domingo, 28 de octubre de 2012

Cómo lidiar con los gilipollas en el trabajo

Martín se acercó a hablar con la persona que debía tratar el último caso que había llegado al sistema de gestión de incidencias. Le explicó lo sucedido, las comprobaciones que sería bueno hacer y algunos detalles más que consideró le serían útiles al encargado de resolver el problema. Cuando terminó de hablar, el individuo al que se había dirigido levantó su cuaderno y enseñó a Martín lo que había estado garabateando mientras Martín hablaba. En la hoja ponía: «no estoy aquí para atender tus tonterías».

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Foto de mabelzzz
Robert I. Sutton es el autor del libro The No Asshole Rule: Building a Civilized Workplace and Surviving One That Isn't (hay traducción al español pero está descatalogada), una obra que nació como un simple artículo publicado en el Harvard Business Review. En el quinto capítulo de este pequeño manual el profesor expone algunos consejos para afrontar un trabajo donde se esté expuesto a algún gilipollas. He aquí un pequeño resumen de dicho capítulo que ojalá ayude a todos aquellos que, como los protagonistas de las historias que jalonan el texto de esta entrada, tienen que vérselas con impresentables todos los días.

Huye

El primer consejo es obvio: si las personas que te rodean en el trabajo te amargan la vida, cambia de trabajo. No esperes. Los consejos siguientes, aunque pueden hacer soportable el día a día, no deberían disuadirte de buscar una salida definitiva a esa situación de abuso.

Cambia cómo ves las cosas

Modificar la actitud frente a los acontecimientos puede ayudar a reducir el daño. Evitar culparse a uno mismo por cómo está siendo tratado o ver las dificultades como algo temporal protegerán tu salud mental.

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Jacinta acudió por enésima vez al puesto de trabajo de la persona que debía haberle entregado cierta información bastante tiempo atrás. Cuando volvió a reclamársela, el susodicho se puso en pie y empezó a gritar a Jacinta en mitad de la oficina, acusándola entre otras cosas de mentirosa.
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Espera lo mejor, asume lo peor

No esperes que el comportamiento de ese gilipollas cambie, de modo que mantén bajas tus expectativas en lo atinente a un cambio de actitud. Sin embargo, sé optimista en lo que se refiere a cómo te afectan sus malos modos. Piensa que siempre saldrás bien parado de la situación, emocionalmente ileso.

Desarrolla indiferencia y desapego emocional

Como dice el autor, aprender a que todo te importe una mierda en ciertos momentos no es el tipo de consejo que uno puede esperar en un libro sobre negocios, pero es una cualidad útil para sacar lo mejor de una mala situación. Si te están oprimiendo o humillando, preocúpate lo menos posible de los gilipollas responsables. En lugar de ello piensa en cosas placenteras lo más a menudo que puedas. Céntrate en llegar a la hora de salir o en lo bueno que tengas ese día. Hay ocasiones en las que lo mejor para tu salud mental es que todo te resbale.

Busca pequeñas victorias

Para sobrevivir necesitas sentir que controlas tienes el control. Una forma de lograr esa sensación de control, según Sutton, es llevar a cabo pequeñas acciones que reduzcan tu exposición al veneno de la gente. Construir refugios (ver más adelante) o ayudar a alguien que esté en la misma situación es bueno para ti. Si no puedes ganar la guerra contra ese cabrón empieza a buscar las pequeñas batallas que puedes decantar a tu favor.
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La jefa de departamento ordenó a Fortunata y Dorotea que se ocuparan del papeleo entrante de forma alterna. Fortunata hizo caso omiso y empezó a asignarse todas las tareas entrantes, incluso aunque debido a la carga de trabajo tuviera que dejarlas paradas en su mesa durante días o resolverlas malamente. Solo se dirigía a Dorotea para concitar a unos compañeros frente a otros, pontificar acerca de la profesionalidad o recriminarle a Dorotea las ausencias de su puesto, aunque estas se debieran a necesidades fisiológicas. Su tono siempre era acerbo y condescendiente. En la revisión anual de competencias la jefa de Dorotea le bajó la nota, que hasta entonces siempre había sido la más alta.
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Limita tu exposición

Procura que tu trato con hijos de la gran puta sea lo más infrecuente, breve y superficial posible. En primer lugar, porque eso limita el daño directo. En segundo lugar, porque el control sobre la interacción es una de esas pequeñas victorias que dan sensación de control. Reúnete con ellos lo mínimo imprescindible. Utiliza el correo electrónico o el teléfono en lugar de los encuentros en persona, así te será más fácil mantenerte indiferente a nivel emocional.

Construye refugios

Busca sitios donde te puedas esconder de los energúmenos y juntarte con gente agradable. Comparte tus penas con otras víctimas. Quédate cerca de los colegas que te apoyan. No conviertas esos encuentros, sin embargo, en un muro de las lamentaciones; céntrate en cambiar cómo ves y cómo te afectan los hechos.

