservado para expresiones como "a nivel del mar", y poco más.
Estos atropellos al infolio son demasiado frecuentes en quienes utilizan el lenguaje como herramienta de trabajo. Por ejemplo, los publicistas.Mientras leía el periódico esta mañana me he dado cuenta de que, en publicidad, las tildes son como mocos: se consideran feos, molestos y ofensivos, de modo que se quitan. ¿Cabe mayor aberración?"
martes, 12 de octubre de 2010
Impulsos
De 2000 a 2006, la cadena Fox emitió la serie cómica Malcolm in the middle, que versaba sobre un chico llamado Malcolm y su familia disfuncional. La serie es altamente recomendable, y está llena de verdaderas perlas. Una de mis favoritas puede verse en el capítulo S01E11. En él, la tía Helen ha muerto y la familia se prepara para ir al funeral. Malcolm está hablando en la habitación con su hermano mayor, Reese, quien quiere esconder un juguete roto en el ataúd:
Reese es consciente de que no sabe por qué hace las cosas, pero las personas del mundo real no somos así (casi nunca). Creemos que lo sabemos, lo cual no es lo mismo que saberlo realmente. Lo que hacemos en realidad es crear justificaciones para nuestros actos. Un experimento clásico de psicología a este respecto es el llevado a cabo por Michael Gazzaniga en pacientes de comisurotomía:
Cuando estaba en el instituto, recuerdo haber leído en un número de la revista Quo cómo el PET mostraba que, en las personas, el impulso de la acción aparece antes que el razonamiento.
Y todo esto sin tener en cuenta las costumbres, las tradiciones, las convenciones, etc. Pero todo eso ya es material para otra entrada.
Malcolm: "¿Qué es eso?"
Reese: "Un superhombre. Estaba en el armario de papá y mamá, no sé por qué."
Malcolm: "Dewey cumple años la semana que viene ¡éste es su regalo!"
Reese: "¡Aahh!"
Malcolm: "¿Qué le has hecho?"
Reese: "Lo he pisoteado"
Malcolm: "¿Por qué hiciste eso?"
Reese (duda un momento): "Oye, yo no sé por qué hago las cosas. Lo que sé es que no quiero que se enteren."
Reese es consciente de que no sabe por qué hace las cosas, pero las personas del mundo real no somos así (casi nunca). Creemos que lo sabemos, lo cual no es lo mismo que saberlo realmente. Lo que hacemos en realidad es crear justificaciones para nuestros actos. Un experimento clásico de psicología a este respecto es el llevado a cabo por Michael Gazzaniga en pacientes de comisurotomía:
"Una de las demostraciones más espectaulares de la ilusión del yo unificado es la de los neurocientíficos Michael Gazzaniga y Roger Sperry, que demostraron que cuando los cirujanos cortan el cuerpo calloso que une los hemisferios cerebrales, literalmente parten el yo en dos, y cada hemisferio puede actuar libremente [...]. Y lo que es aún más desconcertante, el hemisferio izquierdo teje constantemente una explicación coherente pero falsa de la conducta escogida sin que lo sepa el derecho. Por ejemplo, si el que realiza el experimento lanza la señal "Andar" al hemisferio derecho (manteniendo la señal en la parte del campo visual que sólo el hemisferio derecho puede ver), la persona cumplirá la orden y empezará a andar para salir de la habitación. Pero cuando a la persona (concretamente, al hemisferio izquierdo de la persona) se le pregunta por qué se levantó, dirá, con toda sinceridad: "Para tomar una Coca-Cola", y no "Pues no lo sé".
[...] La mente consciente - el yo o el alma - es un creador y manipulador de opinión, no el comandante jefe."[1]
Cuando estaba en el instituto, recuerdo haber leído en un número de la revista Quo cómo el PET mostraba que, en las personas, el impulso de la acción aparece antes que el razonamiento.
Y todo esto sin tener en cuenta las costumbres, las tradiciones, las convenciones, etc. Pero todo eso ya es material para otra entrada.
sábado, 9 de octubre de 2010
Tulipán
Cuando era niño tenía que quedarme a comer en el colegio. Terminada la comida, los frailes nos soltaban en el patio hasta las clases de la tarde. Llenábamos ese tiempo con diversos juegos: fútbol, pressing catch, 1X2, la bolsa (la de plástico, no la de valores), etc. Uno de esos juegos, todo un clásico, era el "tulipán" (conocido en otras partes como "stop").
El tulipán es una especie de pilla-pilla en el que el perseguido tiene la opción, si se ve muy apurado, de detenerse de un salto con las piernas abiertas y los brazos en cruz, a la vez que grita "¡tulipán!", lo que le salva de ligarla en caso de que lo cojan. Una vez convertido en tulipán, el jugador no puede moverse hasta que otro compañero de los que huye le toque (le "salve").
Las personas mayores también jugamos al tulipán, pero a una versión más sofisticada, más disimulada. En mi trabajo, por ejemplo, se ve cada día. Por ejemplo, una oferta comercial se encuentra con un problema nunca antes resuelto. Entonces alguien busca un poco en Google y da con un texto donde "alguien" dice que haciendo "algo" se puede solucionar. Es en ese momento cuando el comercial dice ¡tulipán! y presenta la oferta. No importa que nadie haya probado la solución, que no se sepa si es siquiera viable, o que ni siquiera sea aplicable. Todo eso da igual, el comercial ha encontrado un resquicio al que agarrarse, algo que él cree que es suficiente para descargar su responsabilidad.
Quizá el ejemplo más clásico de tulipán adulto en el mundo laboral se resumen en la frase "te envié un correo". Qué más da si la persona está siempre reunida sin acceso al correo, o si tiene tantos que no puede mirarlos todos. Da lo mismo, te mandé un correo. ¡Tulipán! No puedes echarme la culpa de que no te hayas enterado, o de lo que haya pasado.
Pero hay una diferencia fundamental entre el juego de los niños y el de los adultos (aparte de las consecuencias). En la versión infantil, este pasatiempo es un sistema autorregulado: los jugadores pueden castigar a los indeseables dejándolos en estado "tulipán" indefinidamente. Sin embargo, en el mundo de "los mayores", no es necesario que un compañero te toque para volver a correr. Al poder convertirse en tulipán y revertir ese estado a voluntad, los jugadores son como célculas sin apoptosis. Y al igual que éstas, acaban convirtiéndose en un cáncer.
El tulipán es una especie de pilla-pilla en el que el perseguido tiene la opción, si se ve muy apurado, de detenerse de un salto con las piernas abiertas y los brazos en cruz, a la vez que grita "¡tulipán!", lo que le salva de ligarla en caso de que lo cojan. Una vez convertido en tulipán, el jugador no puede moverse hasta que otro compañero de los que huye le toque (le "salve").
Las personas mayores también jugamos al tulipán, pero a una versión más sofisticada, más disimulada. En mi trabajo, por ejemplo, se ve cada día. Por ejemplo, una oferta comercial se encuentra con un problema nunca antes resuelto. Entonces alguien busca un poco en Google y da con un texto donde "alguien" dice que haciendo "algo" se puede solucionar. Es en ese momento cuando el comercial dice ¡tulipán! y presenta la oferta. No importa que nadie haya probado la solución, que no se sepa si es siquiera viable, o que ni siquiera sea aplicable. Todo eso da igual, el comercial ha encontrado un resquicio al que agarrarse, algo que él cree que es suficiente para descargar su responsabilidad.
Quizá el ejemplo más clásico de tulipán adulto en el mundo laboral se resumen en la frase "te envié un correo". Qué más da si la persona está siempre reunida sin acceso al correo, o si tiene tantos que no puede mirarlos todos. Da lo mismo, te mandé un correo. ¡Tulipán! No puedes echarme la culpa de que no te hayas enterado, o de lo que haya pasado.
