lunes, 16 de diciembre de 2013

Citius, altius, fortius (y III)

Personalmente, no tengo una opinión clara acerca del dopaje. En lo que respecta al equipamiento sería fácil ser un purista: los deportistas deberían ir a pelo. Nada de bicicletas contrareloj, ni de bañadores de última generación, ni siquiera zapatillas; a correr y saltar descalzos y en pelota picada. Y nada de comer o beber durante la competición. El hecho de que en las ultramaratones haya puntos de descanso estaría contraviniendo el espíritu de tal competición: una carrera de resistencia pura no debería permitir rellenar el tanque de gasolina. No obstante, esos juicios son fácilmente objetables: a ver quién es el guapo que propone unos juegos olímpicos de invierno con atletas desabrigados.

Respecto a la sustancias para aumentar el rendimiento, en el momento en el que se permite que los atletas tomen algo más que pan y agua empiezan las problemas. Nadie sabe muy bien cuál es el criterio que guía a quienes elaboran la lista de prohibiciones:
«Although not explicitly stated the idea appears to be that nutritional supplements present at high concentrations that participate in bulk metabolic reactions are fine; hormones and other signalling molecules present at lower concentrations that control the rate of these reactions are banned. The exception to this rule is caffeine. It fits completely in the low concentration signalling category, is not even a natural hormone, but remains fully supported by sporting bodies and has been removed from all banned lists. As a legal, recreational drug in society, sport has given up trying to regulate its use, leading to this anomaly.»
Algunos creen que la distinción gira en torno a lo natural y lo artificial, pero ambos son conceptos difusos que no llevan a ninguna parte. El cuerpo no produce cafeína de forma natural, pero sí testosterona. La primera no está prohibida, la segunda sí. La creatina es producida por el cuerpo, pero también puede obtenerse de la carne y el pescado. Los suplementos de creatina mejoran el rendimiento en esfuerzos anaeróbicos intermitentes de corta duración, como un esprint de cien metros; sin embargo, no están prohibidos por la WADA. Como tampoco lo están los multivitamínicos, que de naturales tienen bien poco, y son utilizados incluso por poblaciones sedentarias. Mucha gente cree que los polvos de proteína son una especie de dopaje, pero en realidad se sitúan en la misma categoría que el Gatorade en polvo: se trata simplemente de un macronutriente aislado (y están permitidos). Pero mientras el Aquarius es una bebida de uso común gracias a la publicidad («la vida es un deporte muy duro», decían los anuncios) los batidos de proteína son un producto de gimnasio que evocan la imagen del hombre sobredesarrollado asiduo de la jeringuilla. A mi modesto entender todo se reduce a una cuestión de imagen: si la droga es aceptada socialmente, como la cafeína, no hay problema. Si de alguna manera evoca la metáfora del yonqui, entonces se proscribe.

Imagen de Mel B.

Hemos analizado el argumento de la salud y visto cómo hace aguas. La UCI prohíbe la EPO, pero no los somníferos de los que David Millar (y otros muchos ciclistas según él) abusaban, y que son perjudiciales a largo plazo. Vimos que el deporte profesional es perjudicial para la salud. Un lineman que haya jugado al menos cinco años en la NFL tiene una esperanza media de vida de cincuenta y dos años, según señala Brenkus. La duración media de la carrera de un futbolista americano profesional es de tan solo tres años. Los riesgos de los esteroides palidecen frente a los de la práctica diaria. Eso no quiere decir, obviamente, que no debamos hacer cuanto esté en nuestra mano para proteger a los deportistas. No dejamos, verbigracia, que salgan a correr a trescientos kilómetros por hora sin casco solo porque las carreras sean peligrosas en sí mismas; es solo que si esa fuera la verdadera razón habría otras maneras de actuar. Sin embargo, la protección de la salud sí parece aplicable a las categorías inferiores, donde los participantes copian los métodos de los profesionales pero no tienen los mismos recursos que ellos. Los deportistas amateur no cuentan con médicos experimentados que sepan lo que hacen y material de calidad: recurren a esteroides de contrabando, abusan de las drogas o se hacen las autotransfusiones en condiciones nada higiénicas. El resultado es que algunos de ellos mueren.

Quizá el dilema del dopaje está en que sustituye la cuestión de quién se esfuerza más o tiene más talento por la de quién tiene más valor y menos respeto por sí mismo para atreverse a probar cualquier cosa, por arriesgada que sea, con tal de ganar. O por la de quién responde mejor al tratamiento. En una entrada anterior dije que si desapareciera la lista de productos prohibidos todos jugarían en un campo nivelado. Pero eso tampoco es cierto, pues las sustancias afectan de forma diferente a cada persona. Hay quien responde más a sus efectos y quien lo nota menos. Algunos sacan más tajada del entrenamiento adicional que permiten llevar a cabo estos productos y otros menos. Coyle señala:
“En resumidas cuentas: la EPO y otras sustancias no equilibran el campo de juego fisiológico, tan sólo lo cambian a nuevas áreas y lo distorsionan. Tal y como dice el doctor Michael Ashenden: «El ganador en una carrera con dopaje no es el que ha entrenado más duro, sino el que ha respondido mejor a las drogas a nivel fisiológico».”
No obstante, incluso en el estado natural de atletas «limpios» ya hay diferencias en la respuesta al entrenamiento. Hace algunos años hablamos de que no todos partimos en realidad de la misma línea de salida. El dopaje podría usarse como una forma de ayudar a los más desaventajados por la naturaleza. Esto, por supuesto, plantea todo tipo de problemas prácticos. Es más fácil legislar de la forma «o todos o ninguno».

Como posible solución al debate sobre el dopaje se podría considerar crear competiciones separadas para aquellos que lo usan y aquellos que no, de la misma forma que hay competiciones masculinas y femeninas. Eso es algo que ya ocurre en el culturismo, donde hay campeonatos de culturismo «natural», en los que se llevan a cabo controles antidopaje, y otros que siguen una política de total tolerancia. En otro deporte de pura fuerza, el powerlifting, hay federaciones, campeonatos y récords separados según el competidor utilice o no una camisa compresora (dicha camisa incrementa el peso que uno puede levantar entre un veinte y un treinta por ciento). El motociclismo celebra carreras separadas para cada cilindrada. Los deportes de lucha cuentan con categorías por peso. Los Juegos Paralímpicos refieren una amplia gama de clases que reflejan las diferentes capacidades físicas de los deportistas. Y así siguiendo.

Si les ha interesado todo esto pueden empezar por leer Run, Swim, Throw, Cheat: The Science Behind Drugs in Sport, de Chris Cooper. La obra The Sports Gene: Inside the Science of Extraordinary Athletic Performance es una fascinante lectura sobre esos atletas extraordinarios dopados de nacimiento. Si practican algún deporte y quieren aumentar su rendimiento con sustancias legales les interesará Nutrición y ayudas ergogénicas en el deporte (o su versión actualizada). Michael J. Sandel expone su argumento moral en contra del dopaje en Contra la perfección: la ética en la era de la ingeniería genética. Si lo que les va es el morbo, el libro de Tyler Hamilton Ganar a cualquier precio es el que más detalles proporciona. Por último, no dejen de ver el documental de Chris Bell del que les hablé en otro contexto. Realmente vale la pena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario