Para empezar, los hallazgos erróneos son persistentes, no solo entre el común de la población sino también entre los propios científicos. Un resultado equivocado puede seguir tomándose como verdadero durante mucho, mucho tiempo. Teniendo en cuenta que el número de estudios que acaban retractándose crece cada año, esto supone un problema importante:
Even when research errors are outed, the original claims often manage to persist for years and even decades. A study by the computer scientist Murat Çokol and his colleagues at Columbia University found that a good deal less than one-hundredth of 1 percent of all journal articles published between 1950 and 2004 were formally acknowledged as seriously flawed, a percentage that Çokol’s computer model suggested should be as much as 200 times larger. Ioannidis, too, found evidence of the persistence of bad findings. Helooked at studies reporting the cardiovascular benefits of vitamin E, anticancer benefits of beta-carotene, and anti-Alzheimer’s benefits of estrogen—important studies that were published in 1993, 1981, and 1996, respectively, and that were each convincingly and prominently refuted in one or more larger studies around 1999, 1994, and 2004, respectively. In 2005, the most recent year Ioannidis checked, half of the researchers who cited the original study of vitamin E did so in the context of accepting the original results, and through 2006 a little more than 60 percent cited the original beta-carotene and estrogen studies, though the results had been solidly refuted—thirteen years earlier in the case of beta-carotene.En segundo lugar, la necesidad de acumular datos para afianzar los hechos puede dar la sensación de que todo conocimiento es provisional y discutible. Las recomendaciones dietéticas para perder peso han pasado con el tiempo del «coma menos pan» (¡el problema son los carbohidratos!) al «coma menos grasa» (¡el problema son las grasas!) al –de nuevo– «coma menos pan» (¡el problema es el azúcar refinado!). Ciclos semejantes han tenido lugar respecto a cómo afectan a nuestra salud la carne, los plásticos o los edulcorantes. A consecuencia de esto las verdades científicas se consideran modas pasajeras (hoy el café es sano, mañana no) y, por tanto, desechables. No obstante, esta es una apreciación equivocada, el menos en parte. Por ejemplo, la explicación de Arquímedes sobre por qué las cosas flotan es correcta desde hace más de dos mil años. El libro de Arbesman muestra cómo no todos los hechos cambian al mismo ritmo y que algunos, a efectos prácticos, nunca lo hacen.
Fuente: Free the facts!, por Dave Gray |
Finalmente, tenemos el problema de los medios de comunicación. Estos nos hablan únicamente de aquellos experimentos o estudios que constituyen noticia. Desgraciadamente, por el teorema de Bayes sabemos que los motivos por los que un estudio es digno de un titular (ser relevante, novedoso e inesperado) son los mismos por los que cabe esperar que sea falso. Otro problema de la cobertura informativa es que, dado que los periodistas son incapaces de valorar la evidencia científica en su conjunto, acaban recurriendo a figuras de autoridad. A consecuencia de ello, las verdades científicas se caracterizan como conocimiento revelado, situándolas así al mismo nivel que el dogma:
¿Cómo sortean los medios el problema de su incapacidad para proporcionarnos la evidencia científica propiamente dicha? A menudo, lo hacen recurriendo a figuras de autoridad (un recurso que constituye la antítesis misma de la esencia de la ciencia) y tratándolas como si de curas, políticos o figuras paternas se tratara. «Un grupo de científicos ha dicho hoy que…» «Unos científicos han revelado que…» «Los científicos han advertido que…»Eso hace que no se traten correctamente los casos de disentimiento. El periodista o el programa de televisión de turno presenta a un científico asegurando una cosa y a otro que lo cuestiona (a veces ni siquiera son científicos del mismo ramo o no son expertos en el asunto tratado). Como para los medios de comunicación todos los científicos valen lo mismo y todas su afirmaciones son igual de válidas, la verdad pasa a ser una cuestión de retórica:
[C]uando existe algún tipo de controversia en torno a lo que nos muestran las evidencias, el recurso a las figuras de autoridad reduce el debate a una mera bronca o intercambio de improperios, ya que una afirmación como «la vacuna triple vírica provoca autismo» (o no) sólo puede ser criticada en función del carácter de la persona que la formula, y no en función de las pruebas que dicha persona puede presentar.Cuando esto ocurre, cuando el conocimiento que aceptamos depende de las dotes del orador, es cuando se abre la puerta a las seuodociencias, aquellos conjuntos de creencias promovidos por figuras de autoridad cuestionables, gente que sostiene estrafalarias teorías sin tener pruebas o basándose en evidencias débiles, y cuyas afirmaciones contravienen hechos bien establecidos.
Al pensar en la palabra «hechos» nos referimos intuitivamente a verdades objetivas, independientes del observador y que pueden ser comprobadas por cualquiera. Al ser externas a nosotros, no concebimos dichas verdades como fruto de un consenso o como el resultado de una votación. John Oliver lo explica así en relación a una encuesta de Gallup que muestra que uno de cada cuatro estadounidenses es escéptico respecto al cambio climático:
Who gives a shit? You don’t need people’s opinion on a fact. You might as well have a poll asking: ‘Which number is bigger, 15 or 5?’ or ‘Do owls exist?’ or ‘Are there hats?’Por desgracia, la incertidumbre inherente a la ciencia hace que no sea fácil determinar lo que es un hecho y lo que no. Todo depende de en qué punto de la investigación nos encontremos: al principio la incertidumbre será grande y probablemente nos veremos en la situación de tener que revisar los hechos conforme vayamos obteniendo nuevas pruebas. En su día ya vimos que no podemos confiar en el resultado de un solo estudio científico. En aquella entrada y en la de la semana pasada señalamos unas cuantas razones para ello. La conclusión es que el método científico nos obliga a llevar a cabo muchos experimentos, a recoger muchos datos y a considerar la bibliografía completa antes de sacar conclusiones o tomar decisiones.
Claro que ¿quién tiene tiempo, ganas y formación suficiente para hacer eso? Si recurrimos a figuras de autoridad es porque asumimos que tienen las tres. Eso no supondría un problema si valoráramos a cada autoridad según la calidad de la ciencia que maneja, lo cual no es muy factible si uno no es, a su vez, un científico. De modo que cada cual, de nuevo, actúa según le parece. Algunos se fían del consenso científico. Otros solo hacen caso a las voces discordantes, bien porque crean que son los únicos que tienen valor a decir la verdad o porque lo que dicen encaja con su visión del mundo. Por último, están quienes no se fían de nadie. En definitiva, cada cual elige sus propios hechos.