Pero hay una diferencia fundamental entre el juego de los niños y el de los adultos (aparte de las consecuencias). En la versión infantil, este pasatiempo es un sistema autorregulado: los jugadores pueden castigar a los indeseables dejándolos en estado "tulipán" indefinidamente. Sin embargo, en el mundo de "los mayores", no es necesario que un compañero te toque para volver a correr. Al poder convertirse en tulipán y revertir ese estado a voluntad, los jugadores son como célculas sin apoptosis. Y al igual que éstas, acaban convirtiéndose en un cáncer.
jueves, 7 de octubre de 2010
A primera vista
Esta mañana me he quedado embelesado mirando a una chica en el tren. Era joven e iba bien vestida (camisa negra, falda y manoletinas), maquillada visible pero discretamente, con muchos detalles que me han llamado la atención (un llavero lleno de juguetes, una cinta en la muñeca con un candado, un colgante plateado con forma de bola). A pesar de ser las siete de la mañana no tenía cara de haber madrugado. No paraba de moverse, y mientras leía el periódico su cara resplandecía con muecas pizpiretas. Tenía un rostro peculiar, con unas facciones que se me antojaban divinas. Ha sido un viaje delicioso hasta su bajada en la estación de Nuevos Ministerios.
Si fuera un romántico diría que ha sido amor a primera vista. Los hombres somos muy visuales; la atracción nos llega primera y principalmente por los ojos. En este aspecto somos especialmente sensibles al efecto halo: vemos una chica bonita y la idealizamos instantáneamente, tras lo cual nuestra visión se transforma en visión de túnel con un único objetivo: tener sexo con ella.
Al parecer somos así por razones evolutivas (siempre hay una explicación evolutiva plausible para un comportamiento). Dado que el objetivo del macho es inseminar a tantas hembras como pueda, ha de sentirse atraído por ellas rápidamente. Sin embargo, el compromiso no dura; hay que pasar enseguida a la siguiente. Un hombre trabajará principalmente por establecer una relación (mientras que la mujer lo hará por mantenerla). Siendo soez, la cosa es que después de rellenarla cual caña de crema con la caña de crema de uno, ya no hace falta quedarse para nada más. Por eso no nos importa (tanto) que sean listas, divertidas o románticas. Solo queremos buenos genes para combinar con los nuestros, y la calidad de los genes es algo que salta a la vista.
El lector pensará que hay excepciones, o que él mismo no es así. Bueno, cierto es que la apariencia no cuenta lo mismo a la hora de buscar pareja para una noche que para compartir una hipoteca. Un hombre con el cerebro no masculinizado totalmente buscará una mujer con buena conversación. También hay presión social: eres un superficial si sales con ella solo por lo atractiva que es. Pero lo cierto es que, cuanta más testosterona, más buscamos hermosos rostros, pechos generosos y anchas caderas. Eso de que los hombres pensamos con la entrepierna es bastante cierto. La testosterona es una hormona muy poderosa, capaz de anular el juicio racional. Yo, por ejemplo, estoy tentado de cambiar mi rutina habitual para coger el mismo tren que ella, y poder disfrutar de nuevo con la visión de esa empírea beldad.
Pero no, no es amor a primera vista. Solo es un calentón.
Si fuera un romántico diría que ha sido amor a primera vista. Los hombres somos muy visuales; la atracción nos llega primera y principalmente por los ojos. En este aspecto somos especialmente sensibles al efecto halo: vemos una chica bonita y la idealizamos instantáneamente, tras lo cual nuestra visión se transforma en visión de túnel con un único objetivo: tener sexo con ella.
