domingo, 9 de junio de 2013

Ser normal

Hace poco di por casualidad con este magnífico documental realizado por Chris Bell sobre esteroides anabolizantes y la cultura norteamericana. El debate sobre los esteroides está lleno de zonas grises que sirven al autor para retratar aspectos como la desinformación de masas acerca de sus riesgos (el CDC les atribuye tres muertes anuales en EEUU frente a las 435.000 del tabaco y las 75.000 del alcohol), la demagogia política (el congresista que no sabe dónde fueron a parar los quince millones de dólares destinados a educar sobre esteroides que gastó Bush) y la realidad humana («los uso porque todo el mundo lo hace»).

Me llaman poderosamente la atención los particulares valores que comparten acerca de lo que es el éxito y lo que significa ser «americano». Queda patente su creencia de que con trabajo duro y siguiendo las normas todo es posible (surgida, creo yo, de la ética protestante calvinista dentro de la cual floreció su cultura). Luego está el culto al héroe, en este caso Sylvester StalloneHulk Hogan y, sobre todo, Arnold Schwarzenegger. Todos ellos son buenos ejemplos de los personajes de MacIntyre:
«... cierta clase de papeles sociales específicos en ciertas culturas particulares [p]roporcionan personajes reconocibles, y el saber reconocerlos es socialmente crucial, puesto que el conocimiento del personaje suministra una interpretación de las acciones de los individuos que han asumido ese personaje, y precisamente porque tales individuos han utilizado el mismo conocimiento para guiar y estructura su conducta.
[...]
En el caso de un personaje, papel y personalidad se funden en grado superior al habitual; en el caso de un personaje, las posibilidades de acción están definidas de forma más limitada. Una de las diferencias clave entre culturas es el grado en que los papeles son personajes; pero lo específico de cada cultura es en gran medida lo que es específico de su galería de personajes.»
Foto de uaboverkentucky
Chris se sirve de la historia de sus propios hermanos –ambos consumidores del juice– para conducir la narración. El mayor, apodado Mad Dog, está obsesionado con hacer algo grande (en su caso, ser una súper estrella de la WWE). Nos dice que su mayor miedo en la vida es ser una persona corriente, que preferiría estar muerto a ser un tipo mediocre (cuando dejaron de llamarle de la WWF intentó suicidarse). Su casa en la playa y su estupenda mujer no son suficiente. Cerca del final del largometraje su hermano le pregunta qué problema hay en ser un tío más, que qué tiene de malo ser simplemente normal, a lo que Mad Dog responde:

«No tiene nada de malo. Bueno, en realidad sí que tiene algo malo. Lo que tiene de malo es que yo nací para alcanzar la grandeza y soy el único que me lo impide. Y necesito alcanzar la grandeza. Necesito hacerlo.»
Me quedé pensando un rato en qué tiene de malo ser uno más. Nada, supongo. Aún así para muchos de nosotros la idea de ser sólo uno más es deprimente. A mi modesto entender el deseo de destacar o ser el mejor viene de serie en las personas. Tal vez por eso hay tantos récords absurdos logrados por gente sin un talento concreto con ganas de hacer valer su nombre.