Pelea y gana las batallas adecuadas

En lugar de dejarte atrapar en la espiral de insultos y vejaciones responde siempre a la gente airada con calma y hablándoles con respeto. Explícales de forma suave tus demandas y las razones por las que no mereces ser el blanco de su ira. Si quieres ir más allá y arriesgar un poco, explica Sutton, puedes probar pequeñas venganzas que castiguen su comportamiento o les pongan en ridículo frente a todos los demás.

sábado, 20 de octubre de 2012

La noria

Al hablar de los propósitos de año nuevo vimos cómo somos presas de la falacia del yo futuro, ese ser -nosotros mismos- inalcanzable que mañana estará menos cansado o estresado, que tendrá tiempo libre suficiente para dedicar a tareas pendientes; un yo que elegirá no quedarse sentado en el sofá viendo una serie, sino que se pondrá manos a la obra y avanzará en todo aquello que se prometió que haría.

Foto de mabelzzz
El error de considerarnos personas mejores en el futuro es, al menos en parte, producto de un equívoco mayor, a saber, creer que en ese futuro habrán desaparecido los impedimentos del presente. Es, además, una demostración diaria de cómo tropezamos continuamente con la misma piedra y somos ciegos a lecciones que se sitúan a dos palmos de nuestras narices.

Sirva de ejemplo la siguiente historia personal. Mi jefe se acercó hace poco a preguntarme cómo va nuestro proyecto de mejora del servicio. «Muy retrasado», le dije. Y tanto. Solo el comienzo se ha pospuesto diez meses, y en menos de un mes desde que se lanzó oficialmente nos hemos desviado ya veinte días respecto a lo planificado, planificación que se hizo tomando en consideración cierta cantidad de aplazamientos que a ciencia cierta surgirían. Somos, pues, víctimas de la ley de Hofstadter: «todo lleva más tiempo del planeado, incluso teniendo en cuenta la ley de Hofstadter». Cuando le conté qué estaba haciendo ahora mismo en lugar del proyecto (crear esto, cambiar aquello, arreglar lo otro, etcétera, etcétera) me dio su aprobación, dijo que sería una situación temporal, que habían coincidido un par de cosas negativas, y que el resto de tareas solo había que hacerlas una vez. Se supone que después de esto todo irá rodado.

No será el caso. Porque una vez resueltos los problemas de ahora, llegarán otros nuevos. Nuevos clientes con nuevas peticiones que necesitarán nuevos sistemas que tendrán nuevos fallos. Así es la vida. Los problemas de ahora pasarán, pero la llegada de problemas nuevos es continua. A mi modesto entender, es algo que sucede a todos los niveles y en todas las esferas de la vida. Yo lo aprendí cuando empecé a gestionar mis finanzas con un programa al efecto. Los primeros meses pude ver cómo el dinero se escapaba sin yo quererlo debido a imprevistos. Al hacer cálculos sobre mis ganancias netas futuras solía pensar «este gasto no debería volver a ocurrir, por lo que podré ahorrar más el próximo trimestre». Pero eso no llegó a pasar nunca: las previsiones fallaban una y otra vez. Cuando no había que pagar la reparación del coche había que comprar un frigorífico nuevo, o si no hacer un viaje súbito, o hacer frente a impuestos nuevos, o ir al fisioterapeuta, o abonar seguros, o hacer un regalo no contemplado, o prestar dinero a mis padres para que pudieran hacer frente a sus propios pagos inopinados. El mismo gasto inesperado podía no volver a darse en años, pero la sucesión de imprevistos no cesaba. Siempre pasaba algo. Igual que me ocurre ahora en el trabajo, solo atender lo imprevisto -aquello que supuestamente no debería volver a repetirse- borraba cualquier posibilidad de progreso. Me sentía a bordo de una noria, en movimiento pero sin avanzar realmente.

Esperar al momento oportuno para hacer algo puede ser una idea terrible. Es muy improbable que ese momento llegue nunca. ¿Qué posibilidades hay que de que todo lo que te estorba desaparezca a la vez? ¿Cuánto podría durar tal situación? Como le explicaba el viejo Jay a Phil en un episodio de Modern Family:
«Phil: Me han ofrecido ser socio en una agencia nueva.
Jay: ¡Oh! Me alegro.
Phil: No estoy tan seguro. Sí, tiene muchas ventajas, pero ahora tengo un puesto estable. Tengo tres hijos y al menos una irá a la universidad. En el peor de los casos irán todos.
Jay: ¿Y qué opina Claire?
Phil: No se lo he dicho todavía, quería hablar primero contigo. Tú viviste esto.
Jay: Pues creo que solo puedes hacerte una pregunta.
Phil: ¿Si estoy preparado para dirigir mi propia empresa?
Jay: Nah, tienes don de gentes, eres un buen vendedor; has logrado mantener la familia en tiempos duros.
Phil: Entonces ¿qué? ¿Si es buen momento?
Jay: Nunca es el momento perfecto, la casa podría incendiarse mañana. La pregunta es "¿te apetece?"»
Cuando uno de mis mejores amigos volvió de visita a España tras haberse mudado a Irlanda, me dijo que uno de los cambios más notorios era que allí no podía esperar a que dejara de llover para hacer planes al aire libre, porque en Dublín diluvia constantemente. Si lo que principalmente te está frenando a la hora de hacer algo que deseas (ya sea aprender un nuevo idioma, tocar un nuevo instrumento, cambiar de trabajo o tener un hijo) es la sensación de que no es el momento adecuado, tal vez deberías reconsiderar tu posición. En la vida no para de llover, solo varía la intensidad. Siempre habrá recibos que pagar y relaciones que atender, enfermedades que te minarán y cosas que se romperán. Siempre habrá una excusa. Lo único que no habrá es más tiempo.