Al parecer somos así por razones evolutivas (siempre hay una explicación evolutiva plausible para un comportamiento). Dado que el objetivo del macho es inseminar a tantas hembras como pueda, ha de sentirse atraído por ellas rápidamente. Sin embargo, el compromiso no dura; hay que pasar enseguida a la siguiente. Un hombre trabajará principalmente por establecer una relación (mientras que la mujer lo hará por mantenerla). Siendo soez, la cosa es que después de rellenarla cual caña de crema con la caña de crema de uno, ya no hace falta quedarse para nada más. Por eso no nos importa (tanto) que sean listas, divertidas o románticas. Solo queremos buenos genes para combinar con los nuestros, y la calidad de los genes es algo que salta a la vista.
El lector pensará que hay excepciones, o que él mismo no es así. Bueno, cierto es que la apariencia no cuenta lo mismo a la hora de buscar pareja para una noche que para compartir una hipoteca. Un hombre con el cerebro no masculinizado totalmente buscará una mujer con buena conversación. También hay presión social: eres un superficial si sales con ella solo por lo atractiva que es. Pero lo cierto es que, cuanta más testosterona, más buscamos hermosos rostros, pechos generosos y anchas caderas. Eso de que los hombres pensamos con la entrepierna es bastante cierto. La testosterona es una hormona muy poderosa, capaz de anular el juicio racional. Yo, por ejemplo, estoy tentado de cambiar mi rutina habitual para coger el mismo tren que ella, y poder disfrutar de nuevo con la visión de esa empírea beldad.
Pero no, no es amor a primera vista. Solo es un calentón.
lunes, 4 de octubre de 2010
Conocimiento incompleto
Esta es una de mis viñetas favoritas de Dilbert:
Muchas veces creemos saber algo* y, llevados por nuestra confianza, acabamos llegando a conclusiones absurdas . Por ejemplo:
Todos tenemos que conformarnos con nuestro conocimiento incompleto, y tomamos decisiones basándonos en él. Así, nuestras acciones toman derroteros que no esperábamos. Es típico, verbigracia, intentar adelgazar dejando de comer. No obstante, ese método deja de funcionar enseguida: el cuerpo regula el metabolismo a la baja, y se acostumbra a vivir con cada vez menos calorías. La solución no es dejar de comer, sino comer bien.
Este tipo de toma de decisiones (la basada en nuestro conocimiento incompleto) es un problema parecido al de la toma decisiones cara al futuro: la información es incompleta (no sabemos lo que no sabemos, no sabemos lo que va a pasar). La diferencia es que, mientras que el futuro no puede predecirse, el conocimiento sí que puede ampliarse.
No obstante, por mucho que uno aprenda, nunca podrá estar seguro de nada. No debería estarlo: el conocimiento se amplía, cambia y es necesario actualizarlo. La certeza es cosa de necios.
* Yo soy el primero que cree saberlo todo de todo, y por eso escribo este blog, para ilustrar al mundo.
Muchas veces creemos saber algo* y, llevados por nuestra confianza, acabamos llegando a conclusiones absurdas . Por ejemplo:
- Si la mitad de los españoles son hombres, y la otra mitad mujeres, entonces el español medio tiene un ovario y un testículo.
Todos tenemos que conformarnos con nuestro conocimiento incompleto, y tomamos decisiones basándonos en él. Así, nuestras acciones toman derroteros que no esperábamos. Es típico, verbigracia, intentar adelgazar dejando de comer. No obstante, ese método deja de funcionar enseguida: el cuerpo regula el metabolismo a la baja, y se acostumbra a vivir con cada vez menos calorías. La solución no es dejar de comer, sino comer bien.
Este tipo de toma de decisiones (la basada en nuestro conocimiento incompleto) es un problema parecido al de la toma decisiones cara al futuro: la información es incompleta (no sabemos lo que no sabemos, no sabemos lo que va a pasar). La diferencia es que, mientras que el futuro no puede predecirse, el conocimiento sí que puede ampliarse.
No obstante, por mucho que uno aprenda, nunca podrá estar seguro de nada. No debería estarlo: el conocimiento se amplía, cambia y es necesario actualizarlo. La certeza es cosa de necios.
* Yo soy el primero que cree saberlo todo de todo, y por eso escribo este blog, para ilustrar al mundo.
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