Sospecho que antes era más fácil considerarse entre los mejores, cuando el número de personas con las que uno se podía comparar era más reducido. Hoy, con la televisión e internet tenemos constancia de los logros y capacidades de gente de todo el planeta. Y hay mucha gente. Si se es honesto es mucho más difícil considerarse superior a la media. Cualquiera que haya participado en foros como los de Stack Exchange sabe que siempre hay un buen puñado de extraños que sabe más que uno*. Como decía Homer «por muy bien que hagas algo siempre habrá un millón de personas que lo harán mejor que tú». Eso, unido a la creencia de que el mundo es infinito en posibilidades y todo depende del empeño de uno acaba por generar ansiedad. Escribe Alain de Botton:
«Las poblaciones que gozan del privilegio de la riqueza y de posibilidades que van mucho más allá de lo imaginable por sus antepasados, que labraban las impredecibles tierras de la Europa medieval, han mostrado una notable capacidad para sentir que tanto lo que son como lo que tienen no basta.
[...] Nuestra percepción de cuál es el límite apropiado de cualquier cosa –por ejemplo, de la riqueza y de la estima– nunca se decide de forma independiente. Se establece comparando nuestra situación con la de un grupo de referencia, con la de aquellos que consideramos nuestros iguales. No podemos apreciar de manera aislada lo que tenemos, ni juzgarlo a partir de las vidas de nuestros antepasados medievales. No nos puede impresionar lo prósperos que somos desde el punto de vista histórico. Sólo nos consideraremos afortunados si tenemos tanto, o más, que las personas con las que crecemos, trabajamos, consideramos amigos y nos identificamos en el ámbito público.
[...] Lo que genera ansiedad y resentimiento es la sensación de que podríamos ser diferentes a lo que somos: un sentimiento que transmiten los mayores logros de aquéllos a quienes consideramos nuestros iguales.»
Yo me sentí identificado con Mad Dog. A los veinte años mi mayor miedo era acabar teniendo una vida mediocre. El camino habitual de obtener una licenciatura para conseguir un trabajo, casarme y tener hijos no tenía el menor atractivo para mí. Yo quería ser de los mejores. Lograr algo significativo. Ser el tipo de persona sobre la que se escriben libros o, al menos, que sale mencionado en ellos por alguna contribución importante a su campo, aunque fuera desconocido para el público en general. Sentir, en definitiva, que había hecho algo por el bien mayor, que el mundo era un lugar distinto por haber nacido yo. Ese es, para mí, el problema que tiene ser normal. La ausencia de logro. La falta de trascendencia. La vida vacía de significado. La sensación de que es culpa tuya porque no trabajaste lo suficiente.

Además de dotarnos de este deseo de ser mejor que el resto, la naturaleza puede proporcionarnos el antídoto: la ilusión de superioridad. Nos vemos a nosotros mismos desde una luz más favorable y nos medimos por estándares distintos de los que usamos para valorar a los demás. Enterramos nuestros fracasos en el fondo de la memoria atribuyéndolos a las circunstancias y sobrestimamos nuestra capacidad de influir en el curso de los hechos futuros. El resultado es que muchas personas piensan de partida que son mejores que el resto (más guapos, más inteligentes, más sensibles, más generosos, más divertidos, más educados o –el ejemplo más típico– mejores conductores). De acuerdo con Oliver Burkeman:
«a tendency to look on the bright side may be so intertwined with human survival that evolution has skewed us that way. In her 2011 book The Optimism Bias, the neuroscientist Tali Sharot compiles growing evidence that a well-functioning mind may be built so as to perceive the odds of things going well as greater than they really are. Healthy and happy people, research suggests, generally have a less accurate, overly optimistic grasp of their true ability to influence events than do those who are suffering from depression.»

«Yet though failure is ubiquitous, psychologists have long recognised that we find this notion appalling, and that we will go to enormous lengths to avoid thinking about it. At its pathological extreme, this fear of failure is known as ‘kakorrhaphiophobia’, the symptoms of which can include heart palpitations, hyperventilation and dizziness. Few of us suffer so acutely. But as we’ll see, this may only be because we are so naturally skilled at ‘editing out’ our failures, in order to retain a memory of our actions that is vastly more flattering than the reality. Like product managers with failures stuffed into a bedroom closet, we will do anything to tell a success-based story of our lives. This leads, among other consequences, to the entertaining psychological phenomenon known as ‘illusory superiority’. This mental glitch explains why, for example, the vast majority of people tell researchers that they consider themselves to be in the top 50 per cent of safe drivers – even though they couldn’t possibly all be.»
Por desgracia para mí carezco de la faculta de enjalbegar mis defectos. Igualmente ando ayuno de talento natural, capacidad de sacrificio, constancia o cualquier otra virtud requerida para el éxito. Ya hablé de cómo he fracasado como persona. Así, me hallo como tantos otros en el Primer Círculo del infierno, el limbo, recordando las palabras de Virgilio a Dante: «estamos condenados. Nuestra pena consiste en vivir con un deseo sin esperanza».

*Lo contrario también es cierto. Uno puede visitar ForoCoches o Yahoo Respuestas y sentirse superior al 90% de la raza humana.

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