domingo, 7 de octubre de 2012

En un mundo de tuertos

Una de las muchas ventajas de Facebook es que permite a los amigos insultarte públicamente en tu muro sin importar la distancia que medie entre ambos. Le pasó a una querida amiga hace no mucho cuando publicó una viñeta de contenido político que terminaba con la frase «No hay nada más tonto que un obrero de derechas». El resultado fue el habitual en estos casos: razones enfrentadas profusamente sazonadas con insultos y pullas. Precisamente ese día regresaba yo a la mesa de trabajo tras el almuerzo y ahí estaban mis compañeros, acusándose los unos a los otros de rojos y de fascistas, escenificando exactamente lo mismo que había tenido lugar en la red. Por el volumen de los gritos era obvio que el intercambio de argumentos había cesado bastante tiempo atrás. Cuando yo llegué solo quedaba el cruce de improperios, después de lo cual se echaron unas risas por el ridículo hecho y, al final, vuelta al tajo.
Foto de mabelzzz

La viñeta de la discordia me recordó otro tuit que captó mi atención en su momento: «Esquizofrenia española: Ser pobre y votar a la derecha». Esa es una solución breve a una aparente paradoja que suelen observar los de la banda izquierda. No es cosa solo de este país: en 2004 se publicó un libro en EEUU que abordaba la contradicción y en el que se ofrecía otra posible respuesta (básicamente, que los republicanos habían engañado a los trabajadores y habitantes del campo para conseguir su voto).

Lo cierto es que puede haber motivos razonables por las que un obrero o alguien con el sueldo mínimo vote a los conservadores. Este podría pensar que son gestores competentes (lo cual puede resultar cierto o no). O quizá lo que quería era castigar al otro partido por corruptos o chapuzas. Pero algo así ¿no debería pasar en contadas ocasiones, como la crisis actual? Si sucede continuamente ¿no está tirando piedras contra su propio tejado, el muy bobo?

Al parecer lo que sucede en realidad es que normalmente no votamos a quienes comparten nuestra clase social, sino a quienes nos une nuestro marco moral. Esa es al menos la conclusión que se extrae de los trabajos hechos por George Lakoff (psicólogo cognitivo) y Jonathan Haidt (psicólogo moral). Algunas personas dan preferencia a la libertad individual sobre la protección de los demás, y viceversa. Podemos concebir la justicia como retribución o como igualdad. Nos puede importar o no el patriotismo y la unidad de la nación. Tal vez valoremos el orden y la autoridad, tal vez nos parezca que ambas cosas deben ser cuestionadas. Quizá queramos simplemente que todo siga más o menos como está y se mantengan las tradiciones; quizá deseemos justo lo contrario. Hay quien está convencido de que existe un orden sagrado dictado por una deidad y que debe ser mantenido a toda costa; muchos sienten lo contrario. Por no hablar de temas como la inmigración, la guerra y el aborto. Qué valoramos y en qué orden de prioridad es lo que más influye acerca de la papeleta que va finalmente en el sobre.

Por tanto, es probable, verbigracia, que algunos de los catalanes que secundaron el movimiento No vull pagar voten de nuevo el mes que viene al presidente actual si lo más importante para ellos es la independencia. No verán una contradicción en apoyar al gobierno contra el que se rebelaron; más bien les parecerá que anteponen intereses de orden superior o otros inferiores. Todos sacrificamos a diario cosas en virtud de otras más importantes. No es distinto cuando tomamos decisiones políticas. Y la economía es solo una de las muchas facetas vitales modeladas por las ideologías.

El gran Ortega y Gasset dejó escrito:
«Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral»
Así, cuando valoramos a los del bando contrario según el hemisferio moral propio nuestra percepción carece de profundidad, igual que ocurre cuando vemos con un solo ojo. Tan idiota le parece a un socialista un obrero que apoya a quienes probablemente le asfixiarán económicamente, como estúpido se antoja a un conservador alguien rico que está de parte de quienes le quitarán su dinero mediante impuestos. Sin embargo, basta con mirar usando ambos ojos para -como decía mi amiga una vez armado el granizo- encontrarle su lógica.