Foto de marc falardeau |
La falta de mano del susodicho con la entrepierna de su pareja (el doble sentido es intencionado) es solo una de tantas formas manifiestas de ignorancia acerca del placer femenino que muchos hombres llevamos a cuestas. Como muestra considérese, verbigracia, el material del libro ilustrado Sex machines: Photographs and Interviews, de Timothy Archibald. En dicho volumen podemos encontrar, cuenta Mary Roach, fotos de máquinas sexuales fabricadas por inventores aficionados, todos ellos hombres. Durante la investigación que Roach llevó acabo acerca de la ciencia del sexo la periodista acudió a la presentación de la obra realizada en el Centro de Sexo y Cultura de San Francisco:
«Acaban de enchufar una máquina casera detrás de Archibald, sobre el estrado. La carcasa del motor tiene el tamaño aproximado de una fiambrera y se eleva a uno de los lados como un proyector de diapositivas. Un falo de color carne adherido al extremo de una vara entra y sale de ella silenciosamente. En general, el reclamo erótico de la máquina me resulta bastante limitado. Hacerlo con ella sería lo más parecido a acostarse con una salchicha. El mecanismo es el empleado por la mayoría de estos artilugios […]: un motor eléctrico unido a un pistón coronado por un falo.¿A qué se deben estas falsas asunciones sobre el placer femenino por parte de los hombres? Una respuesta posible es que, al carecer de los mismos órganos genitales y verse privados de esa información sensorial, los varones no pueden hacer otra cosa que suponer (algo que, visto lo visto, no se nos daría muy bien). Si esta respuesta es cierta, entonces cabría esperar que a las mujeres les ocurriera lo mismo, y que el problema se vería reducido al mínimo de las preferencias particulares en el caso de parejas homosexuales. Que ese sea el caso es algo que dejaré a la consideración del lector, pues no es relevante para la discusión posterior.
[…] Archibald concluye su presentación y se abre el turno de preguntas. La primera en levantar la mano es una mujer con gafas de montura metálica y una camiseta verde:
–Lo que hemos visto hasta ahora es un montón de consoladores entrando y saliendo de un orificio, pero la mayoría de las mujeres no llegan al orgasmo de este modo. ¿Hay alguna máquina que se ocupe del clítoris?
Archibald admite que la idea del aparato es deudora de una noción estereotípicamente masculina sobre el placer femenino; sólo sabe de una máquina –no la han traído esta noche– que estimule el clítoris. Otra mujer alza la mano:
–Entonces, ¿dónde está la gracia? ¿En el morbo de dejarse follar por una máquina o en la regularidad de las embestidas?
Archibald, abrumado, busca con la mirada a los maquinistas. Parece que nadie tiene la respuesta.»
Las dificultades para comprender a las mujeres no se limitan al plano sexual. Pensemos en las inaprensibles experiencias de la menstruación o el embarazo. Pensemos también en la desgracia de un feto cuyo desarrollo acaba mal, y lo que eso supone para una persona. Estos ejemplos nos hacen intuir que ciertas vivencias son difíciles de entender plenamente para cualquiera que no haya pasado por ellas en primera persona. Algunos filósofos sugieren que «la experiencia proporciona un tipo de saber que no puede suministrar la ciencia». Ello significaría que aunque podamos comprender algo intelectualmente (por ejemplo, mediante descripciones científicas o testimonios en primera persona) nunca sabríamos realmente lo que es si no lo hemos experimentado directamente. La mejor (¿la única?) forma de conocer a qué sabe un licor sería, pues, beberlo.
En la década de los setenta el filósofo americano Thomas Nagel se preguntaba en un artículo qué es, qué se siente al ser un murciélago (What is like to be a bat?). Julian Baggini explica que:
«Podríamos llegar a entender completamente cómo funciona el cerebro del murciélago y cómo percibe mediante colocación [sonar], pero tras esta plena explicación física y neurológica seguiríamos sin tener ni idea de lo que se siente siendo un murciélago. Por tanto, seríamos en buena medida incapaces de penetrar en la mente del murciélago, aun cuando entendiéramos cabalmente el funcionamiento de su cerebro. Pero ¿cómo es posible esto si la existencia de la mente sólo depende del funcionamiento del cerebro? Por decirlo de otro modo, las mentes se distinguen por la perspectiva en primera persona que tienen del mundo.»Parafraseando a William Bechtel al respecto de esta dificultad, podemos aprender con completo detalle cómo operan los mecanismos en el cuerpo de una mujer, pero, con todo, los hombres no podemos imaginar cómo se siente el placer mediante el clítoris, lo que se experimenta durante el ciclo menstrual o lo que se sufre con un aborto. En un plano más general, para todas las personas es muy difícil comprender a los demás cuando han vivido cosas que nosotros no, o su forma de percibir el mundo es radicalmente distinta de la nuestra.
Continuará